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Capítulo 10: El grupo de los perdedores

Felix.


Llego a la habitación con el estómago no lleno pero sí satisfecho. Estoy pletórico, aunque es algo exagerado, de haber hecho buenas migas con dos chicos más de aquí. El primero en acercarse a mí ha sido Hyunjin y he estado a punto de caerme para atrás cuando lo ha hecho. Me ha caído bien al momento, es tan parecido a mí que por un momento he sentido que estaba en casa. En una casa llena de desconocidos que están contra mí porque tienen sus propios asuntos que saldar.

Lo que no esperaba es que Bangchan y ChangBin me cedieran parte de su comida. Entonces, ¿puedo considerarlos ya amigos? O, al menos, ¿aliados? Espero que sí. Me gusta la idea.

Tres de los cuatro chicos con los que comparto habitación me miran raro nada más entrar, pero yo les sonrío y sigo a lo mío. Tomo asiento en la litera que queda vacía, en la cama de abajo, y a provecho para pensar en mis hermanas. ¿Estarían contentas de no verme solo y apartado en As de Picas? Obviando el microinfarto que les daría saber la deuda que tengo con ellos, claro.

Sonrío como un bobalicón. Hyunjin es el primer amigo que tengo desde que he llegado a Corea del Sur. Me muerdo los nudillos al recordar cómo ChangBin ha insistido en que comiera, que no me cortara, todo lo que quisiera de su ramyeon. Incluso me dan ganas de gritar al pensar en el huevo perfectamente pelado que me ha dado BangChan.

Estoy en un sueño dentro de una pesadilla.

Escucho pasos en el pasillo y una conversación amortiguada por el grosor de las paredes. Los tres compañeros de habitación se tapan con la sábana hasta la cabeza y dan media vuelta dispuestos a dormir. Yo, sin embargo, tengo curiosidad y voy directo a la puerta. Al otro lado, puedo escuchar con más claridad la conversación, aunque solo capto un gilipollas airado. ¿Hay alguien peleándose a estas horas? Pero si no ha dado tiempo de hacer enemigos aquí. Bueno, enemigos no, pero rivalidad sí que he visto como para hundir un barco.

El picaporte comienza a girar y yo me pongo nervioso. Correr hacia la cama no es la opción más beneficiosa, tampoco lo es quedarse petrificado, pero hago lo segundo.

El picaporte deja de moverse por un momento y yo respiro tranquilo, pero la tranquilidad dura poco. Al instante la puerta se abre de sopetón y yo no tengo más remedio que esconderme tras ella. ¿Qué estoy haciendo? No estoy en Australia, ni quien ha entrado es alguna de mis hermanas (a ellas tengo por costumbre asustarlas cada vez que me aburro).

Agito la cabeza y cierro los ojos con fuerza. Por favor, que este mal entendido no eche a perder el día. Los pensamientos intrusivos son tan invasivos que me arrebatan el aire y anulan el raciocinio. ¿Cómo me excuso? ¿Qué puedo decir que hago tras la puerta?

Un chico cierra la puerta y nos quedamos mirando a la cara y en silencio durante agónicos segundos. Me mira de arriba abajo como si fuera un adulto que ha pillado a un niño en plena travesura. Sonrío avergonzado.

—¿Qué haces?

—No lo sé —respondo saliendo de detrás de la puerta.

La tensión en el aire es tan pesada que es imposible no respirar sin que escuezan los pulmones. Y no puedo no sentirme culpable por ello.

Miro a los otros compañeros, que habían optado por irse a dormir, por encima del hombro del moreno. Uno de ellos se ha destapado parte de la cara para no perder detalle del bochornoso momento.

—Lo siento, eh... —balbuceo. He olvidado su nombre. Esto va de mal en peor.

—Seungmin —termina diciendo por mí; escueto, directo.

—Yo me llamo Felix, perdona.

—Lo sé.

¿Lo sabe? Joder, que bien está yendo esto.

Seungmin se sienta en la orilla de su cama, que en realidad es la mía, y me mira de soslayo. ¿Cómo le digo que prefiero la cama de abajo después de haberla cagado? Camino arrastrando los pies hasta la litera y me coloco en frente suya. Abro la boca para pedirle por favor que me ceda la cama, pero antes de poder hacerlo me interrumpe.

—¿Te estabas escondiendo de mí? ¿Te doy miedo?

Casi me ahogo con mi propia saliva.

—¿Qué? —pregunto, cuando en realidad lo he escuchado a la perfección. Palpo los bolsillos del pantalón en busca del zippo de Rachel pero recuerdo que me lo han confiscado en control—. No, para nada. Es que soy un estúpido y he intento cotillear la conversación que tenías en el pasillo. Lo siento —confieso.

Suelto toda la información sin respirar ni mirar a mi compañero a la cara. Me fijo en mis manos, vacías.

—Eres muy sincero —dice tras un aspaviento nasal.

Encojo los hombros cómo única respuesta. Él se rasca una ceja y se levanta de la cama.

—¿Qué cama prefieres, la de arriba o la de abajo?

Parpadeo con fuerza dos veces. ¿Cómo una pregunta tan tonta puede hacerme tan feliz? Levanto la vista y la clavo en sus ojos.

—La de abajo, por favor.

Seungmin asiente, coge su bolsa de ropa y procede a cambiarse.

Estoy confundido, así que busco también mi bolsa y lo imito. Tampoco quiero que piense que soy un depravado si lo observo mientras se cambia. De hecho, no quiero observarlo mientras se desviste.

Seungmin se mete en la cama antes que yo, y agradezco que así sea. Acto seguido, la luz de la habitación se apaga sola.

—Felix, ¿tienes una estrategia para ganar As de Picas? —La voz de Seungmin apenas es un susurro.

La pregunta me hace revolverme en la cama. La respuesta es no, ni si quiera me he informado de qué va todo esto. Debería tener una estrategia, ahora que lo dice. Debería saber qué voy a hacer para ganar y no dejarme llevar por lo que vaya sucediendo. Debería, pero no sé cómo.

—No —confieso.

Mis palabras rebajan la tensión del ambiente por completo. Lo noto por el suspiro que se le escapa al moreno entre los labios y la forma en que se relajan mis músculos. No soy el único perdido aquí.

—Nunca he visto este programa —confiesa él y, por la forma en la que ha sonado su voz, diría que tiene la boca pegada al hueco que hay entre el colchón y la pared.

Cambio de postura y hago lo mismo.

—Yo tampoco.

Nuestras respiraciones se acompasan. Ambos estamos un poco nerviosos.

—En el pasillo estaba hablando con un chico, Han, que me ha recomendado ser memorable para ganar, pero no sé serlo. Soy más bien anodino y soso —dice con un hilo de voz.

Mis ojos se acostumbran a la oscuridad de la habitación y, cuando miro hacia la litera de arriba, puedo ver de pasada los ojos de Seungmin perdidos en la pared lisa.

—No te conozco, pero no me pareces soso ni anodino.

—Voy a perder todos los juegos —dice llevándose una mano a la cara—. Yo no debería estar aquí.

Algo en el fondo del pecho se me encoge, y no sé si es por pena o por saber perfectamente a qué se refiere. Porque siento lo mismo.

Me la juego, ni si quiera lo pienso, cuando subo una mano y cuelo un par de dedos por el resquicio del colchón y la pared con la intención de darle la mano y hacerle entender que no está solo en esto. Me tiene a mí aunque no nos conozcamos.

Como era de esperar, ignora mi gesto.

—Perdamos juntos —musito.

—¿Tú y yo? —susurra.

—Tú, yo y quien quiera unirse al grupo de los perdedores —digo con una sonrisa melancólica en los labios.

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