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CAPÍTULO 12

Seth temblaba de los pies a la cabeza, aunque no tenía ni idea de si se debía al frío o al miedo. Bueno, en realidad sí que lo sabía, pero no pensaba admitirlo, ni siquiera a él mismo. No podía parar quieto, pero Ronan ya le había echado más de una mirada preocupada, por lo que había optado por morderse el labio y tratar de mantener la calma.

Por Azriel, ese chico sí que andaba siempre preocupado, y mira que él no era mucho mejor. Incluso tenía la sensación de que se le estaba empezando a caer el pelo, y una vez había prometido que si eso pasaba se cortaría la cabeza directamente. Antes muerto que calvo. No es que tuviese nada en contra de los calvos, pero su padre había sido de pelo pobre y la forma de su cabeza se podía contemplar perfectamente. Parecía el contorno de huevo, por lo que se podría esperar algo parecido de sí mismo. No quería tener otro motivo para ser el hazmerreír, ya tenía suficiente.

Después de discutir entre todos hasta el más mínimo de los detalles, conscientes de todo lo que se jugaban, de unos cuantos simulacros –y con unos cuentos se refería a veintiséis, para ser exactos, gracias a Ronan y su maldita manía por el perfeccionismo y los números pares, aunque no era que la odiase por completo– de una búsqueda exhaustiva para elegir el camino más seguro y conveniente para el paso del carro, calculando el tiempo que tardaban en recorrerlo y debatiendo cómo podían hacer para ir más rápido, quitando cualquier objeto, por pequeño que fuese, que pudiese entorpecer el paso, repasando mentalmente amenazas de última hora que podrían echar por la borda todo su esfuerzo y trabajo, después de todo eso y mucho más, Ronan había declarado que estaban preparados.

Y menos mal que lo había hecho, porque daba igual lo bien que le cayese, o lo adorables que le pareciesen sus hoyuelos, Seth no habría tenido reparos en abofetearlo, teniendo en cuenta lo nervioso que estaba empezando a poner a todo el mundo. O puede que solo a él, eso daba igual. Tenían que estar listos para cualquier cosa, lo pillaba, pero, ¿cómo podía ser alguien tan meticuloso?

Habían dejado un rastro falso que con suerte internaría a los Oscuros varios metros en el bosque. Sus armas estaban listas para cumplir su función, e incluso el gruñón de Yoel se había ofrecido a enseñarle cómo usarlas y algunas clases de defensa personal –o por lo menos lo había intentado–.

La carreta estaba alejada y escondida varios metros a su izquierda para que no dejase marcas en la tierra y sus perseguidores pudiesen detectarlas. Estaba custodiada por los demás chicos, que los esperaban impacientes y suponía que tan alterados como él mismo, mientras Ronan y él se preparaban para encender la hoguera gigante.

Una vez hecho, no habría marcha atrás.

Normalmente Seth era la figura de autoridad, el que cuidaba de Thomas y Noah cuando sus abuelos y sus padres tenían que ir a la ciudad, el que se encargaba de que no hiciesen alguna trastada y de que no se fuesen a la cama muy tarde, pero en aquel momento se sentía como no se había sentido en años; se sentía un niño.

Había dejado de serlo hacía mucho, cuando entendió que las cosas no siempre eran justas y que no había lugar para gente como él en aquel mundo, algo que su padre le había dejado muy claro. Pero ahora que debía enfrentarse a algo mucho mayor que él, no pudo evitar sentirse pequeño y desprotegido.

Siempre había cuidado de Thomas y Noah, sí, pero las cosas habían cambiado, y ya no sabía cómo seguir haciéndolo cuando ni siquiera podía cuidar de sí mismo. Seth era bueno recibiendo palos de la vida, de todo el mundo en general, pero si los Oscuros los descubrían no serían simples palos lo que le darían, no. Solo esperaba que si tenía que morir, ocurriese antes de quedarse calvo. Puestos a ver el lado positivo, al menos quería ahorrarse el mal trago.

De cualquier manera ahí estaba, dispuesto a llevar a cabo un plan que podía salvarles la vida tanto como contribuir a acabar con ella. Que ellos fuesen los encargados de encender la hoguera era algo que se había meditado con detenimiento, y puestos a contarlo todo, algo con lo que el pequeño Jason no había estado para nada de acuerdo.

Estaba convencido de que no era buena idea, ya que aunque Ronan era el mejor líder que podían haber pedido, pues contaba con un millón de cualidades magníficas, la verdad es que la orientación no era una de ellas. Si hubiese ido solo, entre los nervios y demás, es probable que se hubiese confundido un poco. Vamos, que se habría perdido. Y en cuento a él, según ese mocoso, tenía la agilidad de un señor mayor tullido. No es que estuviese completamente equivocado, pero ese pequeño malcriado no sabía cuándo callarse, y no tenía ni idea de lo que significaba la palabra respeto. Pese a eso, al final del día no podía odiarlo; sabía que era un buen chico.

—¿Estás bien? —quiso saber Ronan, de nuevo mirándole con esa mueca de preocupación—. Sabes que no tienes por qué hacer esto, ¿no? No tienes que luchar contra ellos.

—¿Y quién más va a hacerlo? ¿Noah? ¿Jason, un niño de trece años con una herida en el costado? Dan, Yoel y tú no podéis hacerlo solos, necesitáis toda la ayuda posible, así que sí, estoy seguro —sentenció. Si tan solo estuviese tan determinado en la práctica como en la teoría...— ¿Qué piensas de los calvos?

—¿Cómo? —Ronan pestañeó perplejo, y Seth no pudo evitar sonreír para sus adentros.

—A mí no me gustan, adoro mi cabello, y creo que si lo perdiese me quitaría encanto. Espero que todo este estrés no me pase factura en un futuro.

—Cuando lleguemos a Illya buscaremos algún mejunje que lo prevenga. Yo invito.

Ronan sonrió, y esta vez fue el turno de Seth de mirarlo sorprendido. No le había costado ni medio segundo leer a través de aquel patético intento por relajar el ambiente, hablar de un futuro que no estaba claro que tenían. Oh, pero lo tendrían. Por su nuevo par de zapatos que lo tendrían. Aún tenía muchos platos que probar, demasiada carne que comer.

—¿Listo? —preguntó Ronan prendiendo la antorcha en su mano.

Pudo notar cómo trataba con todas sus fuerzas de permanecer calmado; a pesar de eso, un ligero temblor sacudió la mano con la que la sujetaba. Esto le puso aún más nervioso, pero tenía la convicción de que lo conseguirían, y que aunque las cosas saliesen mal, al menos podría morir con la certeza de que por una vez en su vida no se había dejado pisotear sin más, que había luchado con uñas y dientes, por lo que cuadró los hombros, satisfecho.

Aquella noche, Seth iba a luchar por Noah y Thomas, por sus nuevos compañeros, por su futuro, por su vida. Porque daba igual todas las cosas que habían dicho de él en el pasado, sabía que tenía el mismo derecho que cualquiera a vivir, que su vida importaba.

Él importaba.

—No lo había estado tanto en toda mi vida —contestó sin más rodeos.

Y con eso, pusieron en marcha su plan.

Ronan le sonrió ligeramente. Un hoyuelo se formó en su mejilla derecha, y a pesar de la situación Seth no pudo evitar maravillarse.

Sin más preámbulos, Ronan tiró la antorcha a la hoguera, que ardió en seguida. Era casi tan alta como él mismo, y habían apilado en ella tantos troncos como pudieron. El corazón de Seth retumbaba en sus oídos, y apenas podía respirar. Por un momento su mano viajó inconsciente hacia su cuello; aunque hacía varias semanas desde la última paliza de su padre, pudo sentir el dolor. Tragó con fuerza, asustado, y trató de darse ánimos preguntándose si de verdad podía haber algo peor, más terrorífico que un padre incapaz de amar a un hijo.

Ya sabía la respuesta; daba igual el miedo que diesen los Oscuros, nunca serían peor que sus propios demonios. Bajó la mano y la llevó a la empuñadura de una espada de vidrio oscuro que pendía inerte de su cinto, y tras mirar brevemente a Ronan, echaron a correr por el bosque.

Llegaron al carro asfixiados. Noah y Thomas le tendieron una mano para ayudarlo a subir, mientras que Jason y Aidan hacían lo mismo con Ronan.

—Ya sabéis lo que tenemos que hacer —comentó Yoel, con una actitud tan fría como la de siempre, algo que curiosamente le relajó—. Si lo hacemos tal y como hablamos, no tendremos ningún problema.

—¿Qué se suele decir en estos momentos? ¿Cuándo algo no depende completamente de ti? —preguntó, porque le resultaba imposible permanecer callado en una situación así.

Ni en ninguna otra.

—Que sea lo que Azriel quiera —contestó Thomas automáticamente.

—¿Azriel? —cuestionó Yoel mientras espoleaba los caballos—. Si se tiene que cumplir la voluntad de alguien, que sea la mía.

Seth no podía estar más de acuerdo.

* * *

—Maldita sea —dijo Seth cuando llegamos a nuestro destino.

No había sido un trayecto muy largo, pero aun así no había parado de hablar ni un segundo. Aidan se había encargado de seguirle el juego, como siempre, y yo no podía explicarme cómo era posible que encontrase las fuerzas para reír incluso en aquellos momentos. Porque no solo sonreía, eso cualquiera podía hacerlo; el reía como si se le fuese la vida en ello.

No podía quejarme, sin embargo. Su parloteo había servido para calmar un poco los nervios. Si nos hubiesen dejado hundirnos en nuestros pensamientos, más de uno habría saltado del carro en marcha. Puede que yo mismo.

La luz de la luna emitía destellos que se colaban por entre las ramas de los árboles, dándole al bosque el aspecto de un paisaje de cuento de hadas. Pero el gélido viento que corría y que se colaba hasta nuestros huesos, sacudiéndonos de los pies a la cabeza, era recordatorio más que suficiente de la realidad en la que nos encontrábamos. No nos toparíamos con hadas ni criaturas mágicas, los únicos seres que merodeaban por las cercanías eran monstruos que ansiaban vernos sangrar.

Abandonamos la relativa seguridad de bosque, y nos situamos sobre la colina. Cuando la descendiésemos, ya no habría nada que nos resguardase, estaríamos en campo libre, a la vista, vulnerables.

—Hay seis —contó Aidan con la neutralidad de un cazador—. Esto va a ser difícil. Aunque pensándolo bien tiene sentido que no hayan querido ir más. Probablemente piensan que con unos cuantos de ellos pueden encargarse fácilmente de cualquiera que se les ponga por delante. Probablemente así sea. —Aseguró entre escalofríos.

—De eso nada. Con tus flechas puedes acabar con al menos dos de ellos antes de que se percaten de nuestra posición. Eso nos deja con tan solo cuatro. Uno para mí, otro para Yoel, y otro para Seth —dijo Ronan mirando de reojo a este último—. En cuanto al que falta...

—Yo puedo encargarme de él —aseguró Yoel—. Sin problema. —Dibujó una pequeña sonrisa, algo no muy fácil de ver en él.

—Sigo sin entender por qué no puedo ir yo también —me quejé molesto.

—Pues no te preocupes, yo te lo vuelvo a explicar —declaró Seth volviéndose hacia mí con las manos en la cadera—. Para empezar, tienes solo trece años, eso ya debería dejarte fuera de la ecuación sin problemas.

—¡Pero qué más da mi edad si he recibido entrenamiento! ¡Probablemente me desenvuelva mejor que todos vosotros juntos!

—¡Cómo si ya has matado a cuatrocientos! ¡Y no me interrumpas cuando te hablo! Por si eso no fuera suficiente, estás herido. Así que te vas a quedar quietecito en el carro con Noah y Thomas, te guste o no.

—No hay tiempo para esto —me cortó Ronan cuando trataba de replicar—. Tenemos que hacerlo ya. Acordamos que tú te ibas a quedar aquí, así que ya basta de discusiones. Cada segundo que perdemos es tiempo que ellos ganan para descubrir lo que tramamos y detenernos.

Frustrado, agaché la cabeza y me mordí la lengua.

—Sí —contesté sin mirarle.

—Vamos, Jae —Noah tiró de mi hasta que estuve sentado a su lado—. Tened cuidado, no hagáis ninguna tontería —pidió a los chicos.

Thomas estaba a su derecha, con la vista clavada en el suelo del carro y sin decir palabra. Parecía a medio camino entre enfadado y resignado. Casi habría pensado que no le importaba nada de aquello si no hubiese visto la rápida mirada cargada de ansiedad que le dirigió a Seth.

—Dan, cuando quieras —Ronan dio la señal mientras mantenía su atención en las criaturas que permanecían inmóviles frente a la puerta.

Aidan dio un par de respiraciones profundas, imagino que para calmar los nervios, y se posicionó en la parte delantera del carro. Sus ojos esmeralda relucieron con audacia, y ya poco parecía quedar del chico miedica de hacía tan solo un segundo. Plantó el pie izquierdo en el asiento del conductor, dejando el derecho algo atrás, y giró la parte superior del tronco, afianzando el arco en sus manos.

Cogió una flecha de vidrio oscuro de su carcaj, apuntó hacia arriba, ajustando la dirección, y tensó la cuerda del arco, pegada a sus labios. Su cabello pareció llamear en medio de la oscuridad, y por un momento pensé que se acercaría la flecha a la cabeza y le prendería fuego.

—Procura no fallar —le recordó Yoel, con una daga ya en una de sus manos.

A mi lado, Noah tensó su agarre en mi brazo y lo sentí contener la respiración.

—Gracias, no siento ninguna presión —sonrió Aidan de medio lado—. Por suerte para nosotros, yo no fallo.

Y dejó la flecha volar.

Se elevó en el cielo, como un ave emprendiendo el vuelo. Describió una curvatura perfecta hasta que finalmente inició el descenso con la velocidad de un halcón y se posó en el cráneo de uno de los Oscuros.

Los otros vieron a su compañero caer al suelo y empezaron a buscar la dirección desde la que provenía el peligro. No tuvieron tiempo de hacer nada más; Aidan ya había enviado otra flecha a volar, que de nuevo aterrizó en el cráneo de otro.

Entonces, justo como predijo Ronan, los demás se percataron de nuestra posición y echaron a correr hacia nosotros. Aidan siguió disparando flechas, pero se movían demasiado rápido y en un perfecto zigzag; sabía que no podía atinar. No obstante, ese no era su objetivo. Pretendía asegurarse de que siguiesen una ruta más o menos definida, que no se desviasen demasiado e intensasen hacer algo extraño, algo no previsto.

—¡Ahora! —gritaron Ronan y Yoel a la vez.

Saltaron de la carreta y corrieron colina abajo para encontrarse con los Oscuros, que seguían avanzando en nuestra dirección. Seth los imitó también, aunque algo más rezagado. Parecía que estaba pisando brasas por la dificultad con la que descendía, sus brazos describiendo amplias curvas arriba y abajo en un intento de mantener el equilibrio.

Sin pensármelo, saqué el puñal que guardaba en mi bota, me deshice del agarre de Noah, y salté yo también.

—¡Jae! —lo escuché gritar—. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Vuelve aquí!

No miré hacia atrás, pero lo escuché bajar del carro y forcejear con Aidan para seguirme. No sirvió de nada; yo ya estaba muy lejos. Aidan maldijo y me dedicó una retahíla de insultos, pero yo hice oídos sordos y seguí adelante, casi arrastrándome colina abajo.

El primero en llegar hasta los Oscuros fue Yoel. Se encontraba a unos tres metros del primero, y parecía que iban a colisionar en cualquier momento. Por muy fuerte que fuese Yoel, cualquiera podría haber adivinado quien ganaría en ese escenario.

Sin embargo, con un rápido movimiento de mano lanzó una de sus dagas hacia la rodilla del Oscuro, quien soltó un alarido y cayó al suelo. Antes de que pudiese volver a ponerse de pie, Yoel ya había llegado hasta su posición. Describió una curva hasta posicionarse a sus espaldas, y cogiéndole del cabello le levantó la cabeza. Acto seguido le rajó el cuello.

El Oscuro cayó sin vida al suelo, y sin detenerse, Yoel giró sobre sí mismo. Se encaró con el siguiente, sobre el que se lanzó embistiéndolo como un jabalí. Ambos cayeron, pero en la misma caída Yoel ya había hundido la daga restante en el pecho de la criatura, un movimiento que repitió una y otra vez con furia.

Mientras que todo eso ocurría, Ronan llegó hacia otro. Justo cuando estaban frente a frente, paró en seco. El Oscuro lo imitó, receloso, y ambos se desplazaron lentamente describiendo un semicírculo. Ronan no era el mejor en el combate cuerpo a cuerpo, él lo sabía, por lo que se había asegurado de contar con una pequeña ayuda; Aidan.

El arquero disparó una flecha derechita a la cabeza del Oscuro, justo como habían acordado. Éste pareció escuchar el sonido de la flecha cortando el aire, porque se giró justo cuando estaba a punto de impactar y la esquivó. No obstante, era algo con lo que Ronan ya contaba. No esperaba que el mismo truco fuese a funcionar tres veces seguidas, pero lo que sí esperaba era distraer a su enemigo unos segundos, el tiempo suficiente para que pudiese acercarse a él sin peligro.

No vi lo siguiente que pasó, porque yo ya había alcanzado a Seth, y adelantándolo, corrí hacia el último Oscuro. Una parte de mí lo escuchó gritar mi nombre horrorizado, pero yo ya estaba demasiado ido. En algún momento de la carrera los puntos que me había cosido Dana se habían saltado. Pese al frío que hacía, me sentí arder. El sudor resbaló por mi frente, y traté de limpiarlo con la manga. Algo dentro de mí me ordenó que parara, o tal vez fue alguno de los chicos, no lo tenía muy claro. Sin embargo mi cuerpo no me respondía, ya no podía detenerme.

Cerré los ojos durante un segundo, mareado. Solo fue un segundo, pero cuando los volví a abrir, el Oscuro que había estado a varios metros de distancia se encontraba justo delante de mí, tan cerca que si estiraba el brazo podía tocarme.

Y fue justo eso lo que hizo.

El tiempo pareció ralentizarse, y pude ver con claridad el movimiento de sus garras, cada vez más y más cerca de mi cara. Alcé ambos brazos, tratando de cubrirme la cabeza, pese a saber que no serviría de nada y volví a cerrar los ojos, preparándome para el impacto.

Un impacto que nunca llegó.

Alguien agarró mi chaqueta por detrás y tiró bruscamente de mí, alejándome del Oscuro. La fuerza del tirón hizo que perdiese el oxígeno de mis pulmones y apenas fui consciente de cómo volaba varios metros por el aire. Caí al suelo de espaldas, jadeando desesperado para recuperar la respiración. Aturdido, volví a abrir los ojos e intenté enfocar lo que había delante de mí.

Seth estaba frente al Oscuro, con el torso medio vuelto en mi dirección, y apenas tuvo tiempo a girarse cuando las garras impactaron contra su pecho.

—¡Seth! —chillé aterrado.

El impacto también lo mandó a volar. Cayó con un aullido de dolor, llevándose las manos hacia la herida. El Oscuro dio un paso hacia adelante sonriendo, dispuesto a rematar a Seth. Algo dentro de mí, lo poco que aún funcionaba correctamente, me dijo que tenía que ayudarlo, que tenía que levantarme y hacer lo que había ido a hacer; matar a aquel monstruo. Pero yo no podía parar de temblar y mi cuerpo seguía sin responder. Las lágrimas se formaron en mis ojos mientras me preguntaba por qué, si ya me había enfrentado a dos de ellos, ¿por qué sentía tanto miedo en esa ocasión?

«Porque eres un cobarde, porque después de todo, sí que quieres vivir» susurró una voz en mi interior.

Ansioso, miré a mi alrededor, buscando a Ronan y Yoel. Ambos nos miraban, los Oscuros con los que se habían enfrentado estaban muertos a sus pies, pero estaban demasiado lejos, era imposible que llegasen a tiempo, y si Aidan no había disparado una flecha para entonces, era porque se le habían acabado.

Estábamos solos e indefensos.

El Oscuro alzó su asquerosa garra cubierta de sangre, la sangre de Seth, preparado para darle el golpe definitivo. Mi mente se quedó por completo en blanco. Solo había un pensamiento que seguía repitiéndose una y otra vez: "por tu culpa".

Aquel era el final de Seth, y posiblemente el mío, y todo era por mi culpa. Porque no me había ceñido al plan, porque tenía que hacer las cosas a mi manera, y porque no había confiado en que mis compañeros pudiesen hacerle frente a los Oscuros solos. No había creído en ellos y eso nos costaría la vida por lo menos a dos de nosotros.

Mis pensamientos fueron cortados bruscamente. En ese preciso instante, el Oscuro se desplomó en el suelo frente a nosotros. Confuso, lo observé, tratando de entender qué había pasado. Y entonces lo vi; tenía una daga clavada en la nuca; la daga de Yoel. Se encontraba a una distancia de unos veinte metros, pero aun así había conseguido lanzar su arma con la suficiente precisión y fuerza como para impactar en el Oscuro y matarlo.

«Tal vez sí que es invencible, después de todo» pensé asombrado.

—¡Seth! —exclamó Ronan mientras llegaba hacia nosotros y se arrodillaba en el suelo junto a él.

En algún momento había empezado a correr, incluso sabiendo que no conseguiría llegar a tiempo. Tenía un corte bastante feo en el brazo izquierdo del que chorreaba sangre, pero no parecía haberse dado cuenta de ello. Me arrastré hacia ellos en el momento en el que Ronan trataba de quitarle la chaqueta para examinar la herida.

—¿Es muy grave? —pregunté entre lágrimas.

—No lo sé Jason —dijo sin mirarme—. Pásame tu puñal, necesito algo para rasgarle la ropa.

—¡Seth! —escuché a Noah detrás de nosotros. Se aproximaba junto a Thomas y Aidan en el carro—. ¡Subidlo! ¡No podemos quedarnos aquí!

Yoel llegó hasta nosotros, y entre él, Ronan y Aidan, consiguieron subirlo al carro. Yo me quedé ahí parado, junto al charco de sangre de Seth, agarrando fuertemente mi chaqueta, empanada en el lugar en el que tenía la herida.

—Jae, ¿qué haces? Tenemos que irnos, ¡sube! —exclamó Aidan.

Mareado, conseguí dar unos pasos y montarme en el carro. Por un momento había pensado que me dejarían ahí como castigo por lo que había hecho. Por un momento deseé que lo hiciesen. Ni siquiera era capaz de mirarlos a la cara.

Yoel apremió a los caballos. Noah y Ronan hacían presión sobre la herida de Seth, mientras que Thomas y Aidan lo sujetaban de los pies y los hombros para que no rodase por el carro. Yo, en cambio, me quedé en una esquina, temblando entre sudores fríos.

Llegamos junto a la puerta, y sentí, más que vi, cómo Yoel, Ronan y Aidan corrían para abrirla.

—A la de tres tirad —declaró Ronan sujetando una de las correas de metal, mientras Aidan y Yoel se aferraban a la otra—. Una, dos, ¡tres!

Tiraron y tiraron, pero pese al esfuerzo que ejercieron la puerta no se movió ni un milímetro.

—¡Mierda! ¿Cómo puede pesar tanto una maldita puerta? —maldijo Yoel.

—¡Seguid tirando! —animó Ronan.

—Chicos, nos vendría bien una ayudita —pidió Aidan, resoplando por el esfuerzo.

Noah y Thomas intercambiaron una mirada, y retirando lentamente las manos, para que Noah presionase donde él había dejado de hacerlo, Thomas saltó del carro y corrió a socorrer a los chicos.

—Jason —me llamó Noah—. Jason necesitan ayuda.

Pero ya apenas escuchaba nada de lo que decían. Era como si yo ya no fuese yo, como si hubiese abandonado mi cuerpo y todo lo estuviese experimentando desde afuera, desde otra perspectiva que no era la mía.

—¡Jason! —exclamó Ronan.

—¡Maldita sea! ¡Mocoso, más te vale mover el culo y venir a ayudar si no quieres que te entierre la cabeza en el suelo! —me amenazó Yoel.

Por extraño que parezca, escucharlo amenazarme de esa forma hizo que volviese en mí. Levanté la cabeza, mareado, pestañeando varias veces mientras trataba de procesar la situación.

Y entonces lo vi.

Un saliente encima de la puerta. Había unas escaleras apoyadas en la pared, e intuí lo que había ahí arriba. Me bajé como pude, tambaleándome, y me acerqué a la muralla.

Por un momento, me quedé sin respiración.

Ya la había visto antes; en alguna que otra ocasión mi madre me había llevado a verla, pero siempre había sido desde relativamente lejos. Tenerla tan cerca, en cambio, fue sobrecogedor. Estiré la mano para tocarla, y la sentí fría al tacto. Bajo la luz de la luna resplandecían los fragmentos de vidrio oscuro que había esparcidos aquí y allá, y que habían mantenido alejados a los Oscuros durante miles de años. Mi madre me había explicado que medía unos cuatro metros de ancho y unos treinta metros de alto, pero cuando incliné la cabeza hacia atrás, tratando de ver el final de esta, me pareció infinitamente más alta.

Sin perder más tiempo, subí por la escalera y me encaramé al saliente, llegando hacia la manivela que nos abriría la puerta hacia la libertad. Traté hacerla girar, pero la sangre en mis manos hacía que se me resbalase. Me la limpié como pude en la chaqueta, que ya estaba empapada en varios sitios.

Conseguí hacerla girar, y con un chirrido la puerta comenzó a abrirse. Pude escuchar los gritos de emoción de los chicos. Aunque me sentía fatal, tanto física como mentalmente, no pude evitar sonreír; estábamos tan cerca.

Una vez hecho, traté de bajar la escalera para reunirme con mis compañeros. Pero justo cuando iba a mitad de camino, mi visión se nubló, y poniendo el pie donde no debía, me precipité hacia el suelo.

Después de eso, solo hubo oscuridad.



Sus líderes fueron Nerón y Fausto. Ambos, hombres influyentes con fuertes opiniones y claros ideales. Inteligentes, poderosos, se creían poseedores de la verdad absoluta. Peligrosos.

Nerón abogaba por la libertad absoluta. Creía que el ser humano había nacido para construir su propio camino sin ningún impedimento, fuese cual fuese. Una idea bonita, pero que puesta a la práctica, resulta inviable. Si mi vecino creía conveniente entrar en mi casa y forzar a mi mujer, ¿acaso estaba en su derecho? Y si yo como venganza decidía volarle los sesos, ¿se podía llamar justicia a aquello?

Por otro lado, Fausto luchaba por todo lo contrario. Creía que el bien del pueblo era más importante que el individual, y que todo debía hacerse en pos de un bien mayor. Lo importante era comunidad, ¿pero no acababa entonces uno perdido entre la muchedumbre? ¿No perderíamos lo que nos hace únicos, diferentes, humanos?

Chocaron el uno contra el otro con la fuerza de dos olas embravecidas, y en su colisión ahogaron a todo cuanto se puso a su paso. La Gran Guerra dio comienzo. Dos hombres, dos ideas contrarias, e idiotas que los siguieron. Eso fue todo lo que hizo falta.

Alethea Nikolaou, Historia de Prymrai

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