CAPÍTULO 5
—¡Por Azriel! —exclamó el chico al que acababa de derribar, mientras su voz se elevaba hasta no ser más que un desagradable chillido que me perforó los tímpanos. Su cabello, negro como las plumas de un cuervo, se le pegaba a la frente empapada en sudor, y el cuerpo, apresado bajo el peso del mío, le temblaba como una hoja atrapada en medio de una ventisca—. Vale, está bien chaval, cálmate. No voy a hacerte daño. —Aseguró en un intento por calmar más sus nervios que los míos.
Necesité de dos respiraciones profundas para convencerme de no arrearle un puñetazo en toda la cara. Si había algo que no iba a consentir, ni siquiera cuando había perdido todo lo demás, era que me tratasen como a un niño indefenso.
—Por supuesto que no vas a hacerme daño. Soy yo el que tiene un puñal sobre tu yugular —le recordé con frialdad, y diciéndome a mí mismo que por muy aliviado que estuviese de que no fuese un Oscuro, no por eso debía fiarme más de él.
Tragó saliva fuertemente, y el movimiento de su nuez subiendo y bajando provocó que el filo de mi puñal cortase ligeramente su piel. La sangre descendió por su cuello, y mientras sus ojos se encharcaban, sentí una punzada de culpabilidad, algo que no había experimentado ni la primera vez que había encontrado un pequeño e indefenso conejo en una de mis trampas.
—¡Seth! —gritó alguien, consiguiendo sobresaltarnos a ambos, y haciendo que volviese a apretar el puñal, que casi sin darme cuanta había retirado, nuevamente contra su cuello.
De detrás de los arbustos aparecieron corriendo dos niños que a lo sumo eran un año mayor que yo. El más bajo tenía el cabello castaño, aunque casi tan oscuro como el chico al que había derribado, y sus regordetas mejillas tenían un fuerte tono rojizo, bien por la carrera que se había dado o bien por la situación en la que nos encontrábamos. Sus ojos negros, volaban frenéticamente desde el chico tendido en el suelo, cuyo nombre debía de ser Seth, hasta el puñal en mi mano.
El otro chico tenía el cabello algo más largo y tan claro como el color de la plata líquida, cubierto con una boina que le daba un aspecto refinado. Sus ojos, de un gris ceniza, a pesar de que mostraban algo de preocupación, no parecían tan alarmados como los de su compañero. Es más, la postura despreocupada de sus hombros y la forma en la que mantenía las manos en sus bolsillos, lo hacían verse casi relajado.
—Noah, Thomas, ¡os dije que os escondierais hasta que yo regresara! ¿¡Cómo os atrevéis a desobedecerme de esa forma!? ¡Sinvergüenzas, si salimos de esta os voy a enseñar yo a respetar a vuestros mayores! —les riñó Seth, mientras se ponía tan rojo, desde el cuello hasta las orejas, que pensé que estaba a punto de estallar—. Mocosos desconsiderados, uno hace de todo por ellos para que vengan y... —Siguió refunfuñando bajo mi atónita mirada, olvidando que lo seguía apuntando con un arma, como si eso fuera secundario a su desproporcional enfado.
Sin previo aviso, el chico regordete empezó a llorar desconsoladamente. Las lágrimas corrieron por sus mejillas como las aguas de un torrente, y su aflicción fue tal, que me descubrí a mí mismo en la extraña necesidad de consolarlo, de igual forma que querrías arrullar a un recién nacido para frenar su llanto.
—Por favor, no le hagas daño a nuestro amigo —balbuceó tratando de contener un puchero sin éxito, e ignorando el incesante monologo del amigo en cuestión.
—No llores Noah, estoy seguro de que este chico es buena gente. Apostaría mi brazo derecho a que no nos hará daño —aseguró el que debía ser Thomas, el de la boina sobre los cabellos plateados, mostrando una sonrisa y una confianza dignas de admirar. O dignas de alguien que acaba de salir de un loquero.
Entonces, con toda la seguridad del mundo, dio unos pasos hacia adelante, quedando a escasos centímetros de mí y su abatido amigo y, sin perder la sonrisa, me tendió una mano.
—Me llamo Thomas Birdwhistle, y estos son Noah Lieberman y Seth Labelle —se presentó, señalando a los susodichos tras acomodarse la boina—. ¿Tú también te has perdido?
—¡No te acerques! —gritamos Seth y yo al unísono, él presumiblemente para protegerlo, y yo para prevenir que intentase hacer algo.
Pero lo cierto es que la escena en sí me pareció más bien ridícula, y aunque las excéntricas personalidades de aquellos chicos me dejaron descolocado, la verdad es que tenían pinta de todo menos de peligrosos, así que con un suspiro retiré el puñal de la garganta de Seth y me aparté de él. Aun así no envainé mi arma por si acaso. Esa inocencia, que rozaba casi la estupidez, bien podía ser solo un truco para hacerme bajar la guardia.
—¡Seth! —exclamó Noah tirándose encima de él en cuanto me aparté, y abrazándolo con una familiaridad que me hizo sentir fuera de lugar por un momento—. ¡Estás sangrando! —Observó, para acto seguido ponerse de pie y perderse entre los árboles sin decir una palabra.
Los otros dos no parecieron encontrarlo tan extraño como yo, y por un segundo me planteé el estar soñando. ¿Qué otra cosa podía explicar sino la extraña actitud de aquellos chicos? ¿Los Oscuros, todo lo que había ocurrido?
—¿Lo ves? —dijo Thomas sonriente mientras se acercaba a su amigo y le tendía una mano—. Sabía que era una buena persona.
—Tú siempre lo sabes —concordó Seth agarrando la mano que le ofrecía y poniéndose en pie.
No pude evitar retroceder un paso al reparar en la enorme altura del chico. Me sacaba al menos dos cabezas, y eso que yo era alto para mi edad. Tenía facciones delicadas y una mirada noble, y recuerdo que pensé que si me pidiesen la descripción del rostro de uno de esos príncipes de cuentos de hadas, habría dado su nombre. Era obvio que debía ser mayor de edad, aunque aún conservaba algo de la inmadurez de la adolescencia. No sé cómo narices me las había arreglado para derribarlo, aunque dejando de lado su estatura no parecía muy fuerte, y la delgadez de su cuerpo le aportaba un aspecto casi frágil. Sus extremidades eran largas y se movía de forma torpe, haciéndolo parecer incómodo en su propio pellejo.
De detrás de los arbustos volvió a aparecer Noah respirando entrecortadamente y con los mofletes incendiados. Con pasos cortos pero rápidos, se acercó al mayor y le tendió algo que este se colocó en el cuello, justo en el sitio donde le había cortado.
—¿Restigas? —pregunté al reconocer la planta, cuyo dibujo había visto en uno de los libros que me había regalado mi padre.
—A menudo la gente las desprecia por su aspecto, tomándolas por malas hierbas, pero entre otras cosas son muy útiles si se quiere frenar una hemorragia —explicó Noah con voz cantarina mientras se acercaba a mí y me tendía una, provocando que lo inspeccionase confuso—. Tienes un corte en la mejilla. —Señaló desviando sus ojos negros.
Conmovido y sorprendido a partes iguales ante el gesto del chico, cogí bruscamente la hoja que me ofrecía y murmuré algo parecido a un gracias.
—¿Estás solo? —me preguntó Seth mientras se acercaba a nosotros y acariciaba afectuosamente el cabello oscuro de Noah.
—Sí —contesté incómodo—. ¿Vosotros?
Al lado de aquellos chicos me sentía casi un salvaje. Tampoco había pasado tanto tiempo desde que había tenido una conversación amigable con alguien, pero de alguna forma parecía que habían pasado años. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Me alegro de que aún no os hayan destripado? ¿Siento haber estado a punto de rajarte el cuello? No parecía muy acertado, desde luego, por lo que opté por averiguar de dónde venían y si estaban acompañados.
—Eso me temo... Podría ser peor, sin embargo —añadió Seth al ver mi expresión. Tal y como había imaginado, las cosas no habían ido bien para el resto de la capital—. Por lo menos seguimos vivos, lo cual puede no significar nada, pero también lo puede significar todo.
—¿De dónde venís? —le pregunté yo secamente.
No estaba de humor para escuchar tonterías filosóficas en aquellos momentos.
—De una villa al este de la capital. Somos vecinos de toda la vida. Thomas vio que... ¡Ay! —Noah fue interrumpido por un codazo de Seth, quien, sonriéndome nervioso, continuó con el relato.
—Thomas vio una bengala roja. Sabía lo que significaba, así que decidí que lo mejor sería que fuésemos hacia el interior, llegar hasta Luarte. Solo por precaución, ya sabes, lo más probable es que los hayan frenado, no conseguirán llegar muy lejos.
Luarte era el nombre de la ciudad central de nuestra capital, además de darle nombre a la misma. La gente solía referirse a las capitales por el nombre del asentamiento más grande de éstas, el lugar donde residía el grueso de la población, aunque también había algunas aldeas, villas y poblados esparcidos por el interior de las murallas. La mayoría de la gente no había salido en su vida de los muros, salvo tal vez, para meterse en los de alguna otra capital.
—No tenéis ni idea de lo que habláis —escupí enfadado—. Los Oscuros ya han llegado hasta aquí. ¿Qué creéis que ha pasado en esta casa? —Señalé hacia los escombros. Los tres se volvieron prácticamente al unísono—. Dudo mucho que nadie, salvo tal vez el Ejército Imperial pueda pararlos, y sois unos estúpidos si pensáis lo contrario.
La brusquedad con la que había hablado provocó que Noah se encogiese tras Seth, quien me dedicó una mueca de reproche como las que hacía mi madre cuando me descubría haciendo algo que me había prohibido. Thomas permaneció boquiabierto, tan pálido como su cabello. Por primera vez esa confianza que parecía inundarle se desvaneció por completo, y su mirada se ensombreció, dejando poco más que un rastro del chico de hacía unos momentos. No obstante, solo necesitó de un instante y una sacudida de cabeza para recuperar la compostura, y aunque no llegó a sonreírme, sí que me miró comprensivo, como si no fuese más que un chiquillo que no sabía lo que decía.
—Mira, no sé qué ha pasado aquí, pero es obvio que te ha afectado. Puede que de alguna forma hayan conseguido entrar en nuestra capital, pero Luarte es seguro. Todo saldrá bien —aseguró tendiéndome su mano.
—¡Claro que no saldrá bien! —grité apartándolo de un manotazo—. ¿Es que no me has escuchado? Son demasiado fuertes, no hay forma de pararlos.
—Pero la Guardia Interior... —insistió él.
—No pueden hacer nada. No hay suficientes y no están preparados. No para esto. La única oportunidad que tenemos es que no hayan conseguido entrar muchos —dije negando con la cabeza.
—Nuestras familias —dijo Noah saliendo de detrás de Seth—. Fueron a Luarte hace unos días. Si de verdad los Oscuros llegan hasta allí...
Sorprendido, bajé la cabeza evitando los oscuros ojos de Noah. Aquellos chicos no eran muy diferentes a mí, lo habían perdido todo, y aun sabiendo lo que se sentía no hice nada por tratar de mejorar su situación.
Antes de que pudiese disculparme, Thomas dio un paso hacia adelante, y de nuevo con esa actitud despreocupada volvió a quitarle hierro al asunto.
—No somos tontos —aseguró clavándome sus ojos grises—. Puede que haya pocas posibilidades, pero si hay alguna, debemos intentarlo. Todo es posible si crees fervientemente en ello —aclaró con una intensidad en la mirada que casi bastó para convencerme de que lo que decía no era una completa locura.
Pero por mucho que quedase un rastro de duda, las posibilidades eran mínimas, y si estaban equivocados, yo sabía que el precio que pagarían sería demasiado alto; sería el final para ellos.
—Si vais ahí y los Oscuros os descubren, no regresaréis con vida —sostuve, sabiendo el tipo de final que enfrentarían si yo estaba en lo correcto.
—Tal vez. Pero tenemos que hacerlo. Nuestras familias están ahí, tenemos que verlo con nuestros propios ojos. ¿Tú no lo harías? —me preguntó Noah.
Sus ojos, a pesar de ser tan negros como el azabache, transmitían una claridad apabullante, e incapaz de mentir a alguien que parecía tener la palabra honestidad plasmada por todo su rostro, opté por guardar silencio, consciente de que en el fondo tenían razón, que de haber estado en su lugar, yo habría hecho exactamente lo mismo. En cambio dirigí mi mirada hacia Seth, con la esperanza de que al ser el mayor pudiese impedir que se encaminasen a una muerte segura. Él vaciló durante un momento, pero acabó suspirando y agachó la cabeza resignado.
—No voy a dejarlos solos —aseguró negando con la cabeza, su oscuro flequillo peinando su frente. Me quedó claro que no había nada que él pudiese o quisiese hacer.
—Ni siquiera sabéis donde está Luarte —les recriminé como último recurso—. Estáis yendo en la dirección contraria.
Thomas y Seth se volvieron hacia Noah, confusos, quién también parecía francamente sorprendido, pero al cabo de un momento se voltearon los tres hacia mí con aterradora sincronía, escudriñándome escépticos.
—¿Estás seguro? —cuestionó Seth pestañeando un par de veces—. A lo mejor eres tú el que se ha perdido.
—Pues claro que estoy seguro —solté con desagrado—. Este es mi bosque, mi hogar, me lo conozco como la palma de la mi mano. Estáis yendo hacia el sur de la capital, y Luarte, como es evidente, está en el centro de esta.
—Pero Noah nunca se equivoca, él siempre encuentra el camino correcto —murmuró Thomas rascándose la cabeza.
«Chalados» pensé alzando una ceja. «Están los tres chalados»
—Bueno, en ese caso, ¿nos puedes, por favor, indicar el camino? —pidió Noah sin atreverse a mirarme a los ojos.
Y aunque me pareció una locura, la peor idea del mundo, acabé señalando la dirección correcta. No era mi vida, ni tampoco mi elección, por lo que no podía simplemente imponer mis propios deseos y esperar que los aceptasen.
—Gracias —contestó Seth, sus ojos azules brillando con sinceridad—. ¿Tú que vas a hacer? ¿Tienes familia en algún lugar? Si no es así podrías venir con nosotros.
—Que tengáis suerte —dije a modo de despedida, poniendo el puñal de vuelta en mi bota.
Me sentía extrañamente exhausto debido a aquellos chicos y a su sobrecogedora esperanza.
—Lo mismo digo —añadió mientras las comisuras de sus labios se curvaban ligeramente hacia abajo—. ¡Y gracias otra vez!
Al iniciar la marcha, de nuevo solo con mis pensamientos, no pude más que ponerme a cavilar en que una parte de mí, más grande que pequeña, deseaba ir con ellos. Deseaba llegar a Luarte y ver que no todo estaba perdido, que aunque los Oscuros habían conseguido atravesar los muros y llegar hasta allí, habíamos conseguido frenar su ataque, que al final los que habían sido cazados eran ellos. Puede que incluso me topase con el Oscuro que se había llevado a Katherine, aunque dudaba mucho que fuese por ahí arrastrándola con él. Entonces tal vez era más productivo buscar por la zona en la que la había visto por última vez.
Antes de darme cuenta estaba quieto en el sitio, incapaz de decidir qué era lo mejor. De nuevo me sentí inútil, toda la determinación que había reunido unos momentos antes, desapareció por completo.
Sacudí la cabeza. No iba a dejar que ese tipo de pensamientos me detuviesen. Tenía un objetivo, y haría lo que hiciese falta para conseguirlo. Lo importante era no detenerse, hacer algo, así que daba igual por donde empezase a buscar. Cualquier sitio era bueno siempre que tuviese en claro lo que me había propuesto.
Miré hacia atrás, por donde habían desaparecido los chicos. Ninguno de ellos parecía ni muy fuerte ni muy preparado para lo que se les vendría encima si después de todo estaban equivocados. No tendrían ni una sola oportunidad frente a un Oscuro, mucho menos frente a un ejército entero. Puede que ni siquiera consiguiesen llegar a Luarte, que se perdiesen de nuevo por el bosque y muriesen de hambre, o que cuando llegase el invierno y sin ningún lugar para resguardarse, muriesen de frío.
Y sin embargo, aunque parecían buenos chicos y quería ayudarlos, había una egoísta y perturbadora voz que me susurraba que me alejase, que no debía involucrarme con ellos.
«¿Cuándo pasó?¿En qué momento me convertí en una persona tan insensible?» pensé asustado.
No podía creer lo rápido que podía cambiar el interior de alguien, pero yo no quería convertirme en una persona que mis padres no reconociesen si alguna vez, en algún lugar, los volvía a tener delante.
Suspirando, acabé dando la vuelta y empecé a correr en la dirección en la que se habían ido, y cuando por fin los tuve a la vista solo atiné a gritar:
—¡Esperadme!
* * *
—Me alegro de que hayas decidido acompañarnos —admitió Seth con una gran sonrisa que se reflejó en sus azules ojos.
No me hizo falta mucho tiempo para descubrir que era un chico algo inseguro y bastante atolondrado, pero que se esforzaba todo lo posible y más por cuidar de todos a su alrededor. Lo veía en la forma en la que se inclinaba sobre Noah para preguntarle si tenía hambre, en la forma en la que mantenía su vista sobre Thomas, tan despistado que siempre parecía a punto de separarse del grupo y perderse. Incluso en la forma en la que me hablaba, como si fuese un animalillo indefenso a punto de salir corriendo. En circunstancias normales, que alguien me tratase así me habría molestado, pero siendo Seth no llegaba a desagradarme. Lo que no soportaba tan bien, en cambio, era su incesante charla.
—Antes, cuando te has tirado de esa forma a por mí me has asustado de verdad. No era exactamente lo que esperaba encontrar cuando escuché a alguien llorando —comentó mirándome de soslayo—. ¿Era tu casa? Porque si lo era, siento mucho que...
Antes de que pudiese seguir por ese camino, le gruñí molesto, esperando que al menos durante medio segundo permaneciese callado.
—Estoy tratando de escuchar si alguien viene para estar preparados, y tu interminable monólogo no me ayuda.
Sus ojos, veinte veces más abiertos de lo que deberían, se volvieron hacia a mí, dándole un aspecto exageradamente ofendido. Las orejas se le enrojecieron, y mientras apretaba los puños a sus costados, cuadrando sus hombros, supe que no debía haberle hablado de esa forma.
—No hay nadie —aseguró Noah, interrumpiendo el tornado en el que se había trasformado Seth antes de que se me tragase entero—. Podemos estar tranquilos por ahora, os avisaré si eso cambia.
—¿Y tú como sabes eso? ¿Cómo puedes saber que no hay nadie oculto?
—Simplemente... simplemente lo sé —sostuvo torpemente mientras bajaba la cabeza y el flequillo castaño le tapaba parte de sus ojos.
—Lo sé, lo presiento... eso es todo de lo que habláis vosotros. La vida no es así, las cosas no pasan solo por quererlo —negué con frustración—. Esa actitud no os va a ayudar en nada.
—Pues yo si lo creo. —Thomas se giró repentinamente, clavándome su mirada gris. Por un momento, transmitió una ferocidad que me hizo retroceder—. Hablas como si lo supieses todo, pero lo cierto es que estás tan perdido como nosotros. ¿Tan arrogante eres que solo puedes creer en ti mismo? Tal vez eres tú el que debería cambiar su actitud. Si quieres acompañarnos hazlo, pero no cuestiones lo que somos.
Sin saber qué decir o pensar sobre aquella fe ciega, pestañeé atónito. Una parte de mí quiso confrontarlo, hacerle ver que solo decía tonterías, pero entonces recordé lo que solía decir siempre mi padre; "no hay nada tan contraproducente como decirle a un hombre que se equivoca". Mordiéndome la lengua, asentí lentamente, mientras Noah, a la izquierda de Thomas, suspiraba aliviado, y Seth se interponía entre nosotros.
—Vamos, chicos, no tenemos tiempo para estas cosas. Deberíamos estar contentos de habernos encontrado. Llevémonos bien en vez de estar con discusiones sin sentido. Vamos, daos la mano.
Algo en el tono paternal con que el que habló me hizo asentir sin rechistar, y una vez nos hubimos estrechado las manos en señal de tregua, Seth enrolló sus largos brazos alrededor del cuello de Thomas y el mío, y nos hizo seguir andando.
La familiaridad del momento me hizo recordar a Katherine, los días que pasamos peleando, riendo, juntos. De repente, el pensamiento de que pronto nos tendríamos que separar, de que yo había elegido un camino muy diferente al de aquellos chicos, me provocó un terrible sentimiento de soledad, y una parte de mi deseó quedarme con ellos, en su mundo de color y esperanza. Era agradable parar de pensar por un momento y simplemente dejarse llevar, con la estridente risa de Seth haciendo eco entre los árboles, como un repelente contra todo lo malo.
Después de varias horas de caminata, el cielo comenzó a adquirir un tinte anaranjado, avisándonos de que nos quedaban pocos momentos de luz. Estábamos exhaustos y hambrientos, y las nubes se alzaban oscuras y amenazadoras, dispuestas a empaparnos de un momento a otro, así que decidimos que lo mejor sería buscar un lugar donde pasar la noche.
De alguna forma la suerte decidió sonreírnos; al cabo de un rato de caminata logramos encontrar una granja sin habernos topado con ninguna criatura desagradable.
Las plantaciones estaban completamente destrozadas, y al igual que mi casa y la de Katherine, el hogar de los que vivieron allí anteriormente estaba calcinado. Había sangre por todas partes, dando testimonio de la masacre que había acontecido allí, pero el granero estaba intacto. Me acerque sigilosamente, aunque no sin antes mantener una acalorada discusión con Seth para que me dejase ir solo, ya que no era precisamente silencioso, y me asomé al interior.
No solo no había ni rastro de Oscuros, sino que dentro de éste había algunas gallinas que habían sobrevivido a la matanza, y que nos servirían de cena. Hicimos una pequeña hoguera en el exterior para cocinar la carne, y cuando por fin anocheció, nos acostamos en unas improvisadas camas de paja que resultaron ser bastante cómodas, con la barriga bien llena.
No podía creer lo bien que nos había ido todo, teniendo en cuenta que nos estábamos dirigiendo a la boca del lobo. Tal vez después de todo sí que habían conseguido aplacar a los Oscuros que habían entrado, tal vez no habían sido tantos para empezar, y mientras el sueño comenzaba a invadirme y mis ojos se iban cerrando, me sentí bien por primera vez desde lo que parecían años, algo que no pensé que fuese a ser posible en mucho tiempo.
Dormí toda la gran parte de la noche del tirón, pero poco antes del amanecer, sentí algo rozarme el cuello, algo que hizo que escalofríos recorrieran mi espalda y me revolviera incómodo entre sueños. Lo supe incluso antes de abrir los ojos.
No estábamos solos.
Asesinar nunca es algo fácil.
Ni siquiera cuando vienen hacia ti con la sed de sangre impresa en los ojos, ni siquiera cuando te derriban y te tienen a su merced, cuando sabes que eres tú o la otra persona. Ni siquiera así. Aun sabiendo eso, debes hacerlo.
Como miembro del Ejército Imperial me han entrenado para asesinar a cualquiera que sea una amenaza, sin dudas, sin remordimientos. Pero yo siempre siento remordimientos, y me asustaría si no fuese así. Aunque aquellos a quienes estemos asesinando no sean realmente humanos –o eso dicen–, no convierte el acto de arrebatarle la vida a alguien menos horripilante. Tengo compañeros que no lo ven así, ni mucho menos, y que se regocijan en la cantidad de vidas de Oscuros que han asesinado. Fue el odio lo que inició todo esto, y siglos más tarde, el odio sigue prevaleciendo. Puede que ahora haya encontrado un nuevo objetivo, uno más cómodo, ya que no se dirige hacia nuestros convecinos, pero sigue siendo el mismo sentimiento corrosivo.
Asesinar nunca es algo fácil, y como madre, es mi deber inculcarle eso a mi hijo. A lo mejor debería enseñarle que está mal, que nunca bajo ningún motivo debe quitarle la vida a una persona, pero la vida es más difícil que eso, y sobre todo lo será para mi pobre niño. Así que en cambio le he enseñado que asesinar es un acto horrible que no se debe tomar a la ligera. Y sin embargo hoy le he puesto mi puñal en su manita y le he hecho matar un conejo para la cena.
Del diario personal de Aurora Blank
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Nota de autora:
IMPORTANTE : ¡Hola! Gracias por interesarte en mi historia. Si eres un o una lectora nueva o estás releyendo Asesinos de almas te preguntarás donde están el resto de capítulos. Después de varios años aquí en wattpad he decidido subir la obra a la plataforma buenovela en busca de nuevas oportunidades. Significa mucho para mí poder dar un paso más en mi sueño de ver esta obra algún día publicada, así que si quieres continuar con la historia y de paso ayudarme a cumplir mi sueño (algo que te agradecería enormemente) puedes seguir leyéndola de forma gratuita en la plataforma buenovela. Aquí te dejo el enlace por si te animas a probar, aunque también puedes encontrarla fácilmente descargando la app o en la página web de buenovela bajo el nombre de Asesinos de almas.
Gracias y bienvenido/a al mundo de Asesinos de almas: https://www.buenovela.com/book_info/31000161672/Fantas-a/Asesinos-de-almas
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