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Capítulo 666: "Invocación."

Un canto hermoso resonaba en la penumbra, como un eco que atravesaba el vacío más oscuro.

No provenía de un especifico, sino de todas partes, llenando el aire pesado con una mezcla de melancolía.

Era una melodía divina, cruel en su perfección, que retumbaba como un juicio. Allí, de rodillas entre brasas incandescentes que parecían consumir todo a su paso, se doblegaba bajo el peso de cadenas de espinas de madera.

Estas atravesaban su piel con brutalidad, enterrándose profundamente en su carne mientras gotas de sangre negra caían sobre el suelo ardiente. Era una escena cruel, malévola, un castigo para los ojos, un castigo para sí misma.

Su cuerpo, no de miedo, sino de algo más escalofriante. El canto se acercaba más y más.

Se removió con inquietud ante el ardor de la madera rústica enterrada en sus muñecas. Cada movimiento hacía que las espinas se clavaran más hondo, arrancándole suspiros entrecortados. Su pecho subía y bajaba con dificultad, un sonido áspero escapaba de su garganta mientras luchaba por respirar.

Lágrimas amargas descendían por su rostro, pero no traían consuelo; al tocar su piel, se convertían en pequeñas llamas, marcándolo aún más. 

A su alrededor, las brasas del infierno parecían vivas, danzaban como si respondieran al sufrimiento de su prisionera, devorando cualquier atisbo de serenidad.

Sus alas, abiertas en una postura agónica, estaban en plena transformación, igual amarradas, sin libertad. Cada pluma blanca, antes luminosa y pura, se ennegrecía con una rapidez aterradora. Era un proceso violento, un crujido audible acompañaba el cambio, como si algo sagrado estuviera siendo corrompido desde su raíz. 

El canto llegó hasta sus oídos, acariciando sus sentidos y trayéndole consciencia mientras perdía sangre.

Alzó la cabeza, sus ojos, inyectados de rojo y amarillo como el fuego, brillaban con una mezcla de furia y resignación. A pesar del tormento, no emitió un solo grito.

Solo el canto continuaba, ahora más fuerte, como si se burlara de su sufrimiento o lo alentara a soportarlo. 

Era un renacer y una condena al mismo tiempo. Las brasas susurraban su destino, mientras las últimas plumas blancas caían al suelo, convertidas en ceniza.

De repente, la vio entrar. Una figura etérea que contrastaba con la oscuridad abrumadora del lugar.

Su paso era ligero, pero cada movimiento parecía resonar como un trueno en su interior. La luz de las brasas acariciaba sus contornos, dibujando sombras que parecían danzar a su alrededor, como si el infierno mismo se doblegara ante su presencia. 

En su mente, una frase retumbó con una intensidad que lo dejó paralizado: "Es hermosa."

El dolor que lo había atormentado, las cadenas que seguían desgarrando su piel, y las brasas que ardían como mil soles de repente parecían insignificantes. 

Todo aquello, todo el tormento, parecía cobrar sentido solo por verla. 

Sus alas, en plena metamorfosis, se extendieron con un esfuerzo monumental de lanzar ráfagas de viento.

"Solo por ella sé que mi condena vale la pena."

Sana quedó quieta en su lugar. Muda, sin realmente poder pronunciar una palabra hacia aquella monstruosidad frente a ella.

La silueta definida de lo que parecía ser la sombra de una mujer se impuso ante ella. Pensaba que era su imaginación, pero sabía que no era así tras todo lo que había vivido esos días, sobre todo esa noche. Había tentado a Jihyo ahogándola con su deseo de tenerla sobre ella. Sin embargo, juraba que ella jamás le haría daño. Ahora sentía todo lo contrario... y si...

¿Estaba allí para hacerle daño? No, ella había prometido... ¡No! Tenía que intentar huir. ¿Por qué creerle a ella?

Pero Sana parecía prisionera de sus muñecas, sentía cómo Jihyo ejercía fuerza sobre todo su cuerpo, sin siquiera estarla tocando. La sombra era oscura, nada de luz, nada de esperanza. Y sus alas de obsidiana, con plumas que lucían ásperas, bailaban sobre ella como si fueran una extensión de su propia voluntad.

Sana la miró petrificada. Su cerebro se calcina intentando maquinar una salida de esta situación. Pero la sombra acercó sus dedos hacia ella. Frío, sintió un frío atravesarla cuando el dedo de la sombra posó sobre su mejilla. Comenzó a acariciarla con este, y sus miradas se encontraron: la amarillenta e intensa de Jihyo, y la suya, vulnerable y aterrada.

Un silencio se plantó entre ambas, pero en él algo más se encendió... Era fuego y cenizas, algo que quemaba en el interior de las dos... En los ojos de Jihyo, dominación y pasión y en los de Sana, sumisión y deseo. Aunque en ese instante se encontraba expuesta, vulnerable por su desnudez, algo en la postura de Jihyo la hizo dudar.

Su silueta era imponente, sí, pero al mismo tiempo mostraba debilidad. Un límite. Sana no podía explicarlo, pero era como si el simple acto de mostrarse así ante ella estuviera llevándola a un punto de quiebre.

Eso la mataba, así como le encantaba...

Finalmente, la voz de Jihyo rompió el hechizo del silencio. Su tono era suave, casi melancólico, pero cada palabra llevaba un peso que aplastaba a Sana.

Te daré lo que quieres... pronto. No ahora, Ángel. Debes ser paciente.

El dedo que rozaba la mejilla de Sana descendió lentamente, trazando el contorno de su mandíbula, su cuello, sus ojos se clavaron en aquella herida que reconocía, quiso besarla para obtener su perdón... Se veía hermosa aún cuando tenía su hermoso rostro lastimado, sentía su cuerpo temblar solo por ella al tener esas miradas entrelazadas.

Sana sintió que sus labios se entreabrían, no por voluntad propia, sino por la pura anticipación del contacto que le regalaba Jihyo, el demonio admiro la acción, y una risa de ternura escapó de sus labios:—Dulce Sana... —susurró, con un tono que era pura devoción y pleitesía hacia su Ángel. Tan suyo, tan entregado, era su luz—. ¿Por qué me vuelves tan loca? ¿De verdad me quieres a mí? ¿En serio te sientes lista para mí?—al escuchar esto, el corazón latió desbocado, atrapado por la ansiedad. Quiso moverse, acercarse, buscar ese contacto que anhelaba. Pero Jihyo no lo permitió. En cambio, deslizó su pulgar sobre sus labios, provocándola. Incapaz de resistirse más, mordió suavemente el pulgar que la sombra había deslizado entre sus labios, ese impulso fue mágico para ambas, la miró al hacerlo, directo hacia esos ojos feroces que no se apartaban, plagados de fuego intenso, para Sana era como admirar un infierno mismo brillar en ellos.

Se sentía hipnotizada, embrujada por ellos.

Jihyo jadeó, y por un instante, su control tambaleó nuevamente. Pero no, su anhelo no podía ser más fuerte que ella. Su alma la quería, la elegía, la necesitaba... Lo sabía. Sus ojos ardieron. Locos por ella, sus alas volvieron a moverse, demostrando su emoción por sentirla.

Y aún así, ni con todo esa loca pasión arrasando con lo que solía ser su corazón, la soltó.

No puedo seguir aquí... —susurró Jihyo, su voz cargada de algo que Sana no pudo identificar: ¿dolor? ¿Deseo? ¿Arrepentimiento?—. Perdóname, Ángel mío.

Y entonces, Jihyo se desvaneció.

Sana cayó al suelo, liberada de las fuerzas invisibles que la mantenían prisionera. El aire regresó a sus pulmones en un jadeo desesperado, y sus manos se aferraron a su pecho desnudo, temblorosas. Miró alrededor de la habitación, buscando rastros de aquella sombra que parecía llenar cada rincón hacía solo un momento.

Pero no había nada.

Se levantó con esfuerzo, sus piernas temblaban como si apenas pudieran sostenerla, busco su camisa, colocó su ropa interior, decidida a encontrarla, a llamarla. No podía dejarla así. Su mirada recorría cada esquina, cada sombra, buscando a Jihyo, pero lo único que encontró fue un vacío que parecía burlarse de ella, de lo ingenua que era.

—J-Jihyo... ¿Dónde estás? —susurró, aunque sabía que no obtendría respuesta, el sonido de la brisa golpear su ventana fue lo único que llenó el cuarto:—¡Jihyo, maldita seas! —Y era irónico, porque quién estaba maldita era ella. Maldita por estar viciada a la sensación irrepetible que le provocaba Jihyo, y maldita por quererla dejar entrar.

Siguió buscándola, pero sentía una presión horrible en su cabeza, se tocó la herida de la mejilla, esa que se había hecho en plena misa de la Iglesia.

Y así, sin esperarlo...

El mareo llegó de golpe. Su visión se nubló, y un zumbido constante llenó sus oídos. Tropezó hacia su cama, pocos pasos y de milagro pudo salvar su cuerpo adolorido en las blancas sabanas, sus manos intentando encontrar apoyo en la orilla, cuando todo parecía moverse a su alrededor.

Finalmente, su cuerpo, agotado, se rindió, y su cabeza giró hacia el techo, mientras la oscuridad comenzaba a consumirla. Las sombras parecían bailar en las paredes, susurrando cosas que no podía entender.

Jihyo... —murmuró antes de que todo se volviera negro.

Myoui Mina nunca se consideró en tipo de persona que fuese prudente. Ella en la vida de sus padres, su novia y su mejor amiga, era aquella que usualmente respondía con frases ocurrentes para nada predecibles. Tampoco le gustaba preguntar, ella era partidaria del lema: "Mejor pedir perdón, que permiso." Esa mañana ella estaba aplicando una de esas veces donde sencillamente una mosca la picaba, y le daban ganas de visitar a su mejor amiga.

Bueno, también era que esa mañana ella, Momo y Sana iban a visitar una nueva cafetería para desayuna juntas. Momo y ella ya llevaban casi veinte minutos dentro del auto, impacientes. ¡Ya estaban alteradas, las filas en lugares nuevos en Corea siempre eran inmensas! Entonces después de llamar incansables veces a su celular, sin obtener respuestas del paradero de su amiga. Mina tomó la decisión de subir al piso de su apartamento, subió el ascensor, buscó la copia de la llave que Sana le había ofrecido –esa era una manera de decirle al simple hecho de que se la había robado para visitarla cuando la extrañaba–, Cuando la caja metálica la dejó en pasillo, busco el apartamento de Sana.

Antes de siquiera atreverse a revelar la existencia de la copia de esa llave, pensó en tocar el timbre.

Pero algo de tensión recorrió la espalda de Mina cuando el timbre sonó más de tres veces, y ninguna de ellas Sana respondió. ¡No podía ignorarla para siempre! Así que saco la llave, la introdujo en el seguro, y abrió la puerta sin más.

La primera pisada que dio dentro del apartamento fue como dar un paso en falso. Sintió una vibra extraña, como un aviso de que algo malo estaba por suceder. Mina se confío –quizá demasiado–, pues fue directo al cuarto de Sana. Caminó con cautela.

Contuvo su respiración, no quería entrar en pánico. Últimamente la vida de Sana le preocupaba, habían sucedido muchas cosas. No dormía correctamente, estaba siempre aislada, solo trabajaba, y ella la arrastro a visitar a sus padres católicos... todo en un mismo mes. ¡Era increíble que ella siguiera viva hasta ese momento! ¿Y si no estaba viva?

Entonces estuve frente a frente con la madera blanca de la habitación de Sana. Esa a la que solo había entrado pocas veces, pues Sana no era amantes de las visitas, menos las imprevistas como Mina, ella apreciaba mucho su soledad.

Aunque Sana debía empezar a valorar más que Mina fuese una imprudente.

De un ligero empujón la puerta le dio paso libre a Mina para entrar.

Lo primero que vió fue la figura de la castaña tumbada en la cama, probablemente con un sueño profundo, su posición era como una de esas personas enfermas de la época victoriana o la peste negra. Bastante acertado para una dramática y tsundere como Sana.

Pero... Había algo extraño reinando en el aire.

¡O simplemente se le pegaron las sábanas!

Se sentó en la orilla de la cama, suspirando, entendía porque estaba así, después de todo, Sana realmente tenía semanas sin dormir plácidamente o sin algo perturbando su horario de sueño.

Aunque, a Mina se le ocurrió detallarla. Vio aquel rasguño que se había hecho en la iglesia. Aún no comprendía del todo como pudo hacérselo. Su mirada curiosa la recorrió, tenía la camisa mal acomodad, el cabello desordenado, parecía haber sudado y sus mejillas... ¿rojas? Mina hizo una mueca:—¿Uhm? —la temperatura del cuarto estaba óptima, el clima esos días era fresco por las mañanas, era imposible que Sana tuviese calor... A menos que...—Sana, despierta —la zarandeó levemente, sin hacerle daño, temiendo romper a la mujer que más atesoraba como su compañera y hermana, se sentía como una responsabilidad saber porque Sana estaba de esa manera—. Sana... —comenzó a asustarse, sabía que tenía cansancio acumulado, pero el que ella no respondiera la hacía sentirse intranquila, perdió la calma cuando su mano tocó la frente de la castaña, apartando unos cabellos que le tapaban el rostro—. Dios mío, no puede ser...

Sana tenía fiebre.

Ya había comenzado a entrar en pánico desde antes, pero la crisis neurótica que la agarró al sentir la piel ardiente de Sana fue muchísimo peor—. Tengo que llamar a, Momo... —intento tocarla por abajo de los brazos, su cuellos, solo para ver un horrible hematoma en el mismo. Mina se escandalizó, ¡un maldito chupón, la iba a matar cuando recobrara la consciencia! —Sattang, por favor despierta, cariño...

Busco con desespero el celular en su bolso, y llamó rápidamente a Momo:—Amor, necesito que subas pero ya, Sana tiene fiebre —las palabras salían atropelladas y con un tono asustado, Mina no sabía que debía hacer, Sana estaba hirviendo, y ni siquiera estaba envuelta entre las sábanas.

Acarició su mejilla, con el dorso de su mano.

En cuanto Momo llegó, ambas se miraron a los ojos, ella aterrorizada al ver aquel hematoma oscuro que se formaba en el cuello de Sana.

—E-Eso es... Mierda —balbuceó Momo aturdida.

Mina notó la mirada de horror en su novia, quien no sabía exactamente cómo reaccionar, ¡Pero no tenían tiempo para que ella se pusiera pálida cuando su mejor amiga se desvanecía en sus brazos!:—¡No te fijes en eso, ayúdame a meterla a la bañera!

Sana ni se inmutaba, estaba inconsciente, Momo la cargo cual bebé entre sus brazos, su cabeza colgaba, inerte, y comenzó a hablarle:—Sana-chan, despierta... Sana-chan...—Momo era alguien bastante sentimental, estaba conteniendo los nervios en su pecho, vio a su novia tomar un paño del cuarto, humedeciéndolo con algo del agua que empezaba a llenarse en la bañera.

Mina se acercó a ambas, y presionó la tela sobre la frente de Sana, al parecer, esta comenzó a reaccionar, cuando sus labios soltaron un quejido tembloroso, Momo la acomodó, pues se resbalaba el peso entre sus brazos; Mina siguió insistiendo con el contacto del paño.

Sana por fin abrió sus ojos con pesadez, sin esperar aquella escena.

Lo primero que vio fueron las caras de la pareja, escandalizadas con ella: una Momo a punto de llorar y una Mina con el pavor pintado en todo su rostro.

Quedo pasmada, le dolía la cabeza como si un martillo le hiciera daño constantemente. No esperaba en ninguna de sus mañanas despertar entre los brazos de Momo, menos con Mina mirándola con unas horribles ganas de romper en llanto... ¿Y tenia una cara de aparente alivio? —¿Q-Que hacen aquí... tan temprano? —tosió cuando sintió su garganta reseca, supuso que por dormir con la boca abierta. ¿Pero ella realmente durmió? ¿O solo cayó rendida hacia su mundo de sueños? Es más, sentía que habían pasado horas. Su cabeza giraba, sus ojos pesaban, su cuerpo se sentía como un yunque, pesado, agotado, doloroso. Miró a Momo quien estaba conmocionada con su despertar.

¿Por qué estaba tan preocupada? ¿Por qué la miraban como si hubiera estado muerta y revivió mágicamente?

—Sana-chan, ¿te duele algo? ¿Quieres agua? ¿Te metemos a la bañera? —diablos, ¿por qué de repente le daban tantas atenciones? ¿por qué Momo la cargaba?

No estaba enojada con verlas allí, pero sentía su estómago vacío y con ganas de vomitar algo que realmente no tenía al verlas tan preocupadas. ¡Realmente no entendía el por qué de que ellas estuvieran allí!

—¡Momoring, la niña sobrevivió!

—¿A-Ah? —al hablar su cuerpo volvió a traicionarla, punzadas de dolor, un calor intenso que laa cubría, sudor bajando por su espalda, finalmente entendió: Tenía fiebre, y al parecer una muy alta, Mina era intensa con ese tipo de cosas, su instinto fraternal no la abandonaría hasta ver a Sana de pie, el dolor volvió a atravesarla como una daga—, ¡Ay! Duele...

—¡Ya la bañera está lista, quítale la ropa!

—¡Mina, yo no! —pero era tarde, Momo ya la había llevado hasta la ducha, Mina le retiraba la ropa arrojandola por allí, y la dejaba en ropa interior, casi la lanzaban a la bañera, aún seguían alteradas. ¡Solo tenía fiebre, no un virus mortal! —¡Mina-yah!

—Nada de eso, ¡No te viste la cara, la tienes rojisíma! ¡¿Y esos moretones qué?! —sabía que era imposible que Mina notase su sonrojo avergonzado cuando oyó el reclamo sobre sus marcas—. ¡Sí no te estuvieras muriendo, pensaría que tuviste sexo con alguien anoche, uh!

Mina no tuvo compasión.

Echaba agua sin descanso sobre el cabello de Sana como si eso fuera a resolver todos los problemas del mundo. El chorro de la ducha caía constante y algo violento, empapándola por completo, y el sonido del agua golpeando la cerámica parecía más fuerte en su cabeza adolorida. Sana entrecerró los ojos, dejando que el agua tibia le corriera por el rostro, no porque quisiera, sino porque no le quedaba otra opción.

Aunque se harto un poco de que Mina no le dejara espacio libre para tomar consciencia del día, la hora, la fecha, de saber dónde estaba parada siquiera...

—Mina-yah, ¡ya, por favor! ¡Me vas a ahogar! —balbuceó con tono quejoso, sintiendo cómo el agua le bajaba hasta la boca. 

—¡Shh, déjate de quejas! —respondió Mina con un tono autoritario—. Si no te cuidamos nosotras, ¿quién lo va a hacer? ¡Eres un desastre, Sana! 

Mina no se detuvo, como si estuviera lavando una alfombra sucia. El agua seguía cayendo, y Sana empezó a sentir su estómago revolverse por el calor. Quería hundirse en la bañera y desaparecer. No solo por la fiebre, sino por el vacío absurdo que sentía en el pecho. Recordar lo que había ocurrido horas atrás, o lo que sea que fuera ese encuentro, la hacía estremecerse de pies a cabeza. Jihyo la había dejado. La sombra se había desvanecido y ahora lo único que quedaba de ella era ese ardor en el cuerpo, como si algo la consumiera, como si algo le robará su energía.

—¿Sana-chan? —Momo la llamó de repente, sacándola de su mar de pensamientos. Ella no la miró, pero escuchó el sonido del frasco de champú siendo abierto y cerrado una y otra vez. 

—¿Qué? —respondió en tono seco, sin mover la cabeza. 

—¿Por qué compras este champú raro? Huele a flores y a algo... no sé, extraño. —Momo arrugó la nariz mientras seguía inspeccionando la etiqueta como si estuviera descifrando algún lenguaje antiguo—. Dice que tiene lavanda y... ¿aceite de qué? ¿Argán? ¿Eso qué es? 

—¿Qué importa eso ahora, Momo? —protestó Mina, lanzándole una mirada asesina a su novia—. ¡Concéntrate! Sana está a punto de desmayarse otra vez y tú hablando de champú. 

—¡Es que huele raro! —se defendió Momo, inflando las mejillas como una niña pequeña—. Además, Sana siempre usa cosas raras. Un día debería comprar algo normal, como menta, ese es muy rico, Mina lo ador-...

Pero la del medio no le permitió terminar.

—¡Cállense las dos! —rugió Sana, incapaz de soportar más el murmullo constante entre ellas—. Me siento como una vieja siendo cuidada por mis nietas... 

Ambas voltearon a verla en silencio. 

—¿Cómo dices? —preguntó Mina, entre incrédula y ofendida—. ¡Te estamos cuidando porque no sabes cuidar de ti misma, Sana! ¡Mira cómo estás! 

Sana cerró los ojos, sintiendo nuevamente el agua cayendo sobre su cabeza. No quiso responder. No podía. Cada vez que intentaba buscar las palabras, el vacío volvía. Su mente regresaba a ese instante: la sombra oscura, las alas ásperas y la voz dulce que la envolvía con promesas y mentiras. 

"No puedo seguir aquí, perdóname, ángel mío..."

¿Por qué le dolía tanto? ¿Por qué sentía como si una parte de ella se hubiera ido con Jihyo? Una lágrima de amargura se deslizó por su mejilla, mezclándose con el agua que ya recorría su rostro. 

Momo pareció notarlo porque se inclinó ligeramente hacia ella, con una preocupación genuina: 

—Sana-chan... ¿te duele mucho? —su voz era suave, maternal. 

Sana negó con la cabeza rápidamente, como si eso pudiera borrar la imagen de la sombra dejando su cuerpo abandonado en el suelo. 

—Solo estoy cansada... —murmuró finalmente, sin abrir los ojos. No le diría a Mina todo lo que ha pasado en su vida. Cuando está la llamó "desastre" no se equivocaba, realmente estaba tomando decisiones irracionales esos días que la ponían en peligro, la fiebre era solo una de esas miles de pruebas de que eso era así.

Mina suspiró, aceptando el silencio de su mejor amiga, y apagó la ducha de golpe, creando un silencio repentino. El agua dejó de caer, pero el frío la reemplazó rápidamente, haciendo que Sana temblara. 

—Ven, te voy a secar. —Mina tomó una toalla y comenzó a envolverla como si estuviera lidiando con una muñeca frágil—. Si te vuelves a desmayar, te juro que... 

—No lo hará —interrumpió Momo, mirándola con firmeza—. Vamos a acostarla y a prepararle algo caliente. Todo va a estar bien. 

Sana apenas escuchaba. Sus piernas temblaban y su pecho se sentía oprimido. De alguna manera, logró ponerse de pie, ayudada por ambas. Momo seguía con el frasco de champú en la mano, hablando sobre lo absurdo de comprar cosas tan caras, pero Sana ya no podía oírla. Su mente era un torbellino de recuerdos borrosos y deseos incumplidos. 

"Debes ser paciente..."

Jihyo había dicho eso, pero ¿por qué? ¿Qué significaba ser paciente cuando la sombra ya no estaba con ella? ¿Volvería? ¿O solo la estaba dejando pudrirse en un deseo que no podría saciar jamás? 

La fiebre seguía devorándola, pero era otra cosa lo que realmente la consumía. La duda, la pregunta, la incógnita: ¿Jihyo la estaba esperando, o ya no la buscaría nunca más? ¿Con que se supone que debía ser paciente? ¿Cuál era la verdad?

Solo Jihyo podría dársela.

La sopa llegó como un héroe sin capa en una bolsa de plástico, con su aroma cálido llenando la habitación. Lo único que faltaba era un letrero luminoso que dijera: "Salvación para las febriles". Pero, por supuesto, la calma no duró ni dos segundos. 

—Yo le doy la sopa —anunció Momo con firmeza, sacando el recipiente y moviendo la cuchara como si estuviera por alimentar a un bebé elefante en un zoológico. 

—¡No, yo lo haré! —Mina la interrumpió, arrebatándole la cuchara con un movimiento tan rápido que hasta Sana sintió vértigo—. Tú siempre derramas todo. ¿Quieres que la sopa termine en el colchón? 

—¡No derramo nada! —respondió Momo ofendida, cruzándose de brazos—. Además, Sana me quiere a mí dándole de comer, ¿verdad, Sana-chan? 

Sana, que apenas podía mantener los ojos abiertos, suspiró. Se recargó en la cabecera de su cama, observándolas con una mezcla de resignación y cansancio.  

—No sé si quiero sopa o paz mundial en este momento —murmuró, frotándose el ceño por el dolor de cabeza—. ¿Por qué no deciden por turnos y ya? 

—¡Exacto, por turnos! —respondió Mina triunfante, como si Sana hubiera resuelto una crisis internacional. 

Y así comenzó la escena más ridícula que hubiera presenciado en su vida. Momo llenó la primera cucharada y se la acercó con todo el cuidado del mundo, como si estuviera entregándole un tesoro dorado. Sana la recibió, mirando el techo en busca de paciencia divina, tragó la sopa con lentitud, y antes de que pudiera respirar, Momo pasó la cuchara a Mina con la delicadeza de un cambio de antorcha en los Juegos Olímpicos. 

—¡Tu turno! —dijo Momo, sonriendo con satisfacción. 

Mina suspiró con exasperación, llenó la cuchara como si fuera una competencia de precisión y se la ofreció con igual teatralidad. 

—Abre la boca, Sana. 

—¿En serio? —Sana entrecerró los ojos, mirándolas sin disimular su incredulidad. Cada vez que tomaba una cucharada de sopa, sentía que su cerebro daba vueltas, no por la fiebre, sino por la escena absurda que tenía frente a sus narices. 

Entre cucharada y cucharada, Sana intentaba enfocarse en el programa de variedades que reproducían en la televisión a volumen bajo. Un par de comediantes gritaban y se caían al suelo, probablemente diciendo algo gracioso, pero nada parecía lo suficientemente fuerte como para sacar de su mente a ella. 

Jihyo. 

Era como un eco constante que la atravesaba sin descanso. Recordaba sus alas, tan imponentes y oscuras, extendiéndose como si pudieran cubrir el mundo entero. La silueta, delineada por sombras, tan hermosa que dolía. Y aquel momento... justo antes de que Jihyo desapareciera. 

"Debes ser paciente..."  Esa frase causaba estragos de impaciencia en su mente... Jihyo era cruel por ser tan cínica y ambigua con ella. 

—¿Paciencia? —murmuró sin darse cuenta, mirando fijamente la pantalla pero sin verla realmente. 

—¿Qué dijiste, Sana-chan? —preguntó Momo, deteniéndose justo cuando iba a pasarle la cuchara a Mina otra vez. 

—Nada —respondió rápidamente, sacudiendo la cabeza. Pero no podía detener su mente. El recuerdo se repetía como una tortura. La forma en que había mordido su dedo, casi rogándole que no se fuera, que se quedara allí y la hiciera suya como había prometido. Pero no. En lugar de eso, Jihyo le había dejado uno de esos acertijos que tanto la hacían rabiar y luego desapareció, llevándose consigo cualquier pizca de cordura que le quedaba. 

—¡Mina, me toca a mí! —Momo reclamó, arrebatándole la cuchara. 

—¡No! ¡Tú ya le diste más veces que yo! 

Sana los miró a ambas con una expresión de agotamiento infinito, su paciencia colgando de un hilo. Ya no soportaba otro pase de cuchara como si fuera una pelota de ping-pong. 

Tomó aire, extendió la mano y con un movimiento más firme de lo esperado para su estado, agarró la cuchara. 

—¡Ya! —su voz fue cortante, firme, tan inesperada que ambas se quedaron congeladas—. Creo que ya estoy llena con la sopa, gracias. 

Las dos retrocedieron ligeramente, como si una bomba hubiera estallado en medio de la cama. 

—Pero... todavía queda —susurró Momo con la voz pequeña, mirando el recipiente con culpabilidad. 

—No quiero más —dijo Sana, clavando una mirada de advertencia en ambas—. Y dejen de mirarme como si fuera un bebé adoptado. No lo soy. Y ustedes no son madres primerizas. 

El silencio fue absoluto. 

Mina y Momo intercambiaron miradas, incapaces de discutir ante la reacción inesperada de su amiga. Finalmente, Mina suspiró, se sentó junto a Momo y murmuró: 

—Bueno... al menos ya comió algo. 

—Sí... algo —respondió la pelicorto, abrazando el recipiente de sopa como si fuera un trofeo perdido. 

Sana soltó un largo suspiro y dejó caer la cabeza contra la almohada, mirando el techo. La fiebre seguía quemándola por dentro, pero lo que más ardía era aquel vacío que Jihyo había dejado.

Esa maldita sombra que, a pesar de todo, no lograba borrar de su mente. 

Horas pasaron de manera lenta y pesada. La fiebre había bajado lo suficiente para que Sana pudiera pensar con más claridad, aunque eso no significaba que se sintiera mejor.

Su cuerpo aún dolía y cada movimiento era como arrastrar un saco de piedras. Había pedido unos días de reposo en la universidad, pero ni eso le traía algo de paz: tendría que mandar a un reemplazo para lidiar con los estudiantes, especialmente con ese insoportable de Chris. ¡No quería perder el control sobre sus clases, pero tampoco tenía la fuerza para lidiar con ellos ahora mismo!

La pareja enamorada que parecía haber adoptado su posición de madres lesbianas, por su parte, habían encontrado un cómodo refugio en la esquina de su habitación. Acurrucadas como dos cachorritos enamorados, veían algún programa en la televisión con el volumen bajo, asegurándose de vez en cuando de que Sana seguía respirando. Pero el equilibrio de esa aparente calma se rompió cuando Momo metió la mano en el bol de palomitas y tocó... absolutamente nada. 

—¡Ya no hay palomitas! —anunció con dramatismo, como si el mundo estuviera a punto de terminar—. Voy a traer más. 

Mina le lanzó una mirada de "ni te atrevas a pisar la cocina de nuevo", pero no dijo nada. Momo, ajena al peligro, se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta con una energía absurda considerando la situación. 

—Ten cuidado con tus pies, no vayas a... 

Demasiado tarde. El pie de Momo se enganchó con algo en el suelo, y la torpeza le hizo soltar un grito de sorpresa antes de estabilizarse. 

—¡¿Qué demonios...?! —miró hacia abajo y vio el objeto culpable. Lo recogió, frunciendo el ceño en confusión al ver que era un libro. Pero no cualquier libro, oh no. Conocía esa clase de tapas y el grosor exacto—. 

—¿Un diario? —murmuró, girándolo entre sus manos—. Oye, Sana-chan, ¿es tu nueva lectura? 

Sana, quien hasta ese momento había estado ocupada maldiciendo a Jihyo mentalmente por vigésima vez en el día, levantó la mirada con un sobresalto. Sus ojos se abrieron de par en par y su corazón dio un salto violento en su pecho. 

—¡Déjalo! —le gritó, intentando levantarse de golpe, pero su cuerpo protestó con un dolor punzante y Mina se apresuró a empujarla suavemente de regreso contra las almohadas. 

—¡Estás enferma, no te muevas! —regañó Mina, con su tono severo de "hermana mayor". 

—¡Pero... pero no puede leer eso! —Sana intentó zafarse del agarre de Mina, pero era inútil. Momo, ignorando completamente el pánico en el rostro de su amiga, comenzó a pasar las manos por el borde del diario, como si deliberadamente estuviera creando suspenso. 

—¿Por qué no? ¿Acaso escondes algo picante aquí? —bromeó, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa—. Vamos, Sana-chan, no seas tímida. Prometo no reírme... mucho. 

—¡Momo! —La voz de Sana sonaba completamente desesperada. El aire dejó de entrar en sus pulmones al ver cómo la otra abría el diario. 

Su mente fue directa a los recuerdos de esa noche. A Jihyo. A lo que había ocurrido entre ellas. Si Momo llegaba a leer algo relacionado con eso... no, no podría soportarlo. Sentía que el pánico le aplastaba el pecho como una roca. 

—¡No lo abras, te dije! 

Pero Momo ya había pasado la primera página. Sana contuvo la respiración, esperando cualquier comentario sarcástico, alguna broma burlona. Cerró los ojos por un segundo, incapaz de soportar la humillación. 

—¿Eh? —El desconcierto en la voz de Momo la hizo abrirlos. Momo miraba las páginas con el ceño fruncido—. Está vacío. 

—¿Qué...? —Sana parpadeó, sorprendida, mientras su corazón seguía latiendo violentamente. 

Momo le pasó el diario con un encogimiento de hombros, como si el objeto ya no tuviera gracia alguna. Sana lo tomó con manos temblorosas y lo abrió, pasando las hojas rápidamente. Estaba vacío. Todas las páginas estaban en blanco. 

—¿No ibas a empezarlo? —intervino Mina, uniéndose a la conversación mientras se inclinaba ligeramente para mirar el diario—. Dijiste que querías escribir tus pensamientos o algo así, ¿no? 

Sana no respondió. Solo cerró el diario con firmeza, intentando no delatar la confusión que le carcomía por dentro. ¿Por qué estaba vacío? Ella había escrito en él. Sana recordaba perfectamente haber escrito, casi con desesperación, allí se supone estaba todo su encuentro de pasión con ese demonio soberbio, encantador y prepotente.

Cada pensamiento, cada imagen vívida de Jihyo, cada palabra que Jihyo le había dicho, estaban allí grabados.

El diario no podía estar vacío. 

Pero lo estaba. 

La sorpresa se convirtió rápidamente en angustia, una presión opresiva que se asentó en su pecho. Su mirada se perdió en la tapa del diario, donde sus propios pensamientos empezaban a desbordarse sin control. 

Vacío. 

Esa palabra resonó en su mente con un peso insoportable. Vacío, como ella. Vacío, como esa sensación que Jihyo había dejado en su cuerpo al soltarla de esa manera tan voraz. 

—Sana-chan, ¿estás bien? —preguntó Mina, preocupada al ver cómo su amiga no decía nada. 

—Sí... —respondió Sana en voz baja, aunque no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Cerró el diario con fuerza y lo escondió bajo la manta que la cubría, evitando mirarlas—. Es solo un diario, no tiene importancia. 

—Qué dramática eres —bromeó Momo, pero no insistió más, encogiéndose de hombros antes de caminar hacia la puerta—. Iré a por más palomitas, pero cuando vuelva aún quiero saber por qué compras champú tan caro. 

Mina la siguió con la mirada, resoplando con cansancio, y se dejó caer de nuevo sobre la cama junto a Sana.  Estando a solas, y sin los comentarios tontos de su novia. La rubia analizo su rostro, era como si tuviera un fantasma que no la dejaba en paz embrujandole el rostro. Mina quería pensar que era la reciente fiebre. Vió aquel cambio de ánimo como una mala señal, algo ocurría, lo sabía, se le quedo mirando, y acarició su hombro, ella no le devolvía la mirada, ni siquiera se giró. Mina se recostó en su hombro, dándole un pequeño beso en el mismo, en serio le generaba angustia verla así, sabía que Sana no diría nada para no alterarla.

Aun así, quiso que ella supiese que estaba para Sana.

—Si necesitas hablar de algo, solo dilo, ¿Estamos? —dijo suavemente. 

Sana no respondió. Solo asintió con la cabeza y cerró los ojos. En ese momento, lo último que quería era hablar.

Prefería concentrarse en intentar entender por qué las palabras habían desaparecido del diario. 

Y por qué, aunque se sintiera vacía, su cuerpo aún ardía por el recuerdo y ausencia de ella. 
Diez días fueron suficientes para que Sana se liberara del calvario que había sido aquella fiebre. El descanso forzado, los cuidados extremos de Mina y Momo —que parecían madres primerizas cuidando a un recién nacido— y las sopas interminables que la habían mantenido al borde del hartazgo, por fin quedaban atrás. 

Esa mañana había decidido que era hora de volver a la rutina, aunque una parte de ella quisiera seguir escondida bajo las sábanas, lejos del mundo... lejos de ella. 

Se ajustó el abrigo de cuero, y salió de casa con una expresión estoica, como si nada hubiera pasado, como si aquella semana no hubiese dejado cicatrices invisibles en su pecho. Los pasillos de la universidad la recibieron con el mismo bullicio de siempre: estudiantes que corrían apresurados para no perder clases, risas que se perdían en el aire, murmullos llenando cada rincón. Sana caminó entre ellos con calma, casi en automático, pero algo se sentía distinto. Como si el tiempo hubiera vuelto a su cauce, pero su interior no pudiera seguir el ritmo. 

Monotonía. Así lo definiría. Una rutina que antes le resultaba cómoda, pero que ahora se sentía como una prisión. Todo desde aquella primera noche con ella. 

Jihyo.  Realmente no dejaba de deslizar ese nombre entre sus pensamientos todos los días, a cada momento, estaba poseída por ella.

El simple nombre le generaba una corriente eléctrica que viajaba desde el cuello hasta el vientre. Todo lo que había ocurrido entre ellas parecía un sueño etéreo, como si la fiebre hubiera sido capaz de inventarlo, pero no era así. No cuando las páginas del diario, borradas como si nunca hubieran existido, aún pesaban en sus manos cada vez que lo sacaba de su escondite. 

Lo había condenado a la oscuridad de su armario, lejos de la mirada de cualquiera, incluida ella misma. Era solo un libro, pensaba, pero en su interior sabía que ese objeto era mucho más que eso. Algunas noches, cuando el insomnio era insoportable, lo había abierto con manos temblorosas, escribiendo desesperada cualquier pensamiento, cualquier sensación. Pero nada ocurrió. Ni un susurro, ni una señal. El libro se había vuelto tan común y ordinario como su vida. 

Y Sana se sentía igual: común, ordinaria. Vacía

Había considerado ir a la tienda. Aquel pequeño rincón que había sido el comienzo de todo, pero algo dentro de ella le impidió hacerlo. Estaba enojada. Con Jihyo, consigo misma, con el mundo. No podía explicarlo, pero sentía que esa mujer—ese ser—le había arrebatado algo. Paz, quizás. O algo más profundo. 

"Tampoco debes tocarte estos días", le había dicho Mina con esa autoridad preocupante. "Si vuelves a leer cosas calientes y se te pasa por la cabeza hacer algo así, se te va a subir la fiebre otra vez, Sana-yah. Y no quiero verte tragando sopas todos los días". La advertencia había sido suficiente para mantenerla a raya, pero el deseo latía en su interior como una llama débil, pero constante. 

Mientras caminaba por los pasillos de la facultad de humanidades, observó a los estudiantes: las parejas, los coqueteos, las sonrisas tímidas. Se detuvo un segundo para ver cómo algunos se daban besos inocentes, tiernos... y otros no tanto. 

Besos. 

¿Desde cuándo no la besaban? El pensamiento la golpeó de forma absurda. No debería importarle, pero allí estaba, perdida en una pregunta sin respuesta. Entonces, como si fuera un imán inevitable, su mente volvió a ella. Jihyo. Todo lo que había ocurrido entre las dos, cada toque, cada susurro, cada momento donde su cuerpo se rendía al placer más indescriptible. 

Pero... 

Nunca la había besado. 

El vacío en su pecho se hizo más profundo. ¿Por qué nunca la había besado? ¿Acaso no era algo importante? Jihyo parecía capaz de cualquier cosa, ¿pero besarla? Sana sintió calor en las mejillas. Pensó en cómo se sentirían sus labios: suaves, intensos, tan ardientes como todo lo demás que le hacía experimentar. 

"Te saciaré con mis besos". Recordó esa frase con claridad, el eco de aquella voz resonando en su mente. Pero no había ocurrido. Nunca. 

—Hija de puta... Mentirosa... ¡Ush! —murmuró para sí misma, frustrada. Estaba perdiendo la cabeza. 

Se dirigió a la cafetería con el ceño fruncido, decidida a distraerse de una vez por todas. Compró un café y se acomodó en una de las mesas vacías, sacando de su bolso uno de sus libros favoritos. Ajustó sus lentes y comenzó a leer, ignorando el ruido ambiente, las conversaciones de los profesores que se encontraban en otras mesas, los murmullos que parecían inofensivos pero que, últimamente, le hacían sentir observada. 

¿Desde cuándo la miraban tanto? ¿O era solo su imaginación? 

Intentó ignorarlo, sumergiéndose en las páginas de su libro, pero la paz momentánea no duró mucho. 

—¡Sana-unnie! 

La voz despreocupada y algo burlona hizo que Sana cerrara los ojos por un segundo, como si rezara por paciencia. Al levantar la vista, se encontró con Son Chaeyoung, la profesora de Introducción a Artes y Diseño, parada frente a su mesa con una sonrisa descarada y un brillo juguetón en los ojos.

Son Chaeyoung era una excéntrica profesora, tan excéntrica como su materia. Le gustaba asustar a los del primer semestre con que nunca más volverían a dormir en sus vidas y tendrían ojeras hasta el matrimonio. No era mentira, realmente los artistas y diseñadores no gozaban de un buen horario de sueño, Sana comenzaba a entenderlos, aunque no sabía si estaba al nivel de un estudiante de Diseño, pues a ella le atormentaba otra cosa: El demonio de la lujuria, de su lujuria.

La señorita Son era casi como una coleccionista de conquistas, había enamorado a muchas profesoras y hasta profesores, era conocida por eso, en algún momento de su vida, Sana casi la invitaba a salir, antes de enterarse que era de las que cada día de la semana tachaba una nueva conquista del calendario. Hasta ese momento, Son jamás se había acercado a ella, tenía su mentón apoyado sobre su mano, y la miraba de más. Oh no. 

—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó Chaeyoung, aunque ya estaba arrastrando una silla sin esperar respuesta. 

Sana suspiró, cerrando el libro con resignación. Chaeyoung no era una mala persona, pero su presencia era... agotadora. 

—Si te digo que no, igual lo harás, ¿verdad? 

Chaeyoung le sonrió como una niña que acababa de salirse con la suya. 

—Sabes que sí. 

Sana volvió a suspirar y dejó el libro a un lado, resignada. 

—¿Qué quieres, Chaeyoung? 

—Nada, solo compañía. Y quería asegurarme de que la famosa profesora Minatozaki está completamente recuperada —respondió con un tono sarcástico—. Estabas fuera de combate, ¿eh? Todo el cuerpo docente lo comentaba. 

—¿Que lo comentaban? —Sana arrugó el entrecejo, molesta—. ¿No tienen nada mejor que hacer? 

Chaeyoung rió por lo bajo. 

—Claro que no. Tú eres nuestro entretenimiento principal últimamente. 

Sana la miró con cansancio y apoyó la frente en su mano. Lo que me faltaba, pensó, parpadeó un par de veces, incómoda bajo la mirada fija de Chaeyoung. Esa sonrisa traviesa, ese brillo en sus ojos, le ponían los nervios de punta. Sabía que la profesora de Artes y Diseño no daba puntada sin hilo, y el hecho de que ahora tuviera toda su atención era, cuando menos, extraño. 

—¿Qué? —soltó finalmente, ajustándose los lentes en un intento por sonar firme. 

Chaeyoung ladeó la cabeza, apoyando su mentón en la mano con ese aire desenfadado que le caracterizaba. 

—Nada, solo que... estás diferente, Sana-unnie. Te ves... interesante. 

Sana frunció el ceño. 

—¿Interesante cómo? 

—Hermosa —la frase salió sin pudor de sus labios—. Y como alguien que necesita salir de su rutina —respondió Chaeyoung sin perder esa sonrisa burlona—. Justo por eso he venido. 

—¿Por eso? 

—Sí. —Chaeyoung se enderezó un poco, con ese brillo travieso aún en los ojos—. Tengo una exposición esta noche en la galería del distrito. Es algo íntimo, pero creo que te gustará. Me encantaría que vinieras. 

Sana la miró, sorprendida. ¿Chaeyoung invitándola a una de sus famosas exposiciones? Eso era... extraño. Jamás ningún profesor se le acercaba, era como si tuviera "lepra social", jamás se le acercaban ni para preguntarle la hora. En ese momento, Son le estaba sugiriendo salir. Son Chaeyoung, la misma narcisista que le gustaba coquetear sin pensar en las consecuencias, popular entre los jóvenes y los adultos. ¿Se lo tenía que creer?

Y lo peor era que la profesora no parecía pedirlo con segundas intenciones; lo decía como si fuera lo más natural del mundo. 

—¿Por qué yo? —preguntó con desconfianza, aún sujetando su libro como si pudiera protegerse con él. 

Chaeyoung sonrió más amplio. 

—Porque tengo curiosidad. Quiero verte fuera de este ambiente, Sana-unnie. Me gustaría verte hermosa, como esos días en los que nos cruzamos en los pasillos. 

Sana sintió un calor extraño subiéndole por el cuello. No supo si era vergüenza, el peso de tantos días de incertidumbre o simples restos de su enfermedad, pero el corazón le dio un vuelco. 

—No lo sé, Son... 

—Oh, vamos. —La profesora se inclinó hacia ella, como si la estuviera retando—. No tienes nada que perder, ¿o sí? Un par de cuadros, buen vino, buena compañía... 

Sana respiró profundo, intentando ignorar el pequeño hormigueo en su pecho. ¿Por qué sentía que Chaeyoung la estaba empujando justo en el momento más vulnerable? Tal vez era despecho. Tal vez era que necesitaba distraerse de todo lo que había pasado. 

Finalmente, cedió. 

—Sí, está bien. Te veré allí. 

La sonrisa de Chaeyoung se volvió victoriosa. Antes de que Sana pudiera reaccionar, se inclinó y le robó un beso rápido en la mejilla. 

—Perfecto. Te enviaré la dirección. —Le guiñó un ojo antes de girarse y marcharse con paso ligero, dejando a Sana con una mezcla de sorpresa y desconcierto. 

Miró a su alrededor, como si el mundo acabara de sacudirse un poco más. Chaeyoung acababa de invitarla a una exposición, y ella había aceptado. ¿Por qué? No lo sabía. Pero lo que sí sentía era un peso extraño en el pecho. Un peso que, aunque intentaba ignorar, no era otro que la sombra de Jihyo. 

Con un suspiro cansado, Sana se dejó caer en la silla y se llevó una mano a la mejilla donde Chaeyoung había depositado ese beso inesperado. Aquello no le gustaba.

Nada de eso le gustaba. Pero, por ahora, lo dejaría estar. 

Sana no se había esmerado demasiado esa noche. Había intercambiado un par de mensajes con Chaeyoung, pero nada que le importara realmente. Eran simples coqueteos, palabras al aire que la mayoría de las veces evitaba. No le gustaba Chaeyoung, no en ese sentido. La veía más como una garrapata: algo que llegó sin previo aviso, algo que no pidió pero que, de alguna manera, apareció para "distraerla". Había aceptado la invitación por compromiso, más que por deseo, aún sabiendo las claras intenciones de la profesora. Chaeyoung quería conquistarla esa noche, con su vino barato y su sonrisa picante. ¿Se dejaría Sana? No lo sabía, no quería pensar en ello. Solo quería escapar de su casa, evadir las constantes sombras de Jihyo que rondaban en su mente.

El vestido negro que se había puesto era elegante y sencillo, lo suficiente para una noche como esa, pero no había puesto su corazón en la elección. Estaba en el asiento del auto de Chaeyoung, observando la ciudad pasar por la ventana mientras el coche se estacionaba frente a la galería. Esa noche, Chaeyoung se comportaba de una manera inusualmente cortes. No era la misma mujer arrogante y seductora de la cafetería. Esta noche, parecía casi un espejismo. Su ropa ajustada le sentaba de maravilla, igual de excéntrica que ella, con un toque de sofisticación que resaltaba aún más sus ojos verdes y su cabello negro y ondulado. Sana no pudo evitar notar su presencia, pero rápidamente desvió la mirada, no quería involucrarse demasiado.

"Solo es una noche", se repitió.

Ambas entraron a la galería, y la noche transcurrió entre vino, champán y conversaciones casuales. Chaeyoung saludaba a personas, presentaba a Sana como su "compañera de la noche", regalándole miradas y sonrisas que, sinceramente, Sana no sabía cómo interpretar. Todo parecía un juego para la profesora, y a Sana no le importaba lo suficiente como para detenerse en ello. La galería, a medida que avanzaba la noche, se fue vaciando, y para cuando las once llegaron, las luces comenzaron a apagarse, dejando un ambiente más íntimo, más silencioso. El lugar estaba prácticamente vacío, solo quedaban un par de personas dispersas.

Se encontraron en un rincón, cerca de un cuadro gigante de fresas que, en su mente nublada por el vino, se veían como algo completamente distinto.

Chaeyoung, tan cerca de ella, rompió su límite de distancia. El aliento cálido y a licor se derramó por el cuello expuesto de Sana. Su murmullo fue suave, casi seductor. 

—Señorita Minatozaki, usted está preciosa —susurró, su tono cargado de intenciones que Sana no quería reconocer.

Sana no pudo evitar tensarse. Aquella proximidad, el toque cálido de su aliento, la forma en que la miraba, todo le provocaba una extraña incomodidad que no lograba ignorar. No quería más de eso, no quería más de Chaeyoung. Pero, al mismo tiempo, sentía un vacío dentro de sí misma, algo que no sabía cómo llenar.

—Gracias —respondió, forzando una sonrisa, mientras su mente, como siempre, volvía a Jihyo. La imagen de sus ojos, su poder, su seducción. Se maldijo por pensar en ella, una vez más.

Chaeyoung no pareció percatarse de la desconexión. Dio un paso más cerca, dejando que sus labios se rozaran levemente con el lóbulo de su oreja. Sana tragó saliva, resistiéndose a dejarse llevar, a ceder a esa presencia en su espacio. No podía, no quería.

—¿Te gustaría ver mi obra personal? —preguntó Chaeyoung, su voz ahora mucho más baja, más suave, como si estuviera esperando una respuesta más íntima.

Sana la miró por un momento, sin saber qué responder. ¿Acaso quería continuar con esto? ¿Acaso quería seguir haciendo como si todo estuviera bien, como si su mente no estuviera atrapada en las garras de un demonio?

Negó ligeramente con la cabeza, y antes de que Chaeyoung pudiera decir algo más, murmuró:

—No, lo siento. Estoy... cansada.

Chaeyoung la observó por un momento, como si intentara leerla, pero finalmente sonrió, complacida por la reacción.

—Está bien. Lo que quieras, Sana-chan. Pero recuerda, siempre puedes encontrar algo más... interesante... cuando lo necesites —dijo, sus palabras arrastradas por el tono juguetón y provocador.

Sana simplemente asintió, aunque en el fondo, nada de eso la saciaba. De hecho, solo aumentaba el vacío, esa sensación de no estar completa. Jihyo nunca dejaba de estar en su mente, y la presencia de Chaeyoung, con todas sus insinuaciones, solo hacía más evidente que nada, absolutamente nada, podría llenar el hueco que el demonio había dejado en su vida.

De repente, una oleada de rabia la invadió... ¿Qué demonios estaba haciendo? ¡Estaba en una noche perfecta, rodeada de arte, vino y una mujer atractiva que quería llevársela a la cama, y lo único que hacía era pensar en alguien que ya no estaba! Jihyo decidió marcharse, incluso después de "proclamarla" tantas veces como suya y lo mejor que le iba a pasar si la recibía.

¿Cómo podía estar perdiendo esta oportunidad? ¡Había pasado siglos sin un contacto femenino real, sin dejarse llevar, sin entregarse! No iba a permitir que la fugaz presencia de Jihyo en su mente le robara el disfrute de esa noche.

Así que, sin pensarlo más, la rabia le dio fuerza. No le importó si la mente de Jihyo seguía rondando, si el recuerdo de la demoníaca presencia seguía mordiéndole los pensamientos. No le importó nada. Solo actuó, por instinto, como los animales, como una persona irracional que fue hace dos semanas, y ha sido siempre.

Tomó el rostro relajado de Chaeyoung con una determinación salvaje, y la besó con la misma fuerza con la que apretó sus manos contra el cuello de la profesora. Chaeyoung se quedó desconcertada por la intensidad repentina de la acción. Sana la empujó con energía hasta que la mujer estuvo contra la pared de la galería, sin dar tiempo a nada más que al roce de sus cuerpos, su mano comenzó a explorar el cuello de Chaeyoung, esos tatuajes que ella tenía, comenzó a bajar el abrigo de la misma.

A diferencia de lo que pensaba, no fue una sensación de debilidad lo que la invadió. Fue el control, la necesidad de ejercerlo, de tomar el mando. Chaeyoung no pudo evitar suspirar, pero cuando las bocas se separaron, la respiración entrecortada de ambas indicaba que ya no había marcha atrás.

—¿Está usted segura, unnie? —preguntó Chaeyoung incrédula de qué la reservada profesora de letras, pudiera besar a alguien así.

¡Dios! Sana la odiaba por interrumpir el beso, por romper el ímpetu que estaba creando, por hacerla detener cuando lo único que quería era perderse, perderse en ese contacto, aunque no fuese Jihyo, aunque no fuera la mujer que había marcado su cuerpo. Solo quería dejarse llevar, perderse en el momento. Y si Chaeyoung era la única que podía hacerle olvidar, entonces que así fuera.

Enfurecida, puso las manos de Son contra la pared, como si eso pudiera evitar que la conversación continuara. Volvió a besarla, esta vez con más ferocidad, dejándose llevar por el calor, la necesidad, el desespero de perderse en algo físico que no tuviera que ver con recuerdos, que no tuviera que ver con lo que ya había dejado atrás. Esta vez, sus besos bajaron hacia el cuello de Chaeyoung, y el gemido que escapó de los labios de la profesora fue el combustible que la empujó aún más. La adrenalina entre ambas comenzó a tomar fuerza, palpable como el pulso acelerado que llevaban, y el ritmo candente que surgía.

El cuerpo de Sana, que hasta entonces parecía estar atrapado en su mente, finalmente comenzó a responder. Se sentía viva, vibrante. Las manos de Chaeyoung, antes tensas comenzaron a moverse, a explorar, a seguir el ritmo. Sana notó cómo la excitación de la otra mujer crecía, cómo sus labios murmuraban palabras indescifrables entre beso y beso, cómo sus respiraciones se entrelazaban, cada vez más rápidas.

Chaeyoung estaba excitada. La mujer era atractiva, sin duda, y estaba llevándola al límite, empujándola a sentir cosas que no había experimentado en mucho tiempo. Sana, por un momento, dejó de pensar. Solo siguió besándola, tocándola, deseando perderse en el caos de esa pasión que, por fin, la hacía sentir algo.

Chaeyoung comenzó a besarla en su cuello también, y Sana por la sensación nueva jadeo por lo bajo.

Todo hubiera seguido su curso, si tan solo ella no tuviera mala suerte.

Sana sintió cómo la punzada de dolor la atravesaba, como si un hilo invisible estuviera atado a su mente, jalándola hacia una oscuridad que no deseaba recordar. La voz de Jihyo, esa voz que tanto la había marcado, resonó con fuerza en sus pensamientos, interrumpiendo el breve destello de placer que había encontrado en los labios de Chaeyoung.

"¿Piensas que vas a poder reemplazarme así como así, Ángel?"

Sana abrió los ojos con brusquedad, separándose de Chaeyoung. La sorpresa se reflejaba en el rostro de la profesora, cuyos labios estaban hinchados, aún húmedos de su beso. Chaeyoung, al no entender por qué había sido detenida, acarició suavemente la cintura de Sana, y con una sonrisa intentó atraerla de nuevo, pero Sana no podía. Su mente estaba nublada, atrapada en una batalla interna.

Había escuchado a Jihyo nuevamente, y esa voz era imposible de ignorar.

Y volvió a escucharla, inconfundible, grave y llena de veneno:

"Eres tan miserable por creer que alguien más podría tocarte como yo lo haría. ¿No supiste ser paciente de verdad, Ángel mío? Si sigues besándola, la dejaré sin manos para recorrer tu cuerpo, sin boca para beber de la tuya, y a ti te castigaré por mentirosa."

El frío recorrió su columna vertebral. Sus huesos se sintieron débiles, casi temblorosos, como si la amenaza de Jihyo fuera palpable, como si el demonio realmente pudiera hacerle daño solo con esas palabras. "Ángel", fue lo único que resonó con fuerza en su cabeza. El apodo que Jihyo le había dado, ese que la hacía sentir pequeña y, al mismo tiempo, deseada de una manera oscura y profunda.

Volvió. Estaba allí, dentro de su mente, tomando el control, reclamando lo que sentía que le pertenecía. Pero ahora, en lugar de sentir el poder de su conexión con Jihyo, algo había cambiado. La voz de Jihyo ya no era suave ni seductora. Era una amenaza, una voz de autoridad que la hacía temer el castigo que vendría si no cumplía con sus reglas, si se atrevía a tocar a alguien más de esa forma.

Chaeyoung, al ver la repentina separación de labios, frunció el ceño, confundida por la reacción de Sana.

—¿Qué tienes, Sana-unnie? —preguntó, su tono lleno de preocupación, pero también un toque de sorpresa.

Sana no podía responder. Su mente estaba en guerra consigo misma, atrapada entre lo que quería y lo que temía. Quería sentir el control, quería ser libre de los recuerdos de Jihyo, pero algo dentro de ella le decía que esa libertad tenía un precio que aún no estaba dispuesta a pagar.

Y justo cuando pensaba que podría hablar, un sonido extraño interrumpió la tensión en el aire. Un sonido desagradable, horrendo, que echó por tierra cualquier impulso de continuar. La sonrisa de Chaeyoung se desvaneció, y ambas se miraron confundidas.

Era como si la habitación misma se hubiera llenado de una presencia oscura. Un sonido que lo arruinaba todo. Un sonido que no dejaba espacio para nada más.

Chaeyoung y Sana se separaron rápidamente, el ambiente tan denso y cargado que ni siquiera el aire parecía querer moverse. Ambas respiraban con dificultad, desconcertadas, cada una tratando de procesar lo que acababa de suceder. Sana sentía la incomodidad en su pecho, como si algo no estuviera bien, pero lo mantenía en silencio. Todo se había vuelto raro, y Chaeyoung, al parecer, notó esa misma energía en el aire.

Con un suspiro que rozaba la ansiedad, Chaeyoung se acercó a ella y la tomó del brazo, como si estuviera asegurándose de que no se desmoronara. La miró, sus ojos reflejando una preocupación que no era común en ella.

—¿Estás bien? —la pregunta se filtró en el aire, pero no fue como una de esas preguntas vacías. Esta vez, había algo real en su tono.

El ruido, algo seco, algo pesado, había interrumpido el ritmo entre ellas, como una especie de advertencia, pero ni siquiera eso sabía qué significaba. Tal vez una lámpara caída, algún objeto roto, una de esas pequeñas tragedias que ocurren en las galerías. Pero había algo en el aire, una sensación incómoda que se había colado, un mal presagio.

—Voy a ver qué fue —dijo Chaeyoung, con una voz que intentaba sonar tranquila, pero que reflejaba el mismo nerviosismo que Sana sentía. Avanzó hacia donde se había escuchado el ruido, pero cuando llegó al rincón vacío, no encontró nada. Ningún desastre, ningún desorden. La galería seguía en su lugar, como si el sonido nunca hubiera existido. Sana, con una certeza vaga, sugirió que quizás venía de los baños.

Sana no tenía ninguna razón para dudar, pero aún así su piel estaba tensa, y el simple hecho de moverse hacia los baños la llenaba de un mal presentimiento. Sin embargo, no podía quedarse allí, no con la presión de esa noche, de esa energía que parecía seguirla.

Y entonces entró.

El aire en el baño la golpeó de inmediato, pesado y extraño. La iluminación suave de las lámparas parecía no alcanzar las esquinas, donde se acumulaba algo, algo que no podía nombrar. Los espejos reflejaban algo que no debía estar allí. El primer vistazo no fue tan extraño, pero luego, al centrarse, lo vio.

Tinta negra, como si alguien hubiera derramado algo espeso, manchaba el cristal. Y luego las plumas, regadas por el suelo, perfectamente reconocibles para ella. No podía ser, no podía ser real. Sus manos temblaron cuando se agachó para observarlas más de cerca.

Y el número. "666". En los tres espejos. Grabado en la tinta, como si alguien lo hubiera tallado con cuchillos invisibles. Como una marca. Como una advertencia. La sensación de estar observada se disparó, el aire mismo parecía presionarla contra las paredes. Su respiración se volvió agitada, su cuerpo tenso, y todo a su alrededor se desvaneció mientras sus ojos se fijaban en esos números.

"666."

Las palabras retumbaban en su cabeza, más fuertes que el latido de su corazón. La bestia. El símbolo del demonio. La marca de Jihyo. Su piel se heló, el miedo se desbordó en su cuerpo como una ola que la dejaba sin aliento.

Se quedó paralizada, incapaz de apartar los ojos de los espejos. Algo había regresado, y no importaba cuánto lo deseara, no podía escapar de ello.

Chaeyoung, al notar el cambio en la postura de Sana, se acercó, su voz llena de preocupación.

—¿Qué pasa, Sana-unnie? —Su tono era suave, pero sus ojos brillaban con una inquietud genuina.

Pero Sana no podía responder. Su mente, atrapada en el caos de la visión, no podía procesar nada. No podía sacar esa marca de su mente, no podía apartar esa voz, esa presencia.

"Ángel... Ya estoy lista para ti" Susurró en su mente, resonando con fuerza, como una amenaza que no quería dejarla escapar "Vamos a jugar..."

Todo lo que había intentado dejar atrás se alzó frente a ella con una furia incontrolable.

Chaeyoung la miró, confundida por la mirada vacía de Sana, incapaz de entender lo que pasaba. Sana retrocedió, temblando, casi como si la galería entera se estuviera desmoronando alrededor de ella.

Y entonces, solo el silencio pesado las rodeó. Pero para Sana, era un silencio lleno de amenazas.

Su voz salió en un susurro:—Señorita Son... Lléveme a casa.

"Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y asesinos, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda."

—Apocalipsis 21:8

MARATÓN: I/III

N/A: Buenas noches/tardes, mis queridos lectores, he aquí el maratón de AASB, esta noche espero que de diviertan con cada capítulo. Hoy se vienen sorpresitas en fin. Estaré esperando sus comentarios <3

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