Capítulo 9: Sé memorable
Han.
Me quedo boquiabierto cuando veo a uno de mis compañeros de cuarto, el bajito con los bíceps del tamaño de mi cabeza, compartir su cena con el rubio flacucho. Y es que, aunque la situación puede parecer no incumbirme, es todo lo contrario. Por fin la suerte me sonríe en este juego. Disimulo una sonrisa metiéndome una generosa cantidad de fideos en la boca, llenándome los carrillos como una ardilla.
Sabía que no tenía posibilidades de ganar la primera prueba en cuanto han explicado de qué iba. Mi fuerte es mi voz y presencia, no mis brazos. Pero cuando han anunciado que compartiríamos cuarto no he sabido a qué atenerme. ¿Serán buenas personas que vayan a lo suyo o me harán la vida imposible lejos del terreno de juego? La incertidumbre nunca me ha inquietado demasiado, pero esto no es la calle. Esta no es una plaza plagada de raperos a los que callar con mis letras. Aquí no dependo únicamente de mis habilidades, si no de lo que otros tengan el valor de hacer contigo.
¿Y qué tendrá que ver una cosa con la otra?, te preguntarás. Sencillo. Si el musculitos tiene el valor de compartir su comida con otro al que no conoce absolutamente de nada por el simple hecho de animarlo, me da a entender que si soy amable con él, él también lo será conmigo. Gracias a ese gesto, puedo sospechar que mínimo hay dos buenas personas (ChangBin y Hyunjin) en mi cuarto y no habrá peligro de que me maten mientras duermo. Aunque tampoco me hubiera importado ser roommate de Leeknow, cosa que BangChan, el segundo ganador del juego, no puede decir lo mismo.
Pelo el huevo duro mientras oteo a esos dos. Son personas muy diferentes, pero si te paras a mirarlos con determinación te das cuenta de que una idéntica y fugaz tristeza brilla al fondo de sus ojos. A pesar de la dureza con la que la oculta el de la cicatriz en el ojo, o la crispación del de la cara de pocos amigos. Crispación que vuelca en cada persona que se encuentras en su rango de visión.
Sé de lo que hablo, y no porque psicoanalice a las personas en menos de un abrir y cerrar de ojos, sino porque soy artista.
Que sí, hazme caso. Los artistas tenemos eso, secretos entre líneas, tristezas detrás de las alegrías. Historia a través de otras historias con nombres ajenos a los nuestros. Por eso no se nos escapa una. Y ellos tienen una historia en los ojos que me encantaría desentrañar y llevarla al papel para convertirla en versos y música.
Doy un último bocado al huevo, mientras fijo la vista únicamente en Leeknow. Lo miro sin una pizca de disimulo, empapándome de cada emoción que surca su rostro hasta que se le nota que se siente observado. Sonrío con la boca llena. Él, en cambio, tensa los músculos del cuello y me mira de reojo. Pero el frágil contacto visual no llega a darse porque hay otra persona que le inquieta más que lo mire. Lo noto por la forma en que frunce el ceño. Puedo hacerme una idea de quién está tan intrigado por él como yo.
Debería apartar los ojos de Leeknow, dejarlo tranquilo e ir a mi bola, pero es que no puedo. Si no lo miro, tengo la sensación de que me perderé un mundo.
Me obligo a cerrar los ojos e imaginar que estoy en una batalla freestyle. En Songdo Central Park siempre hay mucho público dispuesto a escucharte, ya sea extranjero o coreano. Carraspeo, como si me preparara para cantar. La garganta me hormiguea de la rabia que siempre contengo.
Antes de caer en la trampa de los préstamos de P.Y.J, veía el mundo como los ojos de Leeknow lo ven. Enfadado, muy enfadado, y echándole la culpa a todos de que así fuera. También abatido, pidiendo ayuda a través de puñetazos al aire en forma de letras. En ocasiones golpeaba a quien no se lo merecía, incluso a desconocidos que me retaban por los vídeos que subo a Youtube. Son puñetazos metafóricos, entiéndeme, hay muchas formas de hacer daño. Y no necesitas conocer a una persona para saber dónde le duele. Tócale el tema talento, familia y orgullo y se irá cojeando a casa.
Me gustaría ayudarlo, porque entiendo qué es lo que se siente cuando no puedes sentir. No te lo permites o no te lo permiten. Quizá por eso soy el único de aquí que no lo mira con los ojos entrecerrados.
Hace unas semanas hablé con mi madre, por fin. Hablar de verdad, sin gritarnos y escuchándonos uno al otro. Fue cuando le conté lo del préstamo. Ella se llevó las manos a la cabeza. Somos una familia bien posicionada, nunca me ha faltado de nada, y justo por eso me fui de allí. Porque en casa mis letras no sonaban reales. No sonaban mías porque un chico con cuna de oro no puede estar mal. No puede querer acabar con su vida llena de algodones y comodidades. No puede querer más porque ya lo tiene todo. No tiene derecho a enfadarse cuando todo a su alrededor es lujo. Como si el dinero te diera la felicidad.
A mí el dinero me hizo muy infeliz. Nunca he tenido amigos de verdad, ni gente que valorara mi trabajo. Daba igual lo mal que le hablara a la gente que siempre estaban dispuestos a estar conmigo por el título que le otorgaba ser mi amigo. Daba igual lo malas y vacías que fueran mis letras porque por el nombre de mis padres cualquier productora las cogería y haría de ellas un éxito.
Yo no quería eso. Yo quería que la gente se acercara a mí por lo que soy, no por dónde vengo. Yo quería que me aplaudieran por el esfuerzo que había hecho y no por el compromiso que había tras el nombre de mi familia. Por eso me fui de Seul a Icheon. Por eso nunca digo mi apellido.
Mi madre se opuso a que pidiera el préstamo, pero es que ya lo había pedido y no había marcha atrás. Quería montarme mi propio estudio y no quería hacerlo con su dinero. Ella lloró, pero me prometió que no se entrometería en mis decisiones, fueran acertadas o no. Esas palabras disiparon parte del enfado que calentaba a fuego lento en mi interior, y yo quiero hacer lo mismo con Leeknow y no sé por qué.
Salgo del comedor un rato después de terminar de cenar. Soy de los últimos que quedaban junto a Seungmin.
—¿Qué pasa, no te gustan tus compañeros de cuarto? —pregunto pillándole con la guardia baja.
Resopla, cansado, a modo de respuesta.
—Venga ya, hombre. Tu habitación es genial. —Apontoco una mano en su espalda mientras caminamos por el estrecho y gris pasillo que da a los cuartos—. Si te sabes apañar podrías ser el niño mimado de los gwanjeonja.
Levanta las cejas sin saber muy bien a qué me refiero.
—¿Niño mimado?
—Sí, el favorito. Al que beneficien las votaciones y apuestas, al que no quiten ojo de encima porque suscita interés —explico.
Él encoje los hombros y niega despacio con la cabeza.
—Imposible. No soy fuerte ni valiente. Tampoco generoso ni atrevido.
Hago una mueca con los labios. Si Seungmin no espabila va a ser la comida favorita de los peces gordos de aquí.
—Bueno, pero tienes a tres whos en tu habitación, que no serán competencia, y también a Felix. Ese chico te puede ayudar a salir del cascarón, se le ve buena gente. Y sabe hacer amigos.
Por un momento se plantea lo que le digo pero enseguida vuelve su cara de derrota incluso antes de intentarlo si quiera.
—Me deprime verte la cara de oler mierda, de verdad —suelto más brusco de los que pretendía.
No es que me deprima verle mal, es que me frustra que se rinda antes de empezar la carrera.
—Pues no me mires. Nadie te ha pedido que me hagas compañía —dice con la mandíbula tensa y los dientes apretados.
La expresión de su cara ha cambiado por completo. Muestra una determinación y una confianza en él atrapante.
—Vaya, te sienta bien enfadarte. Deberías hacerlo más a menudo.
—Gilipollas —rumia por lo bajini.
—Sí, ese soy yo, un gilipollas de manual —digo abriendo la puerta de mi habitación—. Pero esta noche no podrás apartarme de tus pensamientos. —Entro al cuarto pero, antes de cerrar la puerta, asomo la cabeza al pasillo y chisto a Seungmin—. Sé lo que quieras, no tienes por qué ser un gilipollas como yo, pero sé memorable.
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