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Capítulo 19: Cobarde

Seungmin.


Si la tarde se me ha hecho larga siendo la sombra de Felix y, más tarde, de Hyunjin, I.N y Han, la noche es interminable. La cena ha sido incómoda. Ahn ha vuelto a declinar la invitación de sentarse en nuestra mesa y ha comido lo justo y necesario para no desmayarse. Yo quería hablar con ella, intentarlo al menos. Aunque no sé qué me hubiera atrevido a decirle. ¿Lo siento? Es un clásico más vacío que los típicos estás bien cuando se está pasando por un bache.

Cada vez que cierro los ojos, mi mente empieza a correr en círculo, atrapada en pensamientos que no puedo controlar. Tú también has escuchado los comentarios de Min Jeong, pero has hecho oídos sordos. Cobarde. Tú también podrías haber hecho algo como I.N, Han, Hyunjin o Changbin. Cobarde. Ahn tiene razón, no tienes ni voz ni voto para señalar lo que merece o no la pena. Machista cobarde.

Doy otra vuelta en la cama, he perdido la cuenta de cuántas llevo, buscando una postura en la que me sienta cómodo, pero mi cabeza y desasosiego no me van a ayudar a encontrar la paz. La oscuridad amplifica cada pensamiento, haciéndolos más grandes, más urgentes. Tendrías que haberte bajado de la cinta, dejar de correr y de intentar escapar de lo que estaba pasando. De lo que le estaba pasando a ella. Tendrías que haberle echado una mano. Cobarde. Ve a pedirle perdón. YA. AHORA. Aunque con lo inútil que eres seguro que la cagas al hacerlo.

El silencio de la habitación se ve interrumpido por el ronquido de un compañero del que ni si quiera me he molestado en aprenderme el nombre. Sin embargo, siento el silencio dentro de mí como un eco ruidoso que me aclara que no es mi amigo, sino mi verdugo. Te callaste cuando en el control Min Jeong te preguntó si eras su novio. También lo hiciste cuando este se burló de Ahn abiertamente frente a su grupito. Te has callado hoy y te vas a callar siempre. Y eso no te hace escurrir el bulto.

Dormir a estas alturas de la noche me parece inalcanzable, como el borde de un precipicio que está justo al alcance de mis dedos, pero sin siquiera poder rozarlo. Porque los gritos de Ahn me alejan de él. Porque la culpabilidad se interpone. Porque la desesperación me repta por las piernas y se instala en mi pecho a modo de frustración.

Es como si mi cabeza hubiera fotografiado el momento exacto en el que Ahn se ha agrietado, derrumbado, y me torturara con esa imagen. Una foto desenfocada, oscura y preciosa, como Ahn. Pero también aterradora e hipnótica. Una fotografía que plasma el dolor ajeno y lo vuelve propio. No entiendes del todo lo que ves en ella, pero te envuelve. Te atrapa. La imagen, oscura y borrosa, te hace sentir presión en el pecho, como si un lazo invisible te atara a sus emociones. A sus grietas. Y percibes su sufrimiento en la piel, en cada respiración pesada.

—No te hagas la víctima, Seungmin. Tu autocompasión me aburre —dice la voz de Ahn en mi cabeza.

Ella no diría eso, aunque no la conozco para afirmarlo con tanta fuerza. Tampoco este dolor me pertenece, aunque se adentra en mí como una serpiente.

Eso que sientes no es mi dolor. Es tu culpa.

Salto como si tuviera un resorte bajo el colchón. Tengo que salir de aquí o me acabaré volviendo loco. La respiración entrecortada me provoca un ardor en el pecho que ni un millón de vasos de agua conseguirían calmar. Tengo que hacer algo, aunque sea demasiado tarde.

Salgo de la habitación y encaro el pasillo con los pies descalzos y un agujero en el estómago. Tengo retortijones, quiero vomitar y, a la vez, llorar. Soy una bomba de emociones que puede estallar en cualquier momento.

—Por favor, ahora no —me digo para mantener la calma.

Camino hacia la habitación de Ahn y me paro frente a su puerta. No tengo reloj, pero deben ser más de las tres de la mañana. Es una locura llamar como si nada a su puerta sin esperar represalias a cambio, mínimo, de Min Jeong. Porque, claro, la audiencia decidió que era buena idea encerrar en el mismo habitáculo a una chica y a su acosador. Putos buitres.

—¿Por qué no me atrevo a decir esto en voz alta? —susurro tomando aire por la nariz.

Sencillo, porque soy un cobarde. Un chico de mucho ruido en la cabeza y pocas nueces a la hora de la verdad. Apontoco con suavidad la frente en la madera, derrotado por mi propia psique, cuando a lo lejos me parece escuchar un ruido ahogado.

Levanto la cabeza en un movimiento fugaz. Miro a ambos lados del pasillo. Nada. Fijo los ojos en la puerta que hay frente a mis narices. Doy un paso hacia delante. Acerco la oreja a la madera y respiro despacio. Silencio. ¿Habrán sido imaginaciones mías? Niego con la cabeza, apartando la posibilidad de que me haya vuelto loco de remate tras pasar día y poco en As de Picas. Acerco la cara, en concreto la oreja izquierda, al quicio de la puerta. Aguanto la respiración para aguzar el oído.

El sonido de los muelles de un colchón, constante y rítmico, atraviesa la puerta, aumentando poco a poco en intensidad. Al principio, apenas es un susurro, pero luego se acelera, cada vez más marcado. Un grito ahogado se mezcla con sollozos suaves, apenas audibles, pero desgarradores. El corazón me da un vuelco. He olvidado cómo volver a respirar. Un sudor frío me recorre la espalda al imaginar los peores escenarios posibles.

Ahn. Min Jeong.

El sonido es tenue, quebrado, como si quien sollozara intentara ocultar su dolor. O como si otro le obligara a mantenerlo en secreto.

—Ahn. —Su nombre se me escapa de entre los labios.

Ella es quien grita. Ella es quien solloza.

Cada respiración entrecortada de él y cada gimoteo de ella llenan de angustia el espacio que nos separa. La desesperación de ella atraviesa la puerta y me golpea la garganta. La satisfacción de él se cuela bajo la puerta y me hace temblar las piernas. Las rodillas me flaquean, mi tristeza e impotencia impregnan el aire. La sensación de inquietud crece y explota dentro de mí a modo de imágenes vívidas sobre lo que está pasando detrás de esta puerta cerrada.

Min Jeong sobre Ahn. Ahn inmovilizada bajo el cuerpo de este. Tres personas dentro con ellos, dormidos o haciéndose los dormidos, siendo cómplices de tal acto deleznable. Como yo.

De repente, silencio. Los muelles dejan de sonar y Ahn calla con ellos.

Camino despacio hacia atrás con lágrimas en los ojos, en las mejillas, en los labios y en mi camiseta del pijama.

¿Por qué no puedo ser como Han y los demás? ¿Por qué no puedo ser valiente y dejar de esconderme tras mis fotos? Ser más abogado de la justicia que del demonio.

Como ha pasado en la sala de pruebas, bajo la cabeza y miro al suelo, mis pies desnudos, incapaz de reaccionar mientras el mundo a mi alrededor se desmorona. El mundo de Ahn.

Han actuó sin pensárselo dos veces, con el shock del momento visiblemente en la cara; y aun así corrió. Actuó con pasos seguros, presencia abrumadora y ofreciendo consuelo y apoyo sin que Ahn lo pidiera. Yo, en cambio, permanecí inmóvil, como ahora. He vuelto a fallarle, perdido en pensamientos confusos y miedo.

Una parte de mi sabe que debía haber hecho algo, que debería hacer algo ahora. Pedir ayuda, sacarla de la boca del lobo. Pero no puedo. Es como si mi cabeza me hiciera pequeño, insignificante, como una sombra que observa pero no participa.

Compararme con él, con cualquiera en realidad, es inevitable y doloroso. Piense en quien piensa, esa persona es todo lo yo no puedo ser: valiente, decidido, justo, visible.

Entro en el cuarto con la cabeza gacha, tratando de no hacer ruido. Los demás están en sus camas, dormidos. Subo a mi litera, el metal chirria bajo mi peso. Me tumbo sobre el colchón con delicadeza, esperando no haber despertado a nadie. Felix se remueve en su cama y paladea con la boca seca un par de veces antes de dejarme oír su respiración serena y profunda.

El nudo en mi garganta, que había estado apretándose todo el día, finalmente se desata. Un torbellino de imágenes lo hacen con él. Ahn reprochándome con la mirada mi vara de medir lo que merece o no la pena. Las palabras afiladas de I.N acuchillando mi silencio y el ego de Min Jeong. Los ojos de Han pidiéndome ayuda para sacar a Ahn de la sala de pruebas. Las pupilas de Changbin juzgándome por no hacer nada más que tener los pies anclados al suelo. La expresión acusadora de la voz de Ahn en mi cabeza. Sus sollozos. Las respiraciones profundas y entrecortadas de Min Jeong.

Las lágrimas empiezan a caer, por fin, silenciosas al principio, hasta que pronto siento que me ahogo en ellas.

No puedo dejar de pensar en Ahn. En lo que ha pasado al otro lado de la puerta. Imagino sus ojos llenos de miedo, su boca aplastada por el dolor, y, mientras tanto, yo me he quedado ahí, inmóvil, como un cobarde. Ahn estaba sufriendo en poco más de veinticuatro horas en As de Picas lo que nadie debería pasar ni en mil vidas. Y, sin embargo, yo no estaba haciendo nada para impedirlo.

Cobarde. Mala persona. Cobarde. Monstruo. Cobarde. Cómplice. Cobarde. Culpable.

El pecho me duele de la rabia que siento hacia mí mismo. La garganta también de los sollozos que me quitan el aliento y la fuerza para mantener los ojos abiertos. ¿Cómo voy a mirarla mañana? ¿Cómo voy a soportar compartir espacio con ella, sabiendo que le fallé cuando más lo necesitaba? Me tapo la cara con la almohada, tratando de sofocar los sollozos, pero el dolor sigue ahí, quemándome el pecho, recordándome lo cobarde que soy. Lo mala persona que soy. El monstruo en que me he convertido. El cómplice de las injusticias que he decidido ser. El culpable del sufrimiento ajeno que abrazo como mío para hacerme sentir un poco más humano.

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