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Capítulo 32


Tres días habían pasado desde la fiesta. Eira debió decirle adiós a Eventos Venus y abrazar de lleno Dulce Casualidad.

No había visto a Celestine en una semana. Ofelia le comentó que la jefa estaba prácticamente jubilada y apenas asistía en persona para ocasiones especiales.

Para ese momento los subdirectores le habían entregado un pendrive con diversas estrategias de misiones exitosas. Sentada en la oficina principal, con una computadora portátil ante sí, Eira estudiaba y tomaba notas en su agenda anillada.

El primer paso era investigar al objetivo. Después, encontrar su lugar en el mundo y construirle un camino. Debían analizar cuántos agentes necesitarían, en qué rol los introducirían a escena, cuál sería su tapadera...

¡Tenían agentes infiltrados hasta en el cementerio de Villamores! Como administradores y guardias, no como cadáveres. Bueno, también había de estos últimos pero ya retirados por obvias razones.

Existían cupidos de Dulce Casualidad asentados en diversas profesiones y oficios, ocultos a lo largo del país. Para mover los hilos rojos con absoluta libertad, Celestine había construido un telar inmenso.

Pese a su asombro y fascinación, la muchacha se distraía. Su mente regresaba al ascensor. Los últimos días se sorprendía rozando sus propios labios y fantaseando con reencontrar al joven de esa noche.

Probablemente él ya la había olvidado. Con ese encanto, no se sorprendería si tuviera una cita con una chica distinta cada semana.

Y con esos ojazos... ¿Se parecían a los del vagabundo del festival? Tenían esa mirada soñadora de pestañas largas.

También poseía una voz cálida, juvenil. Le recordaba un poco al muchacho que la ayudó a recuperar su teléfono en el concierto. ¡Fue increíble encontrar a un fan de Devlin Holmes y Ángel Watson entre esa multitud desquiciada!

Su divague mental la llevó naturalmente a Valengel. ¿Qué sabía de su artista favorito? Amaba dibujar sobre cualquier superficie. Debía tener su edad, quizá unos años mayor. Había nacido en Villamores, aunque vivía viajando. Interactuaba con sus seguidores, siempre con respuestas gentiles y divertidas.

Si él no le hubiera enviado un mensaje, ella nunca se habría atrevido a hablarle directamente porque disfrutaba idealizarlo. Como a sus cantantes preferidos.

Cuanto menos supiera de su vida privada, mejor. Su enamoramiento platónico se habría hecho añicos si descubría que su personalidad era la de un cretino sexista.

El chico del ascensor se dedicaba a lo mismo que Valengel. Se enderezó en la silla, sus ojos entornados. ¿Podría ser que...?

"No, ¿cómo van a ser los mismos?", pensó, sacudiendo la cabeza. "Esto no me pasaría si saliera más seguido. No sufriría estos miniflechazos por desconocidos si fuera una mujer de mundo, mucho más experimentada y descarada".

Sacó su celular y navegó entre sus redes hasta dar con la conversación de Valengel. Era increíble imaginar que habían compartido juegos durante la más tierna infancia. Ya pasaron dos semanas desde ese descubrimiento y él no había vuelto a hablarle...

—Ay, no. ¡Le clavé el visto! —chilló en voz alta, sus ojos abiertos con espanto—. ¡Mi artista favorito me estaba coqueteando y lo dejé colgado!

Golpeó su frente contra la mesa, gimiendo. Maldijo su torpeza.

Mía, quien estudiaba otros archivos desde su portátil del otro lado de la mesa, le dirigió una mirada cínica.

—Los hombres te viven coqueteando, pero eres demasiado despistada e ingenua para notarlo —señaló.

—¡Pero este no es cualquier hombre! —Le mostró el celular, desesperada—. Es el creador de mi webcómic favorito. Es una celebridad de Villamores. Hace poco descubrimos que nos conocimos de pequeños y él también me sigue...

—Dame eso. —Mía se inclinó hacia la mesa y le arrebató el celular. Escribió algo a toda velocidad.

—¡Miaw, no! —Se lanzó sobre la mesa y trató de recuperar el teléfono—. ¡No lo hagas!

—Solo te doy el empujón que necesitas para iniciar la comunicación.

—Pregúntale si le gusta el pan o algún comentario sobre el clima. —Apartó la mirada, su brazo todavía extendido sobre la mesa—. Está en Villamores así que compartimos el mismo cielo.

—Eres terrible para ligar, Eira.

—¡No estoy tratando de ligar! Solo quiero ser su amiga... —Sus mejillas se tornaron rosadas—. Creo que es dulce e ingenioso y tenemos mucho en común.

—Suena como un ligue de internet decente. ¿Estás segura de que no es un cincuentón en la cárcel?

—Por supuesto que es joven.

—¿Sexy?

Apoyó la frente contra la madera. Iba a explotar si seguía subiendo la temperatura de su rostro.

—No sé. No he visto fotos actuales. Pero me gusta creer que es lindo.

—La imaginación siempre es mejor que la realidad. Me lo enseñó mi primer novio —ironizó—. Listo. Ahora invítalo a salir y quítate las ganas de darle contra el muro.

Le devolvió el celular.

—¡Miaw! Yo no haría algo así... en la primera cita. No es mi estilo. —Recuperó su teléfono y retrocedió hasta su silla. Avergonzada, leyó lo que su amiga había escrito—. ¿Crees que el arte digital reemplazará al arte en físico?

Era un buen tema de debate. Basado en un punto en común. Debía darle crédito a Mía.

Valengel estaba escribiendo. El corazón de Eira se aceleró.

Me gustaría creer que no, pero sería agotador vivir en el autoengaño —respondió.

Ella enarcó las cejas. Era una elección de palabras extraña para un artista risueño y alegre.

—¿A qué te refieres? —escribió.

Siento que las personas se están encerrando cada vez más en sus propios mundos y la única ventana que dejarán abierta será la del navegador web. El arte se volverá una publicación de cinco segundos a la que le darán me gusta y un comentario casual.

—Esa es una visión bastante fatalista...

Silencio. Cinco latidos pasaron. Él volvió a escribir.

Lo siento, mi humor está un poco raro hoy. Si me hubieras preguntado la semana pasada, habría dicho que, mientras exista una persona que ame mancharse las manos de pintura, seguirán existiendo los lienzos de tela y papel.

Ella dudó. Comenzó a escribir.

—¿Te sientes bien? Si necesitas hablar, aquí me tienes. —Se mordió el labio inferior y decidió agregar más—. Ni siquiera sé tu nombre real, así que no podría contarle tus secretos a tus conocidos.

No había respuesta inmediata. Respiró profundo.

—Valentín. Ese es mi nombre, Dulzura —contestó al final.

Sorprendida, Eira leyó varias veces el mensaje. Bueno, su seudónimo era Valengel, no debería haberla tomado desprevenida. Soltó un chillido emocionado.

Entonces se puso seria, regresando al punto importante.

¿Estás bien, Valentín?

No.

—¿Quieres hablar? El dolor disminuye cuando se comparte.

Esperó, ansiosa.

—Discutí con mi madre —escribió el hombre—. Estoy sufriendo el peor bloqueo de mi vida. No puedo trazar ni una línea.

"Comprendo el sentimiento. Vivo llorando durante y después de una pelea. Tengo corazón de pollo", pensó. Nunca había podido pasar más de unas horas enojada con sus padres.

Se sentía extraño conocer este lado humano de Valengel. Le gustaba.

—Si estar peleados te hace daño, ¿por qué no has buscado reconciliarte?

—Porque soy un idiota.

Eso le arrancó una carcajada. Se cubrió la boca al instante, culpable.

—Si vas a ligar por teléfono en horario laboral, no le envíes fotos íntimas —sugirió Mía, sin mirarla—. No importa qué tan seductor suene, nunca confíes en un extraño de internet. Y si lo haces, asegúrate de que no se te vea el rostro o alguna marca distintiva.

—¡Miaw, yo nunca haría eso! —Eira apartó la mirada, avergonzada—. Salgo demasiado rígida en las fotos.

Creo que tu madre es demasiado mayor y tú eres demasiado joven para dejarse consumir por el rencor —escribió—. Un error no debería demoler lo que les tomó una vida construir.

—¿Y si todo lo que construimos empezó por una mentira?

Ella entornó los ojos. Había leído sobre relaciones románticas que comenzaban con un engaño. Eventualmente uno descubría todo y enviaba a su pareja al diablo.

Pero le costaba imaginar cómo una relación madre e hijo podía construirse sobre una mentira.

—Muchas veces, los padres hacen cosas cuestionables para proteger a sus hijos —añadió ella—. ¿Ya escuchaste su versión de esa mentira?

—Lo que diga no cambiará el pasado.

—Pero definirá el futuro. —Respiró profundo—. Está en ti elegir si quieres distanciarte o darle otra oportunidad.

Él dejó de estar en línea.

Eira quiso creer que estaba considerando sus consejos. Era eso o se había hartado de su filosofía para principiantes aprendida con libros más que de experiencia real.

***

Desde la oscuridad de su apartamento, Valentín dejó caer el celular en su cama y se quedó mirando el techo.

Sombras profundas aparecían bajo sus ojos, su cráneo latía y sus pensamientos eran un bombardeo de imágenes cada cual más caótica.

Los últimos días no había ido a trabajar. Ni se había aseado, ni abierto las cortinas. Su alimentación se limitó a sopas instantáneas y snacks basura, acabando en tres días con el suministro que todo soltero reservaba en su alacena.

La furia le duró poco. Lo suficiente para marcharse de la casa de Celestine con su orgullo intacto, negándose a escuchar a ambas mujeres.

Al regresar a su habitación, le habría gustado golpear algo pero tenía arraigado un gran respeto por sus manos. Por más cegado que estuviera, jamás dañaría uno de sus dibujos o herramientas de trabajo. Sentado en su cama, intentó llevar aire a sus pulmones, luchando en vano contra las lágrimas.

Se llevó los puños al rostro, sollozando cual niño perdido. El primer día trató de convencerse de que todo había sido un malentendido. De que estaba teniendo otra pesadillas y en cualquier instante despertaría.

Su teléfono sonó hasta agotarse la batería. Así de muerto permaneció hasta esa mañana, cuando decidió darle algo de carga y recibió, nada más encenderlo, el mensaje de la usuaria DulceÁrtico.

Las palabras de la muchacha habían aquietado su mente. Un poco. Le ayudó a romper el ensimismamiento en el que estuvo atrapado las últimas setenta y dos horas.

Su identidad estaba fragmentada. En ese momento no sabía quién era Valentín D'Angelo.

Sus recuerdos adquirían un nuevo significado. Uno que lo hacía sentir tan cegado. La verdad siempre estuvo allí, esperando a que él bajara de las nubes y aterrizara.

La eterna reticencia de Cinnia y Adrián, su tendencia a explicarle por qué no habrían sido buenos padres. La ferocidad con la que Celestine protegía sus secretos, la ausencia de indirectas sobre desear nietos.

Cinnia, la mujer que siempre consideró su hermana, era su madre biológica.

Celestine era su abuela.

Y, como buen hombre latinoamericano, su padre era un tipo distante con el que había intercambiado un puñado de conversaciones y regalos de cortesía en toda su vida.

"Qué desastre", reflexionó.

En la oscuridad de su habitación, levantó las manos e intentó ver entre sus dedos. La culpa era un puñal en su corazón. Le dolía el abismo que había abierto entre su familia y él. Saber que su madre y hermana también estaban sufriendo solo servía para hundirlo más.

¿Se estaba convirtiendo en un ser desalmado? ¿En el tipo de persona que cortaba lazos sin mirar atrás? Durante toda su vida, había sido testigo del dolor que la ausencia de Cinnia le causaba a su madre. Se quejaba de lo cobarde que era huir en vez de enfrentar sus miedos.

Se juraba nunca cometer el mismo error.

"Qué trío de hipócritas y cobardes", pensó con una risa amarga. "Se nota que somos familia".

Su humor oscuro se iluminó un poco. Sus pupilas se desviaron hacia el ventanal cerrado, cubierto tras unas pesadas cortinas.

Quizá ya iba siendo hora de dejar de jugar a los vampiros. Tal vez el sol aclararía su mente y le devolvería la inspiración.

Mientras arrastraba su cadáver a una imprescindible ducha, pensaba que debería tomar nota de esta experiencia perturbadora para algún capítulo de su cómic.

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