Capítulo 27
Aunque se hubiera fusionado con Dulce Casualidad, la realidad era que Eventos Venus tardaría en pasar a segundo plano.
Para ceremonias importantes como las bodas, los organizadores eran contratados con meses de antelación. No sería muy ético abandonar a sus clientes fieles en una fiesta a medio planear, y se arriesgarían a una demanda.
En esta ocasión, los clientes les habían dado un presupuesto inmenso, y así de exigentes fueron sus solicitudes. Durante la semana, Eira y Mía apenas tuvieron tiempo de pasarse por la casa de té.
Debía ser la boda perfecta... con temática zombi.
Encontrar un cura dispuesto a casar a una novia de vestido blanco ensangrentado y un novio con smoking lleno de arañazos fue la menor de sus preocupaciones.
La decoración debía ser el equilibrio perfecto entre elegancia y morbo. Producir fascinación sin repulsión. Los platillos fueron tomados de recetas para Halloween. Las flores debían ser blancas para destacar sus manchas de sangre, envueltas en cinta amarilla con la que se bloqueaban las escenas del crimen.
Enviaron las invitaciones, con la advertencia de asistir disfrazados, hace tres meses. Pero debieron dedicar toda la última semana a rastrear a cada invitado para asegurarse de que hubieran conseguido el traje apropiado.
Como de fe en la humanidad no sobrevivían, decidieron alquilar una serie de disfraces extra y maquillistas. Estos capturarían a los asistentes formales antes de entrar al lugar.
Les resultó imposible encontrar una capilla que aceptara la temática, razón por la que eligieron alquilar un chalet en el lado antiguo de Villamores. En el sótano se llevaría a cabo la ceremonia. En la planta baja estaba el salón ideal para la cena y el baile.
Menos mal que el dueño había instalado dos ascensores para conectar ambos pisos. Cargar el equipo pesado a través de las escaleras habría sido una tortura, y entre los invitados había ancianos en sillas de ruedas.
Los problemas empezaron una hora antes de la ceremonia, cuando los tíos del novio vinieron de gala y se negaron a elegir disfraz o dejarse pintar una cicatriz.
El novio se quejaba de que al pastel le faltaban cadáveres. No bastaba con una pareja de plástico armada, luchando espalda contra espalda, y zombis a su alrededor. Deseaba una que otra extremidad amputada alrededor de la bandeja.
La novia acababa de ver al cura con parte de su mejilla y mandíbula maquilladas artísticamente como si le hubieran arrancado la piel, y ahora chillaba que quería ser pintada igual. La madre se opuso por completo, alegando que el rostro debía salir perfecto para las fotos.
Como si fuera poco, el fotógrafo acababa de descubrir que tenía fobia a la sangre, y ahora estaba vomitando en el baño del subsuelo.
—¡Eira, te necesito ahora! —exclamó Mía a su radio, al límite de su paciencia.
Lucía un enterizo negro con escote en V y sin mangas, una pañoleta roja atada a su cintura, vendas oscuras cubriendo ambos antebrazos y botas de tacón aguja.
—¡Dame cinco minutos! —chilló Eira desde el baño, mientras terminaba de ponerse su disfraz—. Tengo una idea para convencer a los tíos y distraer al novio...
A unas calles de distancia, otro evento se estaba llevando a cabo. Sentada en su oficina de Dulce Casualidad, Celestine contemplaba el espectáculo en la pantalla dividida.
Habían instalado cámaras en distintos puntos del chalet, e interceptado la radio de las jóvenes. Algo que ellas desconocían era que los novios fueron emparejados por Dulce Casualidad, a pedido de los suegros años atrás. Como les debían un favor, no fue difícil convencerlos de permitir que un puñado de agentes se infiltrara ese día.
En la sala de seguridad del subsuelo, Rafael hablaba con los técnicos de electricidad para ultimar detalles.
Justo en ese momento, las cámaras mostraron en el corredor a una camarera zombi robando una copa de champagne, una sonrisa perversa en sus labios color carmín. Cuando estaba a punto de dar un sorbo, otro mesero se la arrebató de los dedos y le dejó un beso a cambio.
—Nada de alcohol en mi turno.
—Es para entrar en calor, Exe-punto-exe —replicó ella con un mohín, acercándose hasta quedar a un aliento de distancia.
Él la atrapó por la cintura con su brazo libre y bajó la voz a un susurro contra su boca.
—Yo puedo hacerte arder en cualquier momento, mi bella arpía.
Elay se inclinó hacia la mesa y presionó el botón para activar su micrófono.
—Agentes Luna y Amorentti. —Los vio saltar y llevarse una mano al oído—. ¿Informe de la situación?
—Parte A del plan completa —alardeó Aitana a través de su auricular—. Le entregué a Eira el disfraz esta mañana. ¡Le encantó! Será una enfermera angelical.
—Valentín me miró raro cuando le pedí que probara el disfraz de doctor que le llevé, pero me aseguró que lo traería puesto —agregó Exe.
—¡¿Exequiel?! ¿Aitana? —Una voz femenina los sorprendió. Vieron a una ninja acercarse por el pasillo. Sujetaba una copa roja en su mano izquierda—. ¿Cómo diablos entraron?
—¡Limia! —saludó el muchacho con una sonrisa inocente—. Ya sabes, los actores somos expertos en servir mesas y preparar hamburguesas. Se llama sobrevivir del arte.
Mía entornó los ojos y clavó un dedo en el pecho de su hermano menor.
—Si viniste a sabotear esta boda —advirtió a través de los dientes apretados—, te daré una patada tan fuerte que no podrás sentarte en un mes. Ahora lárgate.
—Tranquila, Limia. —Aitana se interpuso entre los hermanos con las manos en alto y una sonrisa irresistible—. Nos comportaremos, lo prometo.
—Tenemos decencia. —Exe se asomó por sobre el hombro de su novia—. No arruinaríamos una fiesta de Eventos Venus. Solo vinimos a ganar un dinero extra.
—¿Crees que nací ayer? Los estaré vigilando. Un escándalo y... —Deslizó un dedo de izquierda a derecha por su propio cuello en un corte limpio—. Ya que están, pónganse a trabajar. Tú —Le entregó la copa con líquido carmesí a Aitana— baña de sangre a los tíos conservadores de la puerta.
—Okis. —No preguntó el porqué. Olfateó la copa con curiosidad. Era demasiado brillante para ser real—. ¡Haré que parezca un accidente!
—Y tú —Le quitó la copa de champagne a su hermano— vigila el pastel. Los niños trataron de robarse los zombis comestibles.
—Seré el guardián de la tarta, entendido.
Celestine contemplaba el intercambio con una expresión concentrada. Contratar, por única vez, a los sublíderes de Desaires Felinos era como meter a dos lobos en un rebaño, pero valía la pena el riesgo.
Necesitaban su intervención en un momento clave. Hasta entonces, debían pasar desapercibidos.
—El guardia acaba de decirme que ya registró la entrada de Valentín y su acompañante —murmuró Ofelia. Tenía unos auriculares gigantes en sus orejas y estaba sentada al otro lado de la mesa frente a su propia tablet con teclado—. ¿Ustedes los vieron?
Tres pares de ojos se clavaron en la pizarra digital, que ahora mostraba el recibidor del chalet.
—Zombis universitarios, parásitos profesionales... —Elay escaneó a los invitados—. No veo a ningún doctor.
Los tres contemplaron la pantalla, conteniendo la respiración.
—¡Ahí está Cassio! —chilló la mujer, señalando un punto a la izquierda del salón principal—. Aww, miren qué adorable se ve. Lo bueno de estos eventos es que los jóvenes siempre eligen disfraces atractivos o reveladores.
El joven llevaba botas oscuras, jeans rasgados, una chaqueta de cuero y un sombrero de ala ancha. Una cicatriz falsa en su mejilla le daba el toque. Cargaba una bolsa de tela, tamaño humano, en su hombro.
Conversaba animado con una persona de túnica negra tan larga que rozaba el suelo. La capucha ocultaba su rostro. Sujetaba un maletín gigante que tenía pintada una guadaña.
—Díganme que ese no es Valentín —pronunció Celestine, helada.
Elay y Ofelia intercambiaron una mirada.
—¡Que no cunda el pánico! —chilló esta última—. Se quitará la capucha cuando sienta calor.
—Creo que se ató un pañuelo en la parte inferior del rostro —indicó Elay, haciendo zoom con su control remoto.
—Se lo arrancaremos si es necesario. ¡Deja de ponerme nerviosa! Al menos ya anocheció, no hay forma de que Eira se oculte tras un sombrero o gafas de sol. ¡Le hicimos llegar el disfraz perfecto!
Justo en ese instante, una puerta de la planta baja se abrió. La misma tras la que Eira se había encerrado para cambiarse.
La joven levantó la falda ancha con vuelos de su vestido negro, un gran contraste con sus largas ondas rubias, e hizo una encantadora inclinación a una pareja que pasaba cerca.
La parte superior se ajustaba en su cintura y dejaba sus hombros pálidos al descubierto. Su cuello estaba decorado con una gargantilla roja. Una corona de flores rodeaba su coronilla.
Pero lo más destacable era su rostro. Cubierto completamente por pintura blanca. Sus ojos se perdían entre las esferas negras, bordeadas por mandalas púrpuras, que había maquillado a su alrededor. Una lágrima oscura se posaba en su nariz, y líneas similares a cortes agrandaban sus labios negros.
La voz de Rafael, que había presenciado lo mismo desde una habitación del chalet, les llegó con claridad.
—Miren el lado positivo, una catrina y una parca todavía funcionan como disfraces de pareja.
***
Mientras instalaban su equipo en un rincón del salón, Valentín devoraba los canapés como si no hubiera un mañana. Había dedicado toda la mañana al nuevo capítulo de su cómic, así que no tuvo oportunidad de almorzar.
Se sentía de buen humor. Esa tarde terminó el mural en el colegio Fénix, justo a tiempo para asistir a este nuevo encargo, pintura en vivo.
Los últimos años había plasmado paisajes fugaces como el amanecer y el anochecer, o tardes en pueblos antiguos con rostros difusos caminando por las calles. Su misión actual era capturar el primer brindis de los recién casados. Una escena no solo efímera, sino también en movimiento.
Mientras Cassio instalaba el atril con un nuevo lienzo, el artista acomodaba su maletín lleno de pinceles, lápices y acrílicos sobre una mesa que le habían proporcionado.
—Gracias por venir —le dijo al investigador—. Habría estado difícil cargar todo esto solo.
Cass le dio una palmada en la espalda, su sonrisa inmensa.
—Vine para que dejes de decir que soy un bastardo, psicópata y mala influencia que solo te usa cuando le conviene y el resto del tiempo desaparece.
—Nunca he dicho eso... en voz alta.
En ese momento todos los invitados habían bajado al subsuelo para celebrar la ceremonia. En la planta baja solo quedaban los empleados terminando de preparar las mesas para el banquete.
Ambos escucharon un grito furioso en el recibidor. Como buenos chismosos, cruzaron el salón justo a tiempo para ver a una mesera de cabello oscuro disculpándose por convertir el elegante traje de dos invitados en una escena del crimen.
La muchacha sujetaba una copa vacía. La dejó en un carrito a su lado. Del mismo sacó un pañuelo y trató de limpiar las camisas blancas de los hombres, pero solo consiguió embarrar aún más la pintura roja.
Dos jóvenes se apresuraron a intervenir, apartando a la mesera. La primera era una catrina rubia que pasó a centímetros de Valentín, tan cerca que pudo atrapar su perfume a jazmín, vainilla y... algo más. Una energía tan pura y familiar que capturó toda la atención del joven.
Ella era de complexión pequeña pero ágil. Tan pálida que parecía un ángel de la muerte en ese voluminoso vestido negro. Estaba de espaldas. Valentín apenas consiguió ver su rostro maquillado. Su cabello resplandecía bajo esa corona de flores, caía en una cascada dorada hasta su cintura estrecha. Lucía tan suave... tan etérea. Deseó acariciar un mechón aunque sea una vez.
—Qué bonita —susurró, embelesado.
—El karma me está alcanzando —murmuró Cassio con una expresión difícil de descifrar.
Mantenía sus ojos en la segunda muchacha, una morena curvilínea vestida de ninja con unos tacones más letales que cualquier daga. Su forma de hablar a los invitados problemáticos destilaba seguridad y autoridad.
—¿Exnovia? —preguntó Valentín con una media sonrisa.
—El cielo me libre de semejante castigo. He tomado malas decisiones en mi vida, pero el amor no es una de ellas.
—¿Eso significa que no vas a sacarla a bailar?
—Preferiría tragar arsénico antes que tocar a Mía Morena.
—¿Por qué ese nombre me suena?
—Es la hermana de Exe. —Sus ojos se entrecerraron, destilando hielo—. Es un jinete del apocalipsis, la personificación de mi mala suerte, maestra de suegras, serpiente de tres lenguas...
Como si sintiera que estaban hablando pestes de ella, la joven ninja volvió el rostro justo a tiempo para atrapar los ojos del investigador.
Lo reconoció. El fuego ardió en esas pupilas femeninas, todo su cuerpo se tensó.
Dejó a su compañera y avanzó hacia ambos, hecha una furia. Cassio soltó una maldición y se lanzó de regreso al salón, a perderse entre los demás profesionales.
—Tendré que llamar al control de plagas —masculló ella al encontrar a Valentín solo. Sacó una radio y presionó dos botones—. ¿Seguridad? Un gato problemático se coló en esta boda. Tienen mi permiso para usar la violencia si se resiste a...
—¡Espera! —El artista levantó ambas manos—. Yo lo traje. Mi invitación incluía un acompañante.
La joven bajó la radio a la altura de su barbilla, sus ojos fríos.
—¿Tú eres...?
—Hola, Limia. —Le extendió su mano—. Soy Valentín D'Angelo, ¿me recuerdas?
Ella inclinó la cabeza, tratando de verle el rostro por debajo de su capucha. Su humor se serenó, recuperó su sonrisa profesional.
—Yo agregué tu nombre a la lista. —Estrechó su mano con confianza—. El padre de la novia me avisó a último momento que había contratado a un pintor. Qué coincidencia que seas tú.
—Villamores es un mundo pequeño. —Se encogió de hombros.
—La boda está sucediendo en el sótano. ¿Necesitarás algo?
—Te lo agradezco pero traje todo mi equipo.
—Perfecto. —Apoyó una mano en su hombro y se inclinó para susurrarle al oído—. Dile a Cassio Calico que, si llega a beber una sola gota de alcohol, despertará amarrado a un tronco bañado en gasolina.
Valentín asintió, mordiéndose la lengua para no reír. Conocía a su amigo el tiempo suficiente para haber presenciado el nacimiento de esta enemistad.
Por lo que sabía, no se habían vuelto a ver desde la adolescencia. No había motivos para que su resentimiento mutuo estuviera tan fresco... ¿O sí?
Cuando Mía se alejó, Valen sintió que alguien tiraba de su capucha, dejando su rostro al descubierto.
—Oye, eso fue...
Se volvió para descubrir a Exequiel con el ceño fruncido, vestido de camarero zombi.
Días atrás, el artista le había comentado que trabajaría pintando en una boda. Por casualidad, Exe también había conseguido un lugar en el mismo evento, sirviendo mesas.
Valen se sentía como si hubiera vuelto en el tiempo, a esa época cuando los tres adolescentes salían a divertirse.
—¿Qué pasó con el disfraz que te di? —lo confrontó Exe.
—Ah, sobre eso... —Se llevó una mano a la parte posterior del cuello—. No quería mancharlo de pintura. Y justo encontré este en mi armario.
Exequiel recorrió su rostro con desconfianza. Inclinó la cabeza para mirarlo desde otro ángulo.
—¿Eso es una máscara?
—Para nada.
Sobre un rostro de pintura blanca, sus labios negros se curvaron. Sus ojos estaban enmarcados por esferas oscuras, sombras resaltaban los huesos de su mandíbula y delineaban sus dientes. Desde el hueso frontal al nasal, había pintado una calavera en escala de grises con sumo detalle.
—Te ves... —pronunció Exe, enderezando la espalda, aturdido— irreconocible.
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