Capítulo 9: "Nuevamente en mis sueños."
"Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase." —Génesis 2:15
Sana estaba inquieta, más que obvio. Nunca pensó que acumularía tanta ansiedad y anticipación en cada rincón de su cuerpo. Los vellos se le erizaban solo al recordar la manera en que Jihyo la había citado esa noche. Bueno, en teoría, Jihyo se refería a la medianoche. Aunque para Sana, aún faltaban unas horas, pues apenas eran las siete. ¡Qué horror! La nipona se encontraba completamente desquiciada, sacrificando horas de sueño por una... ¿Cita celestial con su demonio? ¡Ni siquiera eran novias, o algo por el estilo! No tenían ninguna etiqueta clara. ¿Amigas con derechos de dos lados del charco? ¿Eso tenía sentido? Claramente, no. La ansiedad la estaba consumiendo, devorando lo que le quedaba de racionalidad. Aunque, pensaba, a estas alturas eso parecía ser un lujo. Si se ponía a contar todo lo que había vivido en las últimas tres semanas, sería un privilegio siquiera poder llamarse "cuerdo".
Sana no estaba cuerda, estaba poseída por Jihyo.
Unas horas después de su desencuentro con la demoníaca Jihyo, Mina abandonó la morada de Sana con intenciones de matar la pasión con Momo esa noche. Y, como era de esperar, tuvo que compartirlo con el mundo, o al menos con Sana, lo cual la hizo rechinar los dientes tras devorar todo el supermercado, apoderarse del sillón y ocasionar que Butters tuviera una crisis nerviosa. Pero bueno, Mina allanando su casa era lo de menos... lo de menos, cuando todo lo que Sana quería era asegurarse de que Jihyo no la plantara. Aunque, si algo había aprendido en estas noches, era que Jihyo siempre cumplía sus promesas. Y, aunque esta vez algo se sentía distinto, ella estaba dispuesta a esperar. A veces, Sana pensaba que su vida, desde que Jihyo entró en ella, se había convertido en una danza entre la necesidad y la obsesión.
Estaba recostada en el sofá, leyendo, lo cual era extraño en ella últimamente, pues, aunque leer siempre había sido una de sus actividades favoritas, ahora se le hacía difícil concentrarse. Las palabras se mezclaban en la página, como si los signos de tinta ya no tuviesen el poder de cautivarla como antes. Todo parecía perder sentido. Estaba leyendo un libro sobre licántropos, algo titulado Omegaverse. Era raro, difícil de clasificar, pero algo le decía que debía seguir leyendo. El concepto era curioso, aunque la historia —hasta donde la había leído— se desviaba de lo que esperaba. Dos mujeres, una alfa y una omega, lo que le resultó extraño al principio, porque no se trataba de lo que usualmente leía. Tampoco era un libro físico, sino digital, de esos que uno encuentra en sitios algo oscuros.
Lo que realmente llamó su atención fue la premisa: "Una alfa de ojos grises que conoce al nuevo amor de su vida". Ahí fue cuando se dio cuenta de que, de alguna manera, se había perdido en una lectura que no era para nada como las que solía elegir. Era dulce, tierno, incluso algo reconfortante.
Hasta que, de repente, las autoras decidieron cambiar el rumbo de la historia, jugaron con su mente y su corazón... Y ahí, Sana ya no podía detenerse de seguir leyendo con curiosidad y... asombro.
—Oh... Se están besando... ¡¿Qué?!
Sana estaba completamente absorta en el libro, ya casi no prestando atención a nada más. Las páginas pasaban, y lo que parecía ser una historia tierna de dos mujeres comenzó a tomar un giro bastante más... explícito. En la última página que había deslizado, las palabras parecían casi vibrar en la pantalla. Se alarmó, pues el diálogo entre la alfa y la omega era intenso, cargado de deseo:
"—Alfa, te necesito, uhm..."
Sana parpadeó varias veces, sintiendo cómo las palabras la calaban profundamente. De repente leyó como la omega se acomodaba sobre la alfa con una precisión casi... insana. La frase siguiente la dejó en shock, clavando su mirada en la pantalla:
"—Siento lo grande que eres dentro de mí... Tu cuerpo me pertenece, Alfa."
Y luegó abrió la boca aún mas impactada, leyó como "la omega" se movió, y en el preciso momento en que Sana continúo analizando, su mente pareció apagarse por un segundo.
¿De qué demonios estaban hablando en ese libro? ¿¡"Pene"?! ¡No podía ser! ¡Jamás ha leído esa palabra de forma abrupta en ninguna de sus lecturas! ¡"Pene", eso de donde salió! Y, aún así, la escena seguía ante ella, como si estuviera allí mismo, frente a sus ojos. La sensación de la lectura se convirtió en algo casi imposible de seguir leyendo, algo que ella ni siquiera sabía cómo procesar.
Sana respiró hondo, completamente perpleja. El calor subió a sus mejillas como si un par de bombillas se hubieran encendido justo dentro de su cabeza. Y, sin embargo, había algo extraño, algo casi adictivo, que la mantenía pegada a la pantalla, leyendo sin poder parar, como si las palabras pudieran arrancar una capa de su ser y revelarle un mundo completamente nuevo.
Imaginar una chica montando a otra... Eso fue un golpe duro para su cerebro. Pero luego empezó a crear paralelismos extraños guiados por quién sabe qué... Pensó en Jihyo de inmediato, en cómo sería estar encima de ella y tener sus manos animándola a hacer lo mismo que leía en la pantalla. Su mente se apagó. Como un cortocircuito en su cerebro. Quedó mirando fijamente la pantalla como si hubiese recibido un golpe en la cabeza.
¿Eso estaba pasando en el libro? ¿Qué era esto, un error tipográfico? ¡¿Por qué mierda se lo imaginaba con Jihyo?!
—¿De verdad estoy leyendo esto? —se preguntó a sí misma, pero no pudo evitarlo. Continuó deslizándose por la pantalla, como si las palabras estuvieran por ser el final de un juego de video que no podía pausar.
"¿Y si esto es lo que Jihyo quiere?" se dijo, mientras un cosquilleo incómodo comenzaba a trepar por su cuerpo. El tipo de cosquilleo que normalmente sientes cuando intentas no pensar en algo, pero tu mente se empeña en recordártelo una y otra vez. La ansiedad por la noche que se aproximaba se volvió un fuego interno, y el dolor en su estómago no ayudaba. No se sentía bien, pero, por alguna razón, no podía dejar de seguir leyendo.
"Las caderas de la sensual omega empezaron un vaivén suave, y su Alfa gruñó, al sentir como la vagi..." Y ahí se detuvo. Como un clímax literario interrumpido por la cruel realidad: la notificación de su celular apareció, anunciando con el tono más venenoso posible: "3% de batería". ¡Mierda! No. No podía ser. ¿A esta hora? ¡Justo ahora!
Se apresuró a seguir leyendo, su pulgar volando sobre la pantalla, pero ya era demasiado tarde. La batería se apagó, dejándola en la oscuridad de su propia mente, más frustrada que una niña a la que le quitan su juguete a medio juego.
—¡No! —gritó, mirando su celular como si el pobre aparato tuviera la culpa de sus pensamientos inmorales. Ahora estaba atrapada en el limbo literario, obligada a esperar hasta la medianoche para ver si Jihyo cumplía con lo prometido. Se estaba desesperando otra vez. ¿Por qué, oh por qué, le ocurría esto en el peor momento posible?—¡Agh, maldita sea!
Estaba condenada... Condenada a esperar hasta las doce.
No tenía más opción que esperar. Y en ese momento, el dolor latente en su vientre parecía estar bailando al ritmo de la angustia. Tal vez era la ansiedad. O tal vez... era Jihyo.
"¡No es Jihyo!"Chilla su mente al negar el efecto de imaginarse así misma sobre el demonio.
Y con eso, cerró los ojos, esperando que el dolor en su abdomen fuera solo una señal de su estrés, no de algo más... incómodo.
Sana suspiró, fastidiada, y desvió la mirada hacia la rosa que seguía a su lado, tan imponente como el momento en que Jihyo la dejó. "Es tuya, tú sabrás..." resonó su voz en su mente, burlona, tan irritante como siempre.
Claro, porque Sana tenía un máster en "rosas mágicas que desafían la lógica misma".
Rodó los ojos y la tomó entre las manos, sintiendo los pétalos suaves contra sus dedos. Era casi insultante lo perfecta que era esa cosa: las espinas parecían afiladas, pero no le dañaban, como si incluso la flor misma supiera que ella era intocable.
—¿De qué jardín habrás salido...? —murmuró, con un tono más sarcástico que curioso.
Por un instante, el viento afuera pareció rugir, y a Sana casi se le detuvo el corazón. Se quedó inmóvil, como si acabara de invocar a algún ente oscuro por accidente –no sería nuevo–.Pero nada pasó. O eso pensaba. Acomodó sus gafas con un toque nervioso y dejó escapar un resoplido.
Se sentó en la cama, la rosa todavía en sus manos, girándola con cuidado. "¿Qué se supone que haga contigo?" pensó, queriendo arrancarle un pétalo solo para ver si pasaba algo, aunque sabía que probablemente no debería. Pero eso era lo que más le molestaba: No saber. ¿Qué clase de juego tenía en mente Jihyo esta vez? Porque claro, todo con ella tenía que ser un misterio, envuelto en sensualidad y envuelto en confusión.
Sana bajó la mirada hacia su atuendo. Ahí estaba, con su camisa de botones, cómoda pero ligeramente desabrochada; sus medias con moñitos que ni siquiera sabía por qué había puesto –un regalo de Mina y Momo para molestarla–, y el cabello ligeramente recogido, dejando caer mechones suaves por su rostro. Nada que se sintiera como ella misma, pero, al mismo tiempo, todo encajaba. Jihyo la había pedido así, y sin darse cuenta, había cumplido. "Maldita Jihyo y su manera de controlarme incluso sin estar aquí" pensó, apretando los labios, era como una adolescente esperando por su primera vez otra vez.
—¿Por qué te hago caso, idiota? —susurró con disgusto.
La luna se alzaba, iluminando la rosa sobre sus palmas. Los pétalos parecían brillar, como si la luz jugara con ellos. Sana notó que un leve aroma dulce comenzaba a llenar el aire, algo que le resultaba extrañamente familiar. Jihyo. Ese pensamiento hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Soltó un bufido:—¿Y si me está observando? —preguntó en voz baja, como si esperara una respuesta de la flor.
Por supuesto, no hubo ninguna. Pero entonces, algo peculiar ocurrió: los pétalos de la rosa parecieron moverse, apenas, como si un suspiro invisible los acariciara. Sana se quedó completamente inmóvil, su corazón latiendo a mil por hora.
¿Lo había imaginado? Seguramente. Esta perdiendo la cabeza... otra vez.
Dejó la rosa sobre la cama y se recostó, con la mirada fija en el techo. El reloj marcaba las nueve. Todavía faltaban tres largas horas para medianoche, y ahora, ni su celular ni la absurda historia que estaba leyendo podían distraerla. Todo en su vientre dolía, un calor molesto y familiar que Jihyo siempre lograba despertar.
—¡Maldita seas! —murmuró, cubriéndose el rostro con ambas manos.
Maldita rosa, maldita noche, maldita Jihyo.
Sana apretó los labios, maldiciéndose internamente. "Y... Malditas ganas de tenerla", pensó, con un dejo de frustración que no podía sacudirse. La rosa seguía allí, como una prueba irrefutable de su debilidad y sumisión a las órdenes que daba Jihyo. ¿Qué significaba? ¿Por qué estaba aquí? Su mente daba vueltas, buscando respuestas, pero ninguna satisfacía la incómoda anticipación que sentía.
De repente, su mente la traicionó, evocando escenas vivas, inspiradas por esa absurda lectura de antes. Las palabras de la autora volvieron a ella como un eco, tan atrevidas y cargadas de un deseo que no podía ignorar. Sana se mordió el labio, sintiendo cómo el calor subía por su cuerpo, rápido e implacable. ¿Por qué era tan emocionante? ¿Por qué sentía esa chispa recorriendo cada rincón de su ser? Cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse, pero entonces sus dedos se encontraron de nuevo con los pétalos de la rosa. Sin darse cuenta, los acarició, hundiéndolos entre los pliegues suavemente curvados, como si la flor misma los invitara. Había algo casi hipnótico en la textura, en las grietas naturales que parecían pequeñas líneas de vulnerabilidad hechas para ser exploradas. Y mojadas... que fue una sensación que la dejó sin aire.
Un jadeo escapó de sus labios, y sus ojos se abrieron de golpe— Mierda —gimió sorprendida ante la sensación húmeda de la rosa, llevándose una mano al pecho mientras trataba de recuperar el aliento. El recuerdo de Jihyo, sus palabras burlonas y seductoras, volvió a su mente con fuerza: "Eres tan erótica y sensual..." Y ahora... ahora parecía que tenía razón.
Sana apartó la rosa de golpe, con mejillas rojas, dejándola sobre la cama como si le quemara. —¡Estúpida flor! —soltó en voz baja, furiosa consigo misma, con Jihyo, con todo. Pero no pudo evitar mirarla de reojo, como si la flor misma supiera el efecto que estaba teniendo en ella.
"Esto no puede estar pasando..."
El intento de calmarse fue un desastre. Sana, aferrada a la rosa, se recostó con la esperanza de domar el voraz torbellino que sentía en su interior. Sana no podía dejar de mirar la rosa, como si la atrajera con una fuerza invisible. Sus dedos fueron jalados, temblorosos acariciaron nuevamente los pétalos oscuros, y no pudo evitar hundirlos esta vez, un poco más entre las capas aterciopeladas, siguiendo los surcos delicados como si trazara un mapa.
Otro jadeo se escuchó, pero no era de ella, era distinto, aunque igual sintió el cuerpo flotando cuando continuó con aquella labor estrafalaria. Un ligero pinchazo le hizo contener el aliento, pero no apartó la mano. Las espinas ocultas apenas rozaron su piel, dejando una línea roja que parecía arder con una intensidad inusual, casi... placentera. Fue entonces que recordó, como un eco lejano, las palabras de Jihyo tan ambiguas como siempre: "Tú sabrás" ¿Y si ya lo sabía?
Ahora si quiso dejar de hacer eso tan extraño, aunque la yema de sus dedos suplicaran adherirse a los pétalos sin pudor. En realidad se sentía mareada, quiso volver a recostarse, con la leve punzada en su pecho que bombea sangre, los latidos eran cada vez más fuertes y resonaron en su cabeza.
Pero apenas su cabeza tocó la almohada, el mundo comenzó a desmoronarse. Su respiración se hizo pesada, su corazón palpitaba con mucha más fuerza, y su mente parecía tambalearse al borde de algo... similar a otras noches... pero peor.
Todo se tornó negro. No estaba segura si era su mente o su vista, pero la oscuridad la atrapó sin compasión. De pronto, las imágenes llegaron: un vientre desnudo temblando bajo un roce, unas manos con uñas filosas que surcaban un cuello idéntico al suyo, como si rasgaran la fragilidad misma de su piel. Y luego, la imagen final, la más vívida y aterradora: los labios conocidos del demonio, curvados y recitando la frase más candente que podía haberle dedicado a su amante:
—Ya no lo soporto más, te quiero aquí conmigo, Ángel.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sana, que ahora estaba completamente inmóvil sobre la cama. Su espalda se arqueó con violencia una última vez antes de quedar rígida, sus ojos abiertos pero blancos como el mármol, su boca apenas entreabierta y jadeante. Entre sus manos, la rosa seguía ahí, presionada contra su pecho como si fuera una llave a lo que acababa de suceder.
Entonces, una voz resonó, grave y melodiosa, llenando el aire con una bienvenida tan dulce como aterradora:
—Bienvenida, Ángelito.
La habitación ya no era su refugio, y Sana, estaba sumida en un limbo, ese limbo estaba especialmente preparado para ella.
Unos pies descalzos rozaban la grama húmeda, sintiendo la frescura de un pasto recién acariciado por el rocío. El aire era espeso, cargado con un aroma floral que resultaba familiar y embriagador. Sobre su cabeza, unas nubes se deslizaban con pereza, dejando entrever destellos de un cielo teñido de colores que parecían irreales, como si hubieran sido pintados con pinceladas divinas.
En medio de aquel paisaje onírico, Sana permanecía inmóvil, sus ojos abiertos pero desprovistos de visión. No era la ceguera del vacío, sino una luz que impregnaba sus pupilas, como dos faros brillando en un océano de penumbra. Aunque no podía ver, podía sentirlo todo con una intensidad que la desbordaba: la textura suave y fresca bajo sus pies, el susurro del viento cargado de promesas, y el cosquilleo de la tierra húmeda conectándola a ese lugar desconocido.
Su respiración era irregular mientras su cuerpo intentaba adaptarse al entorno.
Aunque carecía de visión, la luz en sus ojos parecía transmitirle imágenes difusas, como si alguien le estuviera mostrando un recuerdo ajeno: un lago de espejo reflejando un cielo infinito, un campo de flores que susurraban secretos al viento, y en la distancia, una colina coronada por una silla hecha de enredaderas vivas que palpitaban al ritmo de un corazón invisible.
Las luces de sus ojos se extinguieron de golpe, dejando que la claridad del paraíso la envolviera por primera vez. Todo lo que la rodeaba se manifestó con una nitidez casi sobrenatural, como si los colores y las texturas fueran más reales de lo que jamás había experimentado. Sana parpadeó, llevándose las manos a la cara por instinto. Fue entonces cuando se dio cuenta: sus gafas no estaban ahí, pero veía perfectamente. No, mejor que perfectamente, como si su vista hubiera sido afinada hasta captar cada pequeño detalle de aquel paraíso sin nombre.
Una nueva revelación hizo que su rostro ardiera. No solo le faltaban sus gafas; también le faltaban ciertas prendas. Bajó la mirada con una mescolanza de horror y curiosidad, encontrándose con la piel desnuda de sus piernas, sus pies hundidos en el pasto, y un vestido... ese vestido. El mismo que había usado en esos sueños aterradores, la primeras veces, blanco como una nube, acompañado con una delicada corona de flores descansando sobre su cabeza.
El aire estaba impregnado del aroma dulce y fresco de frutas maduras y flores recién cortadas, y para su sorpresa, ese aroma parecía emanar de ella.
Entonces lo notó: el vestido, hecho de seda casi translúcida, apenas cubría lo suficiente, dejando al descubierto más de lo que jamás habría permitido en cualquier otro contexto. Más aún, ¡no llevaba absolutamente nada debajo!
—¡Mierda, p-pero-...! —exclamó, su rostro enrojecido mientras se cruzaba de brazos sobre el pecho, como si eso pudiera devolverle algo de dignidad.
Sana habría seguido maldiciendo su parcial desnudez, probablemente en un bucle interminable de vergüenza e incredulidad, si no hubiera sido interrumpida por un ruido inesperado. Un crujido leve, pero lo suficientemente cercano como para helarle la sangre. Miró en todas direcciones, sus pies descalzos clavándose más en el pasto, su respiración contenida. No parecía haber nadie más en aquel extraño lugar. Pero entonces, su mirada se detuvo en un pastal alto y ondulante, donde algo se asomaba: dos orejas puntiagudas, moviéndose apenas con el viento.
—¿Animales? —susurró para sí misma, su voz trémula.
El instinto le decía que debía alejarse, pero algo, quizá la misma curiosidad, o el extraño empuje del viento contra su espalda, la hizo caminar hacia esa dirección. Cada paso se sentía más guiado que propio, como si el aire estuviera decidido a llevarla justo ahí.
Pronto, llegó a una pequeña encrucijada donde un riachuelo atravesaba el camino. A su alrededor, la vegetación se alzaba exuberante, como un muro protector de verdes y flores. Fue entonces cuando la vio. Una leona.
El animal estaba allí, de pie, majestuoso y tranquilo, con un pelaje rubio casi blanco que brillaba como si absorbiera toda la luz del paraíso. Su mirada era profunda, intensa, y cuando se cruzó con la de Sana, la sensación fue inmediata: un escalofrío le recorrió la espalda, inmovilizándola.
La leona no parecía agresiva, pero tampoco totalmente inofensiva. Había algo en su postura que hacía que Sana no pudiera decidir si debía correr o quedarse.
—Eh... hola... —murmuró, su voz temblando, sintiéndose estúpida por intentar hablarle a un animal.
La leona inclinó ligeramente la cabeza, como si la estuviera evaluando.
—¿Puedes... entenderme? —continuó Sana, su tono aún más inseguro, aunque algo dentro de ella le decía que debía intentarlo.
El animal no respondió con palabras, obviamente, pero sus ojos transmitían algo inquietante. Eran profundos, casi humanos en su intensidad. Su cola se movió una vez, en un gesto lento y calculado, y entonces, para sorpresa de Sana, la leona dejó escapar un sonido bajo, algo entre un gruñido suave y un ronroneo profundo.
—¿Esto es un sí? —preguntó, retrocediendo apenas un paso, aunque no podía apartar los ojos de aquella mirada hipnótica.
La leona dio un paso más hacia Sana, con las orejas erguidas y los ojos fijos en ella, evaluándola. Sana se quedó inmóvil, su respiración contenida mientras el animal la rodeaba con pasos lentos y deliberados. Podía sentir la calidez de su presencia, cada paso resonando suavemente en el pasto húmedo. Sana cerró los ojos por un segundo, esperando lo peor: ¿iba a atacarla? ¿Morderla? ¿Saltarle encima? Pero no sucedió nada de eso.
La leona terminó su recorrido en círculos y, para sorpresa de Sana, se detuvo justo frente a ella. Bajó su enorme cuerpo con elegancia, acomodándose en el suelo. Sus patas delanteras se cruzaron mientras apoyaba su cabeza, aparentemente relajada, casi... expectante.
—¿Qué... qué significa esto? —murmuró Sana, sus piernas temblando de la tensión.
El animal no respondió, por supuesto, pero sus orejas hicieron un leve movimiento, como si la estuviera escuchando. Sana vaciló, sus dedos temblaban mientras se debatía entre alejarse o ceder a la extraña sensación de calma que el animal transmitía. Finalmente, algo dentro de ella la empujó a agacharse.
Con cuidado, acercó su mano hacia la cabeza de la leona, que descansaba peligrosamente cerca de sus pies descalzos. Al sentir el primer roce de sus dedos, las orejas de la felina se bajaron ligeramente, y dejó escapar un sonido bajo y gutural, algo entre un ronroneo y un gruñido suave.
Sana parpadeó, sorprendida. Ese sonido le resultaba extrañamente familiar, algo así como cuando Butters, su gato, se acurrucaba en su regazo y pedía caricias. Aunque, claro, esto no era un gato doméstico, ¡era una maldita leona!
—¿Te gusta esto? —preguntó, su voz apenas un susurro, mientras sus dedos seguían acariciando el suave pelaje dorado.
La leona cerró los ojos, completamente tranquila, su pecho subiendo y bajando con una respiración profunda y rítmica. Sana, incapaz de resistirse, continuó acariciándola, moviendo su mano con más confianza. Había algo profundamente pacífico en el momento, algo que no esperaba encontrar en medio de aquel lugar extraño.
—Esto es una locura... —dijo, más para sí misma que para el animal. Pero la leona simplemente respondió con otro ronroneo satisfecho, como si estuviera disfrutando del contacto tanto como ella.
Sana, movida por un impulso que no comprendía del todo, se agachó lentamente hasta quedar a la altura de la leona. La felina, lejos de reaccionar con agresividad, rodó sobre su costado, mostrando su vientre con un gesto inesperado de docilidad. Sana se quedó boquiabierta; parecía más un cachorro que una reina de la selva.
La cola de la leona se movía de un lado a otro, rozando suavemente el pasto, creando un sonido sutil y casi hipnótico. En ese momento, una mariposa, pequeña y luminosa, se posó delicadamente sobre la nariz del animal. La leona entrecerró los ojos, claramente intrigada por el visitante, y movió la cabeza con un leve espasmo que hizo volar a la mariposa de inmediato.
Pero la historia no acabó ahí. Con un destello infantil y juguetón, la leona se levantó de un salto, siguiendo con la mirada a la mariposa que ahora flotaba sobre ambas. Sana se quedó congelada por un segundo, pero el roce inesperado del cuerpo cálido de la leona contra el suyo la sacó de su asombro.
—¿Qué haces? —murmuró Sana, aunque el animal no le dio tiempo de pensarlo demasiado. La leona continuó frotándose contra ella, animándola con movimientos suaves, casi insistentes.
De pronto, la mariposa volvió a posarse, esta vez en una flor cercana, y la leona, con la cola en alto, le dio un suave empujón a Sana, como invitándola a participar en su pequeña cacería.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó, riendo incrédula.
La leona volvió a rozarla, esta vez con más energía, su cola azotando suavemente las piernas de Sana mientras daba un pequeño salto hacia la flor. La mariposa volvió a alzar vuelo, escapando nuevamente.
Sana no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa, contagiada por la energía del animal. Se levantó de golpe, intentando seguir el juego.
—¡Espérame! —exclamó, corriendo detrás de la leona, que ahora brincaba y danzaba entre el pasto como si no existiera nada más importante en el mundo que atrapar a ese escurridizo insecto.
Sana persiguió a la leona entre las flores, tratando de no tropezar con sus propios pies mientras observaba la mariposa flotar tranquilamente, como si estuviera consciente de que no era realmente el objetivo del juego. A su paso, Sana notó árboles cargados de frutos, algunos familiares como manzanas e higos, y otros que parecían salidos de un cuento, con colores tan brillantes que casi parecían irreales.
El paseo terminó abruptamente cuando la leona se detuvo junto a un lago grande y cristalino. La mariposa, como si también estuviera cansada de la persecución, se posó en una flor al borde del agua. Sana, un poco agitada, se detuvo detrás de la leona, observando cómo esta caminaba tranquilamente hasta la orilla.
El lago era impresionante, su superficie parecía un espejo perfecto que reflejaba el cielo y los árboles circundantes. Sana se acercó, hipnotizada, y se dejó caer suavemente junto a la leona.
—Qué bonito lago... —murmuró, mirando su propio reflejo junto al del animal. Su voz rompió el silencio, pero la leona no pareció molesta; simplemente seguía lamiendo el agua con delicadeza. Sana la imitó, inclinándose un poco más para observar el reflejo—. Es como un espejo, ¿nos viste? —dijo, buscando alguna señal en los ojos dorados de la felina.
La leona levantó la cabeza de repente, sus orejas alertas. Sana sintió un escalofrío en la nuca y dirigió su mirada hacia donde la leona apuntaba. A lo lejos, en la otra orilla del lago, una figura imponente emergió de entre los árboles.
Era un león de melena oscura, tan grande y majestuoso que parecía salido de un cuadro antiguo. Su melena parecía absorber la luz, sus ojos amarillos brillaban con intensidad, y su paso lento pero seguro exudaba una fuerza que era imposible de ignorar.
La leona se quedó inmóvil, con los ojos fijos en el recién llegado. Sana, divertida por la escena, no pudo evitar soltar una risa suave.
—¿Lo conoces? —preguntó, inclinándose un poco más cerca de la leona. La felina no respondió, pero sus garras se extendieron ligeramente, marcando la tierra bajo sus patas.
Sana levantó una ceja, todavía entretenida por lo que parecía un espectáculo digno de un drama romántico.
—¿Te gusta ese león? —añadió con una sonrisa traviesa.
La leona lanzó un suave gruñido, pero no apartó los ojos del león, que ahora se detenía justo al otro lado del lago, observándola con la misma intensidad. El aire parecía cargado de electricidad, y Sana se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento, esperando a ver qué pasaría después.
El león ladeó la cabeza con un aire de curiosidad y autoridad, su melena ondeando al ritmo del viento que atravesaba el lago. Sin esperar más, avanzó con pasos firmes hacia la leona rubia, su figura majestuosa se sumergía parcialmente en el agua cristalina mientras se acercaba. La leona permaneció inmóvil, con una paciencia que solo podía describirse como regia, observando al macho mientras este cruzaba el lago con la elegancia de un verdadero rey.
Sana, sentada junto a la leona, observaba la escena completamente embelesada. Algo en la solemnidad de los movimientos de ambos animales la dejó sin palabras. Cuando el león llegó a la orilla, deteniéndose a una distancia prudente, parecía casi inclinarse ligeramente, su cabeza baja y sus orejas moviéndose, como si realmente estuviera esperando un permiso.
—¿M-Me estás pidiendo permiso para estar con ella? —preguntó Sana en un susurro, incapaz de creer lo que estaba viendo.
El león movió sus orejas nuevamente, y aunque no hubo palabras, Sana sintió la respuesta como un claro "sí". Ambos animales la miraban ahora con expectación, como si realmente ella tuviera algún tipo de poder sobre ellos. Se le secó la boca por la presión repentina, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella resonaba con aquella idea.
Miró a la leona, que seguía esperando con dignidad, y luego al león, cuyo rugido parecía a punto de estallar en cualquier momento. Respiró hondo, tratando de sonar más segura de lo que realmente se sentía, y recitó con voz firme:
—Si la quieres, protegerla es tu deber. Es el ser más hermoso que verás en tu vida, ¿entendido, amigo?
El león rugió con fuerza, su voz reverberando por todo el valle. Sana sintió el suelo vibrar bajo ella, pero en lugar de intimidarla, el rugido le provocó una sonrisa pequeña y satisfecha. El animal se acercó finalmente a la leona, con una reverencia casi invisible en su andar.
Lo que ocurrió después dejó a Sana aún más fascinada. El león comenzó a lamer con cuidado las orejas de la leona, y esta, lejos de apartarse, inclinó la cabeza para darle mejor acceso. Era un acto de ternura inesperado, casi íntimo, mientras el león rodeaba su cuello con besos ligeros. La leona aceptaba los gestos con una calma serena, su cola moviéndose con un aire casi juguetón.
Sana apoyó la barbilla en sus manos, sonriendo con una combinación de incredulidad y calidez.
—Wow... Se aman tanto —murmuró para sí misma, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo como una espectadora de algo puro y sublime.
La pareja felina se levantó con majestuosidad, caminando juntos, sus colas entrelazadas en un gesto que Sana no pudo evitar encontrar profundamente conmovedor. Era como si todo lo que representaban fuese un símbolo de unidad, equilibrio, y protección, algo que resonaba en su pecho con una magia inexplicable. Desde la orilla, los vio alejarse lentamente, hasta que el león se detuvo y volteó hacia ella una última vez.
Sana contuvo el aliento al ver cómo el animal regresaba hacia donde estaba sentada. Con una elegancia inquietante, el león frotó su cabeza contra su vientre. Fue entonces cuando escuchó su voz, traída por el susurro del viento:
—Debes venir con nosotros... Reina de los Ángeles.
Sana frunció el ceño, perpleja.
—Yo no soy ninguna reina —respondió, aunque su voz tembló, porque algo en esa declaración resonaba profundamente en su interior.
El león no respondió con palabras, pero su mirada parecía decir que sabía más de lo que Sana entendía. La leona también se acercó, y entre ambos mordieron suavemente su cabello, jalándola con cuidado pero con firmeza, como si estuvieran insistiendo en que debía seguirlos.
Con un suspiro resignado, Sana se levantó y permitió que la pareja la guiara. Cruzó el lago a paso lento, el agua fría abrazando su piel desnuda bajo la fina seda del vestido. Sintió una paz inexplicable mientras el líquido acariciaba sus piernas y le devolvía una sensación de conexión con el lugar.
Sus guías la llevaron a través de un camino que ascendía hasta una colina repleta de flores de colores vibrantes. Cada paso parecía más ligero que el anterior, como si el suelo la aceptara como parte de aquel paraíso. Al llegar a la cima, ambos leones se inclinaron en una reverencia final, su gesto lleno de respeto y algo más, un reconocimiento silencioso.
—Has llegado a tu destino, Reina —dijo la voz del viento una última vez.
Y entonces, los dos leones corrieron juntos hacia el horizonte, desapareciendo en el atardecer, jugando y entrelazándose como si fueran almas gemelas. Sana los observó, fascinada, viendo cómo la leona se recostaba con confianza sobre el lomo del macho, sus figuras fundiéndose con el dorado del cielo.
—Eso fue... —empezó a murmurar, perdida en la belleza del momento.
—¿Hermoso, no, Ángel? —Una voz suave pero cargada de poder interrumpió sus pensamientos, y Sana giró rápidamente.
Ahí estaba ella.
Jihyo, sosteniendo entre sus manos la rosa negra que Sana había tomado esa misma mañana. Sus alas negras, imponentes y perfectamente extendidas, se alzaban detrás de ella como un marco celestial. Su mirada, sin embargo, era distinta; había una paz desconocida, una calidez que nunca antes había mostrado. Y su desnudez... era casi abrumadora, una visión que no dejaba espacio para el pudor, solo para la pura admiración.
—Ángelito —dijo Jihyo, con una sonrisa que parecía iluminar todo el valle—. ¿Te gusta nuestro paraíso?
"Echó, pues, fuera al hombre; y al este del huerto de Edén puso querubines, y una espada encendida que daba vueltas en toda dirección, para guardar el camino del árbol de la vida." —Génesis 3:24
(MARATÓN II/III)
N/A: Hola, me encantaría que si no entienden un culo de lo que describí (no soy buena con la descripciones de mundos ficticios), vean el vídeo de Living Proof, me inspiré todo ese fanfic en esa canción, así que me encantaría que les guste, ¿OK? Btw, si necesitan que les explique lo de los leones, dejen un punto aquí:
Ya vamos con el siguiente cap, ¿Preparados? Es el más largo 🫡
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