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3.

En busca del más fuerte.








El viejo Doppo caminaba con paz y tranquilidad hacia el hogar de un viejo amigo, alguien que le encantan este tipo de temas sobre tipos fuertes. En una enorme casa, al viejo estilo japonés de la época de Edo, el maestro del karate entró, sin antes quitarse los zapatos claro. Tokugawa, el propietario de ese sitio, miro con los ojos bien abiertos a su visitante y no pudo evitar sentir una gran felicidad.

—¡Doppo!—con sonrisa de oreja a oreja, se lanzó encima de él para abrazarlo.—¡Mi viejo amigo!

—Ha pasado un tiempo, Tokugawa.

—¡¿Que te trae por aquí, mi amigo?!

—Nada en especial, ya sabes...—entre cerro sus ojos, volviendo su ceño más serio.—... Lo de siempre.

Tokugawa al oír aquello y con ese tono, sonrió sabiendo a que se refería aquel karateka.

—Siéntate, estas en tu casa.

—Muchas gracias.

Tokugawa envío a uno de sus guardias a traer un poco de té. Doppo miró a su alrededor, había pasado un tiempo desde que no visitaba aquella casa, la sentía totalmente distinta.

—Hm... ¿Le has dado unos toques?, se ve diferente.

—¡Seguro que es la alfombra!—rió.

Doppo suspiro.

—Últimamente todo está tranquilo.

—Si, no ha pasado nada interesante.—sonrió.—O eso parece.

Doppo miró con interés al viejo, sus pupilas se dilataron por un instante y volvió a su expresión habitual, mientras que Tokugawa seguía carcajeando por lo bajo. El cazador de tigres sabía a que venía esa risa.

—¿Cuando será?—cuestionó.

—No, aún no lo he conocido.—dijo. Tomó un sorbo de su té.—Pero, él llegará a mi, tarde o temprano.

Doppo sonrió.

—Eso espero.

—Oh, vamos. Sabes muy bien que jóvenes sedientos como él solo quieren una cosa y es ser el más fuerte.

Otra sonrisa volvió a dibujarse en el viejo Doppo, confirmando las palabras de su amigo.












Las patadas que chocaban contra el costal hacían un sonido terrorífico, el eco que hacían en ese almacén dejaban en claro lo fuerte que son las piernas de ese joven muchacho de cabello oscuro. Ese ruido estruendoso atrajo a unos jóvenes niños quienes espiaban a Ohma mientras entrenaba, curiosos y intrigados, observaban al joven golpear el costal, por cada golpe este volaba había tal dirección, dejando impresionado a los infantes por lo fuerte que es.

—¡I-increíble!

—¡S-si, es increíble!

—¡Es muy fuerte!, ¿vieron que tan lejos levanto el costal?

—Shh, hagan silenció.—susurro uno.—Los escuchara.

—Es cierto.

—Hablemos más bajito.

En ese instante Tokita sonrió de lado y miró la enorme ventana, viendo así las cabezas de los niños. Se acercó a ellos aprovechando que no lo estaban viendo, sólo para darles una pequeña sorpresa.

—Si, deberían de hablar más bajo. Son muy ruidosos.

Los niños la escuchar la voz de Ohma de inmediato se sobresaltaron, uno de ellos chillo, otro grito, y corrieron lo más lejos posible de ahí, excepto uno que fue aquel que los mandó a callar.

—Les dije que no hablaran tan fuerte.—suspiro.

Ohma lo miró.

—¿No huiras?, eres muy valiente, entonces.

—N-no, no es eso.—se sonrojo.—Soy un cobarde.

Al decir eso, Ohma se fijo en los moretones con venditas de dinosaurio que tenía el pequeño rubio de ojos azules.

—¡Y-yo solo te admiro mucho!

—¿Uh?—alzó una ceja.

—¡Si, eres muy fuerte!, ¡te la pasas entrenando y te he visto luchar en la calle!—exclamó.

—Eso no es nada.

—¡P-pero aún así!—dio un salto hacía atrás.—¡Peleabas contra esos pandilleros, los derrotabas y hacías Hah, y Shia!—imitó patadas y puñetazos.

La actuación ridícula del menor le causó gracia a Ohma, haciéndolo reír por lo bajo.

—Niño, si lanzas una patada así lo único que harás es desvalancearte.—dijo.

Ohma se dio media vuelta y volvió a su entrenamiento. El menor lo siguió, entrando por la ventana y observando el almacén, impresionandose.

—Wow...

Él siempre había visto desde afuera todo eso, pero jamás de cerca, nunca estuvo adentro. El suelo estaba empapado de sudor, había hasta máquinas de hacer ejercicio, todo lo necesario para Ohma, guantes de box y Kickboxing desgastados, hasta el mismo costal tenía raspaduras y estaba gastado, un pequeño refrigerador donde lo único que había era agua y comida para aumentar la grasa y así crear más masa muscular. Pero más haya de eso, el vapor que emanaba de ese lugar le erizaba la piel, es como estar dentro de un volcán.

Miró a Ohma, sus músculos, su cuerpo, estaba tan formado que parecía tener musculo en los mismos músculos. El padre de ese niño es un fanático del fisiculturismo, pero si comparamos los músculos de esos hombres que posan para el público con los de Ohma que son para luchar, sin duda puede decir claramente la calidad de estos.

—A-así que has estado aquí... ¿Siempre?

—Si.

—¿Y porque entrenas tanto?—Ohma se detuvo.—¿Hay alguien en especial que quieras vencer?

Ohma estaba parado, respirando agitado y jadeando, suspiro y miró al pequeño.

—Aún no sé a quién.—dijo.—Pero...—miro el costal desgastado, apretó con fuerza su puño y lo golpeó, la cadena que los sostenía se rompió. El puño de Ohma hizo un corte en el costal, vaciandolo por completo.—... Sé que hay alguien ahí afuera que yo debo enfrentar.

Las palabras de Ohma dejaron confundido por un instante al menor, pero de alguna forma, sentía que tenía razón. Mientras el costal se terminaba de vaciar, el espíritu de Ohma crecía con ganas de más.

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