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Capítulo 1: "La Séptima Campanada."


"Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora" Apocalipsis 8:1

—¿Sabías que los hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres tienen más riesgo de contraer Sífilis? —comentó Mina con naturalidad, mientras saboreaba su ensalada. Ajena a la mirada de incredulidad que su companía le daba.

Sana rodó los ojos. —¡Mina, por favor! —se quejó—. No creo que sea el momento ideal para repasar tu próximo exámen, y menos en medio del almuerzo.

—¡Pero ¿con quién se supone que lo hago? —exclamó, la rubia vió un chico con una par de bandejas—. ¡Oye! ¿Te interesa saber sobre los riesgos de la sífilis? —el joven sólo sonrío incómodo siguiendo con lo suyo—. El podría ser una víctima, parecía Troye Sivan, ¡debe ser muy gay! ¡Él esta en riesgo!

Sana se sobresaltó y tapó la boca de su amiga. —¡¿Mina, qué carajos te pasa?!

Mina balbuceó, aún con la boca tapada.

—¡Déjame estudiar en paz! —logró decir cuando Sana la soltó en un movimiento brusco—. ¡Yo no te interrumpí cuando me hablaste de Don Quijote!

—Eso es diferente, Myoui. Te estaba hablando de un clásico de la literatura hispana —mencionó Sana —. No de la gonorrea ni del papiloma humano —acusó a Mina, señalandola con la punta del cubierto.

—Pues igual no era contigo —se defendió Mina.

—¡Y tampoco con todo el restaurante! —la regañó Sana. Le sorprendía la franqueza de Mina sobre estos temas, ya que antes en su adolescencia, no podía ver ni escuchar acerca de la palabra "pene", pues ella simplemente bajaba la vista y se escondía en su suéter, era mucho más reservada. Ahora, era una jaqueca para Sana, y a veces sus padres escucharla hablar por horas sobre cosas referentes a una sexualidad saludable.

Myoui Mina, siendo un año menor que Sana, siempre había sido muy inteligente y adelantada para su edad. Entró a la Secundaria mucho antes que otros, quedando a la merced de Sana y Momo, lo chistoso es que las dos mejores amigas habían tenido un crush extraño por Mina; ninguna se atrevió a confesarle sus sentimientos. Bueno, en realidad, Sana fue la única que no arriesgó demasiado, quedándose como buena amiga de Myoui, y Hirai Momo, siendo la ganadora de ese triángulo amoroso tan extravagante.

Desde pequeña, le interesó el campo de la salud, y aunque sus padres la querían como una famosa Doctora, en realidad Mina –impredecible como siempre–, terminó yendose al área de ginecología.

Luego de un corto silencio que Sana quiso golorificar por ser la primera vez que Mina se callaba la boca, la rubia arruinó el momento de paz:

—Si un día una chica se te acerca y te dice "Hey, cariño, ¿tenemos sexo?", y luego ves un tatuaje de Pinkie Pie en su trasero, ¿qué harías? —preguntó Mina, con una sonrisa burlona, y realmente interesada en una respuesta.

¡Era muy ridículo hasta para Mina!

—Ya basta —interrumpió Sana, ya harta de las odiosas preguntas de Mina—. ¿A qué hora te recoge Momo?

—Hablas de mi hermosa novia, ¿verdad? La que me hace el amor tan, pero tan bien que necesito  de estas acolchadas sillas para descansar —respondió Mina con altanería. Sana sólo negó desinteresada —Sí, viene a las dos. Y no te dejaremos en tu casa, porque ella está obsesionada conmigo últimamente, pero si cerca de la parada del autobús.

—¡Yupi! —exclamó Sana sin mucha gracia, porque en el fondo le molestaba tener que tomar el autobús e irse a pie a su casa, cuando ella era quién había invitado el almuerzo —Cuando tenga un carro, ya veremos quién te deja botada.

—¡No digas eso! Momo nunca haría algo así. Ella es tan... —y comenzó a enumerar todas las cualidades de Momo; y ahí otra media hora de Mina hablando del abdomen de Momo, las piernas de Momo, como Momo la trataba con tanto aprecio y deseo. ¡Mejor iba buscando su pasaje para el autobús!

—Ejem —se rasca la nuca, tratando de aliviar la incomodidad del asunto —¿Mina?

—¿Sí?

—¡Podrías dejar de comer en frente de los pobres!

Mina arqueó una ceja—. Tú no eres pobre. ¡Deja de menospreciar tu sueldo de maestra, eh!

—Sigue siendo menos que el tuyo —soltó con ironía. —¡No me refiero a eso, tonta! Me refiero a tu... —se cruzó de brazos—, relacion perfecta.

Mina solo soltó una risa socarrona—. Bueno, yo no tengo la culpa de que esas mujeres de tus libros solo existan entre la tinta y el papel, y probablemente en tus sueños húmedos.

Sana se sonrojó violentamente. Sintiendose descubierta por Mina. ¿Por qué fue tan acertada? Era aterrador.

Aunque debía defenderse de esos rumores que Mina creaba sobre ellas, que al final eran tan reales, como el hecho de que estaba tan sola que las últimas palabras sexys que alguien le había dirigido fueron de parte de un juego Otome que había descubierto hace un par de meses.

—Yo no tengo sueños húmedos con personajes ficticios.

—Ajá si. Si ajá, ajá si —hizo esa molesta voz que denotaba pura burla hacia Minatozaki. La maestra solo se quería abofetear de la pura vergüenza.

—Cállate.

—A los doce años tu despertar hormonal fue con Lauren Jauregui —mencionó Mina—. No me mires así, a todas nos gustaba Lauren Jauregui.

—No a todas, déjate de joder —Mina le parecía divertido meter el dedo en la yaga. Sana le tenía demasiada paciencia—. A ti te gustaba Normani.

—Pues porque baila. ¡Momo también lo hace!

—"Momo también lo hace" —chilló Sana sólo para reírse del crush que toda la vida Myoui había tenido hacia Hirai.

La rubia suspiró—. De todas maneras. Tenemos tiempo sin tocar el tema de tu cama, ¿qué ha pasado con ello? —Sana sólo evadió su pregunta. Qué personal se había posicionado aquella conversación sobre el sífilis, Myoui estaba tocando un terreno que claramente se sabía que estaba muerto.

—No hay novedad, ya deberías saberlo.

Mina se preocupó al ver a Sana tan inexpresiva al hablar de ello. Sabía de primera mano lo mucho que a la castaña le costaba hablar sobre esa soledad que la invadía desde hace tiempo.

No tenía a su familia a su lado, ya que ellos eran unos fanáticos religiosos que claramente no podían convivir con su única hija lesbiana.

Tampoco tuvo buenas experiencias en el romance, muchas veces las mujeres solo veían a Sana como un pasatiempo, una conquista de media noche, o una amiga más.

Eso le dolía, pues su amiga entre más vivencias tenía, peores eran, una tras otra; la situación no hacía más que irse en picada. Hasta llegar al punto donde su preciada Sana, se había escondido entre páginas todas las noches, en vez de seguirlo intentando.

Mina reflexionó sobre la última relación que había tenido la castaña, había sido un caos en su corazón. Dejando secuelas que Minatozaki Sana, quizá nunca logré superar del todo.

Le daba créditos a esa persona la caja solitaria en la que Sana estaba encerrada esos últimos años. Y si alguna vez, Sana admitiría que ella no fue realmente la responsable de todo lo que le pasó.

La miró fijamente, preguntandose: ¿Algún día existiría alguien tan especial para cuidar del corazón de Sana? ¿De protegerla contra viento y marea? ¿Sería un hombre o una mujer? No lo sabía con certeza

El ring del teléfono la sacó de inmediato de sus pensamientos:

Contestó alegre al leer el nombre de Momo en la pantalla—¿Hola, amor? —esbozó una sonrisa risueña cuando la dulce voz de su novia acarició su oído.

—¿Ya te viene a buscar en su carruaje con caballos? —se burló Sana al escuchar a la aspirante a ginecóloga tan afectuosa con Momo. Mina le respondió con una mueca de fastidio—. ¡Hola Momoring! —saludó la castaña desde su asiento.

—Shhh. No te interrumpas este bello momento —comenzaron a discutir en silencio.

—¿Sabes qué? Me voy a casa. Prefiero estar con mi gato que seguir oyendo tus fantasías con Momo —murmuró, levantándose de la mesa.

—¡Espera! ¿No nos vas a esperar?

—No… Ni loca las veré besándose por media hora —dijo con hartazgo—, ¿Nos vemos la semana que viene?

Mina asintió:—Probablemente. Eso sí no te hundes en tus libros todo el fin de semana.

—No prometo nada —sonrió irónica.

Sana se dirigió hacia la estación de buses más cercana. Con el dinero contado, se aseguró de estar tomando el correcto. La última vez que había tomado un bus confiando en sus ojos llenos de miopía, terminó en la otra punta de la ciudad.

El autobús la dejo en su usual parada: el centro. Un sitio que Sana adoraba, pues siempre vendían todo tipo de cosas, ropa de segunda mano, cosas antiguas, juguetes, ¡y lo que más adoraba! Centenares de libros.

Ya la gente de aquel lugar estaba acostumbrada a ver a Sana, con sus habituales camisas blancas, pantalones campana ceñidos a la cintura, brazaletes, y gafas redondas. Era una mujer común, con gustos comunes a su parecer.

No se creería nunca que ella era alguien distinta o única, sólo era una persona que disfrutaba de placeres mundanos como leer, tomar café sin límites, y acostarse antes de la diez y media viendo algún reality barato.

Nada fuera de su sitio.

Llevaba más o menos, alrededor de una hora paseando por cada rincón de los puestos. Se encontraba baratijas, y hasta señoras leyendo el tarot. Había algo mágico en ese tipo de cosas. Aunque ya conocía muy bien cada espacio del centro y ese bazar, no dejo de caminar y explorar.

Y terminó encontrándose con algo peculiar.

Entre las calles bulliciosas y las luces tenues de las tiendas, encontró una pequeña esquina un tanto apartada, notó una tienda en un rincón oscuro, rodeada de otras más modernas que hacían que esta pareciera desentonar. Sus ventanas estaban llenas de santos de mármol, pequeños crucifijos de madera y una colección de amuletos, como los que solía ver en casa de su abuela religiosa.

"Todo para la purificación y protección del alma", decía el letrero en letras doradas que reflejaban la luz mortecina de la tarde.

La chica vaciló un instante, pensando en la sensación extraña que le producía leer eso.

Y sin saber por qué, entró en la tienda… Ni ella se entendía. Se adentró al sitio, que parecía ser un espacio religioso. ¡No era fanática de la religión! Después de todo su familia entera era devota y la habían hecho odiarla de alguna manera. Más en aquella escuela de monjas en la que terminó leyendo más el Genesis que realmente aprendiendo algo.

La religión le traía muy malos recuerdos.

Al cruzar la puerta, una campanilla tintineó, llenando el ambiente de un sonido casi antiguo, como si el eco de esa campana llevara siglos repitiéndose.

La tienda estaba llena de una mezcla de olores: incienso, madera vieja y un toque metálico que no pudo identificar. Detrás de un mostrador abarrotado de objetos, una mujer de cabello canoso y mirada profunda la observaba con una sonrisa tranquila, como si ya supiera que Sana iba a estar allí incluso antes de que la campanilla anunciara su llegada.

Ella se quedó observando cada cosa nueva, algunas conocidas por su basta experiencia en las catequesis impuestas. Otras ni siquiera sabría pronunciar el nombre, mucho menos recordarlas; y algunas ni siquiera se molestaría en preguntar.

La mujer se quedó quieta en su lugar. Hasta que rompió aquel mítico silencio:

—Bienvenida, niña —dijo la mujer, con una voz envolvente y suave—. Me alegra que hayas encontrado este lugar. No cualquiera suele pasar por aquí.

Sana frunció el ceño, la actitud serena de la señora la hacía sentir rara, ella intentando no mostrar la incomodidad que le provocaba ese comentario, solo la miró confundida.

—Gracias... creo. Solo estaba de paso y vi la tienda. Pensé en echar un vistazo.

—¿Crees que sólo estás aquí de paso? —repitió la mujer, como si considerara cada palabra, hablaba con una calma que hacia que el corazón de Sana tuviera prisas—. A veces, uno cree que está de paso, pero todo lo que ocurre a su alrededor tiene un propósito. Y tú... —hizo una pausa, mirándola con intensidad— tienes algo especial, algo que, quizá, aún no te das cuenta.

—¿Yo especial? —murmuró, sin saber muy bien cómo responder—. Creo que soy bastante normal, la verdad. Se habrá equivocado de persona.

—Quizás para a tus ojos —replicó la mujer, ladeando la cabeza con una sonrisa enigmática—. Sin embargo has pisado este lugar, y sé que tu aura es... diferente.

La castaña sintió como el bolso se le resbalaba de los hombros por el nerviosismo, y su cuerpo se volvió rígido al escuchar eso.

—Es oscura, como si algo te rodeara, algo que no proviene de este mundo —prosiguió la mujer desconocida.

Sana se rió nerviosamente, como mecanismo de defensa. Ella no creía para nada en esas cosas, pero la intensidad de la mujer y el aire espeso de la tienda la hacían sentir extrañamente vulnerable, como si todo a su alrededor estuviera a punto de revelarle algún secreto incómodo. Pero no era más que una interacción inusual que quedaría como anécdota.

—Discúlpeme pero… yo creo en eso de los auras —dijo, intentado sonar casual, aunque estaba aterrada. ¿Quién le mandaba a e meterse en ese lugar?—. Seguro es solo que tuve una mala noche.

—Tal vez sea eso… ¿Tienes sueños malos? —respondió la mujer con una sonrisa amable—. Pero aquí hacemos limpiezas. Podemos ayudarte a ver tu verdadera luz, liberarte de sombras que tal vez no sabes que llevas contigo.

—¿Sombras? Señora, yo solo duermo mal porque me develo, no es por nada más —no quiso sonar grosera, pues era una señora mayor que merecía respeto. Pero ya estaba fastidiando de sus frases locas y cosas de la oscuridad.

Sana se quería largar, ya no quería más suposiciones sobre su “aura”.

Cuando estaba a punto de despedirse y salir de la tienda, un objeto en un rincón oscuro captó su atención.

Era un libro negro, encuadernado en un cuero áspero y desgastado, con detalles dorados en la portada que parecían símbolos antiguos. Sana lo miró sin poder apartar la vista, sintiendo una atracción profunda e inexplicable hacia él.

—Lo dudo. Creo que estoy bien —Sana retrocedió un poco, sintiéndose cada vez más incómoda, pero aún así algo en su interior parecía retenerla allí.

Se acercó lentamente, alargando la mano para tomarlo.

El libro era pesado y su tacto frío, tan frío que casi sintió una descarga al sostenerlo entre sus manos. Intentó abrirlo, pero por alguna razón, sus dedos no respondían; era como si una fuerza invisible la retuviera, impidiendo que pasara la página.La mujer la observaba en silencio desde el mostrador, sus ojos reluciendo con un brillo indescifrable.

—Ese libro no es para cualquiera —comentó, y su voz resonó como un susurro en la penumbra de la tienda—. Solo aquellos que están dispuestos a enfrentar lo que esconden en su alma pueden abrirlo.

Sana se rió nerviosamente, intentando sacudirse la sensación de incomodidad.

—Quizá no soy tan valiente entonces —dijo, dejando el libro con un aire de derrota fingida.

Pero algo dentro de ella sintió una punzada de frustración, como si realmente deseara abrirlo y saber lo que escondía, aunque se sentí incapaz de echarle un vistazo a lo que guardaban esas páginas finitas.

—Oh, querida, no se trata de valentía —susurró la mujer—. Sino de aceptación. Algunos de nuestros sueños reflejan lo que nuestro corazón oculta, y cuando una se atreve a mirarlos a los ojos, puede entender aquello que el mundo físico nunca le mostrará.

Sueños, ¿Por qué aquella señora le hablaba de sus sueños? ¡Sus sueños no tenían sentido religioso ni nada igual, ya quería irse y nunca más ser curiosa en su vida!

Fue ese solo comentario proveniente de la fría voz de la anciana, que le trajo un escalofrío que le recorrió la espalda. Se apartó del libro, sacudiendo la cabeza, como si pudiera despejar así cualquier rastro de aquella sensación surrealista.

La mujer la observó por un momento antes de decir, con una voz que apenas era un murmullo:

—Volverás, niña. Los caminos más extraños nos llevan de vuelta al mismo punto de partida. No tienes idea de lo que tienes alrededor tuyo.

Sana salió de la tienda sintiendo el peso de esas palabras. Al llegar a la puerta, giró la cabeza hacia el libro, con el impulso de regresar por él, pero finalmente siguió adelante, caminando hacia su hogar mientras una sensación de inquietud se instalaba en su pecho.

Camino lo más rápido posible con intenciones de tumbarse en su sofá a leer y olvidar esa sensación de vacío al no poder abrir el libro. ¿Qué significado tenía? ¡Por ahora ninguno, sólo era una señora loca que estaba obsesionada con Dios y seguro desayunaba agua bendita! En su vida volvería a ese lugar.

En el trayecto, no podía dejar de pensar en la mirada de la mujer, en sus palabras y en el extraño libro negro.

De alguna forma, sabía que aquel encuentro no había sido normal, que había algo en ese libro, en esa tienda y en las sombras que la rodeaban que la empujaba hacia lo desconocido.

¿Según esa mujer, que era lo que ella supuestamente cargaba a su alrededor?

Llegó a casa mientras el crepúsculo llenaba la habitación con sombras largas y susurros de la tarde.

Cerró la puerta tras de sí, y vió a su compañero felino recibirlo sobre el refrigerador:—Hola cariño —Lo acarició enseguida, lo único que amaba de su hogar era Butters y quizá lo barata que era la renta en comparación a otras, la japonesa dejó las llaves en una mesita de la sala.

Miró alrededor y suspiró, aún recordando la tienda en el centro, la voz enigmática de la vendedora y el extraño libro negro que no pudo abrir. No. Sana no podía seguir dandole vueltas a ello. Agitó la cabeza, intentando sacarse esos pensamientos de encima.

Quizá un poco de lectura la ayudaría a calmarse.

Se acercó a la estantería que adornaba un rincón de su sala, llena de libros que había coleccionado a lo largo de los años.

Tomó uno que había leído unas cuantas veces ya: una novela de romance antiguo entre un caballero noble que en realidad era una mujer disfrazada y una princesa heredera del trono, el verdadero plot twist era que en realidad el caballero era la hija del verdadero Rey. Un drama bastante ambicioso, estaba cargada de melancolía y promesas de amor eterno, pero también un deseo y pasión desenfrenados que Sana debía admitir, la hacían añorar algo así.

Se dejó caer en el sofá, arropada en una manta, y comenzó a leer, perdiéndose en la historia. Las palabras de la novela parecían calmar su mente, pero aún sentía una extraña energía alrededor, una vibración en el aire que no lograba ignorar por completo.

Abre su página favorita del libro. Con gusto. Imagina que Sana está completamente absorta en el pasaje más intenso de la novela, donde “el caballero” y la princesa finalmente están solas, en medio de la tensión de secretos y corazones en llamas:

—Déjame ser tu refugio, la sombra en la que confías sin miedo ni dudas. Juro, por cada secreto que guardo en mi corazón, que protegeré cada lágrima que derrames y cada sonrisa que me otorgues. A vuestro lado, princesa, solo deseo ser un hombre,... o al menos, el único que escucha los latidos de tu corazón en la oscuridad, pero no lo soy.

—¿Acaso no sabes que yo también sufro, caballero? Que, en cada suspiro suyo, siento que mis propios muros se derrumban... Yo, que fui criada para resistir todo, que no conocía más lealtad que a mi corona. Pero ahora, me encuentro deseando solo la promesa de vuestros labios, la protección de tus brazos. ¿Qué poder tienes sobre mí que ya no quiero ser fuerte... sino ser suya?

Sonríe mientras lee, su mente vagando en la intensidad de ese amor prohibido. Con cada frase, imagina el rostro del caballero en un halo de pasión silenciosa, y siente un pequeño escalofrío recorrer su espalda.

Pasaron las horas, y cuando el sol finalmente se ocultó y la noche se asentó, Sana se levantó a preparar algo de cena. Abrió la nevera, sacando algunos vegetales y empezó a picarlos mientras tarareaba una canción. Pero a medida que el cuchillo golpeaba rítmicamente la tabla de cortar, empezó a oír un sonido extraño, suave, como un susurro que venía de algún lugar de la casa.

Se giró hacia la esquina donde normalmente estaba su gato, Butters, pero el gato no estaba.

Una gran ventisca repentina cruzó la habitación, haciendo temblar las cortinas y cerrando la ventana con un estruendo. Sana dio un pequeño salto en su lugar, con el corazón latiéndole con fuerza.

Se detuvo, con el cuchillo en el aire, y escuchó en silencio.

—¡Butters! —gritó, convencida de que su gato era el responsable de los sonidos—. Si estás jugando por la casa en medio de la noche otra vez, juro que esta vez no te libras.

Recorrió el apartamento, buscándolo. Finalmente, encontró a Butters escondido en una esquina de la sala, con los ojos fijos en ella, como si también sintiera algo extraño en el ambiente.

Lo tomó en brazos, abrazándolo como si ese pobre gato pudiera defender a su dueña; aunque la realidad es que si había algún ladrón en la casa, seguramente Butter dejaría a Sana a su suerte. Se dirigió a su habitación, acariciándolo para tranquilizarse tanto a ella misma como al gato. Entró en el cuarto, encendió la luz y se sentó en la cama con Butters aún en sus brazos.

Un segundo después, escuchó un crujido detrás de ella, como si una puerta se hubiera abierto sola. Se giró, observando el pasillo oscuro que conducía a su cuarto. No había nadie, y el apartamento estaba sumido en un silencio inquietante.

La dueña y su gato se miraron mutuamente:

—Es solo mi imaginación... ¿verdad, Butters?

Se recostó en la cama, sobre sus cómodas almohadas, se quedó mirando el techo mientras el ronroneo de Butters llenaba la habitación. Se sentía sola en esas noches, en especial cuando la oscuridad parecía tan pesada. Acarició a Butters, suspirando:—Quisiera conocer a alguien pronto, alguien que haga que las noches no se sientan tan frías, ¿Tú no quisieras otra mamá? —Rió suavemente, como si la idea de hablar de sus deseos frente a su gato fuera la cosa más extraña del mundo, pero en esos años eran sólo ella y él—. Alguien con quien compartir algo más que un libro o un sueño. Me siento completamente sola, cariño.

Sana se acurrucó bajo las mantas, y en poco tiempo el cansancio comenzó a envolverla.

Sus pensamientos se volvían difusos, y su cuerpo se relajaba cada vez más. Las palabras de la vendedora de la tienda resonaron de nuevo en su mente, el recuerdo de la voz que la llamaba a enfrentar aquello que llevaba dentro de su alma. Intentó sacarse esas ideas de la cabeza, pero fue inútil; su mente la arrastraba hacia ese rincón oscuro de su interior.

Finalmente, cayó en un sueño profundo.

Desearía devolver el tiempo atrás para nunca haberlo hecho.

En medio de la penumbra de sus propios sueños, Sana se encontró frente a ella una iglesia que se alzaba como un monumento intemporal, como una torre magnífica, de piedra oscura y detalles de mármol tallado. La estructura era solemne, casi imponente, y las campanas, enormes, pesadas y doradas coml el mismisimo oro, colgaban en el pico más alto, rodeadas por siete estatuas que parecían custodiar aquel lugar, cada una con una expresión diferente.

Con la respiración contenida, Sana avanzó con pasos lentos, el fresco césped bajo sus pies descalzos le daba una extraña sensación de conexión con la tierra. Vestía un blanco vestido que brillaba tenuemente bajo la luna creciente, y su melena se movía con el viento suave, adornada con una corona de flores. Parecía casi etérea, como si aquella escena la convirtiera en una figura de otro mundo. Una parte de ella sabía que estaba soñando, pero había algo tan vivo en aquella visión, que el límite entre realidad y sueño se hacía difuso.

Ella inspiraba coquetería, pasión, y todo lo que un hombre o mujer podría desear a simple vista, desde el punto de vista más superficial, ella era una mujer para comparar con dioses.

A medida que avanzaba, su mirada quedó atrapada en las estatuas. Cada una tenía una inscripción en su base, pero las palabras parecían derretirse ante sus ojos, transformándose en símbolos imposibles de leer. No obstante, había algo en ellas que la inquietaba, como si aquellos guardianes de piedra estuvieran allí para observarla, para juzgar cada uno de sus movimientos.

De pronto, como si una fuerza la empujara, su mirada se posó en un libro que descansaba en el altar central. El mismo libro de la tienda. La misma encuadernación negra, con una portada simple, sin título ni grabados. Sin saber por qué, sintió una atracción inexplicable hacia él, como si el objeto contuviera secretos que le eran necesarios. Como si el libro se adentrara en su mente, sin dejarla en paz hasta que lo abra.

Sus dedos inquietos ansiaban tocarlo, y mientras sus pies la llevaban hasta el altar, un murmullo comenzó a llenar el aire, como una melodía que venía de otro mundo. La voz femenina de aquella canción resonaba suavemente, casi como una caricia que le susurraba al oído.

Ven… —decía el viento, o tal vez su propia mente.

Sana alargó la mano y rozó la portada del libro. Apenas al contacto, sintió una corriente que le erizaba la piel, y por un momento, el aire a su alrededor se volvió denso, casi tangible, como si el libro escondiera un poder antiguo y terrible. Dejó escapar un suspiro, atrapada entre la fascinación y el miedo. Antes de que pudiera abrir el tomo, las campanas de la iglesia resonaron con un estruendo ensordecedor, sus sonidos reverberaban en el aire, como un llamado que rompía la calma.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo estaba terriblemente mal.

Las estatuas que la rodeaban comenzaron a cambiar. Lo que antes parecían figuras tiernas de querubines con flechas y lanzas se transformó ante sus ojos. Las estatuas lloraban una sustancia negra y viscosa, como tinta espesa que cubría sus rostros y caía en gruesas gotas al suelo, manchando el mármol y el césped. Aterrada, abrazó el libro contra su pecho, sus latidos resonando en sus oídos mientras el cielo se tornaba de un gris oscuro y opresivo.

El viento ya no era una suave caricia; ahora susurraba palabras incomprensibles, palabras que parecían arremeter en su mente, llenándola de una sensación sofocante. Intentó retroceder, pero sus pies parecían pegados al suelo. De pronto, un relámpago cayó con un estruendo sobre una de las estatuas, y de entre la piedra y la sombra emergió una figura borrosa, apenas visible entre el humo y la neblina. Sana la miró, atónita y temblorosa, tratando de discernir los detalles de aquella presencia.

De es oscuridad tormentosa, surgieron unas alas negras, tan oscuras como la tinta que cubría las estatuas. Las plumas se alzaron majestuosas y sombrías, y mientras la figura comenzaba a formarse, Sana sintió un terror primitivo, una sensación de peligro que la paralizaba. La figura se movió hacia ella, aunque su rostro se mantenía oculto bajo la sombra, sus ojos parecían arder con una intensidad inhumana.

Finalmente, la figura habló, aunque sus palabras no eran de este mundo. Aquella voz resonaba en su mente con la fuerza de una profecía, susurrando un augurio incomprensible, pero lleno de amenaza.

Caos y locura… —parecía murmurar, mientras su presencia oscura avanzaba lentamente hacia ella.

Sana intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca.

Las sombras la envolvieron, y lo último que vio antes de que la oscuridad se apoderara de su visión fueron las alas negras, cuyas plumas parecían flotar en el aire, cargadas de una energía oscura y arcana.

"Y en el cielo, un susurro clamó: '¡Ay de los que se atreven a mirar más allá de las sombras!'…” Apocalipsis 8:13

N/A: ¡Feli gualowin! Andamos spooky! Sé que prometí que actualizaría mucho este fic pero realmente estaba buscando que el inicio sea perfecto, en fin. Igual voy a seguir con él aunque no estemos en Halloween, pues en realidad no tiene mucho que ver son algo paranormal o de miedo, sino lo sobrenatural, la belleza, lo esotérico y la religión. En fin. Espero les guste.

¿Les gusta ese formato de poner algunos versículos de la biblia? 🫦🫦🫦

Los leooooo ♡ Tkm personita del bien.

Opiniones, dudas, teorías, comentarios aquí♡:

-Milanesa

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