Capítulo 23
Eira fue la primera en lanzarse fuera cuando las puertas se abrieron. Celestine le dirigió una mirada curiosa, debió pensar que su vecina estaba demasiado emocionada.
En parte lo estaba. El sombrero de la joven cayó de sus manos al descubrir un salón de ensueño. Campanas colgando del techo iluminaban las paredes claras. Una mesita de madera tallada aguardaba a su izquierda, con sillones a su alrededor para descansar.
Tras un escritorio de caoba, una mujer de cabello alisado movía sus dedos sobre una computadora. Al verlas aparecer, se quitó sus auriculares con micrófono, abandonó su lugar y se acercó.
—Esta es Belle, mi maravillosa recepcionista y secretaria.
—Como acaba de decir nuestra querida Celestine, estoy para ayudarlas en este nuevo camino —respondió la mujer con una sonrisa de dientes perfectos. Su mirada recorrió a las dos invitadas—. Les doy la bienvenida a Dulce Casualidad, señoritas Mía Luna y Eira Dulce.
—Buenos días. —Mía aceptó la mano que le ofrecía.
—Hola. —Eira movió sus dedos en el aire a modo de saludo.
—Los subdirectores las están esperando en la oficina A.
La puerta que separaba la recepción del pasillo se abrió automáticamente al acercarse. Eira sintió el cambio de aire.
El ambiente tenía el equilibrio perfecto entre elegancia y energía. Como las paredes de algunas oficinas eran de vidrio, podía ver a los empleados reunidos ante una mesa. Pizarras táctiles contra la pared del fondo proyectaban mapas e imágenes en tiempo real.
Llegaron a la última oficina. La más grande. Las recibió una mujer mayor en un despampanante vestido verde manzana.
—¡Están aquí! —chilló. Eira extendió la mano para saludarla pero se sorprendió al sentir el abrazo de la mujer—. Al fin. No tienes idea de cuánto tiempo llevamos esperándolas. En serio, no tienen idea. Ustedes son el futuro, la nueva generación de cupidos...
—Ofelia —advirtió Celestine.
—Ya capté. También es un placer volver a verte, Mía. —En esa oportunidad, el abrazo fue más sutil. Su sonrisa era cálida, maternal.
—¿Usted estaba en La Noche de las Heladerías? —preguntó Mía. Inclinó la cabeza, estudiando a la mujer bajo una nueva luz—. ¿Por qué su rostro me parecía familiar?
Los ojos de su interlocutora resplandecieron.
—Aww, ¡ha pasado tanto tiempo que no esperaba que me reconocieras! Fuiste a la escuela con mi hijo menor. ¡Eran tan unidos! Siempre hacían tareas juntos.
—¿Su hijo? —Eira supo el momento exacto en el que su amiga recordó al niño. La furia destelló en sus pupilas, su sed de sangre despertó—. ¿El psicópata que se disfrazó de oso en un campamento escolar? ¡Casi me expulsan por su culpa!
—¡Oh, lo recuerdo! Cassio no esperaba que lo atacaras con un tronco. —Ofelia soltó un suspiro de añoranza—. O que terminaran forcejeando y cayeran al río... y tuvieran que llamar a un equipo de búsqueda. ¿Le mando saludos de tu parte?
—Puede mandarlo al infierno —masculló a un volumen tan bajo que solo Eira la escuchó.
Esta última dejó escapar una risita. Se aclaró la garganta al sentir las miradas de los otros dos hombres en la habitación.
El primero estaba apoyado contra la mesa. El segundo aguardaba en su silla de ruedas. La similitud en la forma de la nariz y mandíbula le hizo saber que eran familia.
—Hola. —Levantó una mano.
—Sean bienvenidas. Mi nombre es Elay. —El mayor avanzó con sus ruedas automáticas—. Espero que podamos aprender los unos de los otros.
—¿Qué se siente entrar a la boca del lobo? —fue el saludo del hombre más joven.
—Ignoren a mi hermano Rafael. De su boca siempre salen cosas que no deberían.
—O entran —agregó Ofelia en medio de una risita que trató de ocultar tras una tos.
Celestine dio un aplauso para atraer la atención del grupo. Su ánimo regresó al verlos al fin reunidos. Sus compañeros más leales y las muchachas que había proyectado como sus sucesoras.
El corazón se le hinchó de orgullo.
—Como ya han investigado, Dulce Casualidad es, por excelencia, una agencia de cupidos —comenzó ante la mirada atenta de las jóvenes—. Aunque nuestro servicio más popular es el emparejamiento romántico o amistoso, nuestra especialidad es ayudar a otros a cumplir sus sueños individuales y desarrollar su amor propio.
"Parecía demasiado para ser simples organizadores de picnics", pensó Eira mientras se dejaba caer en una silla libre. Estaba desorientada, su cerebro luchaba por unir las pistas de lo que estaba sucediendo.
Mía asentía con conocimiento.
—¿Cuáles son sus métodos? —preguntó esta última.
—Trabajamos a pedido de terceros. Casi siempre es un familiar preocupado quien contrata nuestros servicios. —La anciana tomó asiento ante la cabecera de la mesa y usó un control remoto para encender la pantalla de la pared—. Una vez localizados los dos objetivos, se realiza una investigación sutil, y se los encamina a cumplir sus sueños. Cuando han desarrollado independencia emocional, llega la etapa de emparejamiento. Se programan encuentros casuales para que puedan conocerse y entablar un lazo afectivo.
A medida que hablaba, la pantalla proyectaba un esquema con las fases de cada misión.
Uno: Investigación de los objetivos.
Dos: Maduración hasta verlos encaminados a sus sueños.
Tres: Presentación y flechazo.
Cuatro: Reencuentros casuales.
Cinco: Quiebre para ayudarlos a tomar valor.
Seis: Última cita decisiva.
Cada etapa incluía gráficos representativos, así como un tiempo estimado. Le sorprendió descubrir que el segundo paso podía durar meses, años.
—Suena un poco espeluznante —musitó Eira—, pero me encanta.
Pasada la sorpresa inicial, la emoción dio un aleteo en su pecho. Comenzaba a comprender a qué se refería su vecina cuando comentó que Dulce Casualidad organizaba eventos para unir personas.
"Esto es grande. Demasiado grande", pensó, casi temblando. Un universo de posibilidades se abría ante sus ojos.
Unió las manos bajo la mesa para ocultar su emoción. Debía parecer profesional. Serena.
Como su mejor amiga y sus ojos fríos. ¿Por qué lucía tan ensimismada? Reconocía esa mirada. Cuando una pieza del rompecabezas no encajaba, no lo dejaba pasar.
—¿Qué hay del consentimiento? —reflexionó Mía.
El silencio cayó sobre la oficina y todos los ojos se clavaron en ella.
—Tenemos el consentimiento de un familiar tan preocupado como para contratarnos —explicó Celestine con calma.
—Pero no de los verdaderos objetivos —replicó, implacable—. ¿Qué derecho tiene la tía metiche de inscribir a su sobrina en un programa de citas?
—Si, tras nuestra investigación, concluimos que el cliente no está interesado o preparado para una relación, nos limitamos a guiarlo hasta encontrar su amor propio. ¿Quién rechazaría ayuda para cumplir sus sueños?
—¿Y si el objetivo tiene otros proyectos en mente? —insistió—. ¿Algo que no le ha contado a nadie?
—Podemos descubrirlo. No nos tomamos las investigaciones a la ligera. Nuestros agentes se infiltran en la vida del objetivo.
—¿Qué pasaría si al final descubre todo y lo toma como una enorme intromisión? Son el centro de las misiones sin saberlo. —Respiró profundo. Aunque sus palabras eran duras, su tono se mantuvo moderado, abierto al debate—. Sentirían que nada de lo conseguido fue por sí mismos sino por manos ajenas. ¿Quién querría sentir que no tiene el control de sí mismo?
Eira se llevó un dedo a los labios. Comprendió que su socia tenía su dosis de razón. ¿A ella le molestaría si, lo que siempre achacó a su buena suerte, fuera en realidad una mano humana?
—Tiene un punto —musitó, temiendo ver decepción en los ojos de su vecina—. Antes Cupido no pedía permiso pero... estamos en una nueva era. Además, ¿por qué descartar la idea de que sean ellos mismos quienes busquen los servicios de Dulce Casualidad?
—No es lo mismo —explicó la anciana—. Si en la primera cita ya tienen intenciones románticas, la carga para ambos es inmensa. Muestran sus mejores rostros. Miden cada paso. No se toman el tiempo de conocer al otro, de entablar una verdadera amistad. —Negó con la cabeza—. Dulce Casualidad programa encuentros inesperados desde el inicio, por lo que no tienen oportunidad de ponerse sus máscaras. Van conociendo todos los rostros de su compañero de coincidencias. El amor que se forja es más sólido.
—Comprendo, pero... —Su voz temblaba un poco ante esta confrontación—. Creo que es importante conseguir, aunque sea de forma indirecta, la autorización de los protagonistas.
Al levantar la mirada, esperaba ver hastío y frustración en su querida vecina. Ya imaginaba su despedida, afirmando que había sido un error contactar a dos jóvenes tan problemáticas.
Lo que encontró, en cambio, fue una sonrisa de orgullo. Se sintió tan dulce como un abrazo de bienvenida.
—¿Qué alternativa proponen para solucionar ese inconveniente? —disparó ese examen sorpresa—. Siempre es refrescante oír los aportes de una mirada joven.
—¿Una encuesta anónima? —pronunció Mía, tomando asiento a un lado de la mesa—. Por redes sociales.
—Es plausible —consideró Celestine—. A las personas les gusta brindar su información personal a páginas desconocidas.
—Podríamos ocultarlo bajo un test rápido de: ¿Qué tipo de hamburguesa eres según tu plan de vida? —continuó su amiga. Levantó un dedo—. Pregunta uno: ¿Cuál es tu pan preferido? —Levantó otro dedo—. Pregunta dos: ¿Cuál es tu mayor sueño?
—Morir no cuenta —sugirió Eira a modo de aclaración.
—Tres —Mía continuó—: Si alguien te apadrinara en secreto, ¿estarías de acuerdo? Cuatro: ¿A qué edad te gustaría conocer a tu alma gemela? Cinco: ¿Acompañarías tu hamburguesa con papas o gaseosa light?
—Tiene potencial —agregó Rafael desde otro lado de la mesa.
—¿Los jóvenes caerían en un truco tan básico? —indagó Elay con el entrecejo fruncido.
—Una vez hice un test así, cuando estuvieron de moda —aportó Eira con las mejillas enrojecidas—. Soy una hamburguesa vegetariana.
Tres segundos de silencio incómodo pasaron.
—¡Tenemos nuestros expertos! —Ofelia dio un gran aplauso—. Hacerles llegar el Quizz no sería un problema.
"Podríamos ocultar el contrato de autorización en la sección de Acepto los términos y condiciones de cualquier aplicación. Todo el mundo las firma sin leer", estuvo a punto de sugerir Eira.
De repente, una luz se encendió en su cabeza. Se puso de pie de un salto y aplastó las manos en la mesa.
—Para los clientes menos escépticos, ¿podríamos crear un evento en la casa de té?
—Te escucho, tesoro —asintió la jefa.
—Podríamos organizar una Tarde de té con Cupido. Una vez al mes. —Sus ojos chispeaban—. Decorar con plantas y cuarzos siguiendo el Feng Shui. Poner inciensos y música relajante. Reemplazar las mesas por almohadones en el suelo.
—No demasiado esotérico —aportó Mía—. Todavía hay personas que todo lo relacionan a la brujería y magia negra.
—Solo crear un ambiente que permita meditar y servir infusiones medicinales para atraer el éxito profesional, el amor o la amistad. Cada cliente elegirá. Y en algún momento Dulce Casualidad ofrecerá sus servicios. Si en un año no cumplen sus objetivos laborales o románticos, se les devolverá su dinero.
—Suena como si vendiéramos humo —replicó su amiga.
—Sería más bien vender suerte. Al principio les parecerá un poco absurdo, pero espera a que se corra la voz de que los deseos pedidos durante las Tardes de té con Cupido en Dulce Casualidad sí se cumplen.
La oficina guardó silencio. Todos los ojos se detuvieron en Celestine, esperando el veredicto.
—Esta primera reunión ha sido una caja de sorpresas —comenzó con seriedad—. Para serles honesta, no me gustan los cambios tan drásticos en mi método de trabajo. Estoy vieja y la rutina es mi zona de confort... —Las muchachas contenían la respiración—. Pero planeo jubilarme y me alivia saber que mis sucesoras tienen iniciativa.
—¿Considerará nuestras sugerencias? —preguntó Mía, más que acostumbrada a que la gente mayor le restara importancia a sus propuestas.
—Necesitan pulir sus ideas, pero veo potencial. Ya tienen su primera misión. —Sus ojos, de un verde primaveral con vetas de café, se clavaron en ella—. Diseñen las encuestas. Deben ser varias opciones, atractivas para distintos tipos de personalidades. Tenemos programadores y hackers que se las harán llegar a los objetivos.
—¿Qué hay de mi sugerencia? —Eira sujetó su sombrero con ambas manos, a la altura de su barbilla. Sus ojos expectantes.
"Parece un gatito rogando mimos", pensó Celestine. Los labios de la anciana se curvaron con ironía. En el pasado ella también había intentado volar demasiado alto y tuvo ideas que lucían como si hubiera consumido alucinógenos. Algunas veces se estrelló estrepitosamente, pero otras... fueron un éxito rotundo.
"Al diablo. Tengo suficiente dinero para intentarlo", decidió.
—Armen el plan de ese evento. Podemos reservar un día al mes en Dulce Casualidad. En el piso superior, durante el horario que coordinen con Dennise, la gerente de la casa de té. El presupuesto es ilimitado. Siempre quise incluir días temáticos en mi casa de té. —Se puso de pie con dificultad. A su edad ya no resistía demasiado las negociaciones—. Es todo por hoy. Pueden contactarme cuando tengan una respuesta oficial a mi oferta.
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