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Capítulo 36: Final


—¡¿Que hicieron qué?!

Eira estuvo a punto de perder el equilibrio sobre la escalera. Aferró el serrucho con el que podaba el árbol de mora cercano a su ventana. Acomodó sus auriculares inalámbricos. Una bolsa de herramientas de jardín colgaba de un gancho al costado de un escalón.

Sus ojos estaban muy abiertos mientras escuchaba el informe de su socia. Después de dos meses siguiendo a un objetivo, era el momento perfecto de presentarle a su potencial alma gemela. Sería una encuentro casual, donde terminarían teniendo una cita en una convención de otakus.

Todo fluía como la seda... hasta que una pareja de oficiales en zapatillas armó un escándalo y se llevó al segundo objetivo, alegando que necesitaban un testigo para un allanamiento que estaban a punto de realizar.

Un dron instalado en un árbol cercano les hizo saber que los oficiales tenían un bordado curioso en sus chalecos antibalas, un corazón fisurado flotando sobre una taza de café humeante.

"El logo de Desaires Felinos", pensó Eira. Por supuesto, habían sido advertidas sobre los rivales. Una agencia especializada en sabotear citas a pedido, oculta bajo una cafetería de gatos instalada en la misma manzana que la casa de té.

Irónicamente, el cabecilla era Veneciano Román, hermano mayor de Ofelia. Y los subdirectores eran el único hermano y cuñada de Mía, Exequiel y Aitana.

Las relaciones sociales entre ambas agencias habían sido cordiales. Porque sus caminos nunca se cruzaron.

Hasta ahora.

Esos hijos de perra, ¿cómo se atreven a arruinar una cita de Dulce Casualidad?

—¡Miaw, no comiences el apocalipsis! —chilló la artista al auricular—. ¡Déjame las conversaciones diplomáticas!

Hoy es tu día libre —respondió Mía entre gruñidos, sus dedos se oían sobre el teclado—. Puedo encargarme. Además el señor Veneciano es un adulto de la tercera edad. No voy a golpear a un anciano.

—Creo que el error fue nuestro —meditó. Distraída, dejó el serrucho en la bolsa y comenzó a quitarse las hojitas de su cabello—. Debimos saber que el objetivo dos no estaba listo para una cita.

Odio admitirlo, pero tienes un punto. —Respiró profundo—. Necesito un respiro. ¿Quieres que veamos una película esta noche?

—Ay, ¿qué proposiciones indecentes me estás haciendo, Miaw? —Eira abrió los ojos escandalizada, aunque su amiga no podía verla—. Eres un bombón pero me gustan más... inofensivos.

La risa de Mía fue un buen augurio. Su sed de sangre pasó a segundo plano.

Qué malpensada. Tampoco eres mi tipo, nena. No me gustan tan buena gente.

—Puedo ser una chica mala.

Ahora fue una carcajada lo que Mía dejó escapar. Eira hizo un mohín, ofendida.

Eres como un pollito con un cuchillo. Invitaré a la pelirroja mala influencia. ¿Vamos a tu casa o vienes a la mía?

Las espero. De paso me ayudan a recoger todas las ramas que estoy cortando.

—Llevaré mis mejores galas, mis pantuflas de gatitos.

La artista negó con la cabeza, movimiento que hizo girar su trenza rubia. Finalizada la llamada, volvió a encender la música y retomó su tarea.

Sabía cuál era la intención de su amiga al invitarla a una noche de chicas, acompañarla para que no se sintiera sola. Desde que Celestine las dejó casi medio año atrás, había perdido a su única vecina cercana. Su compañera de mediatarde. El resto se encontraba a más de diez minutos caminando.

Desconocía cuál de los hijos de Celestine se mudaría al frente, si es que no terminaban vendiendo la propiedad.

Había notado ligeros cambios la última semana. El césped fue podado, las cortinas cambiaron, el frente tenía una nueva mano de pintura y algunas noches creía oír música instrumental. Un recital de Indirectas, su banda favorita.

Comenzaba a sospechar que un fantasma se estaba instalando allí. O alguien cuyos horarios de trabajo estaban especialmente diseñados para esquivarla.

Desde el funeral, no había vuelto a ver a los hermanos D'Angelo. Mía intercambió correos con ambos para coordinar si deseaban participar activamente en Dulce Casualidad o limitarse a recibir una parte de las ganancias como herederos legítimos de la socia mayoritaria. No fue una sorpresa que optaran por la segunda opción.

No eran codiciosos. Más bien tenían sus propios empleos y eran conscientes de no ser aptos para continuar el legado materno. Antes de destruir por descuido todo ese imperio, preferían dejarlo en las manos que Celestine había elegido, Mía y Eira.

Terminó de podar la sección del árbol que siempre amenazaba con invadir su dormitorio y dejó el serrucho dentro de la bolsa. Entonces bajó las escaleras. Había puesto un pie en el césped cuando sintió una mano en su espalda.

Gritó. Se dio la vuelta tan rápido que su trenza giró cual látigo. El intruso consiguió dar un salto atrás antes de recibir un azote en su rostro.

El joven levantó un rectángulo envuelto en papel madera como un escudo. Sus ojos eran una explosión de verde con pinceladas cafés, enmarcados por largas pestañas. Sonreían, aunque con un deje de tristeza.

Sus labios se movían. Pero todo lo que Eira escuchaba era una balada romántica sobre Cupido jugando con la estabilidad emocional de los humanos.

El muchacho soltó un suspiro y señaló sus orejas.

"¿Qué está diciendo?", pensó Eira, confundida. Abrió enormes los ojos al comprender. Avergonzada, se apresuró a silenciar los auriculares y bajarlos hasta su cuello.

—Soy tu nuevo vecino. Disculpa que haya entrado a tu jardín —comenzó el intruso, su voz gentil—. Te llamé varias veces pero no me oíste. —Se llevó una mano a la parte posterior del cuello. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, lo que resaltaba sus pecas—. Pensé en lanzar una piedrita pero, conociendo mi puntería, habría terminado rompiendo tu ventana.

Tenía el cabello un poco más largo que su último encuentro. Húmedo en las puntas. Un rizo caoba caía entre sus ojos, lo que aumentaba su apariencia juvenil.

En su camiseta colorida podía leerse la frase El chisme alimenta mi alma.

—No te preocupes. ¿Eres... Valentín D'Angelo?

—¿Me recuerdas?

"Entré en pánico en tu presencia, te conté mi más oscuro secreto y nos besamos. Tiempo después nos abrazamos toda la noche mientras llorabas. Sí que sabemos dejar buenas primeras impresiones, ¿eh?", pensó Eira

—Más o menos... —respondió su vocecita tímida.

Las pupilas del joven resplandecieron.

—Yo no te olvidé —pronunció con seguridad. Se aclaró la garganta al darse cuenta de cómo sonaba eso—. O sea... quiero decir, no olvidé lo que prometí... Bueno, para ser honestos, sí lo hice. Pero volví a recordarlo cuando revisé mi cuaderno hace poco.

Ella parpadeó. Sus pupilas se desviaron hacia un costado.

—¿Me prometiste algo?

—Esto. —Extendió el paquete rectangular, casi plano—. Me tomó más tiempo del esperado. Es un regalo de agradecimiento.

—Creía que estábamos a mano.

—Mi ma... madre me habló mucho de ti. —Su voz tembló un poco al hablar de Celestine, pero mantuvo el rostro en alto—. Fuiste una compañía muy especial, incluso te confió Dulce Casualidad.

—Ella también fue muy querida para mí.

Aceptó el regalo con cautela. "¿Luciré muy desesperada si lo abro ya? ¿Demasiado indiferente si lo guardo para después?", se preguntó. Al final buscó dónde abrir el envoltorio.

—Puedes romper el papel sin miedo —señaló él, ocultando las manos en su espalda e inclinando el cuerpo hacia adelante—. Dicen que da buena suerte.

Siguió su sugerencia. Con cuidado, fue revelando una acuarela de una muchacha vestida de negro. Su rostro maquillado cual calavera miraba al frente. Tenía una sonrisa tímida, sus ojos poseían la mirada sorprendida de un ciervo ante los faros de un vehículo. Una corona de flores reposaba sobre sus rizos pálidos, los cuales caían por un hombro.

—Es increíble —susurró, su boca abierta en incredulidad. La apoyó en la escalera y dio un paso atrás para verla mejor—. ¡Me encanta! Es tan linda que cuesta creer que soy yo.

—Eres aún más bonita en persona —corrigió él a su lado.

Eira se volvió, sintió el calor arremolinarse en sus mejillas. Ambos guardaron silencio, evadiendo el contacto visual. Fue entonces cuando descubrió la firma en la parte inferior del cuadro.

Valengel.

Quedó inmóvil. Los engranajes de su cerebro comenzaron a girar al punto del colapso. El niño de la fotografía de su infancia, el artista con el que intercambiaba mensajes y debates, el muchacho del ascensor, una presencia con la que había cruzado caminos incontables veces.

Tan cerca, pero nunca frente a frente. Sin máscaras. Sin disfraces.

—Valentín D'Angelo... Valengel —musitó—. ¿Cómo no me di cuenta?

—¿Disculpa?

—Soy Dulce Ártico —explicó a toda velocidad, a duras penas conteniendo su emoción—. Hemos hablado un poco por redes.

—¿Eras tú? —Soltó una risa, sorprendido—. Vaya, qué pequeño es Villamores.

—Sí. —Dejó escapar una risita nerviosa—. Sería muy loco que hubiéramos pasado por al lado del otro cientos de veces sin darnos cuenta...

—Si así fuera —Cambió el peso de un pie a otro—, ya va siendo hora de romper el ciclo de los desencuentros, ¿no crees?

Ella levantó la mirada, desorientada.

—¿Cómo?

—Podríamos comenzar por un helado de vainilla.

—Me encantaría —respondió más rápido de lo que pretendía. Su corazón latía desbocado. Se aclaró la garganta—. ¿Por qué de vainilla?

La mirada del joven sonreía sin apartarse del rostro y cabello femeninos, embelesado.

—Desde hace tiempo ronda en mi cabeza.

—Una vez me disfracé de helado para un festival —contó en un impulso—. Fue una noche bastante rara.

—Apuesto que no tan rara como la vez que me derribó una rubia vestida de helado —replicó riendo.

Entonces se detuvo. Se miraron con incredulidad. Siempre había sido un poco lento para los rompecabezas, pero eventualmente la luz se encendía en su cerebro.

"Qué ironía", pensó, divertido. Celestine tenía razón cuando le decía que las personas pasaban toda una vida buscando aquello que tenían a unos pasos.

—Tienes unas hojitas aquí... —Levantó una mano y la acercó a su cabello.

Eira contuvo la respiración al sentirlo tan cerca. Sus ojos se encontraron, sus bocas a un aliento de distancia.

No sabría explicar ese magnetismo que la atraía hacia él. Quería dejarse envolver por sus brazos y darle la bienvenida a su mundo.

"Al diablo todo. ¿Quién dice que no puedo ser una chica dura?", pensó.

En un impulso, dio un paso al frente y cerró el espacio entre sus labios. Sin la menor señal de rechazo, Valen enterró una mano en esas ondas rubias y la atrajo hacia él. Murmuró algo contra su boca, pero ella no pudo oírlo.

La muchacha rodeó su cuello con ambos brazos, sus ojos se cerraron. ¿Qué importaba lo que dijera la razón? Su instinto gritaba que acababa de encontrar algo que estuvo mucho tiempo buscando.

Sintió la mano del joven deslizarse hasta su espalda. Ella se puso en puntas de pie e inclinó la cabeza para profundizar el beso.

La brisa de la mañana refrescaba sus mejillas acaloradas. El sol se filtraba a través del dosel arbóreo, lanzando reflejos de sus cabellos e iluminando el final de una historia sobre dos seres tan despistados que convertían los desencuentros en un verdadero arte.

Un motor en la carretera se filtró en medio de su burbuja. Cada vez más cerca.

Se separaron con un murmullo reticente. Abrieron los ojos al mismo tiempo. Sinceros. Ninguno tenía la habilidad de ocultar sus emociones, mucho menos les importaba el orden de los factores.

—¿Crees en el amor a primera vista o en las vidas pasadas? —preguntó Valentín con humor—. Para usar como excusa y volver a besarte.

—Creo en ambos —respondió ella, sonriendo.

Precedido por una nube de tierra, una furgoneta estacionó en la entrada, ante las rejas abiertas. Tenía una calcomanía gigante de una taza de café humeante. En la parte superior del vapor, un corazón comenzaba a fisurarse desde abajo.

Ambos se giraron, confundidos. La puerta lateral se abrió y un hombre descendió. Debía medir al menos dos metros de puro músculo. Avanzó con pasos hoscos hasta ambos.

—¿Lo conoces? —preguntó Eira.

—Es Minion, el pastelero de la catfetería... —Debió levantar el rostro cuando lo tuvo en frente—. ¿Por qué estás...?

En un movimiento ágil, atrapó a Valentín por las piernas y lo cargó a su hombro.

—¡¿Pero qué carajos...?! —exclamó el joven, forcejeando mientras era llevado a la furgoneta como un saco de papas—. ¡Bájame, Min! No hice nada malo, ¡debe haber un error!

Eira alcanzó a ver a otro hombre al fondo del vehículo. ¿Estaba amarrado con cuerdas?

Una cabeza familiar se asomó por un lado de la puerta abierta, sus rizos cobrizos recogidos en un moño alto. Tenía una sonrisa emocionada.

—¡Hola, Eira! —gritó Aitana, moviendo su mano con efusividad—. Limia me avisó de esta noche de chicas. ¡Traeré el alcohol!

Minion, si es que ese era su verdadero nombre, lanzó a Valentín al interior acolchado de la furgoneta. Subió detrás y cerró la puerta.

La artista permaneció de pie en su jardín. Parpadeó.

Se preguntó si debería haber hecho algo para impedir el pseudosecuestro de su encantador vecino. Al final decidió que llamar a su mejor amiga para contarle que tenía una cita era más importante.

Desde el interior del vehículo, Valentín soltó un murmullo adolorido y se frotó la cadera.

¿Por qué el mejor pastelero de la cafetería de gatos acababa de secuestrarlo? La respuesta no era tranquilizante.

Después de meses haciendo murales para el subsuelo, conocía a la perfección la administración interna de la agencia. Desde el modus operandi de las misiones hasta sus métodos retorcidos de llamar agentes que habían cometido algún error a lo largo de la semana.

Valentín había terminado el trabajo ayer. También recibió el pago y se despidió oficialmente de ese loco lugar, prometiendo volver a la sección de cafetería cuando quisiera un postre o malteada.

¿Acaso hubo un problema con alguna de sus pinturas?

La pregunta quedó en segundo plano cuando descubrió que el bulto a su lado estaba vivo. Acostado de lado, Cassio se retorcía y gruñía, peso de la furia. Una cinta multipropósito cubría su boca.

—¡Quédate quieto y coopera! —ordenaba Aitana, quien se encontraba casi sobre él.

Más que inmovilizarlo, las cuerdas con las que envolvió su cuerpo parecían ataduras eróticas al estilo bondage.

—¡Secuestro exitoso! —La muchacha aplaudió con alegría y volvió la mirada hacia su novio—. ¿Qué tal amarré a Cass, Exe-punto-exe?

Exequiel le acarició la mejilla con amor.

—Estoy orgulloso de esos nudos, aunque no deberías apretar tanto. Le estás cortando la circulación.

—Necesito practicar más. —Hizo un mohín coqueto—. ¿Quieres ser mi muñeco de entrenamiento?

—Te amo y te conozco tanto —Acarició sus labios con los suyos— que ni ebrio te dejaría esposarme a la cama. ¿Quién sabe qué fetiches raros me harías si me tuvieras a tu merced?

Valen se aclaró la garganta. Aitana levantó una cuerda hacia él, ilusionada.

—¿Quieres que te ate de manos y pies, Valen?

—Gracias por la oferta, pero prefiero declinar. —Luchó por no mirar a Cassio—. ¿Quién nos mandó a llamar?

—¿No es obvio? El jefe.

—¿Sucedió algo malo?

—No te asustes. —Exequiel le dedicó una sonrisa reconfortante, en contraste con sus inquietantes palabras—. Sabes que la especialidad de Veneciano Román es la improvisación. Pero, de vez en cuando, le surge una idea a largo plazo y planifica cuidadosamente cada paso hasta implementarla.

—Okey... ya estoy asustado.

—¿Leíste en detalle el contrato de los murales?

—Más o menos... era un contrato estándar.

La mirada del artista fue a Aitana, quien sonreía como la gata que se comió al canario. Ese día hacía tantos meses, ella se ofreció a hacerle un resumen de los datos claves del acuerdo, para ahorrarle la lectura. Solo debía pintar los pasillos del subsuelo y una que otra pared interior. El pago era excelente. Los plazos muy flexibles. La agencia proporcionaba el material.

Valen le creyó y lo firmó ciegamente porque confiaba en Veneciano. Su padrino jamás lo estafaría, ¿cierto?

¡¿Cierto?!

Exe compuso una sonrisa lobuna.

—Y tú, detective —preguntó a un frustrado Cassio—, ¿leíste la letra chica de nuestro último contrato?

El investigador dejó de sacudirse. Sus ojos se abrieron con aturdimiento. No parecía enfocar, no estaba usando lentes de contacto.

—Las confisqué para que no escapara. —Aitana levantó el estuche de las gafas—. No entiendo por qué tanta desconfianza hacia tu propio tío. ¡Ten más fe, hombre! Eres su sobrino más joven y preferido.

Cass entornó los ojos. Valen no supo si como amenaza o para poder enfocar.

Casi una hora más tarde, el vehículo se detuvo. Después de hacerle jurar que no los mataría, desataron a Cassio.

Como convictos a punto de recibir su castigo, los arrastraron a través de la catfetería hasta el subsuelo. Les habría gustado huir, pero Minion resultaba ser un guardia formidable y los habría pisado como cucarachas.

En la recepción del subsuelo los esperaba el jefe. Vestía una camisa hawaiana y bermudas con estampados de gatos durmiendo sobre hojas de marihuana. La gata Nina lucía una camisa a juego bajo su arnés, y su correa se conectaba al cinturón del anciano.

El hombre se acercó hasta los recién llegados.

—Los estaba esperando, muchachos...

—Mi respuesta es no —interrumpió el investigador—. Lo que sea que estés pensando, me niego.

El anciano solo sonrió con calidez y despreocupación. Puso una mano en el hombro de cada joven.

—Estoy tan orgulloso de ustedes, ¿saben? Desde que estaban en pañales reconocí su gran potencial.

—Tengo un mal presentimiento —murmuró Valentín.

—¿Ahora lo notas? —gruñó Cass.

—¡Bienvenidos oficialmente a Desaires Felinos, mis nuevos cupidos de plomo!

El color abandonó el rostro de Valentín. La persecución sutil de Exe y Aitana desde su llegada comenzaba a cobrar sentido. Cada vez que le planteaban una situación problemática hipotética y le pedían su opinión para solucionarla. Incluso ayudó a Exequiel a trazar una estrategia para destruir un noviazgo. Pensaba que era solo un pasatiempo, ayudar a su amigo en su trabajo y aprender nuevas cosas curiosas.

¿Qué rayos? ¿Lo estaba entrenando?

—¡Espere! —Levantó ambas manos—. No puedo ser empleado de Desaires. Soy un pésimo actor y las confrontaciones en tiempo real me dejan en blanco. Sus intervenciones necesitan mentirosos profesionales.

—Entiendo, muchacho. —Le dio una palmadita en la cabeza—. No tendrás que hacer nada de eso. No serás un empleado.

Valen soltó un suspiro de alivio.

—Me alegro que entien...

—Serás el jefe.

El aire se atascó en sus pulmones. Cada músculo de su cuerpo quedó estático.

—¡Estás completamente loco! —soltó Cassio—. No llevas ni un año en Villamores pero el cambio de aire fundió tu escaso sentido común.

—Bueno, ambos lo serán. —Miró a su sobrino con paciencia paternal—. Inicialmente pensaba dejarte solo a ti mi herencia, pero hace años comprendí que Valentín es la empatía que se complementa perfecto a tu falta de alma.

—¿Por qué tuve que nacer en una familia de lunáticos? Me voy. —Se dio media vuelta, pero las palabras de Veneciano lo congelaron.

—Ya firmaron los documentos necesarios. No quieres problemas legales, ¿o sí? —La sonrisa del anciano era la representación perfecta de Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

—Quiero verte intentándolo. —El detective lo miró por sobre su hombro, con una sonrisa desafiante en su boca—. Si preguntan, nunca estuve aquí.

Levantó una mano en despedida y comenzó a alejarse.

—¡La paga es el triple de tu ingreso actual!

El detective se detuvo. Cada parte de su cuerpo se volvió piedra. Tres latidos pasaron.

Con movimientos robóticos, caminó en reversa y dio un giro de baile para tenerlo de frente. Su sonrisa era deslumbrante.

—¿Te he dicho que eres mi tío favorito?

—Soy tu único tío, niño. —Satisfecho, se frotó las manos—. Perfecto. No se preocupen, son tan inexpertos y nuevos como cada empleado de esta sucursal. Los únicos que dominan el arte del caos son Exequiel y Aitana. Ante cualquier duda, ellos los guiarán.

—Nos ofreció ser los jefes —reveló Exe—, pero preferimos el cargo de subdirectores.

—Mismo salario, diferencia abismal de tareas —agregó Aitana, orgullosa.

—Subestimé la inteligencia de mis cupidos veteranos —se lamentó el jefe.

—¿En serio se va después de soltar esa bomba, señor Veneciano? —Valentín tenía demasiadas preguntas, pero su lengua apenas conseguía coordinar con su cerebro.

—Minina quiere conocer un arenero gigante, la playa. —Miró con adoración a su gata gigante—. Así que, desde hoy, están a cargo.

—Pero...

—Por cierto, hubo un pequeño imprevisto con Dulce Casualidad. —Miró directo a Cass—. La nueva jefa está un poco disconforme y pidió una reunión pacífica. Cuento contigo para aliviar su ira.

Pasó entre ambos, silbando una vieja canción de amor. El felino lo siguió con el orgullo de quien había sido testigo de la instalación de una bomba que estallaría tras su partida.

FIN

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