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41-Abraham y Yoleida. Intensidad

Su mente se había perdido, sus sentidos estaban congelados ya que el frío de su conciencia era lo único que podía sentir. Estaba aturdido, atado fuertemente y confundido dentro de su propia mente.

Mariah y Kayley, los dos estaban igual de atados. Blanco y negro dentro de él. Alguien se acercaba, alguien con el gris más extraño que había visto. Sus alas eran grises como nubes de tormenta.

No podía ni elevar la mirada a ese sujeto.

–Edgar, la llave reside en ti –podía oír una voz en la lejanía...

*****

–Ahora debes ser valiente ante tu eternidad –Rafael tenía otro de sus típicos monólogos–, cuando lentamente tus conocidos envejezcan y mueran frente a ti –nadie le contestó. Fue entonces que la puerta dio paso a dos figuras que diferenciaban enormemente entre si–. Por fin han llegado, Makishima, estos son tus Hermanos, no son tan puros como tú, ya que ellos odian a los humanos. No me sirvieron para mucho.

– ¿Nos ha llamado Nuestro Señor? –hablaron al unísono mientras se arrodillaban.

–Así es, quiero darles un aviso a TODOS –esperó dos segundos para que entendieran que esto era importante–. Porque ahora mi autoridad también recae sobre lo que desee Uriel, podrá ordenarles a lo mismo que yo.

–Sí, nuestro sumo Escritor–. Todos los Divinos se postraron sobre sus rostros, reverenciando al nuevo Divino que los ignoraba, perdido en su mente.

Nuestro protagonista estaba dentro de un trance, su papel de herramienta no podía ser tomado más literal, dentro de su mente se sentía amarrado y sin la oportunidad de moverse por sí mismo; veía todo como si de una película se tratara. Los observó con la mirada ausente, su conciencia luchaba para no escapar, así pasados unos segundos, pronunció sus primeras palabras.

–Levántense–. Obedecieron de inmediato, luego en dirección a Rafael–. ¿Por qué?–. Él le entendió fácilmente.

–Son de mis más fieles seguidores –continuó motivado por el interés–. Realmente son el ejemplo perfecto de subordinación.

Por primera vez, Makishima examinó a los recién llegados, primero a la niña, que era la que había captado por completo su atención, vestía el camisón típico de seda lleno de detalles así como de encajes, y traía una trenza con su cabello plateado, su piel era blanca y sus ojos eran de un ámbar teñido de azul profundo resguardados bajo unas pestañas claras, notó que temblaba un poco bajo la gran tela. 

El chico, tenía una piel obscura que resaltaba sus ojos dorados, era demasiado alto y tras la túnica se notaba el esfuerzo de un arduo entrenamiento. Le interesaba la historia que iba detrás de esos tan enigmáticos personajes.

–Si mi Escritor lo permite, deseo dar mi opinión sobre este tema –habló el chico del trabajado cuerpo moreno.

–Adelante, Abraham –la molestia cubría el rostro de Rafael. Sabía exactamente que palabras saldrían de su boca.

El Divino de innovador nombre comenzó.

–No creo que este "Mestizo", le sea de ayuda para lo que usted desea. Ya ha discutido con él sobre lo que planea y aún no ha demostrado estar, a lo sumo, interesado.

–Abraham, no digas eso –la joven voz de la chica era un susurro.

–Será mejor que tú no hables Yoleida –volteando hacia su compañera de lealtad–. O debo adjuntar que tampoco me pareces convencida sobre nuestra marcha.

–Eso no es... –temerosa, miró al Escritor que, fastidiado, no parecía estar prestando atención. Intervino para terminar de una vez sus pésimas acusaciones.

–Es suficiente Abraham, tendré en mente tus ideales. No quiero que pienses que no he notado a lo que te refieres, pero considero que nuestro invitado necesita tiempo para dar una respuesta–. Los jóvenes hicieron una reverencia rápida–. En cuanto a Yoleida–. La chica se tensó, no podía tener más de trece años–. Creo que aún es infantil como para complicarse dentro de este tipo de embrollos. Puedes estar tranquila, pequeña –sonrió amable. ¿Cómo podía pasar de un humor a otro con tal facilidad?–. No debes despreciar el sacrificio de tu hermano –consiguió que el rostro de la chica fuera atravesado por una expresión de tristeza–. ¿Qué te parecería descansar por ahora? –habló a Makishima.

– ¿Descansar? –preguntó en automático.

–Por supuesto, tenemos TODO el tiempo del mundo. Literalmente –hizo una seña hacia Mercy, que parecía ser parte importante dentro del séquito de Rafael–. Llévalo al jardín, ahí puede reposar para calmar su mente.

–Sí, Nuestro Escritor –bajó la cabeza servicialmente.

–También –cuando pasó para llevarse al chico le susurró–, no permitas que nadie se acerque a él –la chica siguió esperando a que le explicara–. Necesita aprender quien es su Escritor.

*****

Fue llevado por los tan coloridos lugares dentro del Cielo, el simple hecho de estar ahí ya era motivo para entrar a un estado de tranquilidad, es sabido que todo es mejor cuando puedes ver claramente... y no hay lugar mejor iluminado que el Cielo.

Todo estaba repleto de hermosas estructuras que guardaban libros, armas, reliquias, etc. Nada estaba amontonado, se mantenía en perfecta armonía con los caminos llenos de flores y fuentes de aguas claras, así como calles doradas. Los espíritus que no volverían a la tierra hasta que fuese su momento se mantenían apartados, todos tenían órdenes de no acercarse al joven que deambulaba.

Así fue como Mercy y el chico se encontraban solos al llegar a un jardín con árboles frondosos que parecían tocar... ¿Que está arriba del Cielo? ¿Es correcto decir que parecían tocar el universo?

Tomaron asiento en medio de la vegetación, los animales que ahí habitaban permanecían alejados y atentos a los intrusos, solo una pequeña liebre color miel se acercó hasta acurrucarse en los muslos de Makishima, este ni siquiera la miró. Sin embargo pudo sentir su calor.

–Tú no eres Makishima –la gemela parecía nerviosa, ya que cualquiera que los escuchara podía contarle a Rafael sobre esto, ella quería ayudar a que el chico se adaptara más rápido.

–Lo soy –pero estaba adormecido y la respuesta parecía programada.

–No, él no se comportaría de esta forma.

–Te equivocas –no había puesto ninguna expresión diferente a la que traía ahora, como si estuviera despertando de una larga siesta–. No sabes como soy –acarició distraídamente al peludo animal.

–No me estás escuchando. ¡No solo esto puedes lograr Makishima! –gritó tomándolo por los hombros–. Debes detenerle, solo tú puedes hacerlo, dejarte dominar de esta forma... es cobarde.

Sus ojos por fin mostraron una luz tras sus palabras.

–Mercy –tembló mientras perdía el control de sus lágrimas–. ¿En qué me he convertido? –lloró abrazándola fuertemente.

–En un el ser más hermoso que he visto nunca –respondió con calidez. Mientras el pequeño animal era apretujado sin piedad entre ambos, ninguno lo pudo notar hasta que logró escapar para luego alejarse saltando hasta la otra punta del jardín.

–Quiero ver a Gabriel –confesó observando a su alrededor, identificando muchas señales de que aquel lugar era la inspiración del paraíso.

–No es un buen momento –sonrió bastante forzada–, estoy segura que verte convertido en un Divino no le hará gracia.

–Quiero verlo –insistió–. Aunque también creo que estará molesto. Olvídalo, es mi fin, me quedaré aquí.

–Te ayudaré a bajar, pero debemos mantenernos alejados de él –recogió su rostro y se fijó de nuevo en sus ojos–. ¿Entendido?

–Sí–. Las flores brillaban a su alrededor–. ¿Son radiactivas?

–Tienen luz propia –arrugó el rostro con una sonrisa más relajada–. ¿A que son preciosas?

–La conozco –recogió la más cercana entre sus dedos, sin arrancarla, acercando el rostro al suelo para admirarla desde diferentes ángulos–. Es cempasúchil.

–Cierto, la flor ofrecida a los muertos –lo miró de reojo para repetir la pregunta de días atrás–. ¿Te enamoraste? –sabía la respuesta y esperaba lo que recibió.

–Sí, de un idiota como él. Un desastre, un malvado, irresponsable. Lo amo –pero su rostro demostraba que el amor no era lo mejor que le había pasado. Entendía un poco más de porque los Divinos condenaban este sentimiento sobre todos los demás, por alguna razón todo lo que sentía se había multiplicado y el dolor no era una excepción–. Es difícil, digo, él vino para matarme...

–Y al final se enamoró –terminó la chica.

–Sí.

–Hay algo en lo que estoy de acuerdo con Rafael–. Él le miró lleno de dudas–. En que debes descansar.

Mercy alejó los malos pensamientos por medio de sus poderes, controlar el Agua para curar, la capacidad de arrastrar con una ligera corriente las presiones y malos pensamientos; comenzando con la parte más difícil de ser un Divino, identificarse. Puso una mano sobre su cabeza y... quedó dormido casi al instante.

–No puedo moverme –incluso hablar en voz alta le costaba mucho esfuerzo. Había una persona frente a él. Del gris más inusual que había visto. Ni Mariah ni Kayley podían moverse, inconscientes. La sombra gris se detuvo frente a él, luciendo sus alas sucias–. ¿Quién eres? –estar atado lo volvía indefenso ante el desconocido.

–Yo soy Edgar, aunque ahora prefiero llamarme Makishima... las personas también han comenzado a nombrarme Uriel, pero ese nombre no me gusta. ¿Tú quién eres?

–N–no lo sé.

–Que bobo –su honestidad era un comentario que le hizo llorar. No tenía por qué ser tan duro–. Aunque no creo ser la mejor persona para decírtelo –lo miró llorar y se apiado, suspirando se sentó junto a él–. ¿Sabes?, acabo de abandonar a la persona que más me ha amado en toda mi vida, he matado a mi madre, me he dejado manipular e incluso, he dejado a mis amigos atrás. Le di esperanzas a la persona que amo, aun cuando no era consciente de lo que sentía, fui como alguien que me ordenó salir de su vida hace poco.

–Vaya –el chico lleno de ligaduras mentales estaba asombrado por las vivencias del desconocido.

–Sí, soy una mala persona.

–No lo eres –intentó acercarse, pero seguía sin poder moverse–, si me ayudas puedo ayudarte.

– ¿Y qué quieres hacer?

–Recordar quien soy.

–Pero tú ya sabes quién eres –todos los personajes hablaron con claridad–. Tienes que despertar.

*****

– ¿Por qué esperar a que se adapte? No lo necesitamos –afirmó Abraham con vehemencia.

–Nadie ha logrado abrir el Cubo, y él tiene más posibilidades de lograrlo –Ángelus estaba frente a él, divididos únicamente por la mesa creada con las nubes del Cielo–. ¿Por qué crees que la Historiadora lo trajo hasta aquí? –recalcó con molestia.

– ¿Crees que le han concedido la Luz? –Yoleida estaba en la esquina final, cualquiera pensaría que era tímida pero durante estas sesiones siempre exponía sus dudas y comentarios.

–Nadie lo sabe, no podemos comprender nada de lo que está pensando. Aún no –el chico junto a Abraham tenía varios libros frente a él, iba leyendo mientras escuchaba la conversación.

–Cállense de una vez –contundió Rafael sin necesidad de alzar la voz–. No saben cuánto los odio a TODOS ustedes. Pero eso no quita que el amor nunca deja de ser, no busca lo suyo y no envidia. TODOS deberían ser iguales a él. Ama a todos, a pesar de haber sufrido por nosotros los Hijos Divinos, por los humanos, por su propia raza, incluso Demonios han planeado en su contra. Pero su amor es perfecto, es puro y sincero –la atención subió por él, sin que nadie se atreviera a mirarle a los ojos–. No duden que posee la Luz.

–Aún debemos comprobarlo, Nuestro Señor.

–Ah... –casi podía verse expulsando a todos de sus lugares, pero necesitaba consejos. No era tan estúpido como para no reconocer que debía planificar con cuidado cada paso que diera con el chico.

–Podemos explicarle lo importante que es, y de donde viene; con más detalle –la juventud de las reuniones siempre se expresaba aunque supiera que estarían en su contra; era lo único bueno de tenerlos entre sus aliados.

– ¿Quieren abolir su ignorancia? –considerar sus palabras era pesado, casi doloroso–, ¿creen que es la mejor decisión? Adelante, pronto verán que es un error garrafal.

–Sí, su Sempiterna Bonanza –acordaron los reunidos.

No pasó mucho tiempo para que Makishima se presentara otra vez frente a ellos. Rafael estaba muy emocionado cuando lo vio. Se levantó de su asiento para acercarse de inmediato a recibirlo.

– ¡Miren quién está aquí!–. El nuevo ser seguía inconsciente y se movía de forma aleatoria, en un completo trance. Rafael extendió su mano hacia él, enredadando a su cuerpo una serie de finos hilos entre los capilares de sus brazos y piernas. Los tensó para comenzar con su espectáculo. Movía los dedos para que el cuerpo del chico se moviera–. ¿No es esto divertido? –movió los hilos para simular la respuesta afirmativa del chico.

Abraham carraspeó a su lado, Rafael rodó los ojos para soltar las ligaduras del chico. Este caminó hasta ponerse a su altura, nadie decía nada y era incómodo estar así, pero cuando Rafael iba a decir algo, Uriel habló.

– ¿Un cubo? –aun inconsciente, lo vio. Un artefacto cuadrado que estaba falto de decoraciones planas, colgaba de la cadera del Escritor.

– ¡Oh! Este juguete, estaba entre una de las cosas que legó el anterior Editor, aunque aún no he conseguido hacer que "eclosione" –lo sostuvo entre ellos–. Se supone que tiene la capacidad para controlar a los humanos, Demonios, Ángeles, Divinos e incluso Libros. Es el dominio total de este mundo, de los planetas, del sol. Algo aburrido la verdad –explicó–. Algunos lo añoran tanto que debo tenerlo cerca de mí de esta forma –señaló el colgante que tenía a un lado. Sin tomarle importancia lo dejó balancearse antes de tomar entre sus brazos al Mestizo y como si de una muñeca de una muñeca de trapo se tratara, lo paseó, sujeto de la cintura, por el gran salón que se iluminó ante la presencia de la pareja–. Bailemos un poco, seguro que te animara –hizo que una de sus manos rodeara su cuello y que la otra se aferrara a la suya elevándola, así siguió sujeto a su cintura. Solemne procedió a pasear por entre los Divinos–. Olvidarás tus penas entre mis brazos.

Mientras giraban por el lugar, la conciencia de Edgar pensaba en muchas cosas. Gabriel ocupaba un gran espacio dentro de él, lo veía en el rostro de los Divinos que sin un ápice de sentimiento los veían danzar, lo recordaba susurrando esas dulces frases que seguro había escrito hacia siglos atrás para otros amantes, lo recordaba diciéndole "te amo". Un momento, lo dijo. ¿Verdad? Cerró los ojos pensando en la calidez y nervios que sentía cuando estaban juntos.

Rafael le creía perdido entre los giros que daban en el salón, azorado por su cercanía, poco conocía que el corazón del Divino–Libro lejos estaba. Confiado de su poder sobre el neófito, le propuso lo que siempre había rondado por su cabeza.

–Entonces. ¿Acabarás junto a mí a los Libros? –antes de terminar siquiera la pregunta supo la respuesta. Al fin y al cabo era un Escritor, se suponía que sabía TODO. Bueno, casi TODO.

Ante la amenaza que representaba el Escritor para el nuevo Uriel, el Cielo en apercibimiento, se coloreó de negro; con la esperanza de que se separaran a tiempo, el Aire también susurró palabras de advertencia y la tensión carcomía el ambiente.

–No, no lo haré –comenzó Makishima–. No tiene sentido lo que quieres. Los Libros no son animales, son seres pensantes que pueden seguir las normas. ¡Se expresan y sienten!

Rafael no perdía ni ganaba furia, todo lo que sentía era lo que se podía sentir, su rostro no cambió, permaneció neutral. Eso fue lo que preocupó a lo que les rodeaban. 

Apretaba con saña la mano del chico.

– ¿Y te crees capaz de irte así como así? –lo arrojó con impaciencia contra los muros del Cielo, este se iba oscureciendo cada vez más, sin saber cómo reaccionar frente a la batalla. Rafael extendió el poderío escondido en sus alas, utilizándolas para ir frente a Makishima, quien trataba de levantarse; Rafael le impidió moverse de nuevo, pateándole repetidamente en el suelo–. ¡No te muevas! ¡No puedes moverte! –reía enfermizamente.

El hierro en la sangre de ambos se derramaba, uno más lastimado que otro. Uno lastimado por golpearlo.

– ¡Piensa! ¡Rápido! ¡Muévete!

– ¡Levántate!

–Y se suponía que eras mejor que él...

– ¿No harás nada?

–Que débil.

–Patético.

–Mediocre.

– ¿Por qué no te mueres?

Los Divinos gritaban sin levantarse de sus asientos, confundiendo más a Edgar. Trató de bloquear los mensajes sin importancia, su mente fue perdiendo conciencia de sus actos. Eso que desde que entró de nuevo a la sala del trono estaba medio inconsciente.

Rafael, como buen Escritor, solo observaba la reacción de sus súbditos, tomando una rápida decisión. Dejó que el Libro–Divino se desmayara sin darle un golpe más.

–Mercy –jadeó por la emoción. Esta respondió a su llamado, inclinándose ceremoniosamente, casi hasta tocar el suelo con el rostro–, soy consciente de tu traición, el cisma que provocó Uriel es demasiado grande así que llévate a los tuyos fuera de mi palacio. Pero quiero que antes, decidas por él –señaló al chico inmóvil en el suelo–. Dime una fecha, hora y un lugar para acabar con esta... situación.

–Al mediodía del décimo día del octavo mes, en... –contestó en automático mientras levantaba el rostro retrocediendo ante Él.

– ¡Así sea! –sentenciaron los presentes. No TODOS, unos ya dudaban de a quién de los candidatos a Escritor debían seguir.

Los rebeldes que habían seguido a Mercy al reconocimiento de Uriel como Arcángel, comenzaron a acercarse para ayudar a levantarlo, el joven no tardó en poder abrir los ojos de nuevo. El número de insurgentes era mínimo, en total, doce Divinos frente a más de ciento sesenta rivales.

–Ni siquiera hace falta que dejes algo para obligarte a cumplir tu derecho –dijo el Escritor–. Débil.

–Pelearé Rafael –uno de sus ojos se mantenía cerrado, el cuerpo le pesaba y apoyarse en Mercy terminaba por darle un mal aspecto–, contra alguien que solo espera a que los demás luchen sus batallas.

–Mira quien habla –le dio la espalda para caminar paso por paso–. Márchate perdedor, que cambio de opinión.

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Abraham^^^^^^^^


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