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56-Corte Formal

A diferencia del Cielo, en la Tierra si hay hospitales, aunque no sean de gran ayuda para seres casi imposibles de asesinar. Por eso todos los heridos durante la batalla fueron llevados a la construcción de la Academia (que por poco no fue destruida), ahí fueron atendidos por sus Hermanos con los poderes para curarlos.

Se habían formado varios grupos de Sanación, por medio de energías, herbolaria, rocas, gemas y sales de cristal. Todo tipo de métodos antiguos que curaban las almas, y por tanto los cuerpos, de los guerreros. Tanto Ángeles como Divinos sanaban a los suyos, como a los Demonios que no habían perecido.

El lugar estaba lleno de una energía suave, ya no solo era relajante si no que atrayente de purificación. La tristeza igual estaba ahí, entre los hijos viendo a sus madres jadeantes de luchar contra sus heridas, quienes apretaban los dientes para no gritar y asustarlos más, en las hijas llorando por los padres que no encontraban y que no encontrarían de nuevo en ese mundo, en las viudas que balbuceaban sobre los cuerpos calcinados de sus esposos, de sus hijos e hijas.

Kayley estaba ahí haciendo su trabajo, pero nadie le recriminaba por llevárselos, al menos no de frente, nadie le lloraba, nadie le miraba. Les entendía y por eso trataba de ayudar a su manera, les había permitido conservar el legado de muchos Divinos, pues él guardó los poderes de los caídos para entregarlos a los Hijos de esos Divinos. Había sellado el poder de los abatidos dentro de la carcasa del Cubo, que una vez vacío no tenía otra utilidad y Kayley quiso aprovechar, repartiendo los poderes recolectados con el transcurso de los días.

La noche fue difícil, dolorosa en forma diferente para cada uno.

No puedo mentir al decirles que TODOS lloraron hasta el amanecer del día siguiente.

Aunque la historia que se contaba era diferente para los que fueron alcanzados por el filo de Venganza.

En el mejor de los casos, los que tenían cortes en extremidades como brazos y piernas, suplicaban, entre la sangre que no paraba de brotar, porque les cercenaran las partes dañadas. Pues además del sangrado el dolor era muy fuerte e imparable, dominante y sofocante. Algo que no podían soportar sin tener una gran fuerza de voluntad.

Perderían partes importantes de sus cuerpos, pero ganarían un alivio inmediato.

Los casos como Gabriel, que fue atravesado en el pecho por tal espada, era normal que los afectados se retorcieran del dolor y maldijeran para que los dejaran morir. Rogando porque alguien pudiera ayudarlos a desaparecer su dolor.

Esos casos eran tratados aparte, con cinco o seis sanadores. El sujeto era puesto sobre un sello en el piso y todos colocaban sus manos sobre el afectado, dejándole su energía para reconstruir su cuerpo y equilibrando sus insuficiencias. La herbolaria no servía para apaciguar el fuego de las heridas.

Era un proceso largo y lento, pocos eran los que tenían la capacidad de curar estas heridas, por lo que no muchos aguantan a que fuera su tiempo para tratarse, aparte se debía pasar por más de cuatro sesiones para hacer el dolor más manejable y la herida comience a cerrar.

Gabriel aguantó todos los días que pudo, dejando que otros tomaran su lugar, pero cuando lo encontraron desmayado por el dolor mientras esperaba su turno, lo llevaron a rastras para por fin ayudarle.

Verónica fue una de los sanadores que participó en su primera recuperación, aunque no era de su especialidad, por él haría más que drenar su energía para salvarlo.

Los heridos por Venganza debían estar atados a una transfusión de sangre y su herida debía estar vendada hasta que los curanderos tuvieran que trabajar directamente sobre ella. Dentro del cuarto donde se hacía la ceremonia había olores de incienso, meditaciones Om, velas y cuencos tibetanos.

Se trataba de sanar la carne pero también el alma, la vitalidad que fue arrebatada al conseguir el daño. Todo dedicado a una sola persona.

Cada recuperación fue perfecta dentro de las posibilidades, la mayoría ya podía descansar en alguna de las tantas habitaciones de la agradable Academia, dormían, comían y platicaban para relajarse. Gabriel incluido. Que justo estaba en un cuarto compartido, recibiendo el sol mañanero, con las pesadas ojeras bajo sus ojos, cerrándolos solo porque le costaba mantenerlos abiertos. Sin llegar a dormir pues las drogas lo mantenían alerta.

Cada determinado tiempo soltaba un suspiro admirando su imaginación.

La habitación tenía una cama que Gabriel usaba, varios sillones bastante rellenos para mayor comodidad y como la mayoría de los demás cuartos, su propio baño. La puerta de entrada permanecía cerrada para más privacidad.

Escuchaba a sus compañeros de cuarto hablar en susurros, los ruidos de afuera traía los sonidos de las actividades cotidianas de Divinos, Ángeles y Demonios que podían moverse por la Academia. Dentro, los niños en la habitación practicaban con sus instrumentos de cuerda, un violín y una guitarra.

Había dos demonios y tres Divinos en el cuarto, sin contarse a sí mismo. Los niños eran hijos de la madre que había luchado y que lo que más deseaba era sentir a sus hijos con vida, era la bella esposa de Miguel, ninguno tenía ganas de platicar. Únicamente querían palpar la realidad.

La rítmica música de los niños se detuvo cuando alguien entró. Gabriel no abrió los ojos hasta que esa persona se sentó en su cama; lo primero que buscó fue a los chicos que habían dejado de tocar, pues se perdían mirando con asombro al intruso en su cama.

– ¿Podrían seguir tocando? –pidió Gabriel con un susurro, sujetándose el estómago, más por precaución que por dolor. Tosió, parecía que su diafragma estaba igual de cortado que su estómago, afectando indirectamente su voz. Con su otra mano se cubrió la boca cuando sintió la sangre subir por su garganta, tosió otra vez–. Por favor... –consiguió decir.

–Vamos niños –apoyó la madre. Los pequeños siguieron con sus prácticas, apartando la mirada de la persona sentada a su lado.

– ¿Te sientes mejor? –preguntó su amigo Miguel. Había ido a visitar a su esposa un poco más temprano, justo estaban dando las once de la mañana y en esta ocasión había ido a verlo específicamente a él. Había estado ayudando a la recuperación por sanación del resto de sus Hermanos,

–Me drogaron para quitarme el dolor –le miró claramente alucinando–, estoy tan sedado como una... una... ah no sé.

–Parece que sí –le palmeó la pierna con cariño–. Todo está yendo muy bien, estamos organizando la situación entre los Libros, Lucifer está ayudando. Nos esforzamos para mejorar las relaciones y los Libros–Alfa han resultado ser muy pacíficos –guardó silencio para que la mente voladora de su amigo entendiera–. Te estamos guardando algunos casos específicos para que te encargues personalmente.

– ¡Uh! ¿Más golpes? ¡Yeih! –sonrió emocionado. Aunque con su actual apariencia daba pena verlo ilusionado por salir cuando no podía ni caminar solo. Parecía que para poder encargarse de esas cosas tendría que pasar mucho tiempo.

–Cazaremos chicos malos, como en los viejos tiempos –volvió a palmearlo–. De verdad le estamos echando muchas ganas.

– ¿Y Edgar también, no? –dijo–. Me imagino que estará muy ocupado, pues ahora ya no hay Escritor.

–É–él está haciendo lo mejor para todos, no lo dudes.

–Si bueno –parecía un niño con la mirada triste–, no ha venido ni una sola vez a verme.

– ¿Quién crees que me envió?

–Pues sería bonito verlo a él, como es bonito... verlo es bonito –seguía fantaseando, hablando sin sentido, como si pudiese ver a Edgar en ese momento–. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me olvidas?

–Él no te olvida, te juro que...

–Miguel –su esposa le llamó–, no importa lo que digas –susurraba, aunque no hacía falta, Gabriel les ignoraba cerrando de nuevo los ojos. De verdad estaba híper narcotizado–. No está aquí y hasta no verle se sentirá traicionado. ¿No pudiste hacer nada por traerlo?

Miguel dudó, no pudo mirarla y ella lo entendió. Hizo hasta lo imposible por arrastrar al médico y enfrentarlo al futuro, pero el caos de más de cuatro mil años que Rafael había dejado no era fácil de resolver, hacían falta muchos días para al menos tener las bases de un acuerdo. En parte era cierto que los Libros se habían mostrado bastante interesados en las condiciones para aceptar a los Divinos, ese era un pendiente mayor para el bienestar general y tomaba un lugar muy importante para Makishima.

Estaba planeando un futuro en el que Gabriel no podía ayudar en su condición, pero que Él podía hacer cada vez mejor.

Estaba cumpliendo sus promesas, una por una.

*****

Más días pasaron, semanas, un mes, dos meses... y el Salvador no se desviaba para visitar la Academia. Sus seguidores heridos querían verlo y adorarlo, a eso estaban acostumbrados. Pero para eso Makishima necesitaba estar sentado y quieto, algo que no hacía por más de cinco minutos desde que ganaron.

Estaba dando lo mejor de sí, tenía a su lado a Mercy, Endo, Yoleida e incluso a Séneca, seres con diferentes edades que podían apoyarlo. Luzbel fue un soporte en el que debían tener siempre un ojo puesto, al que Astartea tenía muy perseguido. No mencionemos a Azazel, ese ser estaba en la Tierra pero no precisamente para ayudar a la humanidad.

Todo iba bastante bien, hablando en general. Se mantenía diariamente informado de las mejoras de las lesiones de Gabriel, desde hace varias semanas podía respirar con más libertad, sabía que ahora empezaba a volver a caminar sin toser por el esfuerzo.

Si iba a hablar con él tendría que contarle todo lo que hizo y porque era su deber hacerlo, confesarle que era el Escritor del mundo. A lo que Gabriel siempre se opuso.

Pero quería verlo.

Así que fue a verlo.

El tiempo lo cura todo, incluso el dolor que le causó ver a su pareja en el campo de batalla inmóvil y sangrante, con los ojos cerrados, a punto de morir.

¿Pareja? ¿Eran una pareja realmente?

–Gabriel –llamó. Llegó en la madrugada, faltaba casi nada para el amanecer en la Academia. A su petición los Divinos y Demonios guardaron la compostura para no hacer escándalo a su paso. Sabían lo que Él quería, así que lo dejaron a solas con el Divino al que obligaban dormir ocho horas diarias como parte de su recuperación.

Estaba en la habitación, mirando al Arcángel que observaba a la nada por la ventana. Ambos en soledad. Sentándose sobre la blanca cama, consiguió que le mirara, su pecho dolía por los sentimientos de tristeza y felicidad tan revueltos en su interior.

–Te amo tanto –fue lo primero que Gabriel susurró–. Tenía tantas ganas de verte –sonrió con melancolía, muy en el fondo sabiendo que se trataba de otra de sus alucinaciones en sueños–. Te amo –repitió.

–También te amo –dijo sin sonreír–. Quiero concederte una vida conmigo, pero no sé cómo, no lo sé. No tengo ni la más remota idea de cómo hacerlo. Esto tarda mucho.

–Pero podemos estar juntos ahora... ¿no?

–Lo siento, de verdad lo siento tanto –no bajó la cabeza. Lo enfrentaría a la cara.

– ¿Qué pasa? –delató un gesto de preocupación.

–Yo soy el Escritor –soltó. Quería tomar su mano, tal vez no fuera un buen momento.

– ¿¡Qué!? –gritó, pero no sonó como un grito. Terminó por despertarse del todo, pues al tratar de hablar se lastimó de nuevo. Sujetó la herida con una mueca. Makishima de inmediato intentó ayudarlo atreviéndose por fin a apretar su mano–. Miguel solo me dijo que estabas ayudando...

–Por favor tranquilízate –se inclinó hacia él, casi poniéndose encima, al mismo tiempo intentando no dañarlo–. Lo hago por nosotros, así que cálmate ¿de acuerdo?

– ¿Pero por qué?, la idea no te gustaba, se ve que no te gusta –de pronto las drogas, que le había puesto una de las enfermeras Divinas antes de que Uriel entrara, hacían efecto. Comenzó a dormirse de nuevo. Luchó por no caer sin pelea–. ¿Por qué Edgar? Eras solo mío, de nadie más, no del mundo–. Makishima no contestó–. Eres demasiado responsable y no descansarás hasta ver todo en orden y me temo que eso será en unos... cuatro años. No puedo esperar ni un día más.

–Confía en mí. ¿Sí? Haré lo mejor para los dos –se acercó mucho más, recostándose con cuidado sobre el pecho de Gabriel–. Aunque no siempre puedes tener lo que quieres.

– ¿Por qué no? –parecía molesto, las drogas lo volvían adorable. Sus ojos estaban muy dilatados.

–Te estaría mimando –sonrió con cariño.

– ¿Me das un beso? –sabía que a eso, Uriel no podía negarse.

–Los que quieras –lo había pensado mucho antes de llegar, que eso sería lo primero que haría, pero no se sentía digno, sin embargo ahora que él se lo pedía lo hacía más fácil. Cortó la distancia que los alejaba para unir sus labios, eran tal y como los recordaba, suaves y dulces, cálidos y seguros.

–Mi Elohim* –halagó Gabriel entre sueños.

–Solo tú puedes llamarme así –tomó su mano delicadamente, antes de besarla–, si alguien más me lo dijera moriría de tristeza.

Ambos se durmieron en ese momento, agotados.

*****

–No seré más su Escritor –así fue como inició la Segunda Asamblea del año. Uriel había dado el anuncio desde que llegó, aunque luego de quedarse dormido con Gabriel nadie pudo encontrarlo, eran las diez de la mañana cuando los Divinos tomaban sus lugares en el aula de reuniones.

Sus palabras iniciaron una ola de murmullos que se apagó cuando continuó hablando.

–Delegaré este puesto a quien me instó a tomarlo, Mercy –llamó mientras extendía el brazo en su dirección–. ¿Podrías pasar al frente? –no sonreía.

–Oh no, no te atreverías. ¡No te atrevas! –empujó su banca hacia atrás para impulsarse y llegar hasta el Escritor de mirada seria.

–Oh sí que lo harás –extendió los brazos a los Divinos inmóviles, sabía que lo amaban y Él los amaba con TODO su ser, sin embargo no podía seguir en esto–. Ella es incluso mejor de lo que soy yo, estarán en buenas manos y seguirán contando conmigo para lo que necesiten pues, también soy su Hermano –suspiró. Mercy ya estaba a su lado–. Tengo a alguien importante esperando por mí, le prometí pasar mis días a su lado, le debo todo lo que soy y lo que seré, y me temo que me tomaré demasiado en serio esto y lo descuidaré, lo descuidé. Lo siento chicos, los amo.

– ¿O sea?, ¿y yo no tengo a nadie? –bromeó la Divina.

–Tú sabrás equilibrarte, por eso eres la ahora Escritora. Cambia lo que quieras. El mundo es tuyo –sonrió antes de que ella se arrodillara ante Él, se inclinó unos centímetros para dejar el beso que la convertiría en Escritora.

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Elohim.– una manera más elegante de referirse a Dios.

Imaginemos que el que abraza Maki tiene cabello blanco.

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