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Capítulo 26


—¿No es un poco hipócrita ayudar a otros a encontrar el amor, siendo que valemos verdura en todos sus ámbitos? —susurró Eira mientras atravesaban los pasillos del subsuelo.

—Los expertos en el amor son conscientes de que la soltería es la mejor opción —respondió Mía al mismo volumen.

Tras una semana leyendo cuidadosamente el contrato de fusión, acababan de firmarlo. La reunión con Celestine en el piso superior de la casa de té había sido un desayuno cálido.

Las jóvenes eran conscientes de que Dulce Casualidad acabaría absorbiendo a Eventos Venus. Les dolía despedirse de todos sus años de esfuerzo, de su imperio en crecimiento... pero les gustaba verlo como un peldaño que fue un placer subir.

Una escalera mucho más inmensa las aguardaba. Seguirían organizando eventos y continuarían solucionando problemas, aunque en un sentido completamente nuevo.

Serían cupidos postmodernas.

—¡Las estábamos esperando! —Ofelia las recibió con un efusivo abrazo—. ¿Recuerdan a Elay y Rafael? —Señaló a sus compañeros, quienes levantaron una mano en saludo desde sus asientos—. Seremos sus guías durante el periodo de adaptación. ¿Cómo se sienten?

—Un poco nerviosa —admitió Eira, uniendo sus dedos índices—. No estoy segura de cuáles serán mis funciones inmediatas.

—Aprender y practicar en el campo de batalla, querida. —Le dio una palmadita reconfortante en el brazo—. Aunque no lo creas, llevas una década preparándote para este momento.

—La práctica hace al maestro. —Elay rodeó la mesa con su silla de ruedas y se acercó—. ¿Qué necesitan en este momento?

—Buenos días. —Mía les dedicó una sonrisa confiada, sacó su tablet con teclado y la abrió sobre la mesa de reuniones—. Quisiera una lista de todo el personal y un resumen detallado del modus operandi, por favor. ¿Cómo accedo a la base de datos de la agencia?

Rafael soltó un silbido.

—Nada de rodeos, ¿eh? —Se dejó caer en la silla a su lado—. Salomé ya debe haberles creado un usuario en el sistema, con el rol de directoras en entrenamiento. Busca en...

Mientras el agente guiaba a Mía en la región online, Ofelia se ofreció a darle un tour a Eira por el subsuelo.

La muchacha no quería separarse de su socia, pero sintió que sería saludable hacerlo. Normalmente se ocultaba en la sombra de su amiga, dejaba que ella sostuviera las conversaciones y fuera el rostro oficial del negocio. No podía seguir así.

Respiró profundo para reunir sus escasas habilidades sociales. Ofelia la llevó a través de oficinas aleatorias, presentándola a los agentes y preguntándoles por sus misiones actuales.

Eira descubrió que cada equipo llevaba a cabo varias misiones simultáneas. Como eran operaciones a largo plazo, todas tenían periodos de pasividad en los que dejaban al objetivo continuar con su vida cotidiana o adaptarse a algún cambio. Cuando lo consideraban oportuno, programaban una nueva intervención.

Fue testigo de un equipo intercambiando información sobre un objetivo mientras buscaban en su base de datos una pareja compatible.

En la pantalla de otra oficina aparecía un collage de paisajes turísticos. Los presentes discutían acerca del sitio ideal para enviar a su objetivo, un viudo de mediana edad agotado emocionalmente que necesitaba encontrarse a sí mismo.

En la quinta puerta que atravesó, la pareja de agentes guardaba un silencio solemne. La pantalla estaba dividida a la mitad, mostrando a dos personas llorando sin consuelo. La primera en su cama, abrazando su almohada. La segunda, en un banco del parque.

Cuando preguntó si algo había terminado mal en una misión, se sorprendió al recibir una respuesta optimista:

—Todo está saliendo de acuerdo al plan.

En ese breve intercambio, aprendió que Celestine los había entrenado para causar una ruptura entre las parejas que tanto se habían esforzado en unir.

Tenía una teoría muy curiosa que parecía tener éxito: Primero, los objetivos debían construir una amistad. Después, para cruzar la línea que los separaba del amor, necesitaban un quiebre. Solo al sentirse a punto de perder al otro, tendrían el valor de declararse su amor.

—Celestine podría escribir novelas románticas —comentó mientras abandonaban otra oficina donde minutos atrás se había celebrado una misión cumplida.

—Con toques de policial negro, querida. —Ofelia soltó una risita. Abrió una nueva puerta y se asomó—. Aquí no hay nadie, podemos tomar un descanso. Debes tener nuevas preguntas. Aprovecha de hacerlas.

Ambas se dejaron caer en las sillas con idénticos suspiros. La mujer se frotó las manos y le dirigió una mirada expectante.

La confianza de Eira vaciló. Sus pupilas recorrieron esas paredes en tonos pasteles, la pizarra apagada y la mesa maciza.

La organización era impecable. Un sistema que funcionaba a la perfección a pesar de la ausencia temporal de la jefa.

—¿Crees que me acepten como su líder, en un futuro cercano? —dejó escapar.

—¿Acaso lo dudas, querida?

—Soy una desconocida, más joven que la mayoría de ustedes y escalaré al puesto máximo sin tener suficiente mérito.

—Te contaré un secreto. —Ofelia se llevó un dedo a los labios y bajó la voz—. Hace casi una década, Celestine irrumpió en nuestra oficina diciendo que había encontrado algo invaluable. Nunca la había visto tan feliz. Nos contó acerca de dos jovencitas que soñaban con abrir un negocio juntas. Pudo ver el futuro de Dulce Casualidad en sus ojos.

La joven abrió la boca con incredulidad. Ni sus profesores tenían tanta fe en su futuro. El mundo siempre había visto a Eira como una princesa destinada a ser una novia bonita y dócil. Una ama de casa con pasatiempos rentables.

—¿De verdad esperó tanto tiempo? —Apoyó los codos en la mesa y descansó la barbilla en sus manos—. ¿Qué habría pasado si nunca nos hubiéramos dedicado a la organización de eventos?

—Celestine es una visionaria. —Se dio golpecitos en la sien—. Tiene un don natural para predecir el destino de otros.

"Mi único don es intuir qué desean mis clientes para sus fiestas", pensó.

—La conoce muy bien. ¿Son amigas además de colegas?

—Sí... —Sus pupilas reflejaron nostalgia, su voz se suavizó—. Celestine es una amiga íntima de mi hermano. Ellos planearon todo esto juntos pero al final siguieron caminos diferentes. Ahí fue cuando ella empezó la búsqueda de compañeros leales.

—Y encontró a los mejores.

—En nuestro peor momento, he de admitir. Yo estaba desesperada por sentirme algo más que una ama de casa. —Respiró profundo—. Rafael apenas era mayor de edad, vivía con la familia de su único hermano, Elay. Tenían su estabilidad... hasta que la fábrica donde trabajaban colapsó. Fue un incendio terrible.

Eira pensó en la silla de ruedas del estratega principal. Un escalofrío recorrió su columna.

—Qué horror...

—Elay debió tomarse un año de reposo. Su esposa se volvió el sostén del hogar, Paulina es una mujer encantadora. La conocerás en la fiesta de Año Nuevo.

La muchacha sintió una sonrisa tirando de sus labios. Muchas tragedias así terminaban con la pareja abandonando a la víctima malherida. Era bonito saber que ese matrimonio había resistido en los peores momentos.

—Rafael luce atlético —comentó con optimismo, tratando de ahuyentar la tristeza de recuerdos difíciles—. Seguro no tuvo problemas para conseguir otro trabajo.

Ofelia hizo una mueca y negó con la cabeza.

—Rafa siempre ha sido un hombre rebosante de salud y energía pero... la discriminación por su orientación sexual convirtió su búsqueda de empleo en un infierno. —Soltó el aire a través de los dientes apretados—. Salomé, que en paz descanse, también fue víctima de una sociedad prejuiciosa. Las empresas se negaban a contratar a una mujer mayor experta en tecnología.

—Mencionaron antes a Salomé. ¿No es su hacker y diseñadora gráfica?

—Ah, esa es su nieta y tocaya. Tiene su propio estilo pero siguió los pasos de su abuela. Cuando termine la universidad, vendrá a ser una agente de tiempo completo.

"Son muchas personas. Me tomará tiempo aprender tantos nombres", temió Eira.

—Suena como un grupo increíble. Siento que Celestine les dio más que un trabajo.

—Sí... Nos dio una razón para seguir viviendo. Nos disparó una flecha de amor propio directo al corazón.

Poco después, decidieron regresar a la oficina principal. Ofelia le avisó que iría a la casa de té por un bocadillo.

Fue así como Eira encontró a Mía, también sola, frente al enorme televisor.

—¡No vas a creer lo que me enseñaron! —comenzó Mía, enérgica—. Esto es una tablet gigante. Funciona como pizarra a lo detective y computadora con conexión Bluetooth y Wifi. Tiene instalado tres sistemas operativos y una tarjeta SIM para recibir llamadas. ¿Ya viste el depósito?

—¿Hay un depósito?

Eira soltó una risita y se acercó a su lado. Nunca había visto a su socia tan emocionada. Parecía una niña en una juguetería. Le daba la espalda mientras sus dedos se movían sobre la pantalla, curioseando entre los diversos archivos digitales.

—Dulce Casualidad cuenta con un centenar de drones y cámaras miniatura —continuó Mía—, intercomunicadores camuflados que son la fantasía de cualquier universitario desesperado... ¡Y el vestuario!

—No he visto a ningún agente disfrazado.

—¡Exacto! —Sus ojos resplandecieron con suspicacia—. Se camuflan entre la multitud. Si la intervención es en una fiesta formal, estarán vestidos de gala. Si deben actuar en un supermercado, lucirán un estilo casual.

—El vecino que saca la basura por las mañana puede ser un cupido de esta agencia —agregó Eira con una sonrisa traviesa, siguiendo el juego—, aguardando la oportunidad perfecta para invitarte a la convención donde estará tu alma gemela.

Mía soltó una carcajada y se llevó un dedo a los labios.

—En serio, tienen contactos en todas partes. Celestine D'Angelo no domina el mundo porque no quiere.

Una luz roja en la pantalla las sobresaltó. El símbolo de llamada entrante apareció en el centro.

Las jóvenes contuvieron la respiración. Sus ojos se encontraron.

—La fobia de nuestra generación a las llamadas telefónicas debería ser un fenómeno de estudio —susurró Eira.

—Si lo dejamos sonar, pronto se cansará.

Pero la pantalla continuaba parpadeando en rojo y verde. Los segundos pasaban.

—Ya empiezo a sentirme culpable, Miaw. ¿Y si es una emergencia?

—No es como si estuviéramos cualificadas para solucionarla. Literalmente, nos unimos hoy.

—¡Alguien podría estar al borde de la muerte!

—No exageres. Esta es una agencia de cupidos. Puede ser una llamada social.

—Miaw...

—Tú ganas.

Con un largo suspiro, Mía deslizó su dedo sobre el ícono y contestó.

Automáticamente, una taza de té con un número apareció en la pantalla. La joven la presionó y fue bombardeada por una serie de fotografías con información en el pie.

¡Auxilio! —soltó un susurro desesperado a través del parlante—. ¡Llevo diez minutos encerrado en el baño!

—¿Necesitas que te llevemos papel higiénico? —ofreció Eira, sus ojos muy abiertos.

¿Qué...? —la voz sonaba confundida—. Estoy escondido del objetivo. Hoy es el día del primer flechazo, pero creo que lo arruiné todo... Esta es mi primera misión —lloriqueó.

Eira leyó superficialmente la información de la pantalla. Una misión de emparejamiento estándar. Llevaban tres meses. El objetivo número uno era un universitario que había estado al borde del colapso. Con la asistencia de la agencia, había empezado a organizarse y recuperar sus objetivos.

Estaban en la fase tres, el momento de presentarle a su potencial alma gemela. Según el identificador de llamadas, el nombre de este agente era...

—Respira profundo, Matías —ordenó Mía, obligándose a mantener la calma—. ¿Cuál es el problema? ¿Dónde está tu equipo?

—Fueron por el objetivo dos, Santiago. Se asegurarán de traerlo al festival. Yo debía guiar al uno, Nicolás. Llevo tres meses cerca, en plan amistoso, pero... creo que envié la señal equivocada.

—¿Podrías ser más específico?

Me preguntó qué éramos.

"Ay, el clásico: ¿Qué somos tú y yo? Cuando era adolescente, un chico me hizo la misma pregunta", pensó Eira. "No se me daban bien las indirectas y respondí que éramos humanos. Nunca volvió a hablarme".

—Puede ser un malentendido. ¿Alguna otra señal de alarma? —preguntó la joven.

Me compró el desayuno, preguntó qué hacía el sábado y dijo que había algo muy importante que quería decirme.

—Sí suena como un código rojo. —Miró a Mía, ansiosa—. Tú eres experta mandando hombres al diablo. Comparte tu sabiduría.

—¿Qué le respondiste?

Entré en pánico y vine corriendo al baño.

"No lo culpo. Habría hecho lo mismo", pensó la artista. Se mordió el labio inferior. ¿Cómo rechazar a un amigo sin herir sus sentimientos?

—Pero... ¿Te interesa el objetivo? En plan romántico.

—No sería muy ético de su parte —comentó Mía con sequedad—. Guiamos sin involucrarnos. ¿Acaso has visto a un profesor de Educación Física corriendo con sus alumnos?

¡Por supuesto que no! —Oyeron ruidos de fondo, alguien lo estaba llamando. Bajó la voz a un susurro difícil de entender—. Es la primera vez que me asignan el rol de infiltrarme en la vida del objetivo. ¡No quiero volver a la oficina!

¿Mat, te tragó el inodoro? —Escucharon una segunda voz—. Llevas diez minutos adentro.

—Ya... ya salgo.

—Si estás enfermo, podemos venir al festival otro día. Mi casa está cerca, ¿prefieres ir a descansar un rato? No me ofenderé si tapas el baño.

—Suena como un buen partido —reflexionó la artista—. ¿Has considerado...?

—¡No! —respondió el agente. Luego se aclaró la garganta. Escucharon el chirrido de una puerta al abrirse—. Quiero decir, es el último día del festival. Estoy bien. Vamos... a caminar un rato.

Imaginaron al joven con la respiración agitada, acomodando sus auriculares para que su compañía no los notara.

—¿Te he dicho que me das buena suerte, Mat? —El objetivo se oía relajado, alegre—. Todo mejoró cuando te conocí.

—Me lo han dicho antes...

—Es fácil hablar contigo. A veces siento que me conoces más que yo mismo. Aunque es poco lo que sé de ti, ¿qué te gusta?

Sin saber qué responder, Matías soltó una risa nerviosa.

—¡No cuelgues la llamada! —exclamó Eira, mientras exprimía su cerebro en busca de una solución—. Quizá no está enamorado de ti, solo se siente cómodo por todo el apoyo que les has dado.

—Tenemos que matar ese interés —murmuró Mía—. Lo has investigado bien. Dile que te encanta algo que le desagrada.

Amo el chocolate —soltó el agente al instante—. Me gusta ponerle chocolate a la carne, a la pizza y a las ensaladas.

¿Qué rayos...? Soy alérgico al chocolate. —Nicolás guardó silencio un momento—. ¡Qué ironía! Tienes la tolerancia que me falta. Nos complementamos bien.

—¡Dile que todavía no superas a tu ex!

El otro día hablé con mi ex hasta la madrugada...

Eso es lo que me gusta de ti, ¿ves? —Oyeron una palmada en el hombro o espalda del agente—. Quedas en buenos términos hasta con tus ex. Las próximas vacaciones planeo alquilar una cabaña en Valle Encantado. ¿Has visto un atardecer en esa zona?

—¡Dile que te asustan los colores naranjas! —chilló Eira.

Me da asco el color naranja —repitió Matías.

¿Y eso? —El objetivo se oía desconcertado—. Es el color del fuego, ¿acaso no te gustaría cenar a la luz de las velas?

—Empieza a dar estadísticas de incendios provocados por ese tipo de citas —aportó Mía.

—¡Nada más romántico que hablar de la unidad de quemados! —Eira aplaudió, emocionada.

He oído que las velas son las principales causas de incendios en los hogares. —La voz del agente sonaba algo acelerada—. Imagina terminar una cita en el hospital, con quemaduras de segundo grado y tu casa en llamas.

No tenía idea... ¿Entonces prefieres los picnics al aire libre?

No son mis favoritos porque...

—¡Cuéntale que la última vez te picó una hormiga en el trasero! —Mía tomó asiento en el borde de la mesa, sus brazos cruzados—. O habla de los gérmenes.

—Mejor dile que es incómodo tener que lavarte las manos a lengüetazos si no hay un bebedero cerca.

—¿Qué rayos, Eira? Eso es asqueroso.

—¡Salí con un chico que hacía eso! —Un escalofrío recorrió su columna, cubrió su rostro con las manos—. Producía saliva en abundancia. Una vez me lamió la mejilla tras un beso. No hubo segunda cita.

... me gusta lamer hormigas —terminó soltando el agente, aturdido ante tantas sugerencias.

Eira soltó una risa ahogada. Se cubrió la boca para tratar de ocultarla.

Leyendo la información que aparecía en pantalla, descubrió que faltaban menos de diez minutos para la presentación de los dos objetivos. Habían programado el encuentro accidental a esa hora, y dudaba de que Matías tuviera oportunidad de advertirles que lo pospusieran.

Necesitaban que el objetivo renunciara sin sentirse despechado o, al conocer a su potencial alma gemela, terminarían en una relación de rebote.

—¿Ya probaste soltar frases como Eres un buen amigo y valoro mucho tu amistad, amigo mío?

Eres muy divertido, Mat... —comenzó el objetivo—. La verdad es que me gustaría conocerte más. Mucho más...

—¿Ya le dijiste que tienes más de veinte años y todavía vives con tus padres? —sugirió Mía.

—¡Miaw, me ofendes! —se quejó la artista que recién a sus veintiséis años conseguía independizarse. Y el precio fue estar endeudada hasta su jubilación. Entrecerró los ojos—. Matías, mejor dile que tus padres conflictivos te dejaron traumas que te impiden sostener una relación.

—Nos pusimos pasivoagresivas, ¿eh?

—¡Tú empezaste! —Eira se llevó las manos a los labios, culpable—. Perdón. Mat, mejor ve por el clásico En este momento estoy saliendo con alguien.

... y sé que no estás viendo a otra persona —comentaba el objetivo en ese momento—. Si ambos estamos solteros, bien podríamos intentar...

"Bueno, idea descartada", pensó la joven a toda velocidad. "¡Va a declararse ahora! Momento de entrar en pánico!"

Sus ojos se encontraron con los de su socia. La misma idea debió haber cruzado sus mentes.

—¡Dile que eres hetero! —gritaron al unísono.

La verdad es que —pronunció el agente, sin aire— me gusta la anatomía femenina.

Silencio. Cinco latidos pasaron. Al fondo, los parlantes del festival debían haber subido el volumen porque les llegó una canción sobre la amistad.

¿En serio? —El objetivo soltó un silbido sorprendido—. Qué se le va a hacer. Si algún día sientes curiosidad por el otro lado, puedes llamarme. —La música apenas permitía oír la conversación—. ¡Conozco al baterista! Venga, vamos a saludar.

La llamada terminó de repente. Las jóvenes se derrumbaron, Eira sobre la silla y Mía en una esquina de la mesa.

"Qué locura", pensó la artista.

En ese momento, la puerta se abrió. Ofelia entró con una bandeja llena de minitartas, discutiendo con Rafael porque trataba de robarle una. Los seguía Elay en su silla de ruedas, una bandeja con un juego de té en su regazo.

—Entonces, ¿qué tal el primer día como cupidos, muchachas? —La mujer les dedicó una sonrisa inmensa—. Empezaremos con calma, no se preocupen.

—Primero supervisarán misiones ajenas, solucionando problemas leves —explicó Elay mientras llenaba las tazas con infusión de la tetera.

—Cuando sean expertas, podrán sacar provecho hasta de las situaciones más problemáticas —agregó Rafael, recibiendo las tazas de su hermano y repartiéndolas—. Como la vez que los objetivos cayeron por un precipicio.

—Era una cueva. —Ofelia le dio una mordida a la tarta más cercana—. ¡Fue tan romántico! Tuvieron horas para reconciliarse.

—Nada se compara a la vez que el objetivo uno confundió al dos con un ladrón y casi le disparó. Fue la excusa perfecta para pasar tiempo juntos.

Continuaron recordando viejos tiempos, entre risas y pastelitos.

Eira y Mía intercambiaron una mirada, comprendiendo cuán en serio se tomaban el lema En el amor y en la guerra todo se vale.

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