18-Gabriel. El Inmortal
–Lo sé... tal vez si soy complicado –Edgar reflexionó para sí–. Creo que te aburrí –bajó la mirada–. Me callaré por ahora.
–Te callarás, porque ahora tú me escucharás a mí –con esa afirmación consiguió que el Libro levantara la mirada para reclamar con alguna tonta oración. El Divino le cubrió la boca con la mano–. ¿Entendido?–. Asintió asombrado por el contacto.
–Demasiadas bromas para mi gusto, ¿podrías volver a ser el típico sujeto que da miedo? –hablando contra su mano, desconfiaba por su cambio de actitud.
–Solo que... –pasó de la recomendación–, necesito de un poco de ayuda para hablar, así que tomaré algo fuerte o en su defecto, podemos ir al balcón a fumar. Esto saldrá en el examen, así que es mejor que lo recuerdes todo correctamente –dijo fríamente al soltar sus labios de su palma.
–No tengo nada –se levantó para poder abrir las ventanas y luego sentarse de nuevo a su lado–. Solo por escucharme, te permitiré fumar... un poco.
–Que considerado –carraspeó para dar un toque dramático
*****
Para comenzar, mis padres fueron personas normales que habían logrado escapar de los Libros con sus escasas habilidades de campesinos; todo fue gracias a que vivían alejados de las ciudades, pocos viajeros visitaban sus puertas y mi padre no tenía necesidad de salir en busca de trabajo, pues todo lo que necesitaban estaba dentro de sus tierras, junto a su tranquilidad. Eran épocas de juglares y reyes, princesas, cruzadas y herejes, en pocas palabras, de muchas batallas. Creo que sería el año 100 o 400 antes o después del año 0, no recuerdo bien –miró la oscuridad en los ojos de su oyente–. No soy bueno con las fechas.
Tiempo después de que todo comenzara, fue que cayeron en cuenta de la situación. Mi padre, temiendo por el bienestar de su pequeña familia, persiguió el sueño de quienes escapaban de las grandes concentraciones de gente rumbo a otro continente, un lugar de difícil acceso para los Libros. Claramente temía por el futuro, pero lo que más le preocupaba era lo que le sucediera a su hijo que contaba con apenas tres años de edad.
Tampoco tenían en claro que era lo que sucedía y lo que hacía que tantas personas se movieran tan drásticamente. ¿De que escapaban? Con quienes se reunirían tiempo después tampoco supieron darles una respuesta clara. Los rumores eran basados en otros rumores. No se podía confiar de la información de la gente con la que se encontraban, ya que todo parecía estar siendo manipulado por la raza de los Libros. El miedo era el pan de cada día, los orillaba a comportarse fuera de lo normal, a pensar solo en el bienestar propio, a decidir que todos eran sus enemigos. Estaban paranoicos.
Mis padres caminaron por mucho tiempo, hasta que por fin lograron unirse a algunas personas en las que poder apoyarse mutuamente. No tenían una forma sencilla de reconocer a un Libro, así que dibujaban en las tiendas y en sus cosas el símbolo de cada familia, guardaban distancia con los extraños. Además de llevar diarios explícitos, se marcaban los unos a los otros y tenían coartadas de todas sus actividades, nadie podía estar solo. Su grupo solo fue aumentando y aumentando.
A pesar de sus complejas formas de intentar de mantenerse con vida, jamás lograron confiar plenamente. Mi padre se convirtió en el líder de su movimiento e intentó guiarlos lo mejor posible, aunque esto le llevó a descuidar a su esposa e hijo, quien murió apenas a los cinco años. No logró sobrevivir a la extrema rutina.
Debían desplazarse de un lugar a otro para intentar alejarse del crecimiento del reino de los Libros. Cada vez era más complicado conseguir alimentos y moverse sin toparse con alguien que pudiera delatar su desconocimiento a los Libros de la zona. Se volvían locos con cada ruido repentino, pero siguieron su objetivo sin dudar, sin oponerse, hasta que consiguieron cruzar el mar y llegar a un continente menos habitado.
Su grupo se había vuelto más grande y eso les ponía alerta. Pasaban listas y contaban a todos, tenían pulseras y números para marcarse. Todo muy complicado sí, pero habían conseguido un orden casi perfecto. Como medida preventiva, trataban que todos supieran sobre letras y números, que se conocieran correctamente entre ellos. Era un ambiente demasiado estricto.
Se estresaban de manera abismal, sin saber con certeza cómo protegerse correctamente. Agobiados iban de un lugar a otro, peregrinando en busca de un lugar deshabitado y fuera del alcance de los Libros.
A punto de desechar sus esperanzas. Una noche llegó su salvación.
Mi madre estaba con otras mujeres recolectando comida en un páramo, tenían un rango de búsqueda pequeño y un tiempo determinado, así que se dieron prisa. Cuando ya regresaban, algo llamó su atención, era una hermosa flor que resplandecía sobre todas las demás con ayuda de la luna. Dicen que todas las presentes pasaron de ella, excepto mi madre, quien cautivada por su belleza, la cortó delicadamente. En ese momento una voz habló desde lo alto, poniendo en alerta a todos los adultos del prado.
Dijo claramente: "Los humanos están enterrados en esta tierra, sus vidas me pertenecen, tomarlos y separarlos es mi deber. Sus corazones me detestan y olvidan, aun así seré fiel a mis creaciones brindándoles poder". Luego de eso descendieron una docena de Ángeles al prado. Ellos explicaron con detalle el destino que se criaría dentro de sus familias durante ese año.
Mi padre siempre quiso concebir otro hijo, después de haber perdido al primero y pasado un largo año, con esta oportunidad al alcance, decidieron probar las palabras de salvación de su Eterno Escritor.
Les fue bien, nací y crecí como esperaban que lo hiciera. Disfruté el tiempo en que estábamos protegidos por los Ángeles que el Escritor nos dedicó; nuestro cabello blanco fue marca de nuestro engendramiento espiritual, aunque mis padres tenían cabello castaño. Los de la comunidad no me daban un trato preferencial solo eran amables y respetuosos; mi padre me educó y enseñó lo más que pudo, ya te imaginas... un guerrero líder de toda una aldea, cuidando del pequeño que era en esos años. Mientras que mi madre me contó de todas las historias que conocía y también de las cosechas, la época de lluvias, a pescar, etc.
Todo hasta que cumplí los diez años. Edad en la que tuve que acompañar a los Ángeles al Cielo. Tenía varios compañeros y durante el camino conocí a muchos más, venían de todas partes del mundo, todos de mi edad y con el cabello plateado. Los Ángeles nos llevaron en brazos ya que nosotros no podíamos volar, abrieron un portal en el aire y pasamos por el.
Sabíamos que no volveríamos a la Tierra en mucho tiempo, y que cuando lo hiciéramos no podríamos hacerlo para estar con nuestros padres. La infancia había terminado para nosotros, demasiado pequeños, mimados y sin el entendimiento de las cosas.
Lo dejamos todo por los sueños de nuestros padres, la meta era vencer a los Libros y tener de vuelta una vida "normal". Habíamos nacido en un mundo donde los niños no eran una bendición, sino una carga que casi ningún padre podía darse el lujo de cuidar. Catalogados como una nueva esperanza, pusimos nuestra confianza en los que nos enseñaban.
Fuimos recibidos por un gran Escritor, le conocimos cara a cara. No podría describirte lo que sentí en ese momento, pero su apariencia era como la nuestra... no sé bien cómo decirlo, solo sé que era muy similar a nosotros, en más de un sentido. Al estar ahí, frente a él, me di cuenta que por más que quisiera mejorar, por más que entrenara, jamás llegaría a ser tan imponente como él, era tan perfecto y luminoso. Era todo un ser de gloria.
Dijo que nos nombraría de nuevo conforme a nuestro desempeño, fuerza y devoción. Según entendí, nuestras almas habían sido preparadas para ese momento, así que lo único que ocurriría de verdad era que recibimos de regreso nuestros verdaderos nombres. La explicación me pareció demasiado sencilla como para que un chico de mi edad la entendiera.
Entrenamos con total celo, nos entregamos en cuerpo y alma para poder fortalecernos en unión. Pasamos años en el Cielo... muchos, no podíamos contarlos bien pero lo veíamos al reflejarnos en el agua de los estanques que habían en el Cielo. Ya no éramos niños, creo que en cierto sentido, nunca lo fuimos. Mis recuerdos en detalle de lo que vivimos ahí son muy nítidos.
Así como intuirás el elemento natural que cada Divino puede controlar es el Fuego, es el más importante en nuestro trabajo, pero podemos desarrollar otros elementos como Agua, Tierra, Aire y de los cuales derivan otros como el Trueno, la Luz, la Oscuridad, el Metal, el Magma, etc. En lo personal el Fuego siempre fue bien recibido por mis dedos, logré congeniar con el con gran facilidad.
Cuando pudimos dominar por completo nuestro poder y teníamos nuestro potencial en alto dejábamos de envejecer; la mayoría lo hacía tras tres décadas de entrenamiento, otros en dos décadas, y solo yo lo conseguí en dieciséis años. Por fin, nos llamaron de vuelta a la presencia del Escritor.
Personalmente no creo en un Escritor ni en un Diablo con poder infinito, a pesar de que les conozco perfectamente. Solo creo en espíritus, quienes somos nosotros dentro de esculturas de carne, o de piedra, o fuego... depende que seas –regresó al tema.
Pero bueno, nos llamó por nuestros nombres, nos conocía perfectamente, y nos renombró según nuestro poder y habilidades. Nombró como principales a varios de nosotros, en orden de poderío: Uriel, Rafael, yo y Miguel, seríamos superiores a los Ángeles y a los Divinos, éramos conocidos como Arcángeles. Nos dijo unas palabras para explicar el concepto de Libro, que al igual que todo en la Tierra eran sus creaciones, etc., etc. Dio instrucciones de cómo pasar nuestros dones a nuestros hijos, en teoría todo lo que sabíamos según nuestros Ángeles.
Fuimos enviados a cumplir con nuestras tareas como principiantes. Íbamos corriendo por el mundo en pequeños grupos, luego en dúos y por fin partimos en soledad. Aunque al principio no sabíamos cómo hacer nada, así que el Escritor se ofreció a guiarnos aún más, nos dio unos libros en los que se escribía el destino de nuestras víctimas, y nosotros procedimos a obedecer. Las conocemos como las Dádivas.
Ahora todos los humanos que conocían sobre los Libros han olvidado nuestra nueva especie también, permanecemos ocultos. En sus mentes solo existe el Escritor, su Hijo el Editor, su Espíritu Historiador, el Diablo y los Ángeles; pasamos al olvido durante todos estos siglos. No estábamos solos, porque nos teníamos a nosotros y al mismo tiempo no queríamos ser conocidos, no sabíamos que buscar.
Pasé años viajando por el mundo, pero siempre volvía a un solo lugar, a mi hogar. Mi familia también había olvidado todo lo relacionado conmigo, pero los conservaba unidos a mi corazón. Regresé innumerables veces solo para mirarlos desde lejos, veía como hacían su vida. Como florecía una nueva vida entre ellos; se trataba de una hermosa niña de cabello color chocolate, sería mi hermana adorada. La protegí durante muchos años, la seguí toda su vida, cuidé a mis sobrinos, a mis sobrinos nietos... los seguí por muchas generaciones. No envejecía, pero mi alma crecía cuando les veía partir de este mundo.
Lo bueno es que mis padres, al olvidar todo sobre mí, también borraron sus preocupaciones con los Libros, librándose de sus estresadas rutinas. El Escritor les brindó una nueva vida y era una de las mejores que jamás hubieran podido desear.
Mis deberes con ellos terminaron cuando ocurrió un gran incendio que consumió hasta los cimientos de sus hogares.
Sin embargo eso que había guardado por tantos años, a pesar del cuidado que les brindé... alejándoles de peligros, tuve que ausentarme muchos años por una misión contra cierto Libro que había fundado su propio país... dejé a mi Ángel de confianza para que velara por ellos como lo haría yo. Pero ese ser programado para servir tanto al Escritor como al Adversario, lo arruinó todo–. El Libro aún le miraba–. Cuando volví todas las casas de la ciudad estaban prendidas en fuego, casi asesino a ese Ángel. Por esa razón no me han enviado de vuelta a ese país.
Mis hermanos han mantenido un número determinado siempre, hasta el final de nuestros días seremos los únicos. Me han puesto un ridículo sobrenombre que detesto –trató de no decirlo, pero habló–. Me dicen Gabriel el Inmortal, porque no sé morir –golpeó su nariz.
Pasé mis siglos vagando por este mundo sin preocupaciones serias, nunca me enfrente a un verdadero reto, simplemente veía pasar la vida de los seres a los que estaba destinado a proteger. Traté de entender lo que me habían arrebatado al separarme de mi familia, me imaginé muchos finales en una vida como humano, una vida normal.
Igual conocí de primera mano a varios representados monarcas, algunos eran Libros y otros mostraron sus respetos a nuestro trabajo, claro que después eliminamos sus memorias. En mi preferencia siempre estuvieron los grupos y pequeños poblados, así como despreciaba a la clerecía, trataba de encargarme de Libros que estuviesen entre los campesinos.
Viajé por todo el mundo.
–Y en teoría, es todo... mis 2000 o 4602 años de vida, resumido...
–Tú sí que lo simplificas todo. ¿Cuándo comenzaste a fumar? –preguntó el Libro. El Divino miró el cigarro que sostenía con la mirada perdida en su pasado.
–No lo recuerdo, creo que una vez trabajé con unos ¿mercenarios?, y ellos fumaban mucho. Tenían como capitán a un Libro muy hábil –suspiró–, fue un dolor de cabeza aquel tipo. No había una sola persona en su campamento que no tuviera como ciento cincuenta memorias implantadas, todo un estorbo. Al final era que los había vuelto fumadores, así que cada vez que les daba cigarrillos estos se creaban con memorias, un absoluto caso de serie; me encargué de él con ayuda de mi compañero Miguel. Mucha sangre, muchas vísceras, cabezas rebanadas y pues había más Libros que no habíamos logrado identificar dentro del campéate –dio una bocanada al cigarrillo–. Todo un festival.
–Me revuelves el estómago –se miraron por unos segundos–, ¿algo que te gustaría agregar? –preguntó temeroso.
–Nunca fui a la escuela, y amo los claros recuerdos de mi infancia, como cuando mi padre me alzaba a sus hombros, intentando que tocara el cielo... –junto al silencio y el humo que les rodeaba con una última bocanada Gabriel apagó el cigarrillo en su propia mano, para marcar el final de la conversación.
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Debo confesar que soy fan de la historia de vida de Gabriel, ¿a cuánto tienes que sobrevivir para que te apoden el Inmortal?
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