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Capítulo 8: "Living Proof."

"El corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?"— Jeremías 17:9

Minatozaki Sana perdió su virginidad a la edad de diecisiete años. Y no fue algo sensacional ni inolvidable, fue solo eso, roce de pieles, incomodidad en el aire, una sábana vieja en el suelo. Como todos alguna vez, Sana sufría de ensoñación excesiva acerca de cómo serían todas sus primeras veces: su primer toque de manos, su primer beso, su primer vez. Mina, Momo y ella habían hablado por horas de lo que les habría gustado que en verdad sucediera, incluso pactaron un trato –de esos que haces en el receso del colegio cuando ese chico o chica que juras era el amor de tu vida a tus tontos dieciséis, no muestra ni una gota de interés por ti–, que si no ellas serían la primera vez de las otras.

Sin embargo, las mismas chicas sabían que la vida era una caja de sorpresas, que tú decidas abrirlas con miedo o con temor sabiendo que nunca sabrás que te depara cada nueva decisión que tomas, es otra cosa. Al cumplir los diecisiete, Mina ya tenía su primer beso, Momo ya había besado un cuello, y Sana... Sana tenía una receta oftalmológica para usar gafas y asesinar la poca dignidad social que le quedaba.

Sana era la de en medio, pero nunca se sintió así, se sentía la última al lado de Mina y Momo, ambas experimentaron cosas con chicos y chicas en su tiempo; Momo tuvo una época donde comenzó a llegar con chupetones, y allí Mina empezó los llamados "celos" que tienes cuando te encanta tanto alguien que no puedes tragarte ni con agua la idea de que alguien más pudiera tocarlos. Era natural que después de tantos años en la secundaria, terminara en una cama, y eso era bonito, Mina y Momo fueron su primera vez, salvaje, adolescente, como estar entre las nubes. ¡Sana sabía todos los detalles! Estuvo presente en cada etapa de esa relación, era prácticamente la hija de su madre prestada a un par de lesbianas que morirían por hacer una familia juntas si Dios se los permite.

Y aunque Sana fuese feliz con la idea de que Mina y Momo tuvieron una gran historia de amor, con una gran primera vez, un gran primer beso, un gran primer todo... Ella no estaba contenta con lo que recibió para sí misma.

Relaciones tóxicas, fallidas, sin nombre ni seguridad que parecían juegos mentales. La joven Sana nunca creyó que podía irle tan fatal en el amor, y es verdad, le fue peor. Porque cuando no tienes buenas relaciones alrededor de tu vida, caes en un ciclo interminable con personajes que... jamás te verán en serio.

Sana atrajo un sueño de chica, y por supuesto, cerca de cumplir diecisiete años como Mina y Momo, al fin pudo tener su primera vez.

Una primera vez llena de... Desilusión.

Sana quería ser tratada con pinzas, con amor, con tranquilidad; pero aquella chica solo actuaba bruscamente y con demasiada impaciencia. No se tomo el tiempo de apreciar a Sana, de conocer a Sana, de tocarla, sentirla, atraer la idea de seguridad entre ellas para poder sentir en cada beso, y cada estocada que ella era la chica perfecta para eso.

En cambio recibió marcas por toda su piel, que ardían por el peso de su fantasía de juventud, destruida. Incómoda, Sana fingió un orgasmo, y allí abrazada a una desconocida que jamás volvió a llamar luego de la graduación, supo que su relación con el sexo empezaría con el pie izquierdo.

Y así fue, cada año de experiencia nuevo, era uno donde más que avanzar en línea recta, sentía que un solo paso de crecimiento y confianza en las personas, con cualquier acción se desmorona en tres pasos hacia el pasado.

Por eso y más, el sexo para Minatozaki Sana, pasó de ser algo deseado, soñado, que aumentará su confianza y placentero a... Complejo.

Mina y Momo sabían que Sana era una chica con una lista de deseos personales acerca de si misma y la percepción de su vida. Tener una madre católica, tradicional y enamorada de valores que no resonaron nunca en su única hija, era difícil, porque Sana quería experimentar sensaciones nuevas, emociones intensas, desbordar lujuria y pasión con alguien que, aunque la tocara con intensidad, la sometiera a su disposición, y la tuviera toda la noche ocupada gimiendo, lo suficiente para no compartir palabras, supiera que... Ese acto debía acabar con afectos en la cama, con destellos de charlas nocturnas que diera lugar a conocer al otro. Aunque ese sentimiento fue cambiando poco a poco, eso se se iba derrumbando. Cada persona por la que Sana pasó, cada cama de hotel en la que estuvo, solo la hicieron sentirse vacía.

Allí fue cuando conoció su sepultura en el mundo del amor: los libros.

En los libros el sexo era tratado con pinzas, sugerencias, o con muchos detalles, pero siempre con amor, con pasión, sin desdén, solo con la fragilidad o intensidad que merecían ser tratadas las mujeres a través de unas manos o labios. Desde el primero que leyó, supo que se volvería un vicio sin remedio en su vida, uno donde podía tener diferentes perspectivas, diferentes experiencias, sin necesidad de tener ella que vivirlas; vivir un romance, sentir anhelo cada que dos protagonistas se besaban con tal intensidad, que sus bocas solo podían responder con el mítico: Te quiero. Sana fantaseó muchas veces alrededor de esas escenas construidas en páginas, y en su mente ella era quien era amada por un caballero noble, una princesa guerrera, un vampiro a media noche; una policía atormentada, o una millonaria neurótica.

Si, definitivamente Sana, vivía de la ensoñación excesiva, ilusionada, aturdida por lo que jamás tuvo.

Por lo que jamás tuvo hasta... Ahora, durmiendo en los brazos de una mujer preciosa que en realidad era un demonio que tomó una forma demasiado precisa de lo que Sana le gustaría ver cada mañana al despertar. Sus brazos jamás la soltaron, la abrazaba por detrás, sentía sus suaves toques nada apresurados recorrerla, y Sana entre sueños nada especiales, pues el suyo estaba materializado cuidando su cuerpo; sabía que Jihyo no estaba durmiendo con ella, la estaba admirando, tocándola, grabando con su tacto la sensibilidad de esa piel y cercanía.

Jihyo dio suaves besos lo que restaba de la madrugada en su espalda y omóplatos –estaba realmente obsesionada con es parte de ella–, en su hombro y a veces en su cuello, y Sana de no ser por el cansancio monumental con la que fue dejada toda la noche, le hubiera encantado besarla a ella también.

Estaba levitando entre nubes, según ella. Cuando sintió el cálido aliento de esos labios que empezaba a reconocer su piel, rozando su cabello y mezclándose con el ambiente matutino de un día cualquiera de la semana. Sana comenzó a abrir levemente sus ojos, solo para encontrarse a Jihyo sumergida en su aroma, como una mujer frágil y común, si Sana no supiera que ese demonio era una manipuladora mental, que estaba desquiciada por ella... catalogaría la acción como tierna.

La ya conocida entidad capturó la mirada de reojo que Sana le daba, y pasó sus brazos por debajo de sus axilas, para acariciar con sus uñas suavemente aquel vientre que temblaba débil ante cualquier tacto que fuese ajeno al suyo propio... Adorable, era lo que pensaba Jihyo cuando su Ángel reaccionaba de esas maneras tan hermosas.

Era como una mañana después de un desastre entre sábanas. Acogedor, único, y sobre todo, con un solo pensamiento entre ellas rodeando... Un solo golpe dado, y nada volvió a ser lo mismo.

Sana se giró, aún sostenida por Jihyo envuelta entre esos fuertes brazos, y el demonio la miró con esos orbes amarillentos, ya no estaban oscurecidos ni gritaban peligro, Sana los detallo solo para permitirse apreciar el color, era un color único, eran como dos esferas de alucinación, pero coquetos, encantadores, lo suficiente para helar el cuerpo por la sensación de que siempre persiguen.

Aunque ahora mismo, no eran brillantes pues no era de noche, a Jihyo el sol le caía sutilmente sobre ellos, volviéndolos una fantasía ámbar y cálida, perfectos para transmitirle paz a Sana después de una noche tan intensa como la anterior.

Y oh Dios, Sana la observaba sin poder creerlo. La maldijo como siempre porque la criatura que la refugiaba contra su cuerpo, no hacia más que volverse más y más perfecta. Sana no puede con esa belleza fatal que demuestra Jihyo en cada acción que toma.

El demonio dejó salir su voz ronca:—Buenos días, Ángelito. ¿Sabías que roncas durante las noches? —¡Maldita sea, hasta la voz es perfecta! No hay remedio para Jihyo, ni cura para le enfermedad que padecía Sana por ella. Tenerla tan cerca, disfrutar de sus alientos mezclándose, y sentir su voz apenas en un murmullos solo para sí mismas era... era...

Indescriptible. Tendría que inventarse una palabra pronto para definir el sueño dorado que estaba viviendo.

Porque si, eso solo era un sueño. Y esa fantasía blanca se desvaneció cuando el sonido de una puerta abriéndose, formando un alboroto en los latidos de Sana, la despertó.

Y Sana despertó, dándose cuenta que estaba semidesnuda, entre sábanas y... Sin Jihyo.

Jihyo no estaba allí, y recordó el concepto que ella le había recalcado.

"Todo esta en tu mente, pero lo que sientas aquí será completamente real."

Y si que lo fue, cuando analizo donde estaba, sus ojos deambulaban por su habitación, la ventana semi-cerrada. El sol dando rayos de luz al suelo del cuarto. Y el zumbido típico en sus oídos del reciente despertar, supo que Jihyo y ella siempre estuvieron en un sueño... un reino, un refugio, un infierno, creado por el demonio, para disfrutarse mutuamente.

Luego se dio cuenta de algo peor: ¡eran las diez de la mañana! Había faltado al trabajo sin avisar. Se iba a matar así misma.

De pronto, la voz inconfundible de su mejor amiga resonó en el cuarto. Esta vez no era una alucinación de las voces en su cabeza. Todo estaba en orden, como siempre... excepto porque Mina estaba en su habitación con una bolsa entre sus manos, su ropa usual de la universidad, y una coleta que recogía su melena rubia.

Si, definitivamente ella estaba devuelta a su cotidianidad.

—Buenos días, bella durmiente —saludó con una naturalidad desconcertante. Porque, claro, es muy normal que Mina tenga llaves de su casa y, desde aquel incidente con la fiebre, no deje de aparecer como si fuera su propio piso—. ¿Qué? Ya te advertí que voy a venir cada vez que te sientas mal. Aunque... —una sonrisa pícara se apoderó de sus labios—, ¿cómo estuvo tu cita anoche? ¿Al fin destaparon "la cañería"?

Oh, esa maldita rubia...

—¡Mina, maldita sea! —Sana gritó desde sus almohadas, molesta. ¿De dónde sacaba Mina todas esas ideas? Al instante se le encendió una alarma: su amiga era demasiado curiosa, y ella había estado con Jihyo anoche. Las cuentas cuadraban. Se cubrió instintivamente con la frazada—. Deja de decir esas tonterías, tonta. No pasó nada anoche.

—¿Segura? Porque estás más neurótica que de costumbre. Además, no te hagas, sé que te has besado a tu colega. —Mina le lanzó una mirada incisiva, disfrutando su momento—. Tienes una mancha... aquí, aquí... y aquí. ¡Dios, Sana! Tenías siglos sin sexo, me alegro por ti.

Manchas... ¡Dios santísimo! Ahora sí necesitaba agua bendita para exorcizar a Jihyo.

—No, no tengo nada. Y deja de exagerar, no tengo siglos sin sexo —respondió, aunque su tono carecía de convicción.

—Es verdad, milenios suena mejor. —Sana la asesinó con una mirada de ojos entrecerrados, a lo que Mina se encogió de hombros divertida con sus reacciones—. Está bien, está bien, tú ganas: eones.

—¡Jódete, Mina! —espetó Sana, mientras intentaba salir de la cama sin levantar más sospechas.

El frío del suelo le recorrió los pies desnudos. Mina, entretanto, examinaba el cuarto con mirada astuta, buscando cualquier prueba de que su amiga había estado con alguien. Conocía bien el apetito sexual de Sana. Aunque ella lo negara, había algo en su nerviosismo que delataba mucho más que un simple beso. Mina estaba segura de que Sana había perdido la cabeza anoche.

Entonces lo vio. Las marcas rojizas, los chupetones y los rasguños adornaban los brazos de Sana. Por un momento, Mina dudó si debería decir algo.

—No sabía que la Señorita Son era tan... apasionada.

"¿O acaso no había sido la Señorita Son?" Mina ladeó la cabeza, observando cómo Sana buscaba algo en su clóset para esconderse en el baño.

—Te lo dije, Mina. No fue Son. Ella no es mi estilo.

—¿Y tu estilo es el de alguien que te deja inválida? ¡Me sorprende que siquiera camines! —Mina cruzó los brazos, disfrutando de la situación.

En realidad, cada paso era un suplicio para Sana. Pero no iba a admitirlo. Su dignidad, aunque escasa, valía más. La frase "¡Cógeme, maldito demonio inservible!" resonó en su memoria, y su rostro se encendió. Estaba desesperada por el tacto de Jihyo anoche, y ahora no podía huir de sus pensamientos.

—Definitivamente fuiste follada anoche —soltó Mina con una expresión triunfal.

—¡M-Mina-yah! —Sana le lanzó una camiseta, en un intento desesperado por silenciarla.

"Mi-M-Mina-yah" —la imitó Mina burlándose—. ¡No te quejes! No eres nada sutil: cojeas, estás llena de marcas. ¡Merezco burlarme si no vas a decirme quién fue! —Hizo un puchero, fingiendo decepción—. Bah, Sana, eres imposible. ¿Qué te cuesta admitir que te dieron la cogida de tu vida?

"Más de lo que crees..." pensó Sana. Especialmente porque la responsable de todo aquello no estaba en sus sábanas.

Con un mohín, se encerró en el baño. Al quitarse la ropa, el espejo le devolvió los recuerdos que tanto quería evadía revivir. Su piel era un lienzo lleno de marcas desordenadas, como Van Gogh y su noche estrellada, como una pintura en óleo. Jihyo había dejado un desastre, un caos hermoso e inconfundible. Sana tragó saliva al recordar, los gemidos, los sollozos, súplicas, la maestría de sus finos dedos, las pieles calientes de ambas... Y eso que apenas empezaba a reconocer la idea de que eso había pasado. Tiembla cuando sus pezones en endurecen solo con la idea de Jihyo, aún así, intenta ignorar como su pensamiento del demonio la sensibiliza en todos los sentidos, es lo único que le queda, ¿Cierto? Aunque no es de mucha ayuda, su cuerpo era una prueba viviente de que anoche ella había sido de ella. Ella, por todos los cielos e infiernos, ella había sido fenomenal en su cama.

Abrió la ducha, dejando que el agua fría golpeara su piel con la esperanza de enfriar el ardor que le recorría al pensar en Jihyo. Era un intento inútil. Todo en su vida parecía en desorden: Mina seguía husmeando en su casa, Butters maullaba exigiendo comida, había faltado al trabajo sin una excusa decente... y, sin embargo, no podía sacar a Jihyo de su mente. Esa mujer. Ese demonio. Esa sombra que se deslizaba entre sus sueños y dejaba rastros en su cuerpo como un artista obsesionado con su lienzo.

No podía dejar de pensar en su voz, ese tono etéreo que parecía resonar en cada fibra de su ser. "Mía", la había llamado. Una simple palabra que ahora le pesaba en el alma. ¿Por qué? ¿Por qué la reclamaba como si tuviera derecho a ella? Jihyo desaparecía justo cuando Sana quería respuestas, como si el juego estuviera diseñado para frustrarla, para mantenerla atrapada en ese ciclo interminable de confusión latente.

El agua se deslizaba por su cuerpo, pero no lograba contrarrestar las preguntas que se acumulaban en su cabeza. ¿Por qué Jihyo no era física, tangible, real? ¿De dónde había salido? ¿Era solo un producto de su imaginación febril, o algo mucho más oscuro y profundo? ¿Y su acuerdo? Había aceptado algo, pero los detalles eran borrosos, como si el calor del momento los hubiera envuelto en un velo de niebla.

Todo lo que sabía era que Jihyo aparecía cuando quería y desaparecía cuando le convenía, dejándola con más preguntas que respuestas.

Eso la enfurecía, pero Jihyo sabía como conseguir su silencio, claro está.

Aún así, no podía parar de escarbar en todo lo que ella significa.

Pero cada vez que intentaba desentrañar el misterio, su mente volvía al recuerdo de su cuerpo. Esa piel morena que parecía hecha para ser adorada, para ser tocada. ¿Quién habría creado a Jihyo? Dudaba qué el diablo, o el mismo Dios. Pensaba en los labios que habían recorrido cada rincón de ella, dejando marcas como una firma personal que llevaría a todos lados ese día.

Los ojos amarillos pero tan oscuros cuando la deseaba, que la desnudaban con una sola mirada y eso era suficiente. Sana apretó los párpados con fuerza, intentando borrar las imágenes que se colaban en su mente. Pero no lo consigue.

Estaba atrapada, perdida entre el deseo y la incertidumbre.

De pronto, el agua fría ya no era suficiente. Cerró la ducha de golpe, el sonido reverberando en el baño como un eco de su frustración. Se apoyó contra los azulejos, respirando agitadamente. Sus piernas temblaban, no sabía si por el frío o por el peso de todo lo que había vivido, o soñado, o... lo que sea que fuera esto con Jihyo. 

Lo único claro era que la estaba volviendo loca. Jihyo no solo invadía sus noches; ahora también dominaba sus días. Y quién sabe que más quería ella de Sana.

—¿Por qué siempre te vas... cuando más necesito saber de ti? —murmura débil, quizá por el vapor del baño, quizá por el cansancio, quizá por ego ardiendo y volviéndose nada en su pecho, quizá todo junto.

No lo sabe, solo sabe que necesita una prueba de que Jihyo no es una alucinación, no es un tornillo que se le aflojo, no es la locura que ya se había desatado en ella, ni producto de su soledad que ya parece ser reemplazada con su actual presencia, ya no sabe realmente lo que pasa. Quería pruebas. Quería sentir a Jihyo cerca, tangible, real. Necesitaba respuestas, pero más que eso, necesitaba su presencia, su cuerpo como anoche. Era como si tenerla frente a ella pudiera aclarar todo el caos que le hervía por dentro— ¿Qué es lo que me pasa cuando estoy contigo? —su frente se apoya en los azulejos del baño, y cierra los ojos—...Dime, ¿Estás hecha para esto... para confundirme, para romperme? —Sabe que habla sola, sabe que murmura incoherencias por Jihyo, pero también sabe que Jihyo la puede oír—, Sé que me oyes, ¿Por qué no amaneciste conmigo, uhm? —más que un reclamo, como todas las veces anteriores. Era una añoranza, la quería a ella y si la había proclamado suya, tenía ahora el poder de quedarse—. Si vuelves. Quédate, aclárame la mente, demonio idiota...

Tal vez lo único que sabía era que estaba completamente a su merced.

El tiempo fue imperceptible para la japonesa, como esos momentos en los que el día se desvanecía sin que te dieras cuenta, más después de casi desvanecerse entre vagas ideas de Jihyo, absorbida por la confusión y el cansancio. Sana llegó a su cama, arrastrando los pies, aún envuelta en el eco de su propia mente, donde Jihyo ocupaba todo el espacio. Se cambia por una ropa mucho mas decente, pues tiene una invitada en la sala de su casa, y se dirige al comedor.

Mina ya estaba en la cocina, sirviendo lo que parecían ser restos de las bolsas de esta mañana, pero Sana no estaba interesada en nada de eso. Mina preparaba el desayuno como si fuera una rutina, pero Sana no veía más que los movimientos automáticos de su amiga. Se sentó frente a la mesa sin decir palabra, tomando un tenedor sin siquiera mirarlo y metiéndolo en su boca sin ganas, un pedazo del huevo estrellado, como si estuviera comiendo por obligación. El sabor no la alcanzaba, su mente solo daba vueltas sobre lo que había pasado, sobre lo que pasaría entre ella y ese demonio.

Mina se acercó con una taza de café entre manos y, al ver el semblante ausente de Sana, dejó de moverse con su usual energía para darle un vistazo serio. Se sentó a su lado, sus ojos observando a la chica con más atención de la habitual. Finalmente, no pudo contener la pregunta.

—¿Y bien? Ya evadiendo el tema del sexo... ¿Qué opinas de Son Chaeyoung? —preguntó Mina, con una seriedad que no solía usar. No era su tono burlón ni juguetón; estaba claramente buscando algo—. ¿Fue buena contigo, no es una idiota como habías mencionado?

Sana parpadeó, apenas procesando la pregunta. No entendía cómo había llegado esa conversación hasta allí –otra vez–, pero la mención de Son la sacudió. Hizo una pausa, su tenedor suspendido en el aire, mientras su mente divagaba entre las imágenes de Jihyo y su rostro más reciente.

¿Son Chaeyoung? ¿Esa profesora? ¿Qué tenía que ver ella con todo esto? De repente, Sana se encontró a sí misma comparando a la chica con Jihyo, algo que nunca había hecho antes. Chaeyoung, con su energía de casanova inoportuna, su belleza desenfadada y su naturalidad para decir tonterías, cabellera oscura, ojos verdes y conocimiento suficiente para enganchar la mente de cualquier mujer; contrastaba enormemente con lo que Jihyo era, o lo que representaba para Sana.

—¿Son? —repitió, intentando encontrar una respuesta coherente, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Son Chaeyoung no era nada como Jihyo. No podía serlo. No era tan... intensa. Ni tan inalcanzable. Ni tan abrumadora. No, Jihyo no tenía nada que ver con ella.

Jamás podría.

Empezando por lo obvio, su belleza física, lo más sorprendente que ha visto en su vida, y creía que jamás repetiría la sensación que estrujo su alma la primera vez que la vió... Jihyo no era solo hermosa, era otra cosa. Era una belleza que no conocía los límites de los estándares de belleza establecidos por la humanidad, ella no era una humana, eso era obvio; era una presencia tan fuerte que le trastornaba el aliento volviéndolo en falta de aire. Con esa piel morena... suave como la seda pero con una tensión oculta, parecía absorber la luz de la Luna en lugar de reflejarla. Y no era solo su color, sino la textura misma, que la invitaba a ser tocada, explorada, como un material hermoso tallado en una estatua griega o romana, detallada y hecha con sudor y lágrimas. Si, esa piel tan cálida y a la vez tan lejana, como si estuviera de alguna forma fuera de su alcance, que solo aumentaba la necesidad de acercarse más, de fundirse con ella. Y sus ojos... esos ojos amarillos que cuando querían mostrar piedad lo hacían. No había nada en su mirada que se pudiera leer fácilmente; era como si estuviera mirando a través de ella en todo momento, tocando sus pensamientos más ocultos, y de alguna manera Sana sabía que, al mirarlos, estaba invitando a esa invasión silenciosa.

Había algo en la forma en que Jihyo la miraba que la despojaba de toda defensa, la hacía vulnerable sin pronunciar palabra alguna.

Y al final... lo que la terminó de maldecir, sus labios. Esos labios que nunca sonreían completamente, pero que siempre dejaban entrever una intención maliciosa. No era la sonrisa abierta y alegre de Chaeyoung anoche, sino algo más enigmático, más provocador, más poderoso.

Cuando Jihyo sonreía, era como si el mundo entero se comprimiera en ese instante, como si el tiempo se detuviera solo para entender lo que esa sonrisa prometía a su Ángel.

Sana se recostó sobre la mesa, con el hartazgo evidente, mirando al vacío por un segundo. De alguna forma, no podía encajar a Jihyo en ningún molde, y eso solo la confundía más. Jihyo no era como sus otras ex parejas, ni sus romances fallidos. No era como esas mujeres "normales" con las que había estado antes. No encajaba en nada de lo que había considerado su tipo ideal.

Pero, al mismo tiempo, era todo lo que su mente podía pensar. No importaba si quería o no. No importaba si entendía o no. No importaba nada. Lo único que podía recordar, lo único que su cuerpo deseaba, era su toque, su presencia, esa voz que la llamaba en sus sueños. Todo en su mente giraba en torno a ella.

Definitivamente si Mina supiera acerca de Jihyo, entendería que...

 Al final, no hay punto de comparación entre ellas, y quizá nunca lo habría entre Jihyo ni nada que se le parezca.

Sana miró a Mina, quien estaba esperando su respuesta. Pero, en lugar de decir algo coherente, Sana simplemente suspiró y murmuró:—La profesora Son no es mi estilo, Minari. Ella simplemente no logró engancharme, ¿Entiendes? —claramente oculta la verdadera razón en esa respuesta, no mentía cuando admitía que Son no era para ella. Besaba increíble, si. Pero nada como el demonio en las cuatro paredes de su mente.

Mina la observó con una ligera sonrisa, reconociendo la evasión de su amiga, pero decidió no presionar más. Había algo en el aire, una tensión y sospecha, que le decía que Sana no estaba lista para hablar de lo que realmente importaba. Pero algo había cambiado en su amiga, algo que Mina no podía descifrar.

Sana volvió a tomar su tenedor, ya sin mucha hambre, pero necesitaba hacer algo con sus manos mientras su mente seguía atrapada en los recuerdos de esa noche con Jihyo. La noche que le había dejado más preguntas que respuestas. ¿Qué pasaba entre ellas? ¿Era real, o solo una fantasía que la consumía sin remedio? Solo sabía que, sea lo que fuera, no podía dejar de pensar en ello.

En ella.

Y tal vez... nunca dejaría de hacerlo.

Jihyo devoraba su mente, y el único pensamiento coherente que podía emitir en medio de todo esto era su nombre, su toque, y la sensación de que algo entre ellas estaba por estallar.


Sana pasó el resto del día atrapada en pensamientos de Jihyo –ya no era raro–, sin poder deshacerse de su imagen sobre ella, de su voz, de ese eco de su voz hermosa que le pedía encarecidamente que gimiese.

Ay Dios mío...

Mina no pensaba abandonar su actitud protectora, eso estaba claro, y eso solo aumentaba el malestar de Sana. En el trabajo, tuvo que inventar una excusa patética: un resfriado que le había arruinado la noche y, por lo tanto, se quedó en casa. Una mentira barata, pero era lo único que podía decir. La verdadera epidemia que la estaba consumiendo era Jihyo.

Sentada frente a su escritorio, Sana repasaba pendientes del trabajo con la cabeza nublada. Los planes de evaluación, los proyectos de la semana siguiente, todo se mezclaba en su mente, pero no había concentración suficiente para hacer algo bien. Mina, por su parte, parecía no preocuparse por el caos emocional de su amiga. Estaba demasiado cómoda acariciando a Butters, que, afortunadamente, no tenía problemas con ella. Y, por supuesto, devoraba un bote de frituras mientras saqueaba la cocina como si fuera suya, sin más preocupaciones que encontrar algo para picar.

Sana apenas registraba su presencia. Mina podía hacer lo que quisiera siempre y cuando no invadiera su espacio.

Su cuarto era otro tema. Allí, en ese santuario donde aún residían los restos de la noche anterior, estaba el diario. No lo había tocado desde que Jihyo se fue tan repentinamente, pero la curiosidad la estaba devorando. ¿Había borrado todo rastro de ella? ¿O había dejado alguna disculpa, alguna nota que explicara su desaparición en la mañana? Sabía que Mina, siempre curiosa, probablemente había estado husmeando en su cuarto, pero no la culpaba. No podría evitarlo. Era una de esas cosas que simplemente no se pueden ocultar.

Sana suspiró, luchando entre la necesidad de leer nuevamente esas páginas y la certeza de que eso solo la hundiría más. Pero no podía dejar de preguntarse: ¿Qué había dejado Jihyo? ¿Un rastro de su presencia o solo silencio?

De repente, Sana refunfuñó, molesta, ¡Maldita sea no podía concentrarse así! Menos al recordar las malditas palabras de Jihyo. Joder, esa mujer la había devorado entera, y ahí estaba ella, apretando las piernas y perdiéndose en pensamientos de su puta voz, como si fuera imposible escapar de su influencia. Lo peor de todo es que ni siquiera podía pedirle ayuda a Dios —ya lo había abandonado hace mucho tiempo—, y lo único que deseaba, con todo su ser, era que Momo apareciera y se llevara a Mina lejos de su vista.

Pero antes de que pudiera procesarlo, una voz ajena y demasiado familiar irrumpió en sus pensamientos, como un eco seductor que le heló la piel.

—Ay, Ángel, ¿tan temprano pensando en mí?

Sana apretó los dientes. Mierda.

La castaña se sobresaltó, como si alguien hubiera tocado su piel, pero no había nadie allí. ¿Qué diablos? ¿No le había prometido no secuestrar su mente y hablarle a través de ella? ¿Respetar sus pensamientos? ¿No había jurado bloquear todo lo que tuviera que ver con Jihyo?

Aparentemente, Jihyo era una estafa. Si, que sorpresa que un demonio sea engañoso. Porque justo cuando la duda la invadía, esa misma voz le respondió en su mente, tan imperturbable y juguetona como siempre:

—No dije cuándo dejaría de hacerlo, además, tu mente es muy divertida, Ángel. Te gusta imaginar mucho, eres muy visual, detallista... No paras de pensar en lo de anoche... —suspiró, coquetería en todo su esplendor, podía hasta imaginarse la sonrisa de maldad en Jihyo, con la burla en todo su rostro sin necesidad de verla—... Es como ir al cine, y la película es sobre nosotras. Aunque parece más bien porno francés que otra cosa, ¿Lo ves mucho?

Sana apretó los dientes, mirando al vacío, furiosa. Y ahora Jihyo usaba su mente como un maldito buzón de mensajes. ¡Fantástico!

¡Además Sana jamás ha visto porno, menos el fránces, odia sus palabras y cinismo!

Sana no podía hablarle en voz alta, y Jihyo lo sabía. Tampoco podía dejar todo lo que estaba haciendo para responderle a través del libro, ¡estaba atrapada! Jihyo siempre encontraba la forma de sacarle provecho a cada maldita situación.

Y, claro, no perdió el tiempo. La voz de Jihyo se coló en su mente, divertida y retadora. Dispuesta a seguirla tuteando, digno de un ser como ella esperando una digna reacción de su ángel:

Y tampoco dejas de pensar en mis manos, ni en mi cuerpo... Ay, Sana, si fueras directora de cine, harías millones de planos de mí, ¿Cierto, Angelito? ¿Te encanta mucho mi cuerpo?

Sana se sonrojó tanto que pensó que podría derretirse. ¡No podía ser! ¿En serio estaba diciéndole eso? ¿En su cabeza, mientras estaba trabajando y Mina estaba en la otra habitación disfrutando de su música? ¡Era demasiado!

—¡No! ¡No me gusta tu cuerpo! —dijo, aunque no estaba muy convencida de lo que acababa de gritar.

Jihyo simplemente se rió, como si supiera exactamente cómo la tenía rodeada. ¡Qué pesadilla!

Mina se giró de inmediato, con una expresión de total confusión. Sana había gritado... ¿Como si estuviera en medio de una discusión? ¿Ya se estaba volviendo loca? ¿Debía llamar al 911? Mina bebió un sorbo incómodo de su milkshake, intentando procesar lo que acababa de escuchar.

Finalmente, se armó de valor y, viendo en la castaña una mirada iracunda, que horror, le preguntó a Sana que tenía una rabia latente en los ojos:—Amiga... No es por ofenderte, pero ¡¿qué carajos te pasa?!

Sana la miró, la vergüenza cubriéndola hasta ahogarla en un vaso de agua imaginario, ¡Había gritado! Impulsiva como siempre... Adiós, ¿y lo peor? No podía decirle la verdad. No podía explicar que estaba teniendo una conversación mental con un demonio que la tenía atrapada y la estaba tuteando. Así que, como siempre, se defendió con lo primero que se le ocurrió:

—Nada, es solo que... estaba... eh... pensando en voz alta. —dijo, fingiendo naturalidad, aunque ni ella misma se lo creyó—. Te lo juro que no estoy loca... Mina

Mina la observó, entre confundida y preocupada, como si estuviera esperando una explicación más convincente.

—Pues tus pensamientos están bien idos, Sana-chan. ¿Estás peleando imaginariamente con un deudor? —preguntó Mina, levantando una ceja, claramente intrigada y ligeramente preocupada.

Sana casi se atraganta con el aire. No estaba preparada para esa pregunta. ¿Cómo explicarle que, no, no estaba peleando con un deudor, sino con un demonio que la había dejado hecha un desastre emocional? Eso sería... un poco difícil de justificar.

—No... no es eso —dijo rápidamente, frotándose la nuca, intentando parecer más convincente que nunca—. Solo... estaba, eh, pensando en... en cosas... de trabajo, sí, eso. ¡Un montón de cosas de trabajo!

Mina no parecía muy convencida, pero la miró un segundo más, evaluándola. Finalmente, suspiró y volvió a su milkshake, aunque claramente con la sensación de que algo raro estaba pasando.

—Bueno... lo que sea, pero si un deudor te hace gritar así, mejor empieza a llamar a un abogado o algo, porque eso ya no es normal.

Mina, con cara de "aquí hay algo raro", e intenciones de aliviar la atmósfera incómoda, sugirió:—Oye, Sana, ¿por qué no te tomas un descanso? Tal vez otra vez te está fallando el horario del sueño, ¿no?

Sana le agradeció mentalmente, como si estuviera siendo rescatada de un agujero negro. Gracias, Mina, pensó, gracias por ser la salvación que ni yo misma sabía que necesitaba. Porque esa era la excusa perfecta para ir al cuarto, tomar el cuaderno y finalmente darle a Jihyo lo que se merecía: un buen "Eres una maldita idiota, prepotente y, además, ni te das cuenta de lo mal que cog-..."

Pero justo cuando estaba a punto de escapar en su mente hacia el cuarto, Mina la interrumpió, no muy convencida de que la cordura de Sana siguiera existiendo entre las dos.

—¿Sana, me estás escuchando, cierto? —Sana parpadeó, tratando de recomponerse, como si hubiera estado en otro planeta. O pensando en la Reina de las Pesadillas Húmedas.

—¿Qué? Ah... sí, claro, claro que te escucho... —respondió, con una sonrisa forzada, aún tenìa la cara teñida en carmesí por... básicamente gritarle a Jihyo cuando la idiota ni estaba allí.

Mina la observó un momento, arqueando una ceja, como si sospechara que Sana estaba a punto de hacer algo muy raro. Sana era muy rara en sí, pero estaba haciendo cosas mas raras que de costumbre. Raro...

—No te distraigas, ¿eh? Solo intenta descansar un poco, no quiero verte más alterada que ayer.

Sana asintió rápidamente, deseando tener la capacidad de desaparecer en ese momento.

Al entrar a la habitación, Sana respiró hondo, intentando calmar el ardor en sus mejillas que aún no se iba después de las absurdas palabras de Jihyo. Ya se había salvado de ser descubierta por Mina, pero no sabía cuánto más podría soportar esta tortura mental. Se apoyó contra el respaldar de la puerta, sintiendo que su piel seguía ardiendo de vergüenza.

Y, por supuesto, justo en ese momento, la voz de Jihyo retumbó en su mente, perforando sus pensamientos como siempre:—Ay, Ángel, ¿otra vez a tu habitación? ¿Qué pasa... quieres que vuelva y te haga mía en la cama?

Sana se tensó, sus ojos se abrieron como platos y su corazón comenzó a latir más rápido, como si intentara escapar del peso de esas palabras. ¡Maldita sea, ¿cómo era posible que esa mujer estuviera en su cabeza todo el maldito tiempo?!

—¡Jihyo, cállate! —gritó en su mente, apretando los puños, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de su rostro una vez más.

No podía dejar de pensar en ella, y esa maldita voz en su cabeza la estaba llevando al borde de la locura. ¡Era insoportable! Jihyo se rió de ella, una risa suave pero llena de malicia, como si estuviera disfrutando cada segundo de verla tan alterada.

Jihyo no tardó en replicar, su tono relajado y travieso resonando en la cabeza de Sana, como si la estuviera observando desde algún rincón oscuro:

Ay, Ángel, ¿por qué tan rápida para rechazarme? Si sabes que te gusta... Deberías disfrutar un poco más de mis "atenciones".

Sana apretó los dientes, casi sintiendo el calor de la sonrisa burlona de Jihyo a través de sus palabras. ¡Era como si tuviera el control total de su mente! ¿Cómo podía ser tan... astuta? Era como un zorro entrando a comerse las gallinas, un lobo feroz llevándose el cordero entre sus colmillos, y un perro audaz de caza tras su libre.

—No, no, no... ¡No es así! —respondió Sana, como si hablarle en voz alta pudiera hacer que la maldita voz se callara. Pero no funcionaba. Jihyo solo la seguía, su presencia recorriendo cada rincón de su consciencia.

Ah, claro... No te hagas, que yo sé lo que pasa. Pero, por supuesto, te gustaría seguir jugando a que no te afecta... Cuando en realidad, lo único que te afecta es no poder dejar de pensar en mí —Maldita sea. "Sabe todo de mí, sabe mis defensas y mis piedras en el zapato." Sana sintió como su cerebro estallaba de frustración. ¿Cómo podía ser tan inteligente, tan... directa? Jihyo la había calado hasta los huesos, y lo peor era que lo sabía—. Ah, Ángel, sé que estás algo enfadada conmigo... Pero volverte loca no es mi idea, al menos no por ahora. Tampoco haremos nada aún. —La última parte la dijo con un tono demasiado tranquilo, y eso hizo que Sana sintiera un escalofrío recorrer su espalda. "Diablos", pensó Sana, ella sí quería.

Luego, como si estuviera dando una recomendación amigable, Jihyo añadió con una calma inquietante:

Revisa en tu cajón, te dejé algo —dijo con aura misteriosa.

Sana sintió que su corazón dio un vuelco. ¿Qué demonios le había dejado Jihyo ahora? No podía soportarlo. La sola idea de que esa maldita estuviera organizando todo, hasta lo que ella encontraba en su cuarto, la estaba volviendo loca.

Sin pensarlo, se acercó al cajón de su escritorio, el pulso acelerado, y lo abrió con cautela.

Lo primero que notó fue una rosa. Pero no cualquier rosa. Era negra, un negro tan profundo que parecía absorber los colores del resto de su visión, como si de alguna forma estuviera hecha de sombras. Los pétalos, de un terciopelo oscuro, tenían un brillo casi húmedo, como si estuvieran cubiertos por una capa de rocío, pero no de agua, sino de algo más siniestro, más ajeno al mundo natural. Las orillas de los pétalos estaban ligeramente encorvadas hacia adentro, como si los tocara un viento invisible que los empujaba hacia su centro, creando una forma casi perfecta, pero inquietante. Cada espina que se alzaba del tallo era afilada, como pequeñas cuchillas de obsidiana que cortaban el aire con su presencia. Eran negras también, pero con un brillo metálico, y con una punta tan fina que parecía que podían perforar la piel con la mínima presión. El tallo, en sí, tenía una suavidad extraña, como si fuera de seda endurecida, pero con la rigidez suficiente para advertir que la rosa no era un regalo cualquiera.

Sana no pudo evitar sentir un escalofrío al mirarla. Era hermosamente macabra, casi como si estuviera hecha para simbolizar algo mucho más oscuro de lo que podía comprender en ese momento.

Jihyo comenzó a hablar de nuevo, su voz retumbando en la cabeza de Sana, como si estuviera justo allí, susurrando al oído, en medio de la habitación:—¿Te gusta? La escogí especialmente para ti... Por eso me he ido esta mañana.

Sana frunció el ceño, instantáneamente escéptica. "Seguro es otro de sus engaños y excusas", pensó, su desconfianza creciendo. No quería caer en ese juego, no quería creer en una sola palabra que saliera de esa boca tan encantadora y manipuladora.

Pero Jihyo no tardó en continuar, su tono suave y seductor, como si conociera la opinion que tiene Sana acerca de ella a la perfección, dispuesta a cambiarla

Quizá no me creas, Ángel mío, pero he ido a mi jardín a preparar todo para ti, amor.

El simple hecho de escucharla llamarla "amor" hizo que el pecho de Sana se apretara. ¿Qué era lo que realmente pasaba entre ellas? ¿Por qué su mente, su cuerpo, no podían dejar de responder a esa mujer? Cada palabra de Jihyo la envolvía más, y esa maldita rosa negra era solo el principio. Sana dejó escapar un suspiro, luchando por mantener la compostura mientras la voz de Jihyo seguía resonando en su mente, como una caricia que no sabía cómo rechazar.

—¿Preparar "qué"? ¡Nunca sé a qué mierda te refieres! —exaltó—. Siempre eres tan... Tsk —chasqueó la lengua, mirando la rosa con una mezcla de fascinación y molestia, casi como si el simple acto de sostenerla en su mano le diera una sensación de control—... Ambigua. Siempre divagas.

El sarcasmo en su voz era palpable, pero había algo en ese gesto, en cómo la rosa negra parecía estar pegada a su mano como una especie de ancla, que le daba una incomodidad que no podía sacudirse. Jihyo, por supuesto, sabía que cada palabra, cada pequeño cambio en su tono, la hacía más vulnerable. Y lo peor era que no podía dejar de sentir que todo esto, esa sensación, esa tensión, era exactamente lo que Jihyo quería.

El aroma de la rosa, dulce pero envenenado, parecía envolverla aún más, y el pensamiento de lo que realmente significaba ese gesto no hacía más que aumentar la confusión y el deseo que ya la atormentaban.

Sana suspiró, más frustrada consigo misma que nunca. Jihyo imita la acción, con un aliento caliente que Sana juró sentir en la piel de su cuello, como si esa respiración cálida se deslizara, deshaciéndose de sus defensas una por una, el demonio quiebra el silencio matador de la anticipación—Me encanta el contraste que hacen tú y la rosa. Ella es peligrosa, eterna, oscura. Tú eres luminosa, perfecta y mortal. ¿No es perfecto, Angelito? Ambas son dos primores para mí —la voz de Jihyo se deslizaba por su mente con una suavidad inquietante, como una caricia peligrosa. Sana sentía el pulso acelerarse, la confusión y la irritación peleando en su pecho. ¿Qué quería con eso? ¿Qué estaba tratando de hacerle?

La comparación era de una intensidad absurda, y aún así, no podía evitar sentir que, de alguna forma, tenía razón. La rosa... y ella. Dos extremos, dos fuerzas opuestas pero igualmente atractivas para alguien como Jihyo. ¿Acaso pensaba que podía jugar con ella así? Pero la verdad era que no podía dejar de pensar en esa maldita rosa, en ese contraste entre la luz y la oscuridad, en lo que significaba.

—Tienes una forma muy rara de hacer cumplidos —dijo Sana, tratando de sonar más segura de lo que realmente se sentía. Pero la verdad es que cada palabra de Jihyo la tenía atrapada.

Tú me haces ser rara, Ángel.

Sana soltó una risa irónica, casi amarga. —Claro, porque yo te creé y decidí que fueses una fastidiosa alrededor mío.

La voz de Jihyo se volvió aún más profunda, seductora, como si estuviera disfrutando cada segundo de la conversación. —Estoy obsesionada contigo, pero eso no es nada malo. Menos cuando tengo toda una noche planeada para las dos...

Sana jadeó, sorprendida por la mención de "otra noche con Jihyo". Su cuerpo reaccionó antes que su mente, un calor instantáneo invadiendo sus mejillas.

—¿Qué dices? Yo no he aceptado... —respondió, intentando sonar firme, aunque la sensación de estar completamente fuera de control la estaba volviendo loca.

No tienes por qué hacerlo con palabras, cuando tocas con tanto esmero uno de mis pétalos —Jihyo mencionó, sugiriendo algo más, haciendo alusión al movimiento de los dedos de Sana sobre uno de los pétalos negros de la rosa. Sana se tensó, el gesto ahora claramente atrapado en su mente—. Eres bastante erótica y sensual, a veces. ¿Segura que no diriges películas porno en secreto en vez de ser profesora?

—¡Jihyo! —Sana gritó, su voz quebrada por la mezcla de frustración y deseo. No podía creer que esa mujer la estuviera llevando al límite de esa forma. ¿Cómo podía ser tan... directa? ¡Tan molesta y tan irresistible al mismo tiempo!

Pero todo lo que logró fue sentir que su rostro ardía, su mente se nublaba, y esa maldita rosa en sus manos parecía volverse más pesada, como si tuviera un poder propio.

—Jihyo... Basta...

Te fascina que sea así... Tu mente grita por mí siempre, Ángel. —La voz de Jihyo se volvió aún más tentadora, como si estuviera saboreando cada palabra que salía de su boca—. Hagamos algo, acepta mi regalo, piénsame todo lo que resta del día. Cuando tu compañera mortal se vaya... —hizo una pausa que logro remover el estómago de su Ángel—... A la misma hora de ayer, intenta dormir, ponte algo cómodo.

Sana se sintió invadida por un calor creciente que emanaba su cuerpo, por reflejo apretó sus piernas. Ya tenía sus pensamientos y respiración entrecortados por el tono seductor de Jihyo, que parecía penetrar en su mente de manera más profunda y peligrosa que nunca. No entendía sus palabras, pero el doble sentido estaba claro.

"¿Qué diablos me está pidiendo?"

—Y-Yo... ¿Debo hacer algo con la rosa? —Preguntó, intentando ocultar la incomodidad que ya le comía por dentro. La húmedad evidente que siempre era provocada por su autoridad y su pasión. Su mente no podía parar de imaginar lo que podría significar esa rosa, lo que Jihyo quería que hiciera con ella. Pensó de inmediato en sus plumas, suaves, tal cual esa rosa, ella se había tocado con ellas. ¿Quizá lo volvería a repetir? Su garganta se secó ante la idea.

La risa de Jihyo resonó en su cabeza, suave y divertida, como si supiera exactamente lo que estaba provocando en ella.

Es tu regalo, tuyo... ¿Tú sabrás, no es así? —Dijo, como si todo estuviera premeditado, como si lo que sucediera después fuera solo una cuestión de tiempo.

Sana apretó la rosa entre los dedos, sintiendo el significado de sus palabras.

Su mente ya no era suya, y lo peor de todo era que, por alguna maldita razón, no quería que lo fuera.

Y ahí, en ese preciso momento, todo cobró sentido para Sana. Después de tantas noches en camas en forma de corazón roto, con ese sentimiento de vacío, al lado de extraños que sólo tenían cigarros en mano para ignorarla como una sombra pasajera, ¿de verdad existía alguien que la tentaba y la hacía sentir apreciada? ¿Que lucharía por tener su atención?

Jihyo tal vez no era tangible, tampoco era un susurro claro de verdades, sino una tiniebla de misterios y promesas envenenadas. Pero, aún así, se ofrecía como una amante inalcanzable y sin igual, una contradicción perfecta para Sana. Una prueba viviente de que nunca podría medirse con nadie más, con las expectativas que ella misma había creado ni con los límites de su propio corazón. Es decir... Todo calza en la mente de Sana: la rosa, el deseo explícito de husmear en su mente, conocer cada rincón de su ser, preparar un jardín para las dos... Jihyo calculaba cada detalle, cada movimiento, como si Sana fuera una joya rara que mereciera ser tratada con devoción. Y estaba acercándose poco a poco a ella con cosas que claramente parecían estudiadas con antelación.

Era como si Jihyo tuviera una lista de detalles específicos que nadie nota en Sana, para encantarla y atraerla más.

No la estaba idealizando, aún la odiaba, su mente conocía sus principios y jamás caería enamorada de ella. Pero su cuerpo... su cuerpo respondía a esos toques, a esos gestos, a esa atención que no había recibido en años. Y, si algo había aprendido, era que a veces el cuerpo hablaba mucho más que la razón... Y Sana, sencillamente... no podía evitarlo: su cuerpo, maldito y traidor, se rendía ante el encantamiento de esa demonio.

Así que, ahora, le tocaba esperar. Esperar por la noche, por su "prueba viviente" de que Jihyo era una amante perfecta para sí misma.

Si es que tal cosa existía.

"El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor."
— Proverbios 16:9

MARATÓN (I/III)

N/A: ¡Hola chiquilles! Sorpresitaaaaa. Ajam, sigo trabajando en esta historia con muchas ganas, esta vez con tres nuevos capítulos que llevo escribiendo esta semana. Espero que les gusten, al final los personajes me tienen "poseída" y escriben su historia ellos mismos, BYE. Ya van a ver.

El próximo capítulo se está editando junto con el tercero, es la misma dinámica de esta vez, pacientes que a media noche probablemente ya estén los tres, en fin. Vayan preparandose porque estás son mis últimas actus del año <3

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