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Capítulo 31


Tras una larga noche de descanso, Valentín despertó lleno de inspiración. El día estaba cargado de promesas, lo presentía.

Después de una ducha rápida, colgó su mochila al hombro y emprendió viaje hasta la catfetería.

—Sé lo que estás pensando y mi respuesta es no —soltó Cassio nada más verlo entrar.

El artista robó un bocadillo del desayuno tardío de su amigo. Entonces dio vuelta la silla más cercana y se sentó con las piernas abiertas y los brazos descansando sobre el respaldo. Observó al investigador con suspicacia.

—¿Tus habilidades detectivescas incluyen la telepatía?

—Eres mi amigo. Me niego por tu propio bien.

—Solo quiero saber su nombre, Cass.

—Eso dicen todos. Después quieren conocer hasta su calzón favorito. —Bebió un sorbo de su malteada y lo miró a través de sus gafas—. No investigo personas a las que el cliente desea pedir una cita romántica. Eso es peligroso y tóxico. Aunque acepto indagar en los antecedentes penales.

—No te estoy pidiendo su expediente. Solo llama a Mía y pregúntale por su amiga.

Cassio casi se ahoga con la bebida. Levantó una servilleta y se cubrió la boca hasta que terminó de toser.

—¿Qué te hace creer que tengo el número de ese cuervo? —preguntó, ahogado.

Valentín entornó los ojos. "Resiste. Si le lanzas una silla por la cabeza, perderemos horas en el hospital", se dijo.

—Quiero dejar constancia aquí —El detective señaló el suelo por donde un gato pasaba— de que olvidé eliminar el número que tenía en nuestra adolescencia. Si aún lo conserva, es pura coincidencia. No pienses estupideces como que llevo una década añorando a mi primer amor.

—Estabas coqueteándole en la fiesta.

—¡Usaba el método más efectivo para enfurecerla!

—Lo que sea. Llámala o le diré a Exe que intentaste ligarte a su hermana.

—¡No te atrevas a amenazarme con tan viles calumnias, Valentín D'Angelo! —Lo señaló con una rosquilla que tenía orejas y sonrisa gatuna.

Valen resistió el impulso de poner los ojos en blanco. Le robó el panificado y le dio una mordida. Era una suerte que el interior de la catfetería estuviera casi vacío a esas horas, y de que fueran clientes VIP, o ya los habrían echado por escandalosos.

Quizá los habrían contratado primero. Veneciano Román era fanático del drama, y su sobrino había heredado más genes de los que le gustaba admitir.

—Deja de jugar y hazlo.

Cass lo miró con resentimiento. Se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa, su forma sutil de indicar que ya no quería ver a su interlocutor. Respiró profundo y sacó su teléfono. Marcó. Lo puso en altavoz.

Esperaron. Sonó tres veces. Casi podía oír al detective rezando para que su némesis no contestara.

—Buenos días —respondió una voz profesional digna de un asistente de vuelo—, ¿en qué puedo ayudarle?

—Mía More, ¿cómo se llama tu amiga? La rubia bonita de la fiesta de anoche.

Silencio. Tres latidos pasaron. Ambos hombres se sobresaltaron al escuchar su grito.

—¡¿Cómo diablos conseguiste mi número, maldito gato problemático?!

—Qué nombre más largo. —Se cubrió la boca para ahogar una carcajada—. ¿Incluye apellido?

—Vete al infierno, Cassio Calico Román. Prefiero tragar arsénico que presentarte a Eira. Ella merece algo mejor.

—El sentimiento es mutuo, Miamore. ¿Cuál es el apellido de Eira?

—Hazle un favor al mundo y lánzate por un precipicio.

—Lo hice el año pasado en Valle Encantado. Le llaman puentismo o salto con liana. —Soltó un silbido, una sonrisa perversa resplandeció en sus ojos—. Sentí que caía directo al infierno, por poco visito tu pueblo natal. ¿Quieres acompañarme este sábado a hacer mi deporte extremo favorito?

—¡Solo si incluye una cuerda en tu cuello!

Presa de la furia, ella cortó la llamada sin más. Valen la imaginó lanzando el celular por la ventana, entre gruñidos.

Cass soltó el aire en medio de un escalofrío. Miró a su amigo. Se encogió de hombros.

—Admito que su última oferta fue tentadora pero preferiría una muerte rápida e indolora —meditó, con un largo asentimiento—. Mía Morena sería capaz de torturarme hasta la perdición.

—Y disfrutar cada segundo.

—Bueno, hice mi mejor esfuerzo. La buena noticia es que ya tienes su nombre. La mala es que necesitarás atravesar la guarida de ese dragón para llegar a tu princesa.

Valentín aplastó la palma contra su frente. Debió haber imaginado este resultado. Su amigo tenía un don especial para hacer explotar a las personas. Ponía especial dedicación cuando su interlocutora era Mía Morena Luna.

"Eira...", pensó, sintiendo la calidez en su corazón al encajar esa pieza del rompecabezas. Se preguntaba si el destino volvería a reunirlos.

—Gracias por tu sacrificio, Cass. —Le dio una palmada en la mano que reposaba sobre la mesa—. ¿Por qué su odio parece tan fresco?

—Nuestros caminos volvieron a cruzarse hace poco. —Sus pupilas se desviaron. La media sonrisa en su boca delataba quién tenía la culpa de que esos reencuentros no hubieran sido flores y azúcar—. Hemos actualizado nuestra lista de Motivos por los que bailaremos en la tumba del primero en caer.

El artista negó con la cabeza y se encaminó al subsuelo, con su mochila al hombro. Al pasar por la barra, pidió que le llevaran una copa helada de vainilla.

Dedicó el resto de la mañana al siguiente mural en Desaires Felinos, una réplica de Ninaina que Veneciano amaría.

Era curioso el poder del arte para inmortalizar la vida. No le importaba si su nombre desaparecía en unas décadas. El saber que sus dedos habían dejado pintados portales a otras dimensiones era suficiente.

Mientras daba unas pinceladas a las patitas de la gata gigante, sintió una presencia en su espalda.

—¿Podrías dibujar una versión gatuna del jefe a su lado? —sugirió una voz femenina—. Apuesto que te dará un pago extra si lo haces.

—El precio que acordamos es más que suficiente —respondió, dirigiéndole una sonrisa por encima de su hombro.

Aitana sujetaba un frappé gigante lleno de crema y decorado con golosinas. Hacía juego con su falda-pantalón café y su camiseta blanca.

—Eso es algo que solo diría un niño que nunca le ha echado agua al champú.

—Pasé años de mochilero. A veces ni jabón tenía. —Se encogió de hombros—. Pero confieso que el dinero nunca ha sido un problema para mi familia.

—En la mía tampoco... —Le dio un sorbo casual a su bebida— hasta que me fugué de casa para volverme actriz.

Valen se congeló. La miró por el rabillo del ojo.

—¿Los extrañas?

—No lo sé. —Lamió la crema de su vaso—. Desde que Exe sugirió presentarme a sus padres, me he puesto a pensar que va siendo hora de recordarles mi existencia a los míos.

—¿Tienes hermanos?

—No... Bueno, no estoy segura. Hace diez años, mis padres todavía eran jóvenes en edad fértil. —Abrió enormes los ojos—. ¡No se me había ocurrido!

—En Villamores, las parejas tienden a tener hijos a una edad avanzada —señaló el artista.

—Lo he notado. O tienen un hijo deseado en su juventud y otra bendición no tan planeada veinte años después.

—Esa piedra cayó justo en mi frente. —Los hombros de Valentín temblaron por la risa—. ¿Cómo reaccionarías si al visitar a tus padres saliera un pequeño pelirrojo?

—Sería raro descubrirlo ahora pero no es algo que me quitaría el sueño. —Hizo un mohín—. No sé si mis progenitores me dejarían acercarme. Tengo fama de mala influencia.

—Por eso te llevas tan bien con Cass.

—¿Qué dices? ¡Si somos dos ángeles!

—Lucifer también era un ángel.

—El más hermoso y favorito, según la mitología cristiana. —Le guiñó el ojo—. ¿A ti te habría gustado tener un hermano menor?

Valen hizo una pausa. Durante su infancia, tenía a Exequiel y Cassio. A veces se les unía Mía. Aunque fuera por meses, Valen siempre había sido el pequeño del grupo. El protegido de la familia.

—Me gusta compartir mis cosas —asintió con calidez—. Habría sido divertido.

—Pero los astros decidieron que serías la última obra maestra de Celestine D'Angelo.

Él sintió el calor subir por su cuello a sus orejas. Sus ojos avellana sonreían.

—Los astros y los médicos —agregó el joven, pensando en voz alta.

—¿Qué significa eso?

—Bueno... —Se llevó una mano a la parte posterior del cuello, inseguro de compartir algo demasiado personal sobre su madre.

—¿Celestine se operó para no tener más hijos? —adivinó ella, inclinando el cuerpo con descarada curiosidad.

—Más o menos. —Una histerectomía no podía considerarse una cirugía a la que alguien se sometería voluntariamente para esterilizarse, pero el resultado era similar—. Hace poco encontré un archivo en su computadora. Era un escáner viejo y amarillento. Ni siquiera pude leer los detalles.

—¿Qué tan viejo puede que ser si cuando nacimos ya había computadoras para digitalizar todo? —Sacudió su malteada—. ¿En qué año naciste, Valen?

Algo dio un vuelco en su pecho. El pincel cayó de sus dedos, salpicando pintura blanca a sus zapatillas. Su sonrisa se desvaneció. Cada músculo de su cuerpo quedó petrificado. Excepto su corazón, que comenzó a bombear en sus oídos.

Piezas de su rompecabezas adquirieron un nuevo orden. El suelo perdió su eje.

Sin una palabra, tomó su mochila y se lanzó hacia el ascensor. Ignoró el llamado de Aitana. No escuchaba más que su propia respiración.

Abandonó la cafetería como si estuviera en llamas. Subió al auto y condujo al máximo de velocidad permitida.

Las imágenes atormentaban su memoria. Una idea que llevaba meses negándose a considerar. La fotografía de la familia perfecta se estaba haciendo añicos, necesitaba darse prisa antes de que se desintegrara por completo.

Le tomó una pequeña eternidad abandonar el centro de Villamores y adentrarse en Valle Encantado. Los edificios y el asfalto se convertían en cerros y árboles, las casas cada vez más aisladas.

El sol de la tarde resplandecía sin piedad, inconsciente de la tormenta en la cabeza del joven. Los árboles desprendían su perfume al pasar por su lado.

Su rostro había pasado de pálido a caliente. Una presión en sus ojos le arrancó un gemido. El dolor de cabeza era intolerable cuando estacionó ante la casa de Celestine. Parpadeó al sentir que su visión se humedecía, se obligó a contener las lágrimas.

Sus piernas avanzaron con rigidez sobre el césped. Escuchaba voces dentro de la casa, a través del zumbido en sus oídos. Apenas notó el otro vehículo estacionado.

Abrió la puerta sin permiso, sobresaltando a ambas mujeres. Ellas se pusieron de pie al instante.

Valen sintió la energía en el aire. Una extraña amalgama de dolor y paz. Una muralla acaba de derrumbarse, la eterna tensión entre ellas parecía haber desaparecido.

Experimentó un ligero mareo, una sensación surrealista de sí mismo dividiéndose en dos. En sus manos tenía la oportunidad de crear o destruir, y en ese instante estaba a punto de ocasionar esto último.

Se obligó a arrancar las palabras a través de su garganta seca.

—Cinnia no es adoptada, ¿verdad? —susurró el muchacho, sus ojos rogando que alguien lo contradijera—. Yo lo soy.

Fue un balde de agua helada. El color abandonó el rostro de Celestine, pero lo peor fue la serie de sentimientos que leyó en el mismo.

Sorpresa. Miedo. Culpa.

Confirmación.

—Valentín... —comenzó ella, sus labios temblorosos—. Tú eres mi hijo, eso no cambiará...

—¡No se trata de eso! —interrumpió él en un grito impulsivo—. ¡Me mentiste! ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?! —Su mirada fue suficiente respuesta—. Nunca... ¿Soy un niño que ni siquiera tiene derecho a saber sus propios orígenes? ¿Me darás otra caja de colores para que me distraiga mientras los adultos arreglan los problemas importantes? ¡¿Crees que me quebraré si me cuentas que salí de un basurero?!

—Vamos a sentarnos y hablar. ¡Somos una familia!

—No, no lo somos. ¡Solo somos un ciego, una mentirosa y una cobarde!

—Lo siento... ¡No sabía cómo decírtelo! —Cinnia rompió a llorar y se cubrió los oídos—. Lo siento, lo siento...

—¡No te metas ahora! —le gritó Valen—. Esto no tiene nada que ver con... —Su voz se apagó al encontrar sus ojos.

Las palabras de Adrián resonaron en su mente. Los mismos ojos. La misma mirada.

Hace veintiocho años, ¿qué le dijo Cinnia a su padre? Un hombre nacido en una época conservadora. Una hija adolescente casi rozando la adultez. ¿Qué noticia le habría dado tanto impacto como para sacudir su corazón?

Volviendo la vista a una aterrada Celestine, comprendió una realidad evidente: compartían los mismos ojos avellana, el cabello rizado de un castaño ligeramente rojizo, hasta las pecas de sus mejillas.

Ella nunca tuvo la edad para ser su madre. Seguramente debió renunciar a tener más hijos poco después del nacimiento de su primogénita.

Tragó saliva. Su pregunta fue apenas audible, pero suficiente para sacudir los cimientos de toda la familia.

—¿Soy... tu nieto?

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