22-Sorata. Milagros
Una visión alegre, todos disfrutaban del hermoso viaje, y más porque se trataba de uno familiar, el único que faltaba en el auto era su padre, pero ¿qué se podía hacer si tenía trabajo?
De pronto, después de desesperados gritos de advertencia, el auto explota justo después de caer fuera de la carretera; tras haber precipitado a todos los pasajeros lejos del ahora destrozado cubo de metal.
Ella tenía granitos de tierra en la cara; la caída había dejado los cuerpos arruinados, las llamas los ocultaban, pero sabía que no podían estar completos, no después de chocar contra las filosas piedras al final del barranco. Solo podía observar, era como ver una película a través de una vieja pantalla llena de interferencias.
El rostro que ocasionó el accidente permanecía entre una distorsión oscura, peinado con una melena plateada y unos ojos que congelaron su alma, sin siquiera recordarlos el sentimiento permanecía. No había nada que se hubiese podido hacer en contra de las acciones de ese trágico desconocido...
Luego, a mitad de la noche, sudando y atemorizada, despierta después de ese terrible sueño, parte de sus recuerdos, inmovilizada y sin oportunidad de refugiarse de los fantasmas que ahora son sus familiares.
–La muerte –abrazada a sí misma, bajo las sombras de aquel solitario hospital. Mariam y su débil alma–, la muerte vendrá por mí –solloza dentro del silencio. El miedo aguardaba para apoderarse una vez más de sus jóvenes sueños para convertirlos en pesadillas.
*****
A la mañana siguiente recibió la visita de su padre. El hombre que velaba día y noche por ella, quien reza por su recuperación y oculta sus lágrimas en cuanto entraba a su cuarto, quien le trae libros nuevos cada semana y evita hablar sobre temas dolorosos.
– ¿Cómo está, doctor? –después de pasar y platicar por alrededor de treinta minutos con ella, tiene que regresar a su trabajo. No sin antes interrogar de nueva cuenta al médico–. Ella estará bien, ¿no es así? –su rostro es el del hombre, ese hombre que daría la vida por su hija.
–Nuestros cuidados han sido los adecuados desde que ingresó –contestó tan ambiguo como siempre–. Y sus mejoras son realmente alentadoras, conserve las esperanzas de que se recuperará –finalizando con su típica opinión personal. Los recursos para mantenerlo cuerdo y con fe de ver a su hija recobrada.
Alentado, el hombre pudo marcharse en paz. Pero como en cada circunstancia sobre la que no tenemos control, la duda picaba sin remordimientos.
*****
Luego de hablar con el padre de Mariam y pasar un rato con ella, salió al pasillo donde, fue sorprendido por un grito.
– ¡Makishima! –Mia, fue hasta él para saltarle encima–. No puedo creerlo –todavía sobre él no pudo evitar echarse a llorar.
– ¿Mia? –contrariado intentó no entrar en pánico, jamás la había visto así–. ¿Q–qué pasa?
–Mi padre, mi padre planea casarme –continuó sin apartarse. Hablaba con hipo–. Un matrimonio arreglado. ¿Puedes creerlo? ¡En pleno siglo XXI!
–Pero. ¿Por qué? ¿Con quién?–. Aferrada a él, parecía que planeaba no soltarlo.
–Con un sujeto llamado Kanon, no lo conozco y tampoco entiendo la actitud de mi padre. Dice que es para unir lazos con una empresa farmacéutica, ese sujeto es hijo del dueño. Obviamente no quiero –por fin se separó para mirarlo a la cara, desconsolada preguntó–. ¿Qué puedo hacer?
–Pues, ah...–había sido tomado totalmente desprevenido. No sabía qué contestar.
–Vendrá hoy, quiere conocerme. Tradicionalmente hubiese sido una cita arreglada, pero ¡me habló por teléfono! Dice querer ver a qué me dedico... ¡No quiero!
–Mia, tranquilízate, por favor –se concentró en limpiar sus lágrimas con la manga de su bata–. Esta no eres tú –le sonrió cálidamente, transmitiendo paz con sus palabras–. Siempre te he visto como una mujer fuerte, tranquilízate un momento.
–Gracias –apartó el resto de sus lágrimas por sí misma y ambos se sentaron en un espacio vacío para visitas–. No sé qué hacer, tengo mucho miedo –confesó pasado un rato.
–No puedo creerlo de tu padre.
–Yo tampoco, me tomó por sorpresa hace un rato.
Makishima puso una mano sobre su hombro con fuerza.
–Dices que vendrá, tienes la oportunidad de conocerle.
–Pero no quiero...
–Mia, no creo que tu padre tenga la intención de hacerte infeliz, puedes intentarlo–. Vio como ella dudó. Que le pidieran hacer eso la ponía nerviosa, Makishima tenía razón, esa no era ella–. Escapar no es una opción –juntaron sus miradas, haría lo que fuera para impulsarla a actuar–. No pierdes nada con hablar con él, todo irá bien–. Ella solo asintió–. Ya lo verás.
–Está bien –suspiró y luego sonrió–, lo intentaré.
–Así se habla.
*****
Pasó el tiempo y el médico estuvo solo en el hospital durante toda la noche, sin Gabriel, sin Mia ésta última solicitó un permiso para salir con Kanon. Como hija del Director General se lo concedieron de inmediato. Sin nadie... hasta que, mientras llenaba un informe en uno de los gabinetes, recibió una llamada al teléfono de la oficina, era una enfermera de su área.
–Doctor, será mejor que venga de inmediato. Habitación 57.
–Enseguida –colgó para salir deprisa. Era el cuarto de Mariam.
Corrió por el pasillo hasta la sala de enfermeras, una de las cuales le esperaba. Al verlo llegar le indicó que la siguiera.
–E–en cuanto entramos. Nosotras, nos dimos cuenta de que ella estaba mal–. ¿Por qué el pasillo eran tan largo?–. La intentamos reanimar, tuvo un ataque cardíaco.
– ¡Tch! –ansiedad.
–Recomendaría que informara a su padre, de inmediato.
– ¡El hombre se fue hace siete horas! –desesperación.
–Lo sabemos.
–Sigue tu camino –miedo.
Abrieron la puerta, y la chica no podía estar peor.
No respiraba, no se movía, mantenía los ojos cerrados.
Experiencia, esa que había salvado a tantos, ahora condenaba a la chica sobre la camilla. Sabía que era imposible hacer algo por ella, pero su conciencia no le dejó descansar. Se unió al grupo de enfermeros y al doctor Bam, que por suerte había llegado primero; reanimación, masajes, distintas miradas hacia el medidor del ritmo cardíaco, el silencio fue eterno...
Mariam, dieciséis años, fallecida a las tres con siete de la mañana del décimo noveno día del mes en curso.
*****
–Mariam había tenido una gran recuperación–. Ahora el padre, había venido para recibir las noticias, para hablar sobre lo que no había visto, para verla sin vida, para quedarse solo. Lloró a mitad de las palabras del doctor, tuvo que arraigarse al piso con las manos–. Sin embargo su corazón aún se encontraba bastante débil, tanto emocionalmente como física–. No podía creerlo, ¡debía ser una maldita broma! Su hija, su bella hija ¿¡cómo había pasado esto!?–. Las arterias que conducían el oxígeno del corazón a los pulmones tenían un coágulo que se desprendió, por lo cual falleció a las tres de la mañana. Es inmediato, y la causa es un coágulo hepático.
–Escritor, Escritor... –susurraba con temor–. ¿Cómo?... –el hombre continuaba ahogándose en lágrimas.
– ¿Qué dice? –el joven doctor se acercó para escucharle mejor.
– ¡¿Cómo no pudo evitarlo?! –rabia pintaba su semblante. A Edgar no le sorprendió, y dejó que siguiera llorando, pasado un rato vio cómo se levantaba con lentitud–. Ella... –continuó–. ¿Ella sufrió? –esperanza, pisoteada, arrancada, muerta y fría sobre esa camilla.
–No –simple, lo que antes predicaba con libertad, la recuperación... fue una mentira–, estaba dormida.
El padre se alejó para irse, para seguir con su vida; destrozado y solo. Todos se apartaron de su camino, sin tener las palabras necesarias para su corazón.
Mientras que aquel joven médico solo podía verle marchar.
–Necesitaba un milagro –caminó de vuelta a su gabinete, susurrando palabras–. El Escritor no tiene nada que ver con esto –sentado y solo, deseaba poder retener esas lágrimas. Todo estuvo en sus manos–. Fui quien no le permitió un milagro, es mi culpa.
Destrozado de las acciones externas, no pudo más con las lágrimas y tuvo que entrar al baño para lavarse la cara y las manos. Su reflejo parecía igual de recriminatorio. Jamás se perdonaría no salvarla.
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Nunca me ha gustado matar personajes, porque siento que estoy matando a gente real, pero creo que esto es necesario para entender que la vida es algo pasajero, que terminará tarde o temprano. Todos la hemos vivido directa o indirectamente, tarde o temprano llegará.
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