Capítulo 22
"Es la fantasía de toda mujer. Creo que estoy enamorada", pensó Eira con un suspiro mientras estudiaba ese salón de paredes color cielo, con farolas vintage y ventanales inmensos.
Se encontraba sobre un sofá suave como una nube, ante una mesa a rebosar de minitartas. A su lado reposaba una capelina decorada con una rosa de abundantes pétalos y una mochila pequeña con margaritas tejidas. Hacían juego con su vestido de falda en capas como una flor.
Relajada, le dio un sorbo a su frappé y lamió la crema batida de la superficie. Casi cerró los ojos de placer. La dosis perfecta de azúcar, el café suave y un toque acaramelado. Los pasteles eran pequeñas obras de arte, muestras de lo que podía ofrecer la casa de té.
Como maestra pastelera, reconocía la calidad de los ingredientes y el talento del artista. El éxito de Dulce Casualidad no se debía a la suerte. Era trabajo duro y amor.
¿Por qué Celestine les estaba ofreciendo un pedazo de este paraíso?
Mía desconfiaba. Algo demasiado bueno debía tener sus cláusulas. Casi estaba esperando un ataque por la espalda. Escuchaba la oferta con ojos despiertos e intervenía para pedir aclaraciones.
Eira, por su parte, no cuestionaba a la fundadora de Dulce Casualidad. Le gustaba creer en las personas. Aunque después la traicionaran, al final del día todavía conservaba las experiencias bonitas compartidas.
Sus ojos muy abiertos e ilusionados atendían a su vecina y vieja amiga. Nadie imaginaría que la tarde anterior la dedicó a ahogarse en un vaso de agua, atravesando una crisis de temor al éxito.
Sus pupilas se desviaron al recordar. Mientras el sol terminaba de ocultarse, Mía había irrumpido en su casa con el objetivo de prepararla mentalmente para la reunión con Celestine.
Encontró a Eira acurrucada en su propia cama, sus ojos húmedos y cabello hecho un desastre. Escuchando música dramática sobre dos personas solteras adultas que en pleno siglo veintiuno y en un país libre no podían estar juntos.
—¿Por qué no estoy sorprendida? —suspiró Mía. Apagó el parlante y le arrancó el acolchado antes de que se asfixiara. Hacían al menos treinta grados afuera.
—¡No! —chilló la artista, aferrando un almohadón—. ¡Necesito música cortavenas para poder sentirme mejor!
—Levántate y ve a ducharte. —Fue hasta su armario y lo abrió de par en par. Se llevó un dedo a la barbilla—. Necesitarás algo en tonos pasteles, que combine con las paredes de la casa de té. Eso dará la impresión de que estás hecha para ella.
—Tengo mucho miedo, Miaw —lloriqueaba a su espalda, desde la cama—. Es demasiado bueno para ser real.
—¿No eras quien siempre decía que no cuestionáramos la buena suerte?
—Sí, pero esto es excesivo. ¡Es un salto inmenso! ¿Y si me equivoco y lo arruino todo? ¿Y si destruyo el imperio que Celestine construyó? Nunca podría mirarla a la cara de nuevo. —Temblando, se aferró la cabeza con ambas manos. Hablaba tan rápido que era un milagro que su lengua no se trabara—. Mis padres estarían decepcionados y se resignarían a vivir con una hija fracasada que ni siquiera tendrá dinero para mantener gatos...
—¡Deja de crear escenarios fatalistas! No vas a equivocarte. Eres una profesional.
—Solo tengo suerte.
—La tienes. Eres una rubia privilegiada con una suerte más grande que mi trasero. Pero también sabes trabajar duro. —Extendió los brazos—. Mira esta casa, ¿no fue un riesgo gigante?
La artista levantó la cabeza, sus pestañas húmedas.
—Lloré mucho en secreto antes de animarme a firmar los papeles —confesó.
—Pero lo hiciste. Sal de tu zona de confort otra vez.
—¡No quiero salir de mi zona de confort! Estoy cómoda y a salvo allí. —Enterró el rostro en la almohada—. ¡¿Por qué el éxito no puede venir a mí mientras me quedo acurrucada en la cama, sin tener que socializar ni tomar riesgos?!
—Porque la vida adulta no funciona así. Le das un puñetazo o ella te lo da a ti.
—Sabes que no sé pelear. ¡Lloro cuando alguien me grita! Lo más malo que he hecho fue robar un caramelo de una tienda cuando era pequeña. Volví llorando para disculparme a los diez minutos y descubrí que estaban en el mostrador porque eran muestras gratis.
—Llamen a la policía. —Mía puso los ojos en blanco—. Acaba de escapar el pollito más sanguinario de la historia. ¡Tiemblen ante el nuevo anticristo!
—No te burles —gimoteó—. Desearía no tener miedo, como tú...
—Nena, ¿quién dice que no tengo miedo? —Respiró profundo—. Estoy aterrada.
—Dile a tu cara porque aún no se ha enterado.
—Escucha. —Mía tomó asiento a un costado de la cama. Suavizó su voz—. Toda mi vida he tenido que romperme la espalda para conseguir cada logro. Sola. Ni siquiera tuve el privilegio de dudar porque mi hermano dependía de mí. Hasta que construyó su autoestima y se independizó, fui su ejemplo y apoyo emocional.
—Exequiel tiene suerte de tenerte...
—Él también me ayudó más de lo que cree, pero no se lo digas. —Su sonrisa fue sutil, irónica—. Me aterra despertar un día y descubrir que todo fue un sueño, y que sigo atrapada en esa maldita casa con dos adultos inmaduros que no dejan de insultarse. Quiero algo estable y seguro al menos en lo laboral.
—Tú mereces esto más que yo. Estás más cualificada y has ganado...
—Vamos a hacerlo juntas —interrumpió con serenidad—. Eres mi mejor amiga, mi socia y mi amuleto de buena suerte. Desde que te conocí, mi carga se alivió y empecé a disfrutar el camino a la cima. También te necesito.
—Miaw, eso es lo más sensible que...
—Así que levanta tu trasero y vamos a repasar lo que debemos decir durante la reunión de mañana.
Las voces la regresaron a Dulce Casualidad. Mía y Celestine continuaban hablando.
En su bolso, la artista traía impresas varias recetas propias. Tartas decoradas con flores comestibles, en su mayoría. Le había tomado días pasarlas a computadora bien bonitas. El diseño gráfico digital no era su fuerte.
Ahora buscaba una oportunidad para mostrarlas a su vecina. "¿Aceptará incluir al menos una en el menú de la casa de té? ¿Le estoy ofreciendo hielo a un esquimal?", se preguntó.
Celestine, sentada con elegancia del otro lado de la mesa, lucía ligeramente cansada. Su sonrisa tenía un rastro de melancolía mientras negociaba con Mía los términos y condiciones de la fusión entre Dulce Casualidad y Eventos Venus. Cada tanto le daba un sorbo a su taza de manzanilla con miel para aclarar su garganta.
—Disculpe si sueno desconfiada —comenzó Mía, entrelazando sus dedos sobre la mesa—, pero usted no ha llegado tan lejos tomando decisiones con los ojos cerrados.
—Efectivamente, señorita Luna. ¿Puedo llamarte Mía?
—Si así lo desea. —Encontró esos ojos astutos y brillantes—. Ambas sabemos que Dulce Casualidad no necesita más socios. Contactos, capital, empleados, estabilidad... lo tiene todo. ¿Qué podría necesitar de Eventos Venus?
La anciana ocultó su sonrisa tras la taza. Se tomó su tiempo antes de responder.
—He conocido personas brillantes a lo largo de mi vida. Diamantes en bruto que me he asegurado de acompañar hasta que desarrollen todo su potencial. —Su mirada la recorrió a ella y a Eira—. Reconozco un tesoro cuando lo tengo enfrente.
—¿Eso significa...?
—Como ves, mis huesos ya no son jóvenes. Ha llegado el momento de descansar. Pero antes de jubilarme necesito saber que mi amada casa de té estará en buenas manos. —Untó una tostada integral con queso crema y le dio una delicada mordida—. Llevo mucho tiempo esperando una sucesora. Mi instinto me dice que están destinadas a algo maravilloso.
—Me pregunto cómo reaccionarían si supieran que lleva una década apadrinándolas desde las sombras —suspiró Ofelia desde el subsuelo, a través del auricular oculto en la oreja de Celestine.
—Probablemente huirían despavoridas —replicó Rafael, un escalofrío en su voz—. Qué miedo que una mujer mayor me acose.
—¿Le envías fotos en pelotas a tus ligues de internet, pero te asusta la idea de que una millonaria use sus contactos para ayudarte?
Silencio incómodo. El hombre se aclaró la garganta.
—Creo que a Eira le gustó el mousse de naranja —cambió de tema rápidamente—. ¿Es el favorito de Valen?
—Oh, ¡es cierto! —Ofelia soltó una risita jocosa—. Apuesto a que Valentín intentará devorar ese postre directo de su cuerpo en cuanto la relación esté más candente.
—Agradece si consiguen conocerse antes de que el calentamiento global destruya toda plantación de naranjas —bufó el agente—. A este paso hay más posibilidades de que entres a un convento antes de que haya un encuentro.
—Una vez tuve un traje de monja, pero mi marido y yo no lo usábamos para rezar.
—¿Quieren dejar de blasfemar? —interrumpió Elay con sequedad—. Están interrumpiendo la concentración de Celestine. Voy a desactivar el audio hasta nuevo aviso, Ce.
La anciana bendijo a su estratega cuando se hizo el silencio en su oreja. La presencia de ese trío, en un primer momento, era pura precaución.
La reunión con sus futuras sucesoras debía ser perfecta. Sus agentes se asegurarían de que nadie les interrumpiera.
Y le recordarían si olvidaba alguna parte de su estrategia, aunque eso rara vez sucedía. A pesar de su avanzada edad, Celestine gozaba de una memoria casi fotográfica y un cerebro analítico experto en solucionar contratiempos.
Hasta el momento todo fluía como la seda, pero se sentía agotada anímicamente. Valentín había estado muy distante los últimos días. Él respondía todas las videollamadas, pero la sonrisa de su boca no llegaba a esos ojos soñadores.
Ella habría deseado acercarse. Golpear su puerta y pedirle un abrazo. O visitarlo en el subsuelo de Desaires Felinos, donde pasaba gran parte del día. Veneciano la dejaría ingresar, ese viejo zorro insistía en que algún día ambas agencias se fusionarían.
Pero tenía miedo. Su corazón no soportaría que su hijo le cerrara la puerta. Podía ser una genio con las palabras, experta en guiar a otros hacia el amor, pero le faltaba valor para enfrentarse al pasado.
"Soy una hipócrita", pensó bajo el peso de la culpa. Ella misma perseguía a su hija para hacerla enfrentarse al pasado. Pero, cuando era Valentín quien le pedía despertar a los fantasmas, comprendía en carne propia por qué Cinnia huía entre evasivas.
Sacudió esas nubes tormentosas. Era el momento de pasar a los negocios importantes.
—Como ya has investigado, Dulce Casualidad es más que una casa de té... —indicó la anciana, sirviéndose más infusión desde una tetera de hierro fundido.
—Me preguntaba cuánto tardaría en mencionarlo. —Mía enderezó la espalda y compuso una sonrisa afilada—. Encontré unos servicios muy curiosos cuando buscaba información sobre Dulce Casualidad. Al principio creí que el nombre era una coincidencia... Pero el logo era el mismo. La ubicación también.
—Eres rápida, Mía Morena Luna.
Eira miró de una a otra, desorientada. Ante la sutil patada de advertencia de su amiga, se obligó a disimular y fingir que entendía de lo que hablaban.
—¿La oferta de fusión también incluye el otro rostro de su negocio? —preguntó Mía.
Celestine soltó una risa muy cercana a un cacareo. Estaba disfrutando de este tira y afloja. Mía no la decepcionaba.
—¿Estarías dispuesta a aceptar una responsabilidad tan grande?
La joven lo pensó un momento.
—Necesito más detalles. Es irónico que su agencia aparezca en el buscador público de Villamores pero sus métodos sean un misterio.
—Síganme. —Se puso de pie. Notó que Eira miraba con añoranza las tartas que no había alcanzado a probar—. Pediré que les envuelvan para llevar lo que no pudieron terminar.
La muchacha sintió el calor subir a sus mejillas. "¡No es eso! Quería mostrarle mis recetas", no se atrevió a decir. "A riesgo de parecer un puerco, igual aceptaré estas sobras". Tomó su sombrero y bolso antes de seguirlas hasta el ascensor.
Mía aparentaba un profesionalismo impecable. Sus hombros derechos y la barbilla levantada. Lucía su mejor blusa de muselina y pantalones acampanados. Eira notó que abrazaba la carpeta del plan de negocios. Era un gesto sutil para ocultar su temblor.
—¿Por qué estás nerviosa? —susurró, asombrada.
—¿No leíste la información que te envié? —respondió al mismo volumen.
Las pupilas de la artista se desviaron a un lado. Subió el sombrero hasta ocultar su nariz y boca.
Mía le había enviado tres archivos digitales. El primero era el plan de negocios, reformulado en palabras que un humano normal podría entender. Los otros dos eran un recopilatorio de información sobre Dulce Casualidad.
La joven no entendió por qué su amiga vio la necesidad de dividir la casa de té en dos partes, pero apenas le dio un vistazo a la primera. De cierto modo, creyó que el archivo se le había duplicado por error.
Tenía intención de revisar el segundo, pero lo olvidó. ¡Normalmente la parte técnica quedaba a cargo de Mía!
El ascensor se abrió y las tres ingresaron. Celestine presionó su palma en un lector. Las jóvenes contuvieron la respiración al ver las puertas cerrarse. Comenzaron a descender... hasta el subsuelo.
"¿El estacionamiento o depósito? Es bien sabido que las casas antiguas de Villamores tienen sótano", pensó Eira para distraerse.
Cerró los ojos. Trató de visualizar un campo de girasoles. Al aire libre. Cielo despejado. Mucho espacio. Clima cálido.
"Tengo frío. ¿Por qué el aire acondicionado en estos aparatos está tan fuerte?", se preguntó, inquieta. "Solo son dos pisos. Está tardando demasiado"
Su tolerancia a los ascensores era de un minuto. Respiró profundo. Ya podía oír los latidos de su corazón en sus oídos. "Tranquila. Miaw está contigo. Celestine es confiable. No estás sola. Solo será un instante", se repitió mientras aguardaba su destino.
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