23-Hiromi. Deseos
La melancolía llenaba su rostro, sentado en las sillas de uno de los largos pasillos, con la mirada sobre sus manos y tratando de mantenerse estable. No se podía permitir dejarse llevar por sus sentimientos. Necesitaba dejar la tristeza atrás.
–Makishima –uno de los doctores a cargo del área de pediatría le hablaba–. ¿Qué haces fuera de tu zona? –inquirió con mala cara–. No es hora de descansos, tómate tu trabajo más en serio.
–Enseguida, lo siento –dijo antes de levantarse y comenzar a alejarse.
–Con esa actitud matarás a tus pacientes –soltó de forma brusca–. Concéntrate en hacer tu deber, por favor.
–Lo siento, lo haré de inmediato.
–Lleva esto a la planta baja –ordenó dándole unos papeles–, son informes para las enfermeras.
–Es que... –ser mensajero no era parte de su trabajo.
–Hazlo rápido –dio la espalda y caminó de regreso a las habitaciones–. Luego quiero que vuelvas, necesito hablar contigo.
–Está bien.
–Señor, ¿podría ser más amable con el doctor Makishima? –una de las enfermeras que vio la escena, aunque un poco nerviosa, encaró al médico–. Acaba de perder a una paciente importante.
–Nunca he buscado que me reconozcan por mi amabilidad –no prestó mucha atención a la joven y continuó con su camino. Otra enfermera, que había visto el acto de su compañera, se acercó para continuar con la plática que el médico había abandonado.
–Parece que acaba de regresar de un importante congreso, no está muy feliz. Nunca lo está, solo es consciente con sus pacientes.
–Nadie lo esperaría de un pediatra –suspiró. Ellas debían continuar con sus actividades–. Pobre doctor Makishima... ¿qué le dirá ahora?
*****
Luego de entregar el papeleo, Makishima dio vuelta para encontrarse con Hiromi en la sala de espera.
–Sígueme –dijo el doctor Hiromi.
Salieron del hospital y cruzaron hasta el parque. Se sentaron muy juntos en una de las tantas bancas, no había muchas personas y el atardecer brindaba un lindo espectáculo, pero Makishima no registraba nada. En su mente solo flotaba una frase: "Tú la mataste", sacudió la cabeza, no fue su culpa.
–Y vendrán cosas peores, dice la biblia –un grupo de ancianas pasaba justo frente a ellos. Murmurando en su dirección.
Desconcertado el médico miró a su acompañante, éste le miraba detenidamente y había cruzado un brazo justo por detrás de él. Con demasiada confianza.
– ¿Te pasa algo? –comenzó el pediatra.
–No, para nada, solo me duelen un poco las uñas –Makishima mintió nervioso. ¿Por qué se sentía así? Justo titubeaba por haberlo acompañado, había salido de su ensoñación y caído en la cuenta de que estaban solos.
No es que se llevaran mal, Makishima no se llevaba mal con nadie, pero no era de la persona que esperaba algún tipo de "apoyo". ¿Quería burlarse o su interés era real?
– ¿Puedo ver? –tomó su mano para examinar sus uñas–. Están un poco largas, pero fuera de eso se ven bien, saludables–. Su contacto le produjo a Makishima una oleada de calor, el médico que lo sostenía rozaba sus uñas con extraña preocupación–. Tienes unas manos muy suaves.
–Es que soy doctor –bromeó aún más nervioso, pero sin atrever a alejarse.
Hiromi condujo su mano hasta sus labios; casi como si depositara un beso sobre ella. Otro estremecimiento.
–También huelen bien, dulce. ¿Sabes?, tienes unos ojos muy bonitos –se aproximó, como cerciorándose de su afirmación.
–G–gracias, Hiromi –silencio, un gran silencio fatigoso–. Por cierto... –intentó quitar la incomodidad que traía, pero su compañero le interrumpió.
–Espera, tienes una pelusa en tus pestañas –señaló, todavía no soltaba su mano. Makishima la recuperó lentamente.
– ¿Dónde?
–Cierra los ojos, te lo quitaré.
Con inocencia, obedeció.
–Vale –medio segundo después de hacerlo, sintió como alguien le jalaba desde atrás, haciendo que cayera de espaldas sobre los arbustos del parque. Nada evitó que rodara varios metros, pues la zona donde cayó era empinada–. ¿¡Qué!?
*****
– ¿Qué habría pasado si no hubiese llegado? –Gabriel, fue el responsable de hacerlo caer y llenarse de ramas, hojas y tierra.
–Nada, idiota –rio con libertad–. ¿De qué te preocupas? –habían dejado pasmado y sin explicación a Hiromi, incluso ya habían entrado al trabajo de Maki.
– ¿Cómo sabes que no va detrás de ti en otro sentido?
–Imposible, jamás nos hemos llevado bien. Espera ¿qué otro sentido?
–No te enterarías, ni te darías cuenta, eres demasiado despistado como para entender las miradas que lanza en torno tuyo –al caminar a su lado desapercibidamente dentro del hospital los días pasados, consiguió encontrar a ese sujeto como alguien sospechoso, siempre estaba con los ojos puestos sobre el Libro.
– ¿Ah?
–Cómo te mira.
–Te digo, ¿de qué te preocupas? Sería imposible, él no me ve de esa forma –es más, le parecían graciosas sus sospechas.
–Creo que entiendo porque te odia entonces –gruñó al darse cuenta de lo imposible de hacerle entrar en razón.
–No te entiendo nada–. El Divino solo pudo guardar silencio–. Mi turno termina a las doce. ¿Volvemos?
Gabriel inició primero con la vuelta.
*****
Regresando por la acostumbrada calle después de su día de trabajo, la oscura vía ofrecía un espectáculo de sombras, después de que el turno de la noche pareciera sería eterno. Caminaban juntos, Gabriel con un cigarrillo en la boca y Makishima encogido de hombros. Los faros de los automóviles venían frente a ellos, algunos llegaban a deslumbrarlos cegándolos ligeramente.
Todo iba en parcial silencio en la tranquila noche.
–Compraré bebidas –informó el médico–, ¿quieres algo?
–Café caliente.
–Vale, creo que pediré... chocolate –cruzó la calle hacia la máquina expendedora, y en segundos ya estaba de vuelta con las bebidas envueltas en su camisa–. Cambié de opinión al último minuto –había optado por una leche de fresa.
Pasaron unos minutos apoyados en una pared, solamente bebiendo ante la fría oscuridad del cielo. Makishima terminó primero y dejó la caja vacía en el bote de basura.
– ¿Quieres? –el Divino le ofreció su lata media llena.
–Si –sacó la lengua inmediatamente después de probarla–, sabe a cigarrillos.
–Ya sé.
Frente a ellos apareció otro auto con las luces altas a pesar de no estar en carretera, fuera de eso no llamaba la atención. Pero al pasar a gran velocidad junto a ellos y después saltarse los semáforos en rojo que seguían delante. Makishima constató con un fuerte dolor en la cabeza, en el dorso de la mano derecha y sobre su pecho, que aquellos sujetos –posiblemente extranjeros– les habían arrojado cosas desde el auto en marcha.
De la sorpresa del ataque, soltó la lata medio vacía. En completa confusión miró hacia Gabriel, quien tenía un huevo explotado en la cabeza y otro sobre su chaqueta.
Él médico no pensaba con claridad, no podía. Se sintió humillado y avergonzado, no pudo hacer nada para evitar que esos chicos se salieran con la suya, el ardor en ambas zonas le intentaban robar lágrimas que se negó a derramar en la calle. Incómodo se fijó en que Gabriel no se había movido ni un centímetro. Pero notó sus mandíbulas y manos apretadas a manera de intentar contenerse.
–En este momento iré y les romperé algunas cosas –clavó sus ojos encendidos en los húmedos del chico y no pudo mantener la compostura–, espera aquí un momento –susurró.
Extendió sus blancas alas, iluminando parcialmente la calle. Los peatones que por desgracia también habían sido alcanzados por los atacantes, fueron privados de la capacidad de vislumbrar tal esplendor.
Gabriel había reaccionado así porque su orgullo se había visto burlado. ¿Cierto?, ¿acaso estando solo hubiera dejado pasar a los mundanos humanos? Había reaccionado demasiado violento, perdiendo el control de su faceta seria y calmada. Lo que pasara con él no era prioridad, nunca lo había sido, no había actuado por él. Por el chico con los ojos húmedos.
En su posición, Makishima pudo ver como Gabriel daba alcance a los que se divertían tan incomprensiblemente, en solo cuestión de segundos. Apartó la mirada demasiado dolido, solo podía posarla en el suelo. Por fin el shock iba pasando, se movió lentamente retirándose las cáscaras del cabello, de la mano y de la camisa, no era un dolor para morir, pero la situación no era para menos.
De pronto, otro coche pasó para estacionarse junto al inmóvil chico, el conductor bajó su cristal.
– ¡Hey! –habló para llamar su atención–, ¿necesitas algo?, ¿quieres que te lleve?
Pero Makishima ni siquiera pudo contestar ya que, tan rápido como había desaparecido de su lado, Gabriel regresó. Dispuesto a ir de inmediato hasta la casa del Libro.
–Aléjate –gruñó hacia al desconocido. Tomó al chico de la camiseta y siguió su camino, ahora, desconfiando de cada auto que se les aproximaba de frente.
Ya resguardados de cualquier violenta situación dentro del hogar del Libro, procedieron a tomar un turno para deshacerse de la ropa sucia y darse un baño caliente. Gabriel insistió en que Makishima fuese primero, en un intento por ser delicado.
Solo y en la ducha caliente, Makishima se relajó. Agradecido por la repentina amabilidad del Divino, se dispuso a encontrar una pomada detrás del espejo de baño, y no pudo evitar en constar que las marcas en su espalda seguían tan presentes como siempre.
Gabriel tomó su turno y cuando salió, Makishima insistió en poner la pomada sobre su pecho, aunque era más que obvio que él ni siquiera había sentido nada de nada.
Como había salido de un turno de trabajo terrible, sumado a la repentina ducha que amasó su cuerpo entero, sus ojos no podían estar más reconciliados con sus párpados. Se dormía lentamente sobre el sofá, intentando recobrar fuerzas para caminar hasta la cama.
Gabriel se había preparado un café en cuanto salió de bañarse, no estaba dispuesto a dormir; al regresar a la sala, encontró al Libro dormido sobre el sillón, claramente rendido ante el sueño. Se acercó hasta él, asentando la taza azul sobre la mesa frente al sillón, se sentó en el suelo frente al chico; observaba sus ojos cerrados, su respiración tranquila y pausada. Lentamente se inclinó hacia él y depositó un beso sobre su cálida frente, sintiendo el cosquilleo en la nariz por su delicado aroma.
– ¿Qué estoy haciendo? –susurró... acobardado–. ¡Tch! –se alejó de él, saliendo al balcón y encendiendo un cigarrillo con desespero. Pasó toda la noche frente a las estrellas, intentando olvidar lo que había hecho.
*****
Su cuerpo se balanceaba en una calle completamente a oscuras, exceptuando la luz que brillaba natural desde el cielo. La luna iluminaba con delicadeza sobre él; confundido por encontrarse solo, giró la cabeza para identificar a alguien o algo. No había nadie, así que comenzó a caminar por las calles. Entre la oscuridad la ciudad poco a poco se le tornó conocida, fue caminando hasta llegar a la playa.
Cuando llegó a la orilla del mar, el sol comenzó a aparecer por el horizonte, maravillado y cautivado por igual, se sentó en la fría arena.
Luego volteó la cabeza buscando algo que no tenía claro que era, fue cuando vio a Yuusuke caminando hasta él y sin decir nada este se sentó a su lado. Todo parecía tan real, que cuando Yuusuke recorrió su mejilla con delicadeza, se estremeció por el contacto. Sin casi darse cuenta sus labios terminaron juntándose.
–Te amo –murmuró Yuusuke al separarse. Makishima tenía cerrado los ojos, saboreando el momento.
–Y–yo también te... –cuando abrió los ojos para hacerle frente, se encontró frente a los ojos ambarinos del Divino–. Estás demasiado cerca –se quejó, a quien sin decir nada se lanzó sobre sus labios, poniendo todo su peso sobre él. No podía apartar los ojos, estaba sorprendido y totalmente perdido. No hablaba y no le daba tiempo para quejarse–. Gabriel –intentaba separarse, el miedo le invadía y no lograba alejarlo. Sus labios, las caricias, el calor, todo seguía tan vívido. Comenzó a jadear. Tuvo la necesidad de seguir el ritmo del Divino.
Pero una gran fuerza y aleteos los separaron de improvisto, un millón de alas oscuras cubrían su visión. Eran mariposas color negro. Acompañadas de un mensaje.
– ¡Tú la mataste! –gritó la ya conocida voz femenina.
*****
Rodó fuera de su cama hasta que terminó en el suelo. Desaliñado y babeando se despertó confundido. ¿No se había dormido en el sofá? Miró hacia un lado, el Divino seguía dormido, sonrió al recordar el sueño. Decidió no tomarle importancia y se levantó del suelo saliendo del cuarto.
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