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Asesino Nocturno

—Violet, ¿quieres oír una historia de terror?— le preguntó el chico, con una enigmática sonrisa.

—¡Sí! Por supuesto que sí. Sabes que amo las historias de miedo— respondió ella repleta de efusividad y emoción—. Vamos Erick, cuéntamela. Pero... ¿De qué trata?— preguntó ella a su vez, con curiosidad.

El joven le dirigió una mirada indescifrable. Una mirada que guardaba tantos secretos que incluso atemorizaba, pero no a ella, no, a ella no.

—Sabes quién es el Asesino Nocturno, ¿cierto?

Oírle decir aquel nombre, hizo que los colores que poseía la chica en su rostro, cayeran por completo.

De nuevo volvía a aparecer ese nombre en su vida.

Sabía quién era, sabía perfectamente quién era aquel tipo, pero no quería recordar nada de él. No, no quería. Simplemente no podía...

—No quiero saber nada, absolutamente nada de él... Lo conozco lo suficiente— increpó notando cómo lágrimas acudían a sus celestes ojos, a la vez que recordaba un pasado tortuoso y en el que no quería volver a pensar.

—No, no es así. Tú lo único que conoces es lo que la gente cuenta de él, lo que has oído hablar, las apariencias que siempre se han dado y lo que se ha rumoreado, pero no conoces su historia...

—¿Ah sí?— preguntó incrédula la chica, con un matiz de ironía tintando su voz—. Pues si de verdad crees eso... Adelante, ilumíname.

***

Noche silenciosa. Penumbra bañándola en un halo negro de oscuridad. Luna rompiendo el silencio del cielo con un blanquecino fantasmal... 

Todo hacía que el escenario fuera el más adecuado para la tragedia que auguraba aquella noche.

La adolescente de la desafortunada casa, dormía abrazada por los brazos de Morfeo. Despertó por unos ruidos provenientes del cuarto contiguo, el cuál pertenecía a sus padres. Como no sabía identificar esos golpes sordos que no dejaban de escucharse, decidió ir a ver lo que sucedía.

Nada más salir al pasillo, lamentó por completo el haber abandonado la magia y la tranquilidad del mundo de los sueños, y haber tenido que afrontar aquella horrible realidad...

Un inmenso charco de sangre salía por debajo de la puerta de la habitación. Su terror y confusión cedieron ante la curiosidad, y se acercó con pasos vacilantes.

Una vez frente a la puerta, con el pulso tembloroso, acercó su mano a la manivela, y abrió la puerta lentamente.

Al entrar, se encontró con un escenario aterrador, escalofriante, desolador... Pero ante todo, lo que encontró, fue una escena que helaría la sangre de cualquiera.

En la cama, con sus pijamas hechos trizas y sus cuerpos descuartizados, estaban sus padres. Con los rostros, o al menos lo que quedaba de ellos, contraídos por un dolor horrible, un dolor inhumano, un dolor simplemente inimaginable... Reflejando en sus muecas, haber sufrido una de las peores torturas.

Fragmentos de sus cuerpos estaban esparcidos por la habitación, representando un escenario todavía más tétrico y terrorífico, y haciendo que el color carmesí expirado de sus cuerpos, tiñera las paredes de la habitación.

Sus padres estaban abiertos desde el cuello hasta el ombligo. Se podía ver el interior de sus vacíos y descuartizados estómagos.

Hígados e intestinos salían del profundo vacío que ahora ocupaba sus cuerpos. La sangre, aún cálida, chorreaba de manera grotesca, fusionándose con la colcha que se encontraba cubriendo la cama del delito.

Dos cuencas oscuras y vacías fue lo que quedó sustituyendo a lo que horas antes habían sido dos pares de ojos alegres, soñadores, y sobre todo... Vivos.

Lo más impactante, fue ver el enorme vacío en sus pechos, dirigir la mirada hacia arriba, y ver ambos corazones encajados en sus bocas, sin ningún pudor, sin ningún miramiento, tan sólo puestos ahí como si de una obra de arte se tratara. Como si fuera algo puesto ahí para ser admirado.

Sólo pudo tirarse al suelo y soltar un desgarrador chillido desde la fibra más profunda de su ser, como si de aquella manera, pudiese devolverles la vida a sus padres, o al menos, como si pudiera expulsar de su interior todos los demonios que se estaban formando dentro de ella, y los cuáles, notaba cómo iban devorando su corazón y llevándose su alma.

Pero eso no acababa ahí. Alguien la observaba desde la penumbra de una esquina de la habitación, una silueta masculina vestida completamente de negro y con una máscara tapándole medio rostro. Le reconoció al instante, por su vestimenta y su aura espeluznante. Aquel no podía ser otro que el famoso Asesino Nocturno.

Sabía que todo había acabado para ella, sabía que era su fin, que ya no podría volver a ver salir otro amanecer... Pero en parte lo agradecía, ya que aunque fuera de aquella forma, al menos podría volver a reunirse con sus padres.

Pero no, la sombra tan sólo se quedó observándola unos breves instantes, para después escapar por la ventana. 

La muchacha se quedó con rostro demacrado y bañado en lágrimas, preguntándose por qué no la había matado, preguntándose qué tenían sus padres que ella no... Tan sólo se quedó ahí, como una estatua, pálida, rígida y parada...

***

—...deseando una muerte que jamás llegaría— concluyó Erick, sin dejar de mirarla, y observando todos los cambios por los que había pasado su rostro.

Violet, finalmente, había quedado con la mirada perdida en el vacío, con infinitas lágrimas silenciosas saliendo de sus ojos.

—¿Por qué Erick? ¿Porqué me cuentas mi propia historia?— lo acusó ella, mirándole a los ojos fijamente, y mientras por su cabeza, pasaban todas las imágenes de aquella noche.

—Porque esta historia, la historia de aquella noche, no contiene sólo el terror de un asesinato, si no el de un terror todavía más grande: el de un amor— respondió él, y viendo la expresión de no entender nada que había adoptado el rostro de Violet, añadió—: El famoso asesino no sabía que a quienes mataba, eran los padres de la chica a la que amaba. Es por eso, que cuando se dio cuenta, se entregó a la justicia— hizo una breve pausa para coger aire, y volvió a dirigir su grisácea mirada a ella—. Por eso es por lo que yo estoy aquí— explicó a través de los barrotes del centro de salud mental.

—¿Qué? ¿Tú? ¿Eras tú...? ¿Tú eras el Asesino Nocturno?— Violet hablaba casi sin voz, tapándose la boca con ambas manos, a lo que el joven asintió lentamente con la cabeza—. ¿Por qué? ¡¿Por qué no me mataste, por qué no dejaste que me reuniera con ellos!?— explotó, en un llanto todavía mayor, haciendo que unos oficiales fueran a por ella.

 Mientras era arrastrada, ella tan sólo miraba a través del manto de lágrimas, la borrosa imagen del reservado, enigmático y atractivo chico del que había estado enamorada durante tantos años.

—Mi amor hacia la muerte, hacia matar, hacia sentir la cálida sangre manchando mi piel... Me impidió ver, que los rostros a los que mataba, eran las personas que iluminaban de luz y daban felicidad a mi único y verdadero amor...— respondió agachando la cabeza—. Jamás podría matarte adorable Vi, jamás podría dañarte, por eso me entregué. Por mucho amor que tenga hacia la sangre, jamás podría hacerlo, porque yo... Te amo, mi pequeña y adorada Vi.

Aquellas fueron las últimas palabras que oyó la chica antes de ser sacada de la sala a rastras. Tan sólo pudo soltar un grito de dolor y de pena.

La última imagen que vio antes de ser sedada, fue la de una lágrima. La primera lágrima derramada por el Asesino Nocturno.

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