The Cod-Ed Killer
Edmund Emil Kemper III, más conocido como Edmund Kemper, es un asesino en serie estadounidense al que también se le conoce como El asesino de las colegialas, que estuvo activo en la década de 1970.
Nacimiento: 18 de diciembre de 1948, Burbank, California, Estados Unidos
Padres: Clarnell Stage, Edmund Emil Kemper II
Abuelo: Edmund Emil Kemper, Sr
Hermanos: Allyn Lee Kemper, Susan Hughey Kemper
Apodos:
El asesino de estudiantes
El asesino mixto
El cazador de cabezas
Años activo: 1972 - 1973
Cargos criminales: Homicidio, Canibalismo e incesto
Era tan solo un adolescente cuando Edmund Emil Kemper III, el nombre real del conocido asesino en serie Ed Kemper, mató a tiros a sus abuelos. Aquella rabia y odio contenidos no eran nuevos. Tampoco la explosión en forma de violencia. Ya desde edad temprana evidenció su naturaleza sádica y despiadada.
Una de sus primeras “víctimas” fue la gata siamesa de la familia, a la que mató y enterró en el patio trasero de la casa. Después sacó su cuerpo, le arrancó la cabeza, la clavó en un palo y la colocó en la cabecera de su cama. Su intención: dirigir sus oraciones a ese tétrico altar. Una de sus mayores fantasías: convertir a las personas en muñecos… y con los años, lo hizo realidad.
Para Ed la muerte y el sexo estaban completamente ligados. De hecho, en una ocasión, llegó a confesarle a su hermana Susan que la única manera de poder besar a la profesora de la que estaba enamorado era matándola primero. No fue la única muerte que se imaginó. También la de su padre, electricista de profesión, que pese a sentir una profunda admiración también fantaseó con su asesinato. Hubo más comportamientos…
Como cuando mutiló a una de las muñecas de su hermana Ally. Les cortó la cabeza y las manos. “Tenía unas tijeras, una máquina de coser. Cogí las tijeras, le arranqué la cabeza a la muñeca y me dije: ‘volverá a colocársela de nuevo. Es como si no le hubiese hecho nada’. Así que cogí las tijeras y le corté las manos y le dije: ‘toma, ahora tienes un juguete roto y yo tengo otro juguete roto’. Aquella fue mi respuesta”, recordaba el propio Ed. Tenía ocho años.
A esta edad también escenificaba su propia ejecución ayudado por sus hermanas. “Solía entretenerse con juegos muy morbosos con sus hermanas. Jugaba con sus hermanas a la silla eléctrica, atándolas a un sillón. O al juego de la cámara de gas”, asegura el experto en asesinos en serie Stephane Bourgoin.
Aquel comportamiento anómalo tenía un origen que él mismo reveló ya de adulto: los continuos desprecios y malos tratos a los que fue sometido por parte de su madre Clarnell. Su padre intentó defenderle, pero ya era tarde. Ed, oriundo de California, sufrió la estricta educación materna donde el sexo era visto como un pecado.
Clarnell temía que el niño pudiese violar a sus hermanas, así que lo desterró a dormir solo en el sótano. Estas circunstancias y el desarrollo de una patología psicológica generaron en él un rencor hacia las mujeres. Principalmente hacia su madre.
La única forma de “mejorar” fue viviendo con su padre en Los Ángeles. Pero Guy, como le apodó la matriarca, tampoco encajaba en el colegio. Todos le evitaban. Su gigantesca altura era, en parte, la responsable. Las burlas eran un continuo. Así que el padre decidió llevar al adolescente a la granja de sus abuelos en North Fork. No quería ocuparse de él, la madre tampoco… y los abuelos decidieron ayudarles con la educación de Ed.
Sin embargo, la abuela era un calco de su madre: manipuladora y una maltratadora emocional. De ahí los asesinatos. Aquel supuesto arrebato no había hecho más que comenzar. Porque cuando el sheriff de la localidad le preguntó el por qué de aquella aberración, su respuesta fue: “Me preguntaba lo que sentiría al matar a mi abuela”.
Tras la exploración psicológica del menor, los expertos le diagnosticaron que padecía una esquizofrenia paranoide. Así fue recluido en el Hospital del Estado, en la ciudad de Atascadero. Un recinto especializado en agresores sexuales y en criminales con problemas psicológicos del que salió con 21 años. Era 1969.
Aquel gigante de dos metros, 130 kilos de peso y un coeficiente intelectual de 145 -es decir, el de un genio-, volvía a casa. A la de Clarnell. Había logrado ocultarse bajo la apariencia de un paciente modelo que, mientras ayudaba como secretario del personal psiquiátrico, alimentaba un odio visceral hacia su madre.
Tras matar a sus abuelos a tiros, su tercer crimen llegó el 7 de mayo de 1972. Después de una monumental bronca con su progenitora, cogió el coche y condujo en busca de una nueva víctima. Era las cuatro de la tarde cuando dos estudiantes del Fresno College State, Mary Ann Pesce y Anita Luchessa, se subían al vehículo del que sería su verdugo. La idea era llevarlas a la Universidad de Stanford, pero tomó una carretera secundaria y terminó por llevarlas a un lugar solitario.
Cuando las jóvenes se percataron que algo raro pasaba, le preguntaron: “¿Qué es lo que quiere?”. A lo que Kemper sacó su pistola y respondió: “Ya saben lo que quiero”.
Primero encerró a Anita en el maletero, para después, vejar y matar a Mary Ann. Le cubrió la cabeza con una bolsa de plástico e intentó estrangularla con un cinturón. Pero se resistía demasiado, así que “le pasé la hoja de la navaja buscando el lugar aproximado del corazón y le atravesé la espalda. Luego ella se giró completamente para ver, o para proteger su espalda, y yo le clavé la navaja en el estómago”. Fueron varias puñaladas hasta que “le empujé la cabeza hacia atrás y le hice un corte en la garganta. Perdió el conocimiento inmediatamente”.
Desde el maletero del coche, Anita escuchó los gritos de auxilio de su amiga. Sabía que correría su misma suerte, que Kemper no la dejaría machar con vida. Y así fue. Su forma de acuchillarla fue, inclusive, más violenta y sádica que con Mary Ann. Pero matar no era suficiente. Ed condujo hasta su piso e introdujo los cuerpos. Los fotografió con una cámara Polaroid y guardó las fotos de recuerdo.
Después, decapitó sus cuerpos y violó sus cadáveres y sus cabezas. Luego los desmembró, guardando los pedazos en bolsas de plástico. Al día siguiente, condujo hasta Loma Prieta, la montaña más alta de Santa Cruz, y enterró algunos de los restos. De otros se deshizo en algún vertedero. Pero no solamente enterró sus cadáveres, sino que visitó el lugar y la tumba en varias ocasiones. Él aseguraba que amaba y necesitaba a Mary Ann.
Y es que tras salir del psiquiátrico en Atascadero, su única obsesión fue recoger a autoestopistas. El número de mujeres haciendo autostop había aumentado, y Kemper tenía la necesidad de recogerlas en su coche.
Aunque su presencia provocaba un rechazo inicial -recordemos su gigantesca altura y que lucía un estilo hippie de pelo corto con bigote largo-, tener un pase de la Universidad de California que daba acceso a todos los campus generaba en las chicas cierta tranquilidad. Quién iba a pensar que aquel muchacho tan amable, correcto y educado era en realidad un serial killer.
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gatito_noir
Ella fue quien me pidió investigar sobre el asesino
Espero les halla gustado.
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