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53-Tormenta

Día 8

De pronto unas campanas resonaron por todo el lugar, poniendo en alerta inmediata a todos. El estridente sonido llegó hasta Uriel mientras comía rodeado de un grupo de compañeros.

Los había tomado un poco por sorpresa.

Se reunieron de inmediato a las puertas del lugar; ese momento era altamente esperado, pero cuando por fin había llegado les sobrecogió un instante de duda. A las órdenes de Miguel, se reunieron para no perder detalle de lo que pasara. Trajeron en seguida las armas para la batalla; se armaron con gran ímpetu y nerviosismo. Era hora de probarse a sí mismos.

En cuanto a nuestro querido y amado Makishima, sus manos ya sudaban cuando el Escritor comenzó a descender acompañado de su séquito, que consistía en un gran número de Divinos que alardeaban de sus alas con soltura. A diferencia de Yoleida quien era sostenida por Abraham.

Todos los Divinos liberaron sus alas, incluyendo a Uriel. A quien la espada casi se le resbala por completo cuando vio detrás de Rafael aparecer a casi una docena de enormes personas parecidas a estatuas.

–Ángeles –murmuró impresionada la esposa de Miguel.

– ¿Son temibles? –logró escupir Uriel.

–Son bichos gigantes sin un alma o ego, es por eso que no mueren por mucho que ataques. Solo tiene doce, porque no puede controlar a los millones que dejó el anterior Escritor. La mayoría están automatizados para hacer su trabajo en la tierra y el Cielo...

Pusieron atención al Escritor que ya llegaba hasta ellos. A pesar de la gran protección que llevaba encima como armadura, sus pies iban descalzos y tocaron el piso torpemente; sus uñas igualmente barnizadas en negro. No guardó sus alas.

– ¡Vaya! Hacía tiempo desde que no estaba en la Tierra –la primera frase dicha y la Tierra le reconoció para darle la bienvenida. Observó alrededor sin examinar, solo paseando la mirada, topándose con el ejército rebelde, sonrió–. Veo que tienes a Edén–. Makishima le encaró con la espada en las manos–. Aparta esa "cosa" ridícula de mí–. Makishima no obedeció, pero sintió que su arma era un chiste, Edén no se lo permitió ni por dos segundos–. Mis deseos más sinceros son que con una gran batalla TODOS entiendan que no hay otra forma para continuar con vida, más que seguir mi voluntad. Si quieren librar esta batalla se deberá incluir a TODOS. Esto fue lo que acordamos, ahora... los que quieran seguirme, es su momento para recapacitar sobre sus decisiones y escoger lo mejor para sus vidas.

Un silencio de duda danzó entre los menos temerarios y de corazón débil. Algo ya planeado en la inmortal mente de todos.

– ¡Muchas palabras y poca acción! –una voz conocida para pocos, el primer atrevimiento directo contra Rafael.

–Hemos venido porque estamos convencidos sobre lo que creemos –ante todo defenderán lo que poseen.

– ¡Así es! –hasta los más jóvenes estaban preparados y listos.

–No tienes el mínimo derecho para mandar sobre nosotros –cada palabra elevaba sus ideas, no darían su vida por cualquier capricho.

– ¡No te tenemos miedo! –arriesgarse no les atemorizaba.

Pero al Escritor no le preocupaba, la mayoría de los aliados rebeldes nunca le tocarían.

–Pues arderán todos juntos –parecía no haber planeado encontrar tanta contrariedad. Estaba encantado, mientras más muriesen ese día mayor respeto ganaría.

– ¡Rafael! –Makishima tomó la palabra–. Tus acciones no son razonables, te basas en la eliminación de toda una especie para que una supuesta paz implantada con mano de acero sea lo que cubra a nuestro mundo, y que esto pese sobre los humanos. Al final solo traerá más desdicha y corazones rotos...

–Eres igual a mí –continuó como si no escuchara sus palabras–. Utilizarías lo que sea necesario para cambiar TODO. Los humanos son simples juguetes que el anterior Escritor creó para divertirse, y tenerlos bailando entre nuestras manos es lo mejor, son un espectáculo personal. ¡No importa las armas que empuñes en contra de mí! Será imposible que alguien como tú pueda derrotarme. ¿Palabras contra espadas? Es complicado.

–No debes desear más poder del que se te ha dado –parecía que a pesar de todo intentaba hacerlo reflexionar–. Pecarás en avaricia y no eres humano como para concederte tales deseos. Debería ser un beneficio para tus semejantes, para la humanidad, para TODOS.

– ¿Me intentas comparar con mi hermano Luzbel?–. Fue la gota que derramó el vaso. No, el vaso goteaba desde hace mucho. Aquel Ángel de antaño los había recibido cuando el anterior Escritor los hubo abandonado nada más tocar de nuevo la tierra. Más historias complicadas.

–Nadie está hablando de Demonios–. Ver a Rafael fruncir el ceño era nuevo, preocupante.

–Él era uno de los nuestros –rencor añejo, venganza de siglos de planeación.

–Y tú te opones a los planes del anterior Escritor y Editor.

–Él jamás entendió lo que hacía, estuvo equivocado–. ¿Y tú hermano no? Parecían decir los ojos de los Arcángeles. Por fin vio a uno al que extrañaba. Su hermano Gabriel. Le llamó–. ¡Hermanito!

Edgar elevó las cejas, torció la boca y sonrió hacia su amante. Ocultando el tono de molestia fue lo más amable con sus palabras.

– ¿Herma–nito? –preguntó mientras Rafael sonreía, Makishima quiso destruirlo.

–Pensé que te vería de mi lado –confesó el Escritor. Ahora lo demás quedaba en segundo plano, el Arcángel era primordial–. Bueno, pensé que no te vería –dio un paso. No avanzó más, todos los presentes también habían caminado–, no sueles meterte en estos asuntos –recordó el rumor del amante de su hermano, entrecerró los ojos. Sentía el amor entre ellos, tragó. Gabriel no hablaba–. Estúpido. Y además como un Principal.

–Makishima –le susurró Miguel al oído–. Recuerda, ahora mismo, eres tú y a la vez eres todos. Confiamos plenamente en tu voluntad.

– ¡Que sea como ustedes quieran! –despectivo, aquel joven Escritor no se quedaría atrás. Quiso exponer su gran domino, tomándose un momento concentró su poder sobre la tierra para conseguir que ésta cediera una parte de sí misma para la batalla, hizo que el trozo se elevara a gran altura de la Academia.

Todos se sorprendieron por la demostración de autoridad sobre los elementos; mientras que Abraham, intencionalmente se burlaba de Yoleida, acercándola demasiado al final de la ya elevada roca, amenazando con dejarla caer.

Uriel, antes de caminar a defender sus ideales, volteó de improvisto hacia los Divinos que le observaban en pausa, inmóviles, Gabriel entre ellos. Fijando su mirada en él, regresó decidido unos pasos para encararlo.

– ¡Bésame! –ordenó. Nada disgustado pero sí un poco sorprendido, sin hacer preguntas materializó su deseo. Firmemente Makishima le dio un freno–. ¡Nos cubriremos de gloria! –gritó para animar a sus seguidores.

–Déjalos con la boca abierta –dijo Gabriel, y eso que su admiración ya estaba ahí.

Sivis pacem para bellum –Rafael, solemne levantó su protección de fuego e inició el combate.

Antes de hacer algo amenazante, el chico médico levantó la vista al cielo. Las nubes se pintan como si el atardecer estuviese cerca, un lejano rayo anunció que la lluvia caería pronto.

*****

Rafael apareció frente a él en un segundo, y con un golpe en el rostro lo alejó de todos, obligándolo a defenderse. La batalla había comenzado. Makishima aturdido casi suelta su espada, y ya desprevenido en el aire, el Escritor volvió a golpearlo logrando que cayera con mayor fuerza al suelo. Tras caer, se incorpora inmediatamente y con el control que aprendió, intenta cercar en una esfera de Aire a su enemigo, pero este se libera fácilmente.

– ¡Maldito! ¡No toques a Makishima! –gritó el Arcángel menor.

– ¡Gabriel! Aléjate, solo serás un estorbo –Miguel le intentaba apartar por el brazo–. Están completamente a otro nivel. Es su pelea.

Por fin, con un gruñido y una mirada hostil, Gabriel retrocedió.

– ¡Demos caza a esos Ángeles! –dijo para olvidarse de interferir, las huestes del Cielo a su favor contestaron con furor a su llamado.

*****

– ¿Eso es todo lo que tienes? –Rafael siguió ignorando por completo lo que le rodeaba; se impulsó hacia él, con la punta de la espada al frente.

Edgar hábilmente esquivó la filosa espada de Rafael y sin usar la hoja logra darle un golpe en el pecho. Consternado, el Escritor utiliza su Fuego para alejarlo, Makishima no le hizo ningún rasguño pero termina bastante desconcertado por el golpe.

En contestación a su enfrentamiento, Rafael prepara un poderoso Fuego entre sus manos y sin dar tiempo a que su oponente se recupere, lo arroja en su dirección. Por suerte los reflejos de Makishima son de gran ayuda y lo detiene antes de que le haga daño, así con su poder, crea igual varias esferas de Viento y las lanza en contestación, el poder de Rafael es tal que ni siquiera se le acercan demasiado. Se evaporan a varios metros de distancia.

El Escritor, molesto por la falta de acción, se acerca de nuevo hasta él con toda la intención de dar un nuevo golpe en su rostro, aunque nuestro protagonista lo esquiva. Intercambian varios golpes sin que ninguno logre recibir un daño crítico, se separan por metros... y con las espadas se aproximan de frente, es inevitable el choque y cuando llega, permanecen retándose con la mirada, empujando con vigor unos segundos.

Al separarse y volverse a juntar con fuerza, las espadas chocaron destellando por la fricción, logrando que TODOS pusieran su atención sobre cada movimiento, aunque sus propios problemas impiden que sea por demasiado tiempo.

–Makishima, ¿te has puesto a pensar, en todo caso de lograr apoderarte de mí poder, consideras tener la determinación para controlarlo?, con un solo pensamiento serías capaz de matar a toda la humanidad o de destruir la tierra entera ¿podrías hacerlo sin matar a nadie?

– ¿Y tú? –jadeó–. ¿Te crees capaz? –le costaba superar su fuerza, debía alejarse y descansar–. Nadie nace siendo un Escritor –hizo descender un poderoso golpe sobre su hombro.

–No te sirve de nada reinar sobre cenizas –señaló alrededor, esquivando el golpe y poniendo distancia entre ambos. Dando vueltas a su alrededor, volvió a acercarse para golpearlo–. Porque cenizas es lo único que quedará...

–De ti... –Makishima le interrumpió al empujarlo contra el suelo de nuevo–. Solo cenizas.

La batalla continuaba igual de intensa entre los demás Divinos. Sobre todo los que habían decidido enfrentarse contra los Ángeles, que incendiaban los montes cercanos sin consideración alguna.

– ¡Ah! –fue el grito de uno de los que acompañaban a Orson. Un ángel le había aplastado la pierna, su rodilla quedó en una posición anormal. No podía hacer más que gritar mientras se revolvía bajo el gran peso, a sus compañeros les era imposible intervenir, apartaban la mirada, inmóviles desde el suelo. El Ángel los había desarmado en cuestión de segundos, no podían hacerle frente y tampoco tenían la seguridad para levantarse a volver a intentarlo, sangraban por las heridas de la poderosa espada que lentamente descendía sobre el Divino atrapado.

Fue cuando Orson intervino.

Dio un golpe en la cabeza que distrajo al ayudante celestial. Liberando así al Divino, lo entregó a sus compañeros que estaban mejor, con indicaciones de que le llevaran con la Divina melliza, Mercy; ella se estaba encargando de socorrer a quienes habían sido heridos gravemente. Poderes de Agua, sanación en segundos.

Mientras, el otro mellizo intentaba intervenir desde atrás en la pelea de Edgar. Pero de verdad la suerte parecía haberles abandonado. Makishima le vio, aun estando rodeado de varios Ángeles y del propio Escritor, trató de advertirle del peligro.

– ¡Rápido! ¡Aléjate! –ya era demasiado tarde, pero aun así, Séneca obedeció.

–Séneca, estas sangrando –le avisó un compañero cercano luego de unos segundos.

– ¿Qué?, eso es imposible, ni siquiera me to–có... –el dolor en el brazo se extendía hasta su cabeza.

–Idiota, no hace falta que mi espada te toque, tengo mis hilos –Rafael caminó hasta él. Makishima no podía interferir, los Ángeles le bloqueaban el paso, los amigos de Séneca poco podían hacer.

Por el dolor el joven Divino cayó al suelo, gritando, sus compañeros se alejaron aún más. Rafael le observaba desde arriba, sonriendo, a solo un paso de él. Con una gran fuerza lo pateó hasta derrumbarlo en el suelo, pero sin ensañarse con aquel insecto. Alejándose, controló varios pilares de piedra que surgieron del suelo, dañando a varios Divinos tanto a aliados como enemigos.

Por un momento todo fue caos, fuego. Nadie sabía cómo reaccionar en defensiva, intentaban correr en círculos para "protegerse". Y de pronto...

Una cruz de fuego arrebató de su lugar al espadachín de Edén, tomándolo por sorpresa y robándole un jadeo. El fuego amenazaba su piel a cada segundo. 

Rafael poseedor del elemento Fuego lo estaba demostrando con sus elegantes habilidades. Y el Viento de Makishima podía pregonar las noticias de la batalla sin embargo ¿A quién se las daría si TODOS los Divinos se encontraban allí? ¿A los Libros les interesaría?, la fuente de Agua debajo de ellos permanecía inmóvil, sin saber cómo reaccionar y la Tierra, vibraba de indignación, un espacio de ella había sido separado en su totalidad y utilizada de manera tan deplorable, mientras otra parte era incendiada sin consideración.

El Fuego lamía la piel para marcar con estigmas las muñecas y tobillos del chico mitad Divino.

–Tengo poder sobre los mundos, tengo energía ilimitada... y ¿te niegas a creer que puedo salvarles? –declaró el actual Escritor.

– ¡No es libertad! –gritó por el dolor y por la impotencia de no lograr soltarse.

–La libertad es para quienes gobiernan –sonríe plácidamente–. ¡Mira a tu alrededor! Los condujiste a sus muertes –desapareció de su campo de visión para brindarle una vista completa de la escena.

Edgar cerró los ojos intentando no ver, inmóvil no podría conseguir nada y le dolía más su ineptitud que ser quemado vivo. De pronto, su espalda tuvo un tirón, aun mayor que cuando sus ramificadas alas nacieron. El dolor era un dolor maleable hasta ese momento, Rafael situado por detrás de su crucificada figura jala con desprecio de uno de sus nuevos miembros, revolvía sus manos con crueldad y fuerza, sin dejar de apretar los labios por lo duro de la acción, hasta que por fin sostuvo una ensangrentada ala con las manos.

El calor se hizo presente cuando la arrojó por sobre el campo de batalla. Makishima había gritado, pero nadie más que Rafael le oía.

"He sido derrotado, cuando caiga, todo habrá terminado, pasaré como un mal sueño". Esos fueron de los últimos pensamientos dignos que tendría un héroe, y eso era lo que ya no se consideraba el chico despojado de un ala.

Pronto Rafael tomaba la siguiente ala con mayor fuerza. Makishima se tensó en espera del dolor...

– ¡Inténtalo otra vez! –la voz de Verónica apareció de la nada. Era la voz que Edgar había escuchado todas las veces que estuvo a punto de rendirse, la misma que le hizo continuar–. ¡Quítese! –brindó un golpe con el mazo a Rafael, que por un momento se alejó dolido. Ella puso una mano sobre la mejilla del chico inmóvil, sin intentar nada por liberarle–. Makishima te preferimos que a ese sujeto –ella le vio llorar antes de que desvaneciera la cruz de Fuego con el Aire.

De nuevo en todos sus sentidos, no dedicó ni una mirada a las nuevas marcas eternas en su cuerpo, manos y tobillos sellados con estigmas crueles, los de su nacimiento eran reemplazados por los provocados por Rafael. 

Ya iba maquinando mentalmente un plan mientras observaba la lucha de sus Hermanos, pero algo le interrumpió.

–Perdimos a algunos de nuestros hermanos –escuchaba a Rafael animar a los suyos, desde lejos, sosteniendo las pocas plumas que había conservado luego de arrancar su ala derecha–. No deben preocuparse ¡sigan adelante!

Luego, de la nada gran barullo sobrevoló a los confundidos Divinos. Lo que había hecho que Makishima se detuviera en el aire.

– ¡¿Un dragón?! –dijo Endo al ver las sombras rojas que rodearon a ambos bandos–. ¿Qué es esto?

– ¡Son dragones del inframundo! –gritó Javier Zaragoza, y los dragones no habían llegado solos–. ¡Vienen los Demonios!

Nadie se esperaba este movimiento. ¿Eran aliados o enemigos? ¿De quién?

–Están aquí –suspiró Mercy sobre su hermano herido, se lo habían traído y, tras soltar unas cuantas lágrimas, la curación fue por buen camino–. Ya están aquí –su pecho subía y bajaba al diferenciar los preciados ojos negros de la demonio.

*****

– ¿Necesitas otro favor pequeña? –Astartea paseaba sus manos por los desnudos hombros Divinos. Susurraba en sus oídos, con aquella voz que había convencido a tantas almas de seguirla sin dudar. Sabía que no era necesario usarla en la chica, ella había caído por sí misma. Casi al mismo tiempo que ella. Se contuvo de abrir de más la boca, odiaba sus puntiagudos dientes...

–Astartea, no sé qué hacer –Mercy la miraba buscando un consejo, su dorada mirada siempre parecía ardiente oro–. Estoy muy preocupada.

– ¿Qué es lo que te aflige? –la abrazó desde detrás para lograr juntar sus mejillas, las de la Divina ya estaban húmedas. Se apretó más para pegar sus pechos a su espalda, esparciendo su chispeante calor para hacerle sentir protección.

–Habrá una guerra pronto –confirmó–. Muchos morirán y no podremos evitarlo.

–Azazel me ha informado.

–No quiero perder a nadie –miraba al frente, consciente de que toda su piel descubierta buscaba el contacto de Astartea–, todo cambiará si perdemos esta batalla –sus ojos preocupados pudieron contra las defensas demoníacas–. Temo por ti, por Uriel, por Gabriel... hasta por el estúpido de Séneca.

–Todo irá bien –cerró sus ojos para buscar más contacto, un contacto completamente fuera de lo sexual, uno que solo podía obtener de la Divina, ambas se necesitaban.

–Quiero que me ayudes –se separaron para mirarse profundamente, como lo hacían desde hace siglos–. Pídele a tu padre que se una a la pelea, a nuestro favor claro.

– ¿Qué tienes para ofrecer? –silencio, aquel que siempre se formaba cuando ella le pedía algo.

–Yo... –dudó, no era normal que lo hiciera. Astartea curvó una sonrisa que parecía cruel, pero para Mercy era mucho más cálida. Ella sabía interpretar cada facción de la chica.

–No tienes que darme nada –sostuvo su rostro–, ya me has dado todo –sin dejar de mirarla unió sus labios con pasión.

Y el contrato fue sellado.

*****

Azazel caminó en línea recta sobre el lomo del enorme animal rojo, totalmente confiado, a su lado el humano se aferraba con desespero a la escamosa piel de reptil, tuvo que reprimirse de burlarse de él. Era un Segundo Comandante, debía mantener las apariencias como diligente. Cuando el dragón aterrizó el grito del Demonio no se hizo esperar.

– ¡No le mires! –dijo. Había advertido a Yuusuke sobre ver directamente al Escritor, pero el humano se volteó con facilidad para mirar a todos lados.

Antes de que el chico pudiera contestar, cayó de rodillas.

– ¡Demonios! –Yuusuke temblaba mientras observaba al piso sin más opción. Iniciando a glorificar un nombre que no reconoció.

–Te dije que no debías venir –Azazel le ayudó a levantarse con dificultad, dándole la vuelta y poniéndolo a salvo tras la bestia, tenía una pesada armadura para protegerle de algunas posibles inclemencias.

–Es demasiado poderoso –ahora, con bastante escarmiento, Yuusuke prestaba atención al enorme dragón que desplegaba sus alas luego de que descendían para alejarse con otro jinete hacia las fuerzas enemigas. Dejándolo solo con Azazel–, ¿contra esto pelea Makishima?

–No solo contra esto –el Demonio tomó su espada, desplegando sus alas, pocos demonios las tenían... solo los que habían vivido en el Cielo–. Es mucho más que esto –tomó al humano por la cintura–, te pondré en un lugar a salvo y no quiero que salgas hasta que te diga. Recuerda que me juraste obedecer para facilitarme cuidarte de todo –era increíble que esa última palabras de verdad cubriera la infinidad de problemas que los había arrastrado hasta ese páramo de guerra.

–Lo prometo.

El plan era que los animales del infierno entretuvieran a las bestias del Cielo, Ángeles contra dragones. Los animales caían, mientras que las doce figuras celestiales mantenían su número.

Rafael, mantuvo la boca abierta desde que les vio aparecer del centro de la tierra, hasta que el Rey del Inframundo se le presentó directamente, Luzbel. Cerró los ojos para enfrentarse a él.

–Hermano –sus labios estaban resecos pero su frente tenía una película de sudor. Sonrió, desde que el Creador le puso a cargo se le prohibió ver al Ángel de la Mañana, por la adversidad con el Creador y su falta de ayuda contra los Libros. A pesar de no haberlo visto en siglos, no estaba nervioso ¿y porque debería?, estaba rodeado de seguidores y fieles sirvientes, estaba lleno de gloria, pronto sería quien dominara sin límite alguno.

– ¡Hey! –llamó el Adversario. Sus ojos brillantes y alucinantes trajeron miles de recuerdos a Rafael, secretos que le hacían permanecer con la boca abierta ante la silueta majestuosa en que se había convertido Satán. Porque se rehusaba a nombrarlo de otra forma, él había escogido ir en su contra y como tal ese era su nombre.

Aquel ser de odio y maldad había sido su inspiración, pues desde el principio de los tiempos Lucifer se había revelado contra el Creador, consiguiendo su expulsión con miles de seguidores, junto la disminución de su poder, pero había conseguido lo que quería, que era su propio mundo para gobernar y hacer lo que quisiera.

Para Rafael fue más sencillo tener algo increíble como dominación total del mundo, por eso deseaba más, igual quería venganza por tener que cargar con tantas responsabilidades, de cuidar criaturas tan efímeras y débiles. Quería tener en sus manos más, mandar por completo sobre los demás, como si el mundo fuera una casa de muñecas y Él su único propietario.

–Como quieras... –ya no lo hacía por Satán, no más. Su rostro fue piedra, sus ojos fuego y sus labios tuvieron una mueca aterradora.

Le llenaba de ira. Gritó. Y sus dientes crujían, temblaba y lloraba. Pero tenía que seguir sus sueños, su propia voluntad, no había vuelta atrás. No importaba sobre quien debiera pasar para lograrlo. Sacrificaría hasta la última gota de sangre, tanto suya como de sus Hermanos, para continuar.

Luzbel sabía que no podría jamás contra Rafael, su propia condición condenada era débil, por esos sus hermosas creaciones caían ante solo doce Ángeles. Sin embargo, eran más y se basó de eso para cubrirse de la lucha directa contra Rafael. Dirigiéndose a atacar los Divinos que atacaban a sus Hijos.

El Escritor decidió acabar con todo desde la raíz, esto es: Makishima. El estúpido Uriel que no servía para nada. Un ser humano nombrado Edgar, ni Divino o Libro.

Disparó rocas incendiadas directamente a donde sabía que estaba el chico. Makishima las miró caer casi en cámara lenta, pero no era lo mismo para todos.

Unas de esas rocas volaron cerca de algunos Divinos que luchaban cerca de él, entre ellos Yoleida, mientras todos se dispersaban, ella con un rápido vistazo notó que estaba en problemas. Terminaría bajo el peso de una gran roca y no tenía tiempo de moverse, cerró los ojos entregándose al final. Makishima se impulsó con fuerza hacia ella, rescatándola en el momento justo.

Rafael sin dar tiempo a que la dejara de vuelta en el suelo continuó con su ataque. Makishima desplegó sus alas renovadas aún con la chica en brazos, que no estaba acostumbrada a tal velocidad y se mareaba con facilidad. Sobrevoló fuera del trozo de tierra, bajando hasta el límite entre el mar y el cielo, concentrándose demasiado en esquivar las rocas del Escritor y no en hacer el viaje cómodo para Yoleida.

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