Capítulo 24
"El sol está tratando de matarnos. Debería haber traído un sombrero", pensaba Valentín tras salir de Desaires Felinos.
Caminaba por la acera con la vista perdida en los bocetos de gatos que había dibujado minutos atrás. Trataba de decidir cuál sería el próximo mural del subsuelo, pero su mente estaba en otro lugar.
Sin darse cuenta, sus piernas lo llevaban hacia la culpable de su incertidumbre. Llegó al final de la calle cuando lo notó. Se detuvo. Si doblaba a la esquina y pasaba dos casas más, Dulce Casualidad le daría la bienvenida.
Ni siquiera sabía si su madre estaría allí a esa hora cercana al almuerzo. Tampoco tenía idea de qué le diría.
—Olvidemos lo que pasó —murmuró a modo de práctica—. No importa. Confío en ti. Si no quieres contarme, estoy bien... No, no estoy bien. —Respiró profundo y soltó el aire a través de sus dientes apretados—. Me molesta. No consigo soltarlo.
Bajó la vista a las hojas en sus manos. En la primera aparecía una gatita de ojos verdes acostada dentro de una taza de té gigante. Su pelaje blanco era rizado y espeso, ligeramente platinado por la edad.
Volvía a sentirse como un niño que había discutido con su madre. De un modo u otro, él acababa haciéndole un dibujo y ella horneaba un pastelito. Luego intercambiaban los regalos como símbolo de paz.
Su teléfono sonó en ese momento. El tono asignado a los correos electrónicos. Soltó un suspiro irónico. Desde que llegó a Villamores, le llovían las ofertas de trabajo. En esta oportunidad le solicitaban pintar en vivo durante una boda.
Había visto videos, pero nunca lo había intentado. Salía de su zona de confort. Le atraía la idea.
Su primer impulso fue contarle a su madre, ella se emocionaría con él y... Un puño apretó su corazón. "Maldita sea, necesitamos hablar", pensó, guardando el celular.
Frustrado, decidió buscarla. Se lanzó hacia adelante tan rápido que se estrelló contra un objeto en movimiento que doblaba la esquina desde el otro lado.
Escuchó su grito de sorpresa y sintió el golpe en su mandíbula. Cayó sobre su trasero con un gruñido de dolor.
Los bocetos salieron volando cual palomas en libertad. La misma suerte corrieron los papeles que la joven llevaba.
Aturdido, descubrió a una muchacha de complexión pequeña, sentada ante él. La piel de sus brazos era muy pálida. Su cabello tenía todos los matices dorados que podría imaginar, y estaba recogido en una trenza larga.
No conseguía ver su rostro. No solo porque tenía ambas manos en su frente y gimoteaba adolorida, sino porque un sombrero enorme cubría su cabeza.
—Lo siento —dijeron al unísono—. ¿Estás bien?
Silencio desconcertado.
El artista entrecerró los ojos. ¿Por qué esta muchacha le parecía tan familiar? Le habría gustado levantarle el ala del sombrero y descubrir su rostro, pero habría sido demasiado impertinente.
—Fue mi culpa —confesó ella a toda velocidad. Su voz era suave, con una melodía que estaba seguro de haber oído antes—. Salí apurada porque quería darle estas recetas a mi amiga para que se las pasara a mi vecina, pero seguro ella ya se fue y... ¡Ay, no sé por qué te digo esto! Pasaron cosas muy locas, creo que estoy aturdida. Lo siento. —Se arrodilló para recoger sus hojas con torpeza.
—Si es tu vecina, ¿no sería más fácil que se las dieras personalmente? —preguntó Valen mientras la ayudaba con los papeles, y de paso recuperaba los suyos.
—La verdad es que... —bajó la voz al nivel de un susurro— me da vergüenza.
Enarcando una ceja, Valen se preguntó qué clase de platillos retorcidos había inventado. Recogió el más cercano. A juzgar por las fotos del procedimiento, era un pequeño postre en forma de lirio y múltiples rellenos cremosos.
—¿Tú los haces? Lucen increíbles. Estoy seguro que el sabor estará al mismo nivel. Si vas con la misma fuerza que usaste para derribarme recién, será un éxito.
Ella no respondió, pero él pudo percibir que bajó aún más la cabeza y su cuello adquirió un llamativo tono rosa a juego con su vestido.
"Qué linda", pensó. Era como un gatito tímido oculto tras una flor.
—Gracias —musitó ella.
Sus dedos se encontraron sobre una hoja volteada. Se congelaron. La mano femenina lucía pequeña y delicada al lado de la suya. Tenía la piel muy clara, casi albina. Sus uñas estaban pintadas de un suave lila.
—¿Son tuyos? —Para evitar el silencio incómodo, la joven recogió uno de los bocetos. En él aparecía un gato negro con las patitas blancas, un corazón pálido en su pecho y un sombrero entre sus orejas. Estaba arrastrando por la correa a otro minino rojizo que mordisqueaba un pincel—. ¡Qué bonitos! Me recuerdan a dos personajes de mi webcómic favorito.
"En parte lo son. Una versión gatuna de Devlin y Ángel", pensó con una sonrisa. Pero seguramente ella no los conocía y él no tenía intención de alardear de la retorcida historia que publicaba en internet.
—Hablando de coincidencias... —El artista terminó de recoger todas sus hojas y las metió en su mochila. Aún en cuclillas, inclinó la cabeza para tratar de verle el rostro—. ¿Nos hemos visto antes?
—También suenas familiar para... —Ella comenzó a levantar la vista, pero algo atrajo la atención de Valentín.
Una figura de traje al otro lado de la calle. Estaba de espaldas, alejándose entre los árboles. Una alarma se disparó en su cabeza.
—¿Por qué está aquí? —pensó en voz alta—. Disculpa, tengo que irme.
Dejando a la muchacha rubia, se incorporó de un salto y salió corriendo hacia el parque.
Maldijo su suerte cuando varios autos le impidieron cruzar la calle al instante. Quería gritarle a su objetivo que se detuviera, pero no le favorecería lucir como un demente.
Cuando al fin encontró un hueco, atravesó la senda peatonal y se adentró en ese pequeño bosque. Sus ojos recorrieron cada sitio. Las familias compartían un almuerzo temprano entre risas y conversaciones. No había rastro de la figura de traje.
Una idea atravesó su cabeza y se lanzó hacia la zona de arena, donde se hallaba la sección para niños y deportistas.
La encontró donde imaginó, sentada en un banco frente a los juegos infantiles. Almorzaba un sándwich en silencio con la soledad como única compañía.
—Cinnia —la llamó.
Ella se dio vuelta con un jadeo. Estuvo a punto de soltar su almuerzo. El flequillo castaño ocultaba sus cejas, pero resaltaba esos ojos cafés de cervatillo asustado.
—Valentín —soltó, llevándose una mano al pecho—. Por Dios, me sorprendiste.
—Iba a gritarte desde lejos pero creo que no te gusta llamar tanto la atención. —Rodeó el banco hasta poder sentarse. Dejó la mochila a su lado, apoyó un brazo en el respaldo y le dirigió su mejor sonrisa de niño bueno, aquel arma letal que sacaba cuando deseaba derrumbar las defensas de su interlocutor—. Hola, Cin.
—Buenos días —pronunció ella, sus hombros visiblemente rígidos. Bajó el sándwich a la bandeja en su regazo.
"Saludos cordiales, estimado Valentín D'Angelo", fue lo que escuchó el artista.
Su hermana siempre había sido un misterio. En su infancia admiraba esa reserva y frialdad. En su adolescencia le dolió, incluso llegó a guardarle rencor. Al crecer aprendió que ella seguía siendo humana, también cometía sus errores... y sufría una severa fobia social.
—¿Ya almorzaste? —Ella le ofreció su segundo sándwich, todavía intacto.
—Iba a hacerlo. —Lo aceptó porque sabía que darle regalos era su forma de demostrarle afecto, no porque tuviera hambre—. Gracias. —Lo desenvolvió y le dio un mordisco—. Está bueno.
—Los compré en Dulce Casualidad. Son los mejores de la zona.
—¿Fuiste a la casa de té... tú sola?
Lo desconcertaba descubrir que Cinnia se había acercado voluntariamente al territorio materno. En las cenas de fin de año venía de visita con Adrián porque sabía que Valentín se encontraría presente.
Cruzarse a solas con Celestine no era algo que sucediera con frecuencia en la dinámica madre e hija. El aire se cargaba de oscuridad sin la presencia de un intermediario.
—Últimamente entro a pedir algo para llevar. El lugar es muy... acogedor.
—Si pasas por Desaires Felinos, pregunta por mí. —Señaló a su espalda con el pulgar—. Queda aquí a la vuelta. Estoy haciendo un mural para el dueño.
Ella asintió. Ambos sabían que nunca iría a buscarlo a su trabajo.
Almorzaron sin mediar palabra durante unos minutos. Agradecían los gritos de los niños jugando, eso los salvaba del silencio incómodo.
—Es un mural bonito —comentó Cinnia con cautela, señalando la casita donde estaba el carrusel al final de los juegos infantiles—. ¿Tú lo hiciste?
Valen sintió una sonrisa escapar de su propia boca. Sabía en qué estaba pensando su hermana.
—No, debió haber sido algún rival. Mi obra de arte en esa pared desapareció hace ocho años. —Se cubrió los ojos con una mano y soltó una risa ahogada—. ¿Todavía lo recuerdas? Siento tanta vergüenza ajena de mí mismo cada vez que pienso en esa etapa de mi adolescencia.
Ella bajó la vista a sus propias manos. Una pequeña sonrisa tiraba de sus labios.
—Lo recuerdo... Los momentos que compartimos son importantes para mí —confesó en voz baja.
Valen la estudió con calidez. Aunque tuvieran dieciocho años de diferencia, a veces se sentía como un adolescente frente a su hermana pequeña.
"Hubo un tiempo en el que te odié", pensó. "Te maldije tanto que me partía en dos".
Fue a mediados de su adolescencia, durante su breve etapa de rebeldía. A sus ojos, Cinnia se había convertido en un monstruo egoísta e indiferente. La oveja maldita de la familia. Su rechazo dolía como un puñal por la espalda, pero podía tolerarlo. Ver las lágrimas que causaba en Celestine era su límite.
Cuando tenía dieciséis años, estaba decidido a cortar todos los lazos con su hermana. Si ella podía desaparecer por meses sin pensar en nadie más que sí misma, él podía empezar a fingir que era hijo único.
Su plan estaba funcionando hasta que... como cualquier adolescente con aires de inmortalidad, hizo algo muy estúpido junto a sus dos mejores amigos a la salida del colegio.
Si era justo, todo fue culpa de Cassio. El idiota había robado la identificación de su hermano mayor y la usó para comprar cerveza. Avisaron a sus padres que irían por una pizza hasta tarde, pero en realidad terminaron en este parque, fingiendo que eran adultos dueños del mundo.
Aunque el sabor les parecía repugnante, ninguno quería quedar como el cobarde sin resistencia. Las burlas no faltaron, las apuestas tampoco.
Así fue como Exequiel terminó vomitando, Cassio durmiendo sobre el pasamanos y Valentín haciendo un grafiti en la pared más cercana, entre risas.
Era miembro del club de artes visuales. Justo ese tiempo estaban enseñándole técnicas con pintura en aerosol, por lo que cargaba tarros en su mochila.
Era invierno. El parque solía vaciarse porque el frío mordía con fuerza al caer la noche.
Su alegría fue eclipsada por una voz a su espalda. Cinnia.
—¿Valentín? —preguntó desde la zona de árboles, vestida con su uniforme de trabajo—. ¿Qué estás haciendo? Eso es vandalismo...
—¡Miren quién llegó! —gritó él con una risa carente de humor, lo que despertó a sus amigos—. La aguafiestas de la familia.
—¿Estás drogado?
Se acercó con cautela y puso una mano en su hombro. Él la apartó con brusquedad.
—¡No me toques! —siseó, ligeramente mareado—. Tu energía me enferma. Solo sabes sentir odio o dolor.
—¿Por qué estás actuando así? —Notó las botellas de cerveza y abrió los ojos con horror—. No puedes beber alcohol, eres menor...
—Déjame en paz. —Su voz tembló un poco, y se odió por eso—. No eres nadie para decirme lo que puedo o no hacer.
—¿Pasó algo? Tú no eres así...
—¡Ya lárgate! —gruñó él, sorprendiéndolos a ambos. Usó todo el veneno de su corazón para disparar ese puñal—. Haz de cuenta que no me ves. Va a ser fácil para ti. ¡Lo has hecho toda mi vida!
El silencio cayó sobre el parque. A esa hora, el sol se había ocultado por completo y las farolas automáticas se encendieron.
Sus amigos los contemplaban en silencio desde los juegos. Cinnia permanecía de pie, paralizada por las acusaciones hirientes de su hermano.
Ella siempre construía una pared con apenas una rendija para que su voz escapara, cada vez que él intentaba sacarle conversación. Estaba al límite.
—¡Todo es tu culpa! ¡Te odio, Cinnia! —empezó a gritar, entre jadeos por falta de aire—. ¿Para qué vuelves a Villamores? ¡Vete a la mierda de una vez! Siempre haces sufrir a mamá. Me tratas como si fuera basura. ¡Desearía que estuvieras muerta!
Después de gritar hasta sacar todo el dolor acumulado, Valentín rompió en llanto. El aerosol se soltó de sus manos y él se dejó caer sentado en la arena, sollozando ante la persona que empezaba a considerar su enemiga.
Aunque fingiera tener todo bajo control, seguía siendo un niño que solo quería recibir amor de su única hermana y no entendía qué había hecho tan mal para recibir su odio.
Quedó inmóvil al sentir una mano en su cabello. Asustadiza, temblorosa.
—No te odio, Valentín —susurró Cinnia con la voz rota, su rostro bañado en lágrimas—. Perdón... Yo... nunca quise hacerte daño... Tú no tienes la culpa de nada... No sé cómo ser tu hermana... No sé cómo ser una buena hija para mamá... Pero nunca podría odiarte. Lo juro.
Valentín fue el primero en dar un paso y se lanzó a abrazarla. Ella reaccionó con rigidez al principio.
Superada la sorpresa, los hermanos lloraron hasta que la brisa nocturna secó las lágrimas y se llevó el resentimiento acumulado entre ambos.
Cuando el calor de la furia lo abandonó, el frío se hizo presente. Ser un adolescente imprudente no lo volvía inmune a enfermarse. En cualquier momento le empezarían a castañear los dientes. El mareo solo estaba empeorando.
—¿Vas a volver a la casa así? —preguntó Cinnia cuando se apartaron.
Valentín bajó la vista a su ropa. Estaba llena de tierra y rastros de pintura. Debía apestar a alcohol. Tenía frío. Su cabeza se sentía llena de algodones, su lengua estaba ligeramente adormecida y sus ojos ardían.
—Mamá va a matarme. —Buscó con la vista a sus amigos, en los juegos—. Y a ellos.
—Pueden... quedarse en mi casa esta noche —ofreció con los hombros encogidos—. No le diré a sus madres si prometen no consumir alcohol ni drogas recreativas legales hasta ser mayores de edad.
Él soltó una risa atontada.
—¿Segura?
—Puedes contar conmigo, Valen. —Le ofreció su mano para ayudarlo a levantarse—. Yo... quiero aprender a ser una buena hermana. Tu hermana. Dame una oportunidad, por favor.
Valentín vaciló. Odiarla le consumía demasiada energía. En el fondo siempre soñó con compartir momentos juntos. Como Exequiel y Mía, quería que fueran dos aliados que se apoyaban en las adversidades. Por algo el destino había decidido que nacieran en la misma familia.
Ignorando su orgullo, aceptó la mano de su hermana. La siguió, sujetando las cuerdas frágiles e invisibles del puente colgante que aguardaba a ser construido.
Las palabras de ella lo trajeron de regreso al presente. Habían pasado once años desde esa noche, pero el sentimiento perduraba.
—No era mi sueño tener tres adolescentes en mi living a mitad de semana, considerando que debía madrugar al día siguiente —admitió Cinnia con sus hombros más relajados—. Menos mal que iban al colegio por la tarde porque seguían inconscientes cuando me levanté.
—Adrián nos despertó y nos preparó el desayuno. Creí que nos gritaría pero fue muy considerado.
—¿En serio? No lo sabía. —Su expresión se ablandó—. Él siempre es así. No me culpa cuando hago algo mal o tengo una crisis, solo me ayuda a calmarme. Buscamos juntos una solución.
"Suena a dependencia emocional", se abstuvo de decir. Considerando lo rota que estaba su hermana, su matrimonio lucía bastante saludable.
—Esa mañana, nos insinuó que tuvimos suerte de encontrarte porque tres adolescentes ebrios en el parque era una fórmula para el desastre.
—Tuve pesadillas sobre eso por bastante tiempo —admitió ella.
—¿De verdad? —Abrió los ojos con incredulidad—. No tenía idea... Empecé a portarme bien desde entonces. Eras la única excusa que tenía para ser rebelde.
Había muchas facetas de su hermana que no terminaba de conocer. En su ambiente profesional se desenvolvía impecablemente.
Sin embargo, no era una persona fácil de querer. Cuando se trataba de su vida personal, Cinnia sufría al tener que abrirse. Interactuar con otros en una conversación casual era una tortura.
¿Cómo, de la misma madre y padre, habían salido dos niños tan diferentes?
Con los años aprendió a respetar su personalidad más introvertida, a apreciar los detalles que le demostraban que ella sí valoraba tenerlo en su vida.
—Empecé terapia —reveló ella—. Hace un tiempo, en realidad.
"Ya era hora, por todos los astros", se abstuvo de decir.
—Eso es muy valiente de tu parte —respondió con sinceridad—. Es importante cuidar tu salud mental.
—Sí... Un poco tarde, pero...
—Nunca es tarde, Cin. —Le dedicó una sonrisa resplandeciente—. Siempre es el momento perfecto.
Ella guardó silencio, las manos en su regazo se movían inquietas. Por momentos tomaba aliento, dispuesta a soltarlo en forma de palabras. Sin embargo, el valor le fallaba. El contacto visual siempre le había sido difícil más allá de cinco segundos.
Él deseaba advertirle de las historias que se perdía al evadir las miradas. Los ojos revelaban aquellas penas y alegrías que convertían a cada ser humano en único. Cada rostro era una obra de arte pura, él podría pasar horas estudiando las líneas y sombras que los astros habían trazado.
Aunque en su relación no abundaba el contacto físico, cada vez que se encontraban Valentín deseaba abrazar a esa figura de humo en la que se había convertido su hermana.
—¿Cómo has estado? —preguntó él para romper el cristal que se estaba creando en esta tarde de verano.
—Estoy aprendiendo a amarme. ¿Alguna vez te has preguntado... —se aclaró la garganta— por qué siempre hemos sido solo dos?
"¿Dos hermanos? Pues estaba difícil que mamá tuviera otro hijo de papá, considerando que era viuda", pensó.
—¿Dos qué? —decidió pedir aclaración antes de soltar algo desubicado.
—Adrián y yo... —Tragó saliva— nos operamos hace casi tres décadas. No podemos tener hijos.
—Bueno... Eso es decisión de ustedes. —Dudó—. ¿Te arrepientes?
—No. —Respiró profundo—. Nunca quisimos hijos. Algunas personas no están hechas para ser padres... Ni siquiera he sabido ser una buena hija. —Soltó el aire con suavidad—. Mamá no se lo tomó muy bien cuando le conté. Yo apenas era mayor de edad, hice todo a escondidas porque sabía que no me apoyaría. Le había mencionado mi plan a papá años antes.
—¿Cómo reaccionó?
—Primero creyó que estaba bromeando. Al final se convenció de que algún día yo cambiaría de opinión. No era muy abierto al tema cada vez que trataba de hablarle...
"Supongo que destruiste sus fantasías de ver nietos correteando por la casa", pensó. "Bueno, si le sirve de consuelo a mamá, a mí sí me gustaría tener hijos. En un futuro lejano".
—Una familia puede estar formada por dos personas —señaló él—. O por una persona, una planta y un gato. No soy quién para juzgar. Solo quiero que seas feliz.
Los labios de la mujer se curvaron en una sonrisa que esta vez sí llegó a sus ojos.
—Me encanta viajar —continuó con los hombros más erguidos. Las palabras continuaban saliendo con dificultad, rasgo propio de personas no habituadas a hablar de sí mismas—. Mi trabajo es un sueño, amo a la mujer en la que me convierto cuando debo cerrar un negocio que mi jefe puso en mis manos. Me ascendieron la semana pasada, quería contárselo a alguien más.
—¡Felicitaciones! —Valentín habría deseado envolverla en un abrazo, pero se limitó a atrapar su mano y darle un apretón—. Tú sabes mejor que cualquiera cuánto te has esforzado.
—Mucho. —Levantó la mirada—. ¿Qué hay de ti? ¿Vas a seguir viajando?
—Tal vez. —Se pasó una mano por el cabello. Sus ojos se perdieron en las montañas a la distancia. Sin importar cuánto mundo conociera, Villamores siempre sería su primer amor—. Me han encargado tantos murales que estaré meses atado.
—¿Algún día te gustaría hacer una exposición con todos tus cuadros? ¿O publicar un libro en físico? Tienes tantos capítulos de tu webcómic que ya podrías unirlos en un tomo o dos.
La pregunta lo hizo ahogarse con su saliva. Entre toses, consiguió responder.
—Eso... es un poco demasiado. —Soltó una carcajada. Era eso o temblar de miedo por la idea—. Solo son pasatiempos que me apasionan.
—El arte es más que tu pasatiempo. Es tu profesión.
—Ni siquiera tengo un empleo definido.
A él le gustaba dibujar y crear historias. Le parecía absurda esa necesidad humana de darle un título diferente a todo. Si plasmaba sus trazos sobre un papel usando lápices, era un dibujante. Si le incluía texto, pasaba a ser historietista. Si el lienzo era la piel, tatuador. Si era un medio digital, diseñador gráfico.
Si incluía a Cassio en su currículum, pasaba a ser asistente de detective privado.
—Si algún día necesitas ayuda, puedes contar conmigo —ofreció Cinnia, poniéndose de pie.
—Lo sé. Tú también.
Aunque, irónicamente, nunca se buscaban cuando necesitaban ayuda. Compartían una hermandad única en su clase. Habían construido un puente medianamente sólido pero a la vez confuso.
—Me encantó verte, podríamos repetirlo en otra ocasión. —Valentín apoyó una mano en su antebrazo. Sus ojos reflejaban la calidez del verano y el color de la primavera. Las pecas convertían su rostro en un lienzo único—. ¿Sabes...? Aunque no nos veamos mucho y no tenga idea de qué pasó hace casi tres décadas, somos familia. No te juzgo, solo te quiero.
Fiel a su personalidad impulsiva, la atrapó en un abrazo de oso. Sintió sus latidos acelerados, la sutil tensión de sus hombros, pero también notó los dedos débiles que se esforzaron por devolverle el gesto.
Adrián tenía razón, ella lo estaba intentando. Le había tomado décadas, pero eran sus tiempos.
Como una caricia ligera en sus oídos, el viento alcanzó a llevarle su respuesta susurrante.
—Yo también te quiero, Valentín.
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