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Capítulo 6: Fuerza

BangChan


Está claro que me han llamado la atención por el encontronazo con los otros dos en la cola de control, pese a yo no haber empezado el jaleo.

Es cierto, lo admito, me reído de la reacción del staff al palpar los bíceps del fortachón bajito. Pero no ha sido con la intención de burlarme de él, simplemente me ha hecho gracia lo estúpido que parecía el enmascarado con el pulgar en alto. Después si es verdad que me he puesto un poco a la defensiva. No me ha gustado un pelo como me ha mirado el chico y no pensaba achantarme.

¿Qué esperaban que hiciera? ¿Qué me quedara de brazos cruzados y permitiera, incluso antes de empezar los juegos, que alguien quisiera intimidarme? No, perdona. Por encima de mí no pasa nada ni nadie.

Soy una persona muy simple. Verás, si eres amable conmigo, yo seré amable contigo. Si me respetas, yo te respetaré. Si intentas intimidarme, yo te intimidaré hasta el final de las consecuencias. Si no me respetas, no te respetaré. Soy muy práctico. No me importa quien seas, ni tus abultados músculos. No me importa de dónde vengas, ni las excusas que quieras poner. Si me tratas bien, te trataré bien. Simple. Es como el karma, das algo bueno y esperas que te venga de vuelta. Haces algo malo y también se te devolverá. Eso es exactamente lo que pasa cuando tratas conmigo.

Además, me he sentido acorralado cuando otro con cara de pocos amigos se ha entrometido en lo que no le llama. ¿Pretendía ser un buen samaritano? Las cosas no funcionan así.

Estoy sobre una de las cruces, con la bolsa de polvos de talco completamente derramada en mis manos. Esta prueba va a ser dura, sobre todo para los que apenas tienen fuerza en su tren superior. Menos mal que ese no es mi caso.

La vida de un boxeador amateur en Seúl se basa en entrenar desde las cinco de la mañana hasta que el cuerpo y los músculos flaqueen. Incluso un poco más si me fuerzo. Por eso no dudé al aceptar participar en As de Picas, porque mi disciplina me va a dar una ventaja muy superior a todos los participantes. Saldaré la deuda de mi tío ludópata, culpable de que la vida de mi madre esté en peligro ahora. Hasta me planteo hacerle una visita tras ganar el reality para quitarle las pocas ganas que le queden de seguir con sus apuestas ilegales y tragaperras.

Fijo la mirada en mis Nike Dunk Low Retro negras. No es que lleve el mejor calzado para hacer este tipo de juego, tampoco mi ropa es muy acertada, pero todos estamos en la misma situación. Agarro el tiro del vaquero y lo subo para que no moleste a la hora de hacer palanca con los pies y poder soportar mejor el peso del saco. Dejo la marca de mis dedos sobre el negro impoluto de los vaqueros.

Estiro el cuello y tomo la cuerda en el momento en que la voz mecánica nos desea suerte y espera que gane el más fuerte.

El peso del saco me pilla por sorpresa, esperaba que pesara pero no tanto. Me muerdo el labio, molesto, y recobro la compostura. Cierro los ojos para concentrarme mejor pero el estruendo del primer saco al caer me lo impide. Se trata del último concursante, el chico rubio y delgado que parecía un pollo sin cabeza al entrar a la sala de espera. Creo que se ha hecho daño, porque se lleva las manos a las muñecas y se sienta en el suelo enseguida.

¿A quién se le ocurre soportar tanto peso con las muñecas? Lo correcto sería inclinar el cuerpo hacia atrás lo suficiente y mantener los codos en un ángulo cómodo como para que tu propio peso contrarreste el del saco.

Cierro los ojos, esta vez ni el ruido del segundo saco al caer va a impedirme concentrarme.

El saco de piedras me mantiene la postura y, aunque al principio notaba el peso pellizcarme los bíceps y los redondos mayores, llega el momento en que no siento nada. Tan solo un leve empujón hacia delante que me hace mantener el equilibrio perfecto.

Una oleada de sacos estrellándose contra el suelo llega a lo que creo que es cinco minutos después de iniciar el juego. Frunzo el ceño, extrañado. O está en muy mala forma el tren superior de la mayoría o el peso su sacos es bastante mayor que el mío. Eso me hace perder momentáneamente la concentración y pensar en la cantidad, en kilogramos, de piedra que nos están haciendo soportar.

—Muy bien concursantes, ya solo quedáis la mitad —anuncia la voz mecánica.

Me pregunto si el fortachón seguirá con su saco en alto, aunque no tengo que abrir los ojos para saber que así es. Con lo corpulento que es no me extrañaría que pesara, ¿cuánto, setenta kilos? ¿Cuánto sería, entonces, capaz de levantar?

Un momento. La voz mecánica del altavoz ha dicho antes de empezar el juego que debemos dar el 44% de nosotros. Y si... Sí, puede ser. No es una idea disparatada.

Otra oleada de sacos estampándose contra el suelo retumba por la sala, esta vez mayor que la primera.

Abro los ojos, apenas quedamos cuatro jugadores en pie: el fortachón, el metomentodo, un chico con gafas de culo de vaso y yo.

Subo la mirada a los sacos, pero el que más me llama la atención es el mío. Sé cuánto pesa, y no me pone nervioso en absoluto. Echo una ojeada rápida a la pantalla del techo, han pasado poco más de ocho minutos, y yo he aguantado veinticinco kilos como si nada, el 44% de mi peso total.

El metomentodo deja caer con rabia su saco, y agita las manos blancas y enrojecidas por los polvos de talco y el esfuerzo. Las piedras salen disparadas del saco y se juntan con las de sus compañeros, también caídas.

Casi diez minutos de juego, los dedos comienzan a hormiguearme muy feo. Las yemas frías, los nudillos ardiendo. Y no es la única parte de mi cuerpo que quiere ceder. Tengo los brazos completamente dormidos y los músculos de la espalda se sobrecogen en espasmos que no puedo controlar. Sin embargo, no puedo quedar tercero. Tengo que ganar y restar veinticinco mil wones a la deuda de quinientos millones.

El de las gafas de culo de vaso intenta secarse el sudor de la frente que le ha llegado ya hasta las pestañas, pero en ese momento su fuerza desaparece. La cuerda resbala entre sus manos y los dedos apenas tienen fuerza para recuperar el agarre. Hace el amago de tirar de la punta de la cuerda por lo menos dos veces antes de que el saco toque el suelo.

—BangChan, ChangBin, enhorabuena, solo quedáis en pie vosotros dos. —El murmullo de los concursantes descalificados bulle de repente—. Que gane el más fuerte.

El último concursante en llegar junto a otro rubio bastante más alto que él, se acercan al fortachón, que ahora sé que se llama ChangBin, y comienzan a alentarlo. Unos instantes después hacen lo mismo rodeándome a mí.

Me miro la punta de los pies, evitando mostrarles la sonrisa que se dibuja en mi cara. ¿Ves como sí que soy un simple? Les agradezco los ánimos con la voz entrecortada por el esfuerzo y una sonrisa apretada que no es igual de radiante que la primera que me guardé para mí.

Otro minuto más se suma al minutero, doce en total, desde que empezó este juego de fuerza. Y, la verdad, no veo nada fatigado a ChangBin. Todo lo contrario que yo, que ya tengo los muslos adormecidos y los gemelos hormigueantes. Hasta la punta de los dedos de los pies está pidiéndome a gritos que pare. Tengo que cambiar la postura para aguantar un poco más.

Relajo los hombros, dejoque el saco descienda un metro. Hago lo mismo con la espalda y, para misorpresa, la cuerda se me resbala y desciende otro metro más. Tengo los brazostan cansados que no sé si seré capaz de volver a recolocar el peso en su sitio,y eso que aún no he dado un respiro a mi tren inferior. Intento relajar losgemelos pero, a la que levanto un milímetro un pie del suelo, pierdo elequilibrio. Me salgo de la equis dibujada en el suelo, trastabillando con laspiedras caídas de mi compañero y cayendo de bruces a la vez que mi saco.

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