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Capítulo 7: "Open The Door" (Parte II)


Minatozaki Sana siempre se había considerado una persona competitiva, incapaz de aceptar la derrota sin luchar hasta el final. Perder no era una opción para ella; el simple pensamiento de ser superada la atormentaba. No podía tolerarlo con Mina, con Momo, y mucho menos con su madre. Su orgullo era su baluarte, una fortaleza hecha de respuestas tajantes y decisiones firmes. Por eso, el que Jihyo fuese tan cínica y prepotente acerca de ella no solo la desquiciaba, sino que quebrantaba su preciada paz. 

Sana había intentado evitarla, esquivarla de todas las formas posibles. Pero Jihyo, como siempre, tenía otros planes. 

—Bien, ya me viste. Ahora puedes irte. ¡Shu, vuela! Desaparece... —Sana agitó la mano con desprecio, como si estuviera ahuyentando una mosca molesta. Intentó marcharse, pero la cálida mano de Jihyo envolvió su muñeca, inmovilizándola en su lugar. 

—¡Déjate de mierdas! —soltó Sana con exasperación, girándose para mirarla directamente—. No pasará nada esta noche. Hice un trato por un beso, no por algo más. 

Jihyo la observó con una mezcla de diversión y algo más oscuro en su mirada. Luego, con una voz serena, pero cargada de intenciones veladas, respondió: 

—Te equivocas, Sana. Siempre mientes, incluso a ti misma. Y esta no es la excepción. 

La respuesta hizo que los nervios de Sana se tensaran aún más. Se liberó de la mano de Jihyo con un tirón brusco y retrocedió un paso. 

—Entonces... ¿qué? —espetó, su voz subiendo de tono, como si intentara mantener un control que sabía que estaba perdiendo—. ¿No piensas irte de mi casa? Enferma...

—Ay, Angelito —sus labios se abrieron de sorpresa por ver la contingencia que se formaba alrededor de Sana, ingenuidad en todo su esplendor acerca de lo que venía:—No sé qué tendrás en la mente, pero es que tal vez, no has comprendido del todo mis palabras —su cuerpo danzó en un movimiento que le robo un suspiro auténtico a Sana—. Estas tan empeñada en que podrás salir de esta, pero al final de la noche: Tú gritarás mi nombre como una vieja profecía, maldeciré tu cuerpo con mis labios y mis manos. Y vamos a profanar esta noche como nuestro dulce trato.

—Sé... más especifica —Sana realmente estaba incrédula ante sus palabras, revueltas y sin sentido en realidad—. Odio que siempre andas con rodeos, ¿No puedes simplemente demostrar que es eso que "necesito"?

Jihyo sonrió, y sin tapujos dejó salir sus palabras diseñadas para quebrar esa indiferencia en Sana:—En palabras más, palabras menos. Vas a gemirme toda la noche hasta llorarme que saque mis dedos de ti.

Sana apenas podía procesar lo que acababa de escuchar. El descaro de Jihyo, su tono lleno de certeza y egocentrismo, la dejaba atrapada en una mezcla de indignación e intriga. Todavía sentía la presión de su propio cuerpo resistiéndose a aceptar cualquier palabra de esa entidad, pero, al mismo tiempo, había algo profundamente magnético en su presencia, algo que tiraba de sus hilos más íntimos. 

—No voy a... a gemir nada —respondió finalmente, con una mezcla de duda y desafío en su voz. Su mirada buscaba aferrarse a cualquier resquicio de control, aunque dentro de ella las palabras de Jihyo resonaban más profundamente de lo que quería admitir. 

Jihyo soltó una risa suave, casi burlona, mientras se inclinaba hacia ella, sus ojos brillando con una intensidad hipnotizante. —Oh, Sana, aún no entiendes dónde estás... ni con quién estás hablando.

Sana frunció el ceño, confusa por esa declaración. Miró alrededor, la habitación parecía completamente normal: los mismos muebles, la misma tenue iluminación. —¿De qué hablas? Estamos en la sala de mi casa. No puedes-...

—No estamos en tu casa— interrumpió Jihyo con una voz pícara, su tono envolvente como un encantamiento. —Lo que ves es una ilusión, un reflejo creado para engañar a tu mente. Estamos en mi reino, Sana. En tu mente, sí, pero en un espacio que me pertenece. Aquí las reglas cambian, y todo lo que sientes, todo lo que experimentas... será completamente real.

Sana tragó saliva, su incredulidad luchando con una creciente sensación de inquietud. —Eso no tiene sentido —murmuró, aunque su voz carecía de la firmeza que pretendía. 

Jihyo sonrió lentamente, como si disfrutara del lento colapso de la lógica de Sana. —El placer que sentirás aquí será tan real como cualquier otra cosa en tu vida, quizás incluso más. Pero no estoy segura de que entiendas la gravedad de lo que eso significa, Ángel. 

Antes de que Sana pudiera responder, Jihyo chasqueó los dedos, y el sonido resonó en el aire como un eco sobrenatural. Ante los ojos incrédulos de Sana, una silla apareció de la nada, materializándose con una fluidez inquietante, como si siempre hubiera estado allí, esperando ser revelada. 

—Siéntate —ordenó Jihyo, su tono tan suave como imperativo. 

—No voy a sentarme en eso  —respondió Sana con firmeza, cruzando los brazos en un intento de mantener algún tipo de control. 

Jihyo sonrió, su mirada encendida con una mezcla de desafío y satisfacción. —Oh, claro que lo harás. No porque yo te lo diga, sino porque tu mente ya me obedece.

De repente, los músculos de Sana se tensaron. Sus piernas, como si estuvieran fuera de su control, comenzaron a moverse hacia la silla. El pánico se mezcló con el asombro mientras se veía a sí misma inclinándose, sus movimientos totalmente guiados por algo más allá de su voluntad.

Finalmente, se dejó caer en la silla, con el corazón latiendo desbocado. 

—¿Q-Qué acabas de hacer?— indagó la castaña, su voz entrecortada, mirando a Jihyo con una mezcla de miedo y fascinación. 

—Te demostré lo que significa estar aquí conmigo —contesta Jihyo, su sonrisa agrandándose. Se acercó lentamente, sus dedos acariciando el respaldo de la silla mientras su mirada devoraba cada reacción de Sana. Retiró sus gafas por detrás, observándolas, para lanzarlas en el sofá —Aquí no necesitas decir nada. No necesitas resistirte. Yo dirijo el juego, y tú simplemente juegas. Por cierto, me encanta como te ves sin ellas...—refiriéndose a la ausencia de sus lentes.

Sana apretó los dientes, su mente dividida entre luchar contra la creciente curiosidad o sucumbir al dominio que Jihyo ejercía sobre ella. Pero había algo indiscutible: en ese momento, ella estaba completamente bajo el control de Jihyo, y ni siquiera su lógica podía salvarla de esa realidad. 

Sana se vió obligada a sentarse en la estúpida silla que Jihyo había conjurado.

Su cuerpo entero se movió sin su permiso, guiado por la voluntad ajena, y la indignación ardía en su pecho. Pero más que el hecho de estar allí y hacer caso... Lo que realmente la desconcertaba era la mirada candente de Jihyo, esa que se encendía como brasas al rojo vivo mientras se burlaba abiertamente de ella.

Esa mirada no solo ignoraba su voluntad; la aplastaba, la volvía irrelevante. 

Cuando por fin levantó la cabeza, algo en ella se detuvo. El tiempo pareció dilatarse cuando sus ojos se posaron en la figura de Jihyo. Era irreal, una visión que parecía demasiado perfecta para existir. 

Desde que Jihyo se había mostrado, había sido un imán para los ojos de Sana.

Los músculos tonificados de Jihyo se movían con gracia bajo su piel tersa y perfecta, cada línea de su cuerpo parecía esculpida por manos divinas. Sus piernas largas y fuertes parecían extenderse por siempre, una combinación de poder y elegancia que quitaba el aliento. Los senos redondos, de pezones oscuros, se alzaban con una perfección que parecía desafiar las leyes de la naturaleza. 

Las alas que tenía detrás de ella majestuosas, eran dos amenazas latentes que exponían su poder y seguramente lo que era su ego. Negras, suaves como la obsidiana y la noche de la que ambas eran protagonistas.

Sana tragó saliva cuando sus ojos viajaron hacia las manos de Jihyo, fuertes pero suaves, con dedos que parecían tener la capacidad de destruirla o moldearla a su antojo. Su cabello azabache caía en ondas perfectas sobre sus hombros, como una cascada que enmarcaba su rostro lleno de confianza y picardía.

Y su sonrisa... esa sonrisa pícara y maliciosa, que parecía prometer tanto placer como sufrimiento, hacía que el corazón de Sana tambaleara. 

Pero lo que más la dejó sin palabras fueron los ojos de Jihyo: amarillos, crueles. Eran hipnotizantes, y Sana no podía apartar la mirada. Era como si estuviera mirando a un demonio en su forma más pura, la encarnación de algo prohibido pero irresistible. 

Sana se sentía como una adolescente que veía un cuerpo desnudo por primera vez. Su pecho subía y bajaba, incapaz de controlar su respiración, mientras una extraña mezcla de vergüenza se apoderaba de ella.

Y tal vez, pensó con amargura, así era. Porque nunca había sentido nada parecido antes, y Jihyo lo sabía. 

Jihyo era consciente de todo. Lo veía en cada movimiento nervioso de Sana, en la forma en que sus ojos vagaban por su cuerpo pero rápidamente se apartaban, como si intentara convencerse de que no estaba mirando. Ese nerviosismo, esa vulnerabilidad, eran un deleite para ella. 

—¿Te gusta lo que ves? —inquirió Jihyo, con una indiferencia dulce que era casi más insultante que una burla abierta. Su tono era casual, como si la respuesta de Sana no fuera más que un entretenimiento para ella. —Es un deleite para muchos, pero el tuyo definitivamente gana desde que lo escogí por primera vez.

Sana sintió que el calor subía por su cuello, tiñiendo sus mejillas de un rojo intenso. Las palabras de Jihyo la golpearon como una verdad que no podía negar. Por supuesto que le gustaba lo que veía, y Jihyo lo sabía. Había algo insoportable en esa certeza, en el hecho de que Jihyo no solo conocía sus pensamientos, sino que los controlaba. 

—Deja de... insinuar cosas...— intentó hablar, pero las palabras murieron en su garganta. ¿Cómo podía mentir cuando su propio cuerpo la traicionaba, cuando no podía apartar la mirada? 

Jihyo sonrió aún más, complacida. Dio un paso hacia adelante, inclinándose ligeramente, acercándose a Sana lo suficiente como para que pudiera sentir su aliento en la piel. —No tienes que responder,— susurró, sus ojos brillando como brasas. —Tu mirada ya lo hizo por ti. 

Sana desvió la vista, pero no podía escapar. No de esa presencia, no de esa figura que parecía estar diseñada específicamente para desarmarla. Su cuerpo entero parecía vibrar con una energía que no podía controlar, y el peor de los sentimientos la golpeó de repente: sabía que Jihyo tenía razón. 

El demonio se movió con una gracia deliberada, cada movimiento perfectamente calculado para mantener a Sana cautiva. Sus ojos amarillos nunca dejaron los avellanas de la japonesa, esa conexión invisible que las ataba y que parecía absorber todo lo demás a su alrededor. La habitación, la silla, incluso el aire mismo, desaparecieron en el fondo mientras Jihyo comenzaba a bajar lentamente. 

Sana no pudo evitar seguir cada uno de sus movimientos, su mente luchando por entender qué estaba pasando, qué pretendía Jihyo al arrodillarse frente a ella. El cuerpo de la morena descendió con una elegancia casi antinatural, hasta que estuvo sobre sus talones, perfectamente erguida, con las manos descansando suavemente sobre sus muslos. Su posición podría haber parecido una rendición, pero la expresión en su rostro decía otra cosa. 

Había algo inquietante en el semblante calmado en Jihyo, una combinación de dulzura y amenaza que hacía que Sana quisiera apartar la mirada, pero no podía. Estaba atrapada en esos ojos brillantes, como si fueran dos soles oscuros que la consumían lentamente. 

—¿Qué estás haciendo?— murmuró Sana, su voz apenas un susurro, casi temiendo romper el extraño equilibrio que llenaba el aire entre ellas. 

Jihyo sonrió, una sonrisa pequeña pero cargada de intención. —Lo que tú necesitas —soltó, su tono bajo pero firme, como si esas palabras fueran una verdad incuestionable—. Que este de rodillas para ti como los pecadores en las iglesias. Yo seré el pecador, y tu el cura que caerá en tentación.

El corazón de Sana dio un vuelco, su respiración acelerándose mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Jihyo parecía estar a sus pies, arrodillada como si se estuviera ofreciendo, pero no había sumisión en su postura.

Su aura, su mirada y la forma en que estaba sentada irradiaban un control absoluto, una autoridad que no necesitaba alzar la voz para ser reconocida. 

—Rendida...— pensó Sana, aunque la palabra se sintió incorrecta en cuanto cruzó su mente. No, Jihyo no estaba rendida. Estaba mostrando su dominio de una manera que Sana no había esperado, confundiéndola, desarmándola con esa mezcla imposible de fuerza y vulnerabilidad. 

El silencio entre ellas era ensordecedor, cada segundo más pesado que el anterior. Sana sintió que la tensión crecía, una presión invisible que parecía envolverlas. Su cuerpo quería moverse, quería apartarse de esa presencia abrumadora, pero sus músculos no respondían. Y aunque no quería admitirlo, una parte de ella no quería que lo hicieran. 

—¿Por qué estás ahí? —exhortó finalmente, con más firmeza de la que esperaba. Pero en el fondo, su curiosidad estaba teñida de algo más profundo, algo que no quería analizar. 

Jihyo inclinó ligeramente la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa más amplia. —Porque aquí es donde debo estar. Aquí es donde puedo mostrarte que no importa cuánto intentes resistirte, tu mente ya me pertenece. Yo también estoy rendida ante ti, Ángel.

El aire se hizo más pesado, y Sana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Jihyo no había cambiado de posición, pero algo en su presencia parecía crecer, volverse más grande, más intensa. Sana se dio cuenta de que, aunque Jihyo estaba físicamente más baja, seguía siendo la que tenía todo el control. 

Jihyo permanecía de rodillas, sus ojos amarillos fijos en los de Sana con una intensidad que no disminuía nunca.

Cada segundo que mantenía esa conexión visual era como un golpe directo al autocontrol de la japonesa, quien no sabía si debía mirar hacia otro lado o enfrentarse al desafío. Pero algo en esos ojos, en esa expresión mezcla de burla y deseo, la mantenía inmóvil. 

Entonces, Jihyo comenzó a moverse. Lenta, deliberadamente, apoyó las palmas en el suelo y comenzó a gatear hacia Sana, su postura igual de imponente aunque estaba más baja. Cada movimiento de sus manos y rodillas era un recordatorio del peligro que representaba, una advertencia que Sana debió tomar. 

Cuando Jihyo finalmente llegó a sus pies, Sana apenas pudo respirar. "Aquí comienza su maldito juego" pensó, casi convencida de que esta vez podría resistirse. Pero entonces sintió las manos cálidas de Jihyo subir lentamente por sus piernas, dejando un rastro de calor que hacía que sus músculos temblaran bajo el contacto. 

Por inercia, o quizás por algo más profundo que no quería admitir, las piernas de Sana se abrieron ligeramente. No mucho, pero lo suficiente para que Jihyo pudiera avanzar más. 

La sonrisa de Jihyo apareció de inmediato, al ver esa reacción involuntaria, y sus manos continuaron subiendo, trazando la forma de los muslos de Sana con una mezcla de suavidad y posesión. Cuando los senos de Jihyo rozaron el abdomen de Sana, un escalofrío la recorrió. Era un roce apenas perceptible, pero suficiente para encender una chispa que ella intentaba con irritación ignorar. 

Jihyo no se detuvo. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, cada movimiento lento y calculado, hasta que sus labios estuvieron a centímetros del rostro de Sana. Durante un segundo que pareció eterno, Jihyo se quedó quieta, dejando que la tensión creciera entre ellas. 

—Te sientes atrapada, ¿verdad?— murmuró Jihyo, su voz baja y llena de provocación. —Eso es porque lo estás. Pero no por mí... sino por lo que aceptaste de mí.

Antes de que Sana pudiera responder o siquiera procesar esas palabras, Jihyo eliminó la distancia entre ellas. Sus labios capturaron los de Sana en un beso que no pedía permiso, que reclamaba todo. Fue lento al principio, como si Jihyo quisiera saborear el momento, explorar cada reacción que arrancaba de Sana. Pero pronto, el beso se volvió más oscuro, más necesitado, como si ambas estuvieran enredadas en una batalla que ninguna podía ganar. 

Sana sintió que su resistencia se desmoronaba. Sus manos, que habían permanecido rígidas en los brazos de la silla, se soltaron y se elevaron hacia los hombros de Jihyo, aferrándose a ella como si necesitara algo a lo que aferrarse para no caer. 

Jihyo sonrió contra sus labios, como si supiera que ya había ganado. 

De pronto, ella movió sus manos con decisión, sosteniendo las piernas de Sana y enredándolas firmemente alrededor de su cintura. El movimiento fue tan inesperado que Sana dejó escapar un suave jadeo con su nombre:—Jihyo...—sin tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo. Antes de darse cuenta, su cuerpo ya no estaba en la silla; Jihyo la había levantado con facilidad, como si no pesara nada, y la estaba llevando hasta la pared de la sala. 

El golpe suave de su espalda contra la pared la hizo reaccionar, pero no lo suficiente como para detener lo que estaba pasando. Jihyo, con un control absoluto, mantenía sus piernas enredadas alrededor de su cuerpo, asegurándose de que no pudiera escapar, aunque Sana no tenía planes de perdirle que se contuviera, quería ver hasta donde llegaba ese demonio imbécil  que la mantenía contra la fría pared.

El aire entre ellas estaba cargado de algo eléctrico, y Sana no pudo evitar aferrarse a los hombros de Jihyo buscando algo de estabilidad mientras su mundo se tambaleaba, las alas se movieron cuando aferró sus uñas en los hombros de Jihyo, cuando pasó su mano por el cuello de la misma durante el beso. Las manos cálidas de Jihyo se apretaron un poco más contra sus muslos, sosteniéndola con fuerza, y su cuerpo se acercó aún más, hasta que no quedó ni un milímetro de espacio entre ellas. 

Los labios de Jihyo encontraron los suyos una vez más, pero esta vez no había nada lento o contenido en el beso. Era voraz, ferviente, como si Jihyo estuviera reclamando todo lo que era Sana, ese dulce y pasional Ángel.

Cada movimiento de sus labios, cada roce de su lengua, hablaba de una urgencia que Sana no había sentido nunca antes. 

Sana dejó escapar un suspiro entrecortado contra los labios de Jihyo, su mente un caos absoluto. Todo esto era demasiado, pero al mismo tiempo, no podía evitar la sensación de que, en el fondo, había estado esperando este momento.

Su resistencia, su lógica, todo parecía desvanecerse bajo el peso de ese beso. 

Jihyo sonrió ligeramente mientras se apartaba apenas unos milímetros, lo suficiente para mirarla a los ojos. —No tienes idea de cuánto he esperado esto, Ángel mío, parecen siglos sin ti— susurró, su voz grave y cargada de promesas que Sana no estaba segura de querer escarbar. 

La cercanía, la intensidad, la forma en que Jihyo la tenía completamente a su merced... todo eso la hacía sentir como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies, dejándola flotando en un espacio donde solo existían ellas dos. 

Sana, enredada alrededor de Jihyo, instintivamente colocó sus brazos alrededor del cuello de la demonio, aferrándose a ella como si fuera su único ancla en ese momento. Sentía como las manos la recorrían sin piedad, su cuerpo atrapado entre la pared y aquella figura que parecía hecha de puro fuego y voluntad. 

Cuando Jihyo la presionó contra la pared de pie, no hubo pausa. Se movió con urgencia, deslizando sus manos con habilidad por la cintura de Sana, quitándole los shorts en un solo movimiento que fue tan preciso como arrebatador. La tela cayó al suelo, dejando expuesta la piel sensible de sus piernas. 

Sin perder el tiempo, Jihyo comenzó a besar cada centímetro de piel que encontraba, sus labios trazando un camino ardiente desde las rodillas hasta los muslos. Sus besos eras lentos deliberados, como si estuviera reclamando ese cuerpo centímetro a centímetro. Las piernas de Sana temblaron involuntariamente bajo el peso de esas caricias, sus músculos incapaces de sostenerse debajo de ella.

El aliento cálido de Jihyo se deslizó hacia su abdomen, donde sus labios dejaron un rastro de besos húmedos que pronto se transformaron en suaves mordiscos. Sana jadeó cuando sintió cómo Jihyo lamía su piel, explorando cada rincón con una dedicación que la hacía perder la cabeza. 

Cuando Jihyo llegó al borde de sus bragas, se detuvo y levantó la mirada hacia Sana. Sus ojos brillaban con un fuego cruel y burlón mientras preguntaba: —¿Ya tu cuerpo dejó de resistirse?

Sana quiso responder, quiso decir algo, cualquier cosa, pero las palabras murieron en su garganta cuando Jihyo inclinó la cabeza y hundió los dientes suavemente en una de sus caderas. El dolor fue mínimo, casi placentero, pero suficiente para arrancarle un gemido ahogado. Se retorció contra la pared, sus manos apretandose en los cabellos de la melena azabache, mientras intentaba recuperar el control de su cuerpo, pero era inútil. 

Jihyo, complacida, se inclinó hacia adelante y con cuidado separó las piernas de Sana. Sus labios se deslizaron hacia la cara interna de sus muslos, dejando besos nada tímidos de hacer su trabajo, que parecían prender fuego a cada nervio. Dichos besos, causaban en un calor increíble y arrasador, con su piel vibrando bajo el dominio de Jihyo. 

Los dedos de Jihyo comenzaron a deslizarse sobre la tela mojada de las bragas de Sana, acariciándola con una lentitud que era tan tortuosa como intencionada. Ese roce enviaba una nueva ola de calor a través del cuerpo de Sana, su sexo latiendo con una intensidad que no podía controlar.

Estaba húmeda, lo sabía, y Jihyo también. 

La demonio sonrió con malicia, consciente de su poder. —Eres demasiado débil,— murmuró, su tono burlón mientras sus dedos continuaban su exploración y su camino de cero compasión por ella, —Me di cuenta todas esas noches que leías con tanta concentración cómo dos mujeres follan.

Las palabras de Jihyo golpearon a Sana como una descarga, su rostro enrojeciendo mientras su cuerpo se tensaba. Pero esa tensión solo pareció alimentar más a Jihyo, quien dejó escapar una pequeña risa antes de inclinarse una vez más, esta vez dejando un suave mordisco en el interior de su muslo, seguido por un lamido que la hizo temblar de pies a cabeza. 

La castaña sintió una punzada profunda atravesarla, un dolor extraño y placentero al mismo tiempo. Su cuerpo parecía demandarla en cada aspecto. Su sexo latía con una intensidad que la hacía temblar, y la ausencia de atención directa era como un fuego lento que se extendía por su abdomen. Se contrajo contra la pared, intentando encontrar algún tipo de alivio, pero era inútil. 

Jihyo observaba cada reacción con fascinación. La imagen de Sana, atrapada entre la pared y a su disposición era un espectáculo que no tenía intención de apresurar. Sus ojos amarillos brillaban de satisfacción al ver las bragas de Sana húmedas, el tejido empapado como prueba irrefutable de su efecto en ella. 

—¿Siempre has sido de mojarte tan fácil?— preguntó Jihyo, su voz cargada de burla mientras sus dedos trazaban pequeños círculos sobre la tela mojada. —Eso es de niñas malas y vírgenes.

Las palabras de Jihyo cayeron como un latigazo sobre Sana, su rostro encendiéndose de vergüenza y deseo al mismo tiempo. Quiso responder, pero su garganta se cerró bajo la intensidad de la mirada de Jihyo. Sus piernas temblaron, y su cuerpo se arqueó levemente contra la pared, buscando con prisa algo que mitigara ese ardor insoportable. 

Jihyo dejó escapar una risa baja y profunda, claramente deleitándose con el espectáculo que tenía frente a ella. —Mírate,— continuó, su tono mezclando crueldad y dulzura de una manera que hacía que Sana se sintiera aún más vulnerable. —Tan ansiosa, tan necesitada... y todo por mí.

La demonio bajó la cabeza nuevamente, dejando un mordisco suave en el borde de las bragas, justo sobre el lugar donde sabía que Sana estaba más sensible. —¿Quieres que haga algo al respecto, Ángelito?— murmuró contra su piel, sus labios rozándola con una suavidad que era más una provocación que una caricia. 

Sana no logra formular una respuesta cuando Jihyo continúa masajeándola, sus dedos atendiendo su sexo, pero no de la manera que ella espera. Sabe que está lo suficientemente excitada para complacerla, pero Jihyo parece decidida a alargar la espera. Las caricias lentas sobre la tela solo intensifican el peso de ese deseo creciente, esa necesidad innegable de ser poseída. 

Jihyo sonríe con satisfacción al notar cómo sus dedos, si decidiera retirar la tela, podrían hundirse fácilmente en Sana por la acumulación de sus fluidos. Pero no lo hace. Prefiere prolongar el momento, aumentando la tensión y dejando que el cuerpo de Sana hable por sí solo bajo su boca. Sin esfuerzo, Jihyo levanta la pierna izquierda de Sana y la coloca sobre su hombro, el movimiento es fluido, seguro, como si la controlara con una facilidad inquietante.

Sana, mientras tanto, intenta inútilmente reprimir los gemidos que se escapan de sus labios ante la intensidad del estímulo. 

Jihyo, con la mirada encendida y aún sosteniendo la pierna sobre su hombro, eleva los ojos hacia ella, allí esta otra vez esa sonrisa es tan burlona como peligrosa cuando, en un tono bajo y provocador, le dice:—¿Necesitas que te folle? Respóndeme. 

Sana no sabe perder el orgullo, de hecho, Sana no sabe perder, pero cuando tienes a una mujer morena tan cerca de tu vagina, acariciando tus fluidos acumulados detras de tus bragas, era muy dificil no perder y rendirse, aun así, ella quiso seguir en terquedad de siempre:—No.

—¿En serio? Entonces si yo hago esto...—Jihyo movió ligeramente la tela de las bragas a un costado, lo suficiente para revelar lo empapada que estaba. Sana siempre mentía. Las dos lo hacían en realidad. Siempre eran engañosas, manipuladoras, ocultando lo que realmente sentían en el momento de la verdad.

Jihyo se quedó unos instantes simplemente admirando el sexo de Sana, que latía con necesidad, excitado, hinchado, como si el deseo la quemara desde adentro. Quizá hasta le ardía por no recibir el consuelo directo que su cuerpo pedía a gritos. Esa frustración era exactamente lo que Jihyo quería alimentar. 

Con deliberación cruel, dejó que uno de sus dedos se escabullera para rozar el clítoris de Sana. El contacto, inesperado y agudamente preciso, arrancó un gemido tembloroso de sus labios; era un gesto casi generoso, una muestra de poder que Jihyo sabía exactamente cómo usar a su favor. 

Jihyo sintió cómo la humedad caliente de Sana se extendía por su dedo, impregnándolo de deseo. Su pulgar permaneció moviéndose en lentos círculos, manteniendo esa fricción que parecía deshacer a Sana con cada segundo que pasaba. Mientras tanto, Jihyo inclinó la cabeza hacia la entrepierna de la joven, dejando pequeños mordiscos en su piel, intercalados con besos que marcaban su territorio. 

Sana ya se siente rogar, ¿Hasta cuando Jihyo jugaba con ella? Sus caderas intentaron moverse para que el contacto no fuese tan mímino, Jihyo detuvo el pulgar, y la empujo de nuevo a la pared:—Tú no haces las reglas esta noche, Ángel, menos cuando estas tan lista y necesitada de mí. ¿Te mortifica tanto que no te folle?

—C-Cállate

—¿Eso es lo que dices, Sana?

Se arrepintió de aquello, pues Jihyo acercó su boca y su lengua caliente comenzó a pasarse por la extensión de su intimidad, aun con la tela puesta, empapada, ya no lo soportaba más, lloriqueo cuando Jihyo comenzó a lamerla sin piedad, de a ratos mordía y jalaba la tela de encaje, que estaba segura que si Jihyo lo desaba podía romperse. Se hundió en su entrepierna, y Sana solo cerro los ojos, gimiendo entre sollozos, su cuerpo ardía, era una sensación terrible pero adictiva, la mareaba, nunca se había sentido igual, nunca pensó que unas simples lamidas la harían sentirse en un constante infierno, Jihyo pegó mas el cuerpo de Sana a su boca, aunque su lengua no se hundía sobre su objetivo, Sana no dejaba de lloriquear. La misma Jihyo ahora iba con mucha mas intensidad, dejando saliva en las bragas de Sana, quién se mordió el labio inferior extasiada.

—A-Ah, Jihyo... Duele... No... ¡Por favor! Jihyo... Mmh... —Los movimientos de Jihyo, la lengua, el calor que emanaba su aliento, sus dientes, todo combinado la tenía agudizando en un manojo de gemidos.

Jihyo jalo con sus dientes la tela de nuevo, y la solo para darse cuenta de que ya habìa esperado lo suficiente. Se alejó de su sexo, dejando un beso pecaminoso, y empezó a bajar las bragas de la misma, su ropa interior quemo cuando bajaba lentamente por su piel, aunque Jihyo se detuvo cuando vió que Sana estaba privada en sus lagrimas:—¿No quieres esto? ¿He sido muy dura contigo? Mírame y dime que es lo que quieres, Sana.

Sana se le atoraron las palabras al verla directamente a los ojos, ya no eran amarillos, sus pupilas estaban dilatadas, casi negras, veía un gozo en ellas, y Jihyo tenía la boca brillandole por la saliva, Sana se sintió adorada en ese momento. Y su respuesta fue:—T-Tómame, no puedes calentarme y no hacer bien tu trabajo, demonio inútil —escupió frustrada—, Tócame como he soñado y he ocultado en mi mente todo este tiempo, solo tú sabes lo que he querido, Jihyo-ssi, por favor...

Todo eso fue suficiente para Jihyo. Ya no iba a jugar con ella, quito las bragas de un tirón, intenso, peligroso, comenzó a besar con más hambre las caderas de Sana, su vientre, pasaba las manos por el mismo, arrodillada en el suelo para hacerle entender lo hermoso que era su cuerpo, Sana queria que Jihyo dejara de tentarla, sus caderas se mueven con desespero contra Jihyo, quien solo las detiene. Y sigue sus besos y chupadas.

Iba a morirse allí mismo si no la follaba.

—Jihyo, por favor...

—Pídelo con ganas, o me iré, Ángel, ¿Qué es lo que quieres? ¿Como me quieres?

—Te quiero a ti, Jihyo... Dios mío, solo, llevame al cuarto, te dejo hacer lo que quieras, soy tuya, soy tu Ángel, quiero que me tomes, me folles, me devores, por favor...

"Soy tuya" Son esas palabras las que hacen a Jihyo excitarse y desbordarse de locura. Sana estaba loca por ella, ansiosa por ella, la quería a ella atendiendo cada parte abandonada por muchos de su cuerpo, y ella la iba a adorar. Después de tantos siglos sin una presa sin igual como ella, estaba segura de que iba a ser mucho mas que diversión.

—¿Vas a dejarte hacer lo que yo quiera? ¿Vas a dejarme devorar a mi antojo?

—Si...

Jihyo no tardo en subir sus besos hasta su cuello, y encajar su cuerpo desnudo sobre el de Sana, quién no dejaba de moverse en busca de contacto, como una búsqueda de fusionar, sus piernas se separaron para recibirla, sintió la piel de una de las piernas perfectas de Jihyo presionarse contra su sexo húmedo, Jihyo gimió en su cuello al sentir esa exquisitez mojando su pierna, miro a Sana quién no era capaz de mirarla por la vergüenza, Jihyo en cambio clavó su mirada amarilla, en los labios apretados de la misma, que cerraba los ojos y se quejaba por no tener lo que quería, cada que se inclinaba sobre ella, podía sentir como su vagina latía en su pierna, como se empapaba por ella, como respondía por ella. La quería hacer gritar de dolor, darle todo ese placer que nadie nunca pudo, y destruir esa máscara de timidez falsa, sabia que Sana era retraída y jamas hubiera pedido que la tomen de esa manera como ahora. Y lo sabía porque desde que la beso ya su boca respondía con suspiros y jadeos. No entendía de donde sacaba tanta fortaleza para no gemir, solo sollozaba por el dolor. Para eso estaba Jihyo, quien veía como Sana aguantaba demasiado sus gemidos, lo que provocó un arranque de ira, quería a su Ángel ya mismo, así que atacó su cuello y en esa suave piel susurró:—Se que quieres gemir tan alto y sucio por mí. ¿Por qué te lo guardas? Sé que eres una chica ruidosa y necesitada, ¿Qué es lo que te hace estar tan callada? —Volvió a moverse sobre ella, y la hizo mirarla sin reproches—. Dime, ¿Donde esta tu entrega total hacia a mì? ¿Donde esta esa chica sucia? ¿Donde tu altanería de poder mas conmigo, puedes gritarme que me odias pero no pedirme que te toque? Eres cruel, Ángel mío.

Sana sintió su ego irse al demonio cuando Jihyo la descubre reprimiendo sus sonidos, estaba llorando porque su jodido cuerpo quería terminar hecho añicos por Jihyo. Aún estaba sensible por sus besos anteriores, por como parecía manejarla justo como quería. No sabia como decirle que estaba apunto de perder el control, así que la beso, beso sus labios, y comenzó a gemir en los mismos, Jihyo obtuvo su respuesta solo con eso. Ahora ya era palpable que ambas se necesitaban mutuamente, Sana la necesitaba y la pasión que las envolvía hablaba mas que mil palabras que pudiera decirle. No necesitaba comunicarle lo que quería cuando el demonio había visitado cada noche su ventana, había visto su desnudez, y sabía como sus dedos se acariciaban cada noche pensando mil perversidades y teniendo fantasías silenciosas.

Jihyo ya sabía todo. Y Jihyo pondría en práctica cada información que tenía de ella.

No tardó en quitarla de la pared, sosteniéndola, sus piernas se enredaron en su torso, sus alas se alzaron emocionadas cuando Sana para profundizar el beso, enredo sus manos en su cabello negro y ondulado, Jihyo caminó hasta su habitación, ninguna tenía control, paciencia o ganas de seguir hablando, ya sabían a lo que iban, Sana tembló cuando Jihyo coloco sus manos posesivamente sobre su trasero. El demonio no estaba perdiendo mas tiempo con ella, era suya y estaba lista para recordarselo cada vez que Sana la dejara pasar.

Llegaron al cuarto, y Jihyo la sentó encima de regazo, poniéndose detrás de ella, con cautela apoyándose sobre ella en todo momento, las piernas flaquearon sintiendo como Jihyo le negaba su contacto visual, desesperada comienza a moverse bruscamente buscando fricción sobre su regazo.

—Mhm, Ángel, me encanta cuando te mueves así —recorrió con sus uñas el costado de sus muslos, el demonio le encantaba como Sana buscaba un consuelo con ese vaivén involuntario, pero aunque quisiera hacerle de todo ya mismo, aún había un régimen impuesto por el demonio que Sana debía cumplir:—. Pero te vas a correr muy rápido si continúas, y no queremos eso... —atinó Jihyo con su voz amoroso y autoritario—, ¿Verdad? Quieres que yo sea quien te haga llegar, así que debes estar quieta cariño —tembló cuando Jihyo beso su hombro por detrás, la abrazó contra sí misma, no había dudas de que ese demonio sabía como tenerla en la palma de su mano.

Jihyo separó aún más sus piernas, haciendo que el centro de Sana latiera aún mas ansioso. ¿Cual seria su próximo movimiento? ¿La seguiria matando lentamente por no estar dentro de ella? ¿La haría sufrir de nuevo?

Y Sana era ajena que ese sentimiento era mutuo entre las dos.

Sana aún usaba su camisa de botones, su brassier, y Jihyo aquello le enojaba, quería la vunerabilidad de su Ángel, asi que sus instintivamente se adentraron bajo su camisa, haciendo circulos sobre su estomago y abdomen, Sana no sabía cual era el rostro de Jihyo en ese momento, ni su intención, la tenía sentada sobre ella, y de espaldas, Jihyo toma uno de los pechos de Sana entre sus manos y Sana jadea ante el contacto nuevo del demonio:—¿Puedo jugar un poco más contigo, Ángel? —no tenía un respuesta inmediata para ella cuando estaba mareada de placer, excitada por sus palabras y su tacto. Sana solo asintió, y gimió cuando el demonio con sus uñas nuevamente rasgo la tela, y sin necesidad de usar el broche del mismo, ya no tenía camisa.

Aun detrás de ella, la acomodó para empezar a masajear sus senos, no sin antes con sus uñas juguetear con los pezones erectos de Sana:—. Siempre me ha gustado como reacciona tu cuerpo tan fácilmente con todo. ¿Eres una chica sensible? —confesó cuando pellizco uno de ellos, sensible Sana arqueo la espalda sobre el cuerpo de Jihyo—, Sí que lo eres, Sana. Ellos responden por ti.

Sana no encontró otra manera de liberar esa tensión que la envolvía que gimiendo, Jihyo comenzó a besarle el cuello, atrapo ambos pechos, sus cuerpos comenzaron a moverse en un ritmo lento pero frenético. Empeoró el estado de Sana cuando Jihyo paso sus manos por todos lados, marcándola, y la tomo de la cintura para besar toda su espalda, sabía que al día siguiente debería temer por por esas manchas púrpuras que se formarían después de esa noche. El demonio descendió sus besos hasta sus caderas, tomó cintura, y la hizo encorvarse, acaricio su abdomen y encajo sus uñas con filo:—¡Jihyo, agh, así no! —No contaba con que empezaría a tomarse en serio su trabajo de llevarla al limite, Sana se quejó del dolor, y nuevamente las lagrimas quemaron en se mejillas:—J-Jihyo... No me marques tanto... Por favor, uhm, mierda —gemía de dolor cuando sintió un ardor en el vientre, pero Jihyo solo se mantenía besandole las cintura, haciendo caso omiso a sus suplicas y llantos, que más que alejarla, la hacían quedarse allí—. ¡Jihyo, ah! —gimió cuando volvió a clavarse en ella.

—N-No seas así... Duele... Me duele todo...

—¿Donde es "todo", Ángel? ya me necesitas? —subió hasta su oreja, y posó su mentón sobre su hombro, Sana sentía su pesada respiración calentando su oído con fulgor—. Dime... ¿Te molesta la ausencia de mis manos en tu interior? ¿Te molesta no tener control sobre ti?

—¡Dios, solamente cállate y cógeme, maldito demonio inservible! —Sus deseos fueron ordenes, pues Jihyo rió por lo bajo, y la comenzó a besar en su cuello, colocando sus manos sobre su pecho, Sana coloco su mano sobre la de ella, y comenzó a perder el aire cuando Jihyo la tomó sin mucho esfuerzo para voltearla y cambiar su posición, haciendo que encajaran sus cuerpos, aunque Jihyo pareció volverse aún mas ambiciosa, las piernas de ambas se enredaron, Jihyo montó la pierna de la japonesa, gimiendo cuando sintió la temperatura caliente de esa piel contra ella.

Sana quedó fría cuando el demonio comenzó a frotar su intimidad en su pierna, con sus manos apoyadas en sus hombros, la veía deformar su rostro de placer, juntaba sus cejas cuando se rozaba y Sana solo estaba con la mente en blanco, ¿Jihyo se estaba masturbando con ella como si fuese un maldito vibrador? Aquello la excitó demasiado nada más de verla montada en su muslo, motivada por el frenesí del momento, pero también la hizo molestar: Jihyo comenzó a gemir ronco, con gruñidos graves e inolvidables:—Agh, Ángel, eres tan suave... Me encantas... Maldita sea —Sana no se movía, al contrario, se quedó atónita sobre el colchón admirando a la morena frotarse deliciosamente sobre ella, aún peor, Jihyo disfrutaba el movimiento brusco, y como sus fluidos llenaban la piel de Sana, quien hace unos segundos deseaba que el maldito demonio la poseyera, seguía en sus trucos malignos; ahora la veía intentar sin pudor y con un ritmo nada avergonzado sobre ella—. Agh... Ángel... ¡Sana!

Jihyo dejó de ignorar a Sana, por lo que eran segundos convertidos en una eternidad para la castaña, la entidad volvió a entenderla, y atrapó su cuello con su mano:—Me encanta como te sientes, tan caliente, tan mía... Ángel eres etérea, ningún demonio me ha tenido como tú, ninguno es como tú, Ángel mío.

Sana sintió su cuerpo erizarse por completo, lo que más la tenía presa en ese trato y esos juegos de seducción era el poder de esa voz en Jihyo, esa que le hablaba tentadoramemte siempre que podía, siempre que estaba en su mente, siempre que la tenía a su disposición.

Jihyo volvió a abalanzar su cuerpo sobre ella, dejando que Sana explorara su cuerpo, sus lenguas comenzaron a bailar entre sus besos, y lo que parecía ser una oscuridad plena en el cuarto, tomo un giro totalmente pasional, de entrega de las dos, Jihyo no estaba en sus cabales cuando Sana y ella iniciaron todo, pero al saciarse en el acto anterior, recuperó algo de su cordura, estando por fin en su voluntad darle a Sana lo que tanto deseaba: Ser de ella.

El demonio inició un camino de besos desde la extensión de su cuello, hasta uno sus senos, no se había permitido probarlos, atrapó uno de ellos en su boca, con la intención de robarle esos intensos gemidos a Sana, los cuales ahora eran mas atrevidos, agudos y sin pena alguna de abandonar sus labios. 

La morena llegó a hasta su vientre nuevamente, y Sana por inercia y con antelación separó sus piernas, Jihyo por las agarró para evitar que ella se moviera, acomodó su cabello, y por fin atacó con su lengua rugosa y adictiva la intimidad de Sana, lamió la entrada buscando que la misma Sana palpitara en su boca, animándola a volverse loca, Sana junto sus muslos para encerrar a Jihyo en su interior, pero el demonio tenía otros planes, las volvió a abrir, y la miró una ultima vez con esa oscuridad tan conocida en ella, esa sonrisa maliciosa; avisada estaba Sana de que Jihyo no era como un humano normal, no era como nada ni nadie que haya pisado la Tierra. Era el demonio de la lujuria, de la pasión, del amor que no conoce limites ni restricciones antiguas, Jihyo estaba hecha para devorar su energía, robarle toda la noche, y transformar su mente serena en una dominada por la necesidad de su perversión. En ese momento, ambas eran caos y locura; y cuando Sana sintió cómo se hundía en ella, un grito ahogado resonó en la habitación, dejando un eco que parecía eterno.

Jihyo era un torbellino imparable, y Sana ni siquiera estaba preparada para querer detenerla.

Se había entregado completamente, sin reservas, a su poder. La lengua y la boca de Jihyo se deslizaban lentamente por su centro, dejando un rastro de fuego que la hacía estremecer. Luego, sin previo aviso, la sorprendió con un ímpetu y un ritmo frenético que la hizo arquearse sobre las sábanas.

La castaña comenzó a ser un manojo de gemidos descontrolados cuando Jihyo movió sus labios con maestría, rozando con la punta de su lengua el punto más sensible de su ser.

El sonido de sus besos se mezclaba con la clara humedad en su vagina, lograban a Sana volverse aún mas loca, ser un desastre total mientras ella la atendía—. Estás tan... Caliente —suspiró el demonio con hambre cargada en su voz, no podía dejar de complacer a Sana, ¿Cómo habían esperado tanto las dos por la otra? Sana la recibía sin problemas, se removía, se inspiraba con sus dulces sonidos. Y Sana solo sabía que el demonio era una maestra en cada movimiento que había tomado para llegar hasta ese momento tan íntima y visceral entre ambas.

Al estar sus piernas separadas, no se esperó que Jihyo, aún estimulándola con su boca, agregará algo más, con uno de sus dedos comenzó a deslizarse entre sus pliegues. Sana cerró los ojos de golpe y se mordió los labios al sentir la intromisión. El movimiento del dedo era lento, casi torpe, como si el demonio quisiera fingir inexperiencia solo para provocarla. Pero no podía engañarla. Sana lo sabía: Jihyo disfrutaba jugando con ella, burlándose en medio del placer.

Estaba tan mojada que el dedo de Jihyo se resbalaba con facilidad entre sus fluidos, aumentando el ritmo con cada nuevo movimiento—. Me encanta como me recibes, ¿Por qué eres tan hermosa?

—Jihyo... Yo... —se quedó muda cuando Jihyo rozaba solo con la punta de su lengua su entrada, y ahora quienes se perdían en ella, eran esos dedos, sus paredes internas se apretaron alrededor de los mismos, el demonio sonrió ladino cuando el interior de Sana volvió a palpitar por el contacto de esos dedos.

Las burlas soberbias del demonio no tardaron en venir—Mhm, Ángel, palpitas mucho por mí...—se estremece al escuchar ese tono de voz plagado de sensualidad —, Estas húmeda, pero no lo suficiente... Aunque debo admitir, que me encanta como aprietas —lo dijo con dulzura, con inocencia. Sana no entendía como podía formular frases coquetas y tiernas con palabras tan excitantes y llenas de fuego—. Quiero hacerte mía, pero necesito que estés lista para mí.

Jihyo se levantó con una elegancia casi sobrehumana, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente diseñado para hipnotizar. Su figura imponente se erguía frente a Sana, irradiando una confianza desbordante. Con una lentitud calculada, llevó su mano hacia su rostro, y antes de que Sana pudiera procesar lo que estaba sucediendo, Jihyo deslizó su lengua seductoramente sobre sus dedos, primero el índice, luego el medio, ambos juntos, recreando una imagen que parecía arrancada de los rincones más oscuros de la tentación. 

Sana, todavía recuperándose de la tormenta que Jihyo había desatado en su cuerpo, observaba con una mezcla de incredulidad y deseo. Sus ojos no podían apartarse de los movimientos de esa boca que ahora cubría los dedos con saliva, mientras el demonio emitía un sonido suave, casi un gemido, como si saboreara cada segundo de su propio espectáculo. 

El ambiente estaba cargado de una electricidad casi tangible, y cuando Jihyo terminó, apartó lentamente los dedos de sus labios, dejando un hilo de saliva que brillaba con la tenue luz. Su mirada se fijó en Sana, oscura y llena de lujuria, una chispa traviesa encendida en su expresión. 

—¿Te gusta lo que ves, ángel? —preguntó Jihyo con una voz baja y aterciopelada, tan provocadora que parecía un arma. 

Sana tragó saliva, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba de inmediato a la intensidad de esas palabras, incapaz de responder, pero completamente atrapada por la imagen de ese demonio que parecía tener control absoluto sobre cada fibra de su ser.

El demonio sabía que el juego había llegado al clímax, que no necesitaban más esperas ni más provocaciones. Había llevado a Sana al límite, encendiendo cada rincón de su cuerpo con un ajedrez calculado de deseo. La paciencia de Sana, ya deshecha, se había convertido en puro anhelo, su cuerpo ardiendo con una mezcla de excitación y frustración. Su sexo latía con una intensidad casi dolorosa, y sus fluidos se escurrían por la cara interna de sus muslos, testigos de la tormenta que Jihyo había desatado en ella. 

Con una calma engañosa, la morena se acercó, su figura irradiando un dominio absoluto. La tomó por las caderas, volteándola de costado con una facilidad que solo incrementó el deseo de Sana. Esta, como si su cuerpo hablara por sí mismo, levantó las caderas, ofreciéndose sin reservas, sus piernas separándose de manera instintiva en busca del contacto que anhelaba. 

Jihyo, detrás de ella, dejó escapar una sonrisa que apenas se dibujó en su rostro, pero que se sintió como un fuego en el aire. Sus labios rozaron el cuello de Sana, dejando un camino de calor con cada respiración, mientras su nariz se deslizaba suavemente contra su piel, inhalando su aroma mezclado con sudor y deseo. 

Sin más advertencias, los dedos húmedos de Jihyo volvieron a reclamar su lugar. Con una precisión despiadada, comenzaron a estocarla con un ritmo firme y lento al principio, como si quisiera grabar cada sensación en la mente de Sana. La japonesa dejó escapar un gemido ahogado, su cuerpo arqueándose ante cada movimiento profundo, calculado, despiadado.

La habitación parecía contener la respiración, las únicas notas en el aire eran el sonido de los fluidos de Sana y los gemidos entrecortados que escapaban de sus labios. Jihyo, satisfecha con la reacción de su ángel, aumentó el ritmo, inclinándose más cerca, sus palabras un susurro contra la piel sensible de Sana, que tenía su cara caliente sobre una de las almohadas, gimiendo por lo bajo para sí misma, sus manos se aferraron a las sábanas en un puño, cuando Jihyo hincó el diente en su hombro expuesto.

—¿Es esto lo que querías, ángel? —preguntó con una voz baja, seductora, excitada de ella que quería beber más de su energía y sensualidad, cargada de un placer oscuro que solo alimentó el deseo de las dos.

Sana, inmóvil, solo podía enfocarse en el movimiento constante de los dedos de Jihyo. Se deslizaban con una facilidad humillante, con una destreza que le quemaba las mejillas y cada rincón de su cuerpo. Sentía cómo los límites entre ambas se desvanecían, cómo sus cuerpos parecían uno solo. El demonio, consciente de su poder, detuvo sus movimientos de forma abrupta, arrancándole un jadeo desesperado. 

—Responde, ángel —exigió Jihyo, su voz cargada de un rugido que rezumaba prepotencia y deseo—. ¿Es esto lo que quieres? ¿Esto es lo que necesitas, amor mío? 

El silencio inicial de Sana fue un desafío que solo incrementó la tensión. Su voz salió entrecortada, quebrada por la emoción y la entrega. 

—S-Sí... 

Jihyo dejó escapar una sonrisa ladina, pero no reanudó sus caricias. En cambio, se inclinó más cerca, su aliento cálido en el oído de Sana, exigiendo más de ella, despojándola de cualquier reticencia. 

—No te oigo, ángel —exigió Jihyo—Gime mi nombre para estar segura. Dime, ¿de quién eres esta y todas las noches? 

El orgullo de Sana se derrumbó, convertido en cenizas bajo el peso de la dominancia de Jihyo. Un sollozo escapó de sus labios, lleno de deseo y rendición. 

—Tuya... —susurró con voz rota, las lágrimas nublando su visión mientras el vacío dejado por la quietud de los dedos de Jihyo se volvía insoportable, una tortura deliciosa—. Tuya, Jihyo. Yo soy tu ángel. Merezco ser corrupta como tú —suplico con ojos casi blancos y voz grave—, Jihyo... ya basta.

La sonrisa de Jihyo se ensanchó, casi cruel. Su mirada era un océano oscuro lleno de posesión. 

Mía —declaró con firmeza, una voz diferente, la misma voz con la que suele llamarle en los rincones de su mente, sentencia cada palabra como si fuera un decreto grabado en fuego eterno—. Eres mía, ángel. Lo serás por siempre. Ni el cielo, ni la tierra, ni siquiera yo misma podrá apagar nuestro fuego. 

Antes de que Sana pudiera procesar lo que significaban esas palabras, Jihyo la agarró con fuerza, jalándola y girándola para capturar sus labios en un beso que robó el aliento a las dos, gimió en su boca como si su vida dependiera de ello. Esos dedos volvieron a moverse dentro de ella, esta vez con un ritmo implacable, desordenado, era como Jihyo estuviera trazando fuera de las líneas que conocía, volvió a perder esa conocida seguridad y solo se entregó a Sana, desbordando la tensión acumulada.

Los cuerpos de ambas se movían con una agresividad descontrolada, como si intentaran consumirse la una a la otra en ese clímax de pasión y deseo.

El ritmo de los dedos de Jihyo aumentaba en cada gemido, impaciente, preciso, mientras sus labios y dientes dibujaban un mapa de caricias y mordiscos por su cuello y clavícula.

El calor dentro de Sana era incontrolable, un incendio que consumía todo a su paso.

Cuando finalmente llegó al clímax, fue como si su alma se desprendiera del cuerpo por un instante, suspendida en un abismo de placer absoluto.

El mundo a su alrededor desapareció; solo existían las sensaciones, el grito ahogado que escapó de su garganta, y el nombre de Jihyo que se deslizó entre sus labios como una plegaria. Su cuerpo tembló, arqueándose sobre la espalda de Jihyo, cada fibra de su ser vibrando con una intensidad que nunca había conocido.

Era revelador, casi trascendental. En ese momento de éxtasis, Sana sintió que había tocado algo más allá de lo físico, algo que solo podía describirse como divino y profano a la vez. El placer la hizo ver fragmentos de luz y oscuridad en su mente, como si cada pulsación de su corazón fuera un recordatorio de que su existencia ya no era solo suya. Era compartida.

Jihyo no se detuvo inmediatamente. Siguió acariciándola, prolongando ese estado de vulnerabilidad y gozo, susurrándole con voz baja, casi reverencial:

—Así es como me perteneces, ángel. Así es como te quiero siempre, perdida en mí— con una sonrisa enigmática y los labios manchados del deseo compartido, susurró contra su oído—Pero aún no he terminado contigo, Ángel, jamás pienso hacerlo.

Sana, jadeante y completamente entregada, sintió cómo esas palabras se grababan en su alma, marcándola con la promesa de una oscuridad que apenas comenzaba a revelarse. 

La humana no pudo responder, todavía atrapada en esa cima de emociones que la desbordaban. Su respiración era errática, su cuerpo tembloroso, su mente un caos. Pero mientras sus ojos buscaban los de Jihyo, se encontró con esa mirada llena de posesión y triunfo, una que prometía que aquello era solo el principio.

—Te prometí que te llevaría al infierno conmigo, Sana. Ahora dime, ¿aún quieres resistirte?

Sana cerró los ojos, sintiendo que algo profundo y desconocido en su interior ya había cedido por completo.

Sana y Jihyo se perdieron en un beso que parecía eterno, uno en el que las palabras sobraban y los cuerpos hablaban en su lugar. Los labios de Jihyo se movían con hambre, mientras los de Sana respondían con la misma desesperación, como si todo lo que habían sido antes de ese momento ya no importara. Los dedos del demonio se enredaron en el cabello de Sana, tirando de ella ligeramente para profundizar el beso, mientras las manos de la japonesa se aferraban a su cintura, buscando mantenerla cerca, demasiado cerca. 

El mundo a su alrededor parecía detenerse, reducido únicamente al roce ardiente de sus bocas, al sonido húmedo de sus besos, y al fuego que se encendía en sus pechos con cada suspiro compartido. Los gemidos bajos y las respiraciones entrecortadas se mezclaban, creando una sinfonía que solo ellas podían entender. 

Jihyo se separó por un segundo, apenas lo suficiente para murmurar contra sus labios, con una sonrisa que prometía mucho más de lo que las palabras podían explicar: 

Esto... Apenas es el principio, mi Ángel —Y al contrario de todas las veces que utilizo su voz infernal para encantarla, esta vez tenia una sinceridad aterradora plagada en ella.

Y antes de que Sana pudiera siquiera responder a eso, Jihyo la besó nuevamente, atrapándola en un remolino de deseo que parecía no tener fin. 

La recostó cautelosa, pensando en su fragilidad después del orgasmo, pero con una firmeza que hablaba de su control absoluto sobre el momento.

Los cuerpos de ambas yacían entrelazados en la penumbra de la habitación. Sana, aún con el pecho agitado, sintió los brazos de Jihyo envolverla con una delicadeza que contrastaba con el fuego de momentos atrás. La calidez de su piel irradiaba una paz casi desconcertante, y sus manos comenzaron a recorrer la curva de su espalda con una devoción que parecía más un ritual que un simple roce. Los dedos de Jihyo presionaban suavemente, explorando cada centímetro de sus omóplatos, como si tocara un secreto escondido bajo su piel.

¿Por qué parecía estar tan enganchada con su espalda?

Sana se removió levemente, incapaz de contener la curiosidad aún con ojos somnolientos: —¿Y... y eso? ¿P-Por qué me tocas allí?

Ella sonrió, su voz era un murmullo cargado de ternura pasional, mientras sus labios rozaban el cabello castaño de Sana: —Nada en especial, Ángel... Sólo me gusta esa línea de tu espalda —el tacto de Jihyo no cesó, sin embargo, su mano reposó en aquella línea que admitía era su: verdadera debilidad—. Mejor duerme...

Jihyo se inclinó sobre ella, con unos ojos ámbar suavizados y dulzura en su sonrisa, sus alas negras se desplegaban ligeramente detrás de su figura, como un manto oscuro para las dos.

¿Cómo se veía tan perfecta luego de haberla torturado en sus almohadas? Que era esa sonrisa idiota, esa sensación idílica que deslumbraba en sus gestos, esa afabilidad en sus toques, el demonio parecía haber reemplazado sus antiguas jugadas macabras con la mansedumbre y una adoración sin remedio hacia su Ángel; como si llevarla al borde fuese el único requisito para detener los impulsos crueles del diablo.

Lo único que hizo que el pecho de la japonesa estuviera tranquilo, fue rozar su nariz con la del demonio, quien solo la atesoraba el contacto de Sana, y sus alientos mezclándose.

Ambas se miraron conectadas; Sana no entendía cómo ni por qué.

Esa noche, en su propia cama, entre sábanas y la oscuridad que solían ser su refugio solitario, ahora la acompañaba el demonio de la lujuria: Jihyo. Con ella, había cerrado un trato donde, quizá, solo quizá, sus corazones y almas estaban en juego.

MÁRATON III/III

N/A: ¿Hola? ¿Aló? ¿Ambulancia? ¿Jesús?

OKAY, REPITAN CONMIGO: LEEMOS PERO NO JUZGAMOS, LMAO.

Quisiera acotar que esta es mi primera vez creando un smut tan... ¿Explícito? Amigos yo nunca pensé utilizar la palabra "clitoris" pero aquí estamos, las vueltas que da la vida. Normalmente mi contenido se basa en soft/fluff/agst/romance, PEROOOOO aquí estamos, intentando apelar al smut/erotismo. No se ciertamente si lo logre, hubieron muchos lectores beta para este capítulo en particular que me comentaron que como era posible que yo dijera que no se escribir smut ZJSLDKKSL. y es que de verdad no sé, pero me esforcé mucho, y la di toda. No pido que lo llamen EL SMUT, pero si que al menos aprecien mi intento de morir ahogada o lanzar el teléfono escribiendo "vagina". En fin

Obviamente habrá dudas de muchas cosas alrededor de este capítulo. ¿Jihyo estaba realmente allí? ¿Como funcionan sus poderes? ¿Sana va a poder levantarse la mañana siguiente? ¡Esperemos que esas dudas se resuelvan pronto a medida que avanzamos!

Quiero agradecer el apoyo que le dan a este fanfic, he estado trabajando duro por él. quise hacer un maratón para ello. A partir de aquí, puede que la historia tome un rumbo desconocido, por mí parte queda decir. Gracias.

Y bueno, botón de: Te odio Mila, ya antojaste:

Teorías, dudas, preguntas aquí♡:

—Milanesa

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