Capítulo 18
—Entonces, ¿sigues buscando un socio comercial?
Eira miró a su curiosa vecina por encima de su taza. Asintió.
Después de pasar días lamiendo sus heridas por la asociación fallida con Bodas Bárbaras, esa mañana había amanecido más optimista. Lo suficiente para visitar a su vecina y pedirle consejos comerciales.
Después de todo, Celestine era un genio para los negocios. Había sido su ejemplo a seguir durante su adolescencia.
—¿Qué buscan exactamente? Tal vez conozco a la persona perfecta para tu agencia.
—Alguien leal con quien podamos crecer, que tenga algo que aportar a Eventos Venus. Necesitamos capital económico —agregó, bajando la vista con vergüenza—. Queremos poner una oficina, contratar personal fijo y comprar equipamiento para banquetes.
—¿Por qué elegiste el camino de la organización de eventos, tesoro?
—No lo sé. —Le dio un sorbo a su té—. Supongo que la vida me fue llevando a ese lugar.
—¿Puedes verte haciendo eso mismo toda tu vida?
—Eventos Venus nunca permanecerá igual. Nos iremos adaptando según las necesidades del mercado. Irá creciendo.
—Pero... ¿Te hace feliz? ¿Qué le da sentido a tu profesión?
Eira se detuvo a pensar en ese interrogante. ¿Qué era lo que más amaba de su trabajo?
Disfrutaba de ver sonreír a sus clientes. Una cena, un cumpleaños, un babyshower... eran reencuentros. Cada evento que organizaba junto a Mía quedaba en la memoria de los asistentes y les daba la oportunidad de volver a conectar con aquellos seres queridos que se habían distanciado. O de conocer nuevos rostros que pasarían a formar parte de sus vidas.
—Sí. Me gusta unir personas y darles aunque sea un momento fugaz de felicidad —respondió finalmente, sus mejillas cálidas.
Los ojos de Celestine resplandecieron ante una respuesta que ya conocía. Era la misma que le había dado diez años atrás, cuando estaba en su penúltimo año de colegio. Fue durante esas épocas cuando la muchacha decidió que entraría a una academia de pasteleros para fundar una agencia de cátering.
Al oírla, Celestine se vio reflejada en esos ojos dulces. Más de medio siglo atrás, ella también había sido una adolescente llena de sueños y fantasías.
Había deseado ser la dueña de su propio imperio. En un mundo que tenía las puertas cerradas para las mujeres soñadoras. En una familia conservadora que la alimentó con ideas de casarse y dedicarse al hogar.
Esa joven Celestine aceptó su destino con optimismo. Se enamoró y creyó que formar una familia sería suficiente para sentirse plena.
Hasta que su marido, único sostén de la familia, la dejó sola con un recién nacido y una adolescente rota.
Eira nació con una buena estrella. Una familia amorosa en un mundo que, si bien no tenía las puertas completamente abiertas para el género femenino, al menos le daba la oportunidad de luchar.
—¿Qué opinas de Dulce Casualidad? —insistió la anciana con suavidad mientras levantaba una delicada tetera de cristal y llenaba su propia taza—. También nos especializamos en organizar... eventos que unen corazones.
—Su casa de té es un sueño.
—¿Te gustaría formar parte de ese sueño?
Silencio. La taza de Eira se detuvo a centímetros de sus labios. Encontró esos ojos avellana llenos de color y sabiduría.
—¿Se refiere a... trabajar para usted?
—No. Trabajar conmigo. —Hizo a un lado su juego de té. Descansó ambas manos sobre su regazo—. ¿Qué dirías si te ofreciera una fusión entre Eventos Venus y Dulce Casualidad?
Los ojos de Eira se abrieron enormemente. La mezcla de emociones que la atravesó iban desde el pánico ciego hasta la esperanza salvaje.
Pensó en pellizcarse para comprobar si estaba soñando. Quizá era una broma de esta vieja amiga de la familia. Sí, eso debía ser... pero Celestine no sonreía. Su seriedad era letal.
—Esto es inesperado.
—Estoy segura de que lo lograrías por tu cuenta en unos... diez o veinte años. Mi oferta solo te ahorraría tiempo y adversidades.
—¿Por qué? —musitó, casi temblorosa.
—Te conozco como si fueras mi propia familia. Sé cuánto te has esforzado desde la fundación de Eventos Venus. Has crecido hasta convertirte en una verdadera profesional, sin perder tu amor al arte y a la vida.
—Yo solo... —Abrió la boca para replicar pero la anciana fue más rápida.
—Mi oferta no es caridad, Eira. Llevo años buscando quien ocupe mi lugar cuando me jubile. Dulce Casualidad es mi tesoro más valioso, después de mis hijos. Solo podría confiarlo a alguien con un corazón inmenso que siempre conserve su fe en el amor y una inteligencia afilada hábil en esta batalla llamada vida.
—Creo que me falta el segundo requisito —intervino, con una risita nerviosa.
—Eventos Venus no es propiedad de una sola persona. —La sonrisa de Celestine era imperceptible.
—¿Mía? —La ilusión que brillaba en sus pupilas la delataba—. ¿La conoce... tanto?
—Nuestros caminos se han cruzado un par de veces a través de los años. Aunque dudo que ella me recuerde, yo no olvido a una muchacha con tanto potencial.
—Siempre creí que le dejaría la casa de té a sus hijos.
—Como mis herederos legales, seguirán siendo dueños de una parte, pero no desean involucrarse. Cinnia tiene su propia vocación, sus intereses no coinciden con Dulce Casualidad. En cuanto a mi hijo —Soltó un largo y divertido suspiro—, es un artista errante. Hace años acepté que su destino era algo menos estructurado.
Eira sujetó la taza con ambas manos. Temblaban. Su corazón latía como si la hubieran lanzado de un helicóptero sin paracaídas.
Estaba ante una oportunidad única. Sabía que Celestine no pretendía estafarla. Confiaba ciegamente en su abuela postiza.
—Necesito discutirlo con mi socia.
—Me parece una respuesta perfecta. Vengan a Dulce Casualidad el próximo miércoles a las cinco para una reunión de negocios oficial.
—Allí estaremos.
—Perfecto. Ahora que concluimos con los negocios... —Se puso de pie y levantó la panera vacía—. ¿Traigo más galletitas, tesoro?
Eira solo pudo asentir, sus mejillas rojas destacando sobre su piel pálida.
Cuando estuvo sola, saltó de su asiento. Dejó escapar un chillido de emoción y buscó su teléfono en el bolso que había apoyado sobre el columpio. Abrió el chat con Mía y seleccionó el micrófono para grabar un audio.
—Tengo algo que contarte —susurró, frenética.
Su socia estaba en línea. La respuesta tardó diez segundos.
—Suenas sin aliento. ¿Es un chisme jugoso? Voy a tu casa apenas tenga un respiro.
Justo en ese instante, escuchó un ruido de motores. Acompañados por una nube de tierra, una caravana se acercaba a gran velocidad. Estacionaron frente a su nueva casa, rodeando la entrada como si estuvieran sitiándola.
—Oh, no... —El teléfono se deslizó de sus manos. Alcanzó a atraparlo antes de que cayera al suelo—. ¿Hoy es sábado?
Celestine regresó justo a tiempo para ver el desfile de rostros en la casa vecina.
—¿Ese es el auto de Lola?
Eira cerró los ojos y se golpeó la frente con la palma. Tiempo atrás, su padre le había preguntado cuándo podrían visitarla para festejar su mudanza. Ella le respondió a modo de broma que esperara al primer sábado después de instalarse.
A veces olvidaba que su padre solía interpretar todo de forma literal, según su conveniencia.
—Vienen a conocer mi casa. —Entornó los ojos para ver mejor—. Bloquearon la entrada para impedirme escapar con mi furgoneta.
—Puedes esconderte aquí y fingir que no los viste, si quieres —ofreció Celestine con una sonrisa gentil.
Eira hizo un mohín pensativo. Estaba tentada a aceptar. Su conciencia fue más fuerte.
—Me sentiría culpable. Seguro les costó organizarse. —Recogió su sombrero y lentes de sol que reposaban sobre el columpio doble y se los puso—. Gracias por el té. Me encanta desayunar con usted.
—Gracias a ti por compartir tu tiempo conmigo, tesoro. —Tomó las manos de la joven con cariño sincero—. ¿Te molesta si paso a saludar a Lola y Hernán más tarde?
—¡Puede venir a almorzar, incluso! Estoy segura de que trajeron suficientes parrillas y carne como para traumatizar a esta vegetariana. —Abrió los ojos con ilusión al reconocer a una joven de cabello oscuro bajar de un auto deportivo—. ¡Esa es mi prima! Prepara unos vegetales asados exquisitos.
—Quizá acepte la oferta. Diviértete.
Dando saltitos, Eira bajó los escasos peldaños que separaban la galería del jardín. Atravesó el terreno y cruzó la calle de tierra casi corriendo.
—¡Eira! —Su prima materna fue la primera en verla. Levantó un brazo en señal de saludo.
—¡Eliza! —chilló la artista, atrapándola en un abrazo.
Se le cayó el sombrero, pero no le importó. Cerró los ojos, aspirando ese perfume a miel. Sentía el corazón de su compañera de infancia latir contra el suyo.
Sus caminos se separaron cuando la familia de su prima se mudó a la capital durante su adolescencia, pero se aseguraban de reunirse cada tanto.
La última vez que la vio fue en su boda, medio año atrás. Había sido una ceremonia preciosa con el hombre que fue su pareja durante diez años. A nadie le sorprendió que diera ese gran paso. Como heredera de una familia chapada a la antigua, Eli era una persona sumamente confiable y predecible.
Anunció su divorcio un mes más tarde.
—¡Te ves fantástica! —exclamó Eira cuando se apartaron.
La mujer poseía un cabello oscuro lacio recogido con un broche en forma de abeja, y unas gafas de sol protegiendo sus ojos gentiles. Su cuerpo atlético lucía unos jeans con desgarros en las rodillas y una camiseta ajustada. Nadie creería que ya había superado los treinta.
—¡Tú también estás preciosa, Eiri! Definitivamente este lugar te sienta bien. —Levantó la mirada hacia la cadena de cerros que se asomaban en la distancia, alfombrados por densa vegetación—. ¡La vista es increíble!
—Sabía que te gustaría. —Se cubrió la boca para contener un sollozo, conmovida—. Todos decían que me volvería loca de soledad y aburrimiento. Pero es imposible. ¡Solo mirar por la ventana ya es una aventura!
Ignoró las miradas burlonas de sus primos adolescentes al oír sobre su descontrolado sentido de la aventura.
—¿Vamos a hacer trekking más tarde? —sugirió Eliza, resplandeciendo—. Me uní a un grupo de montañistas que encontré por internet. Se reúnen todos los fines de semana para conocer cerros. Villamores debe tener muchísimos tesoros ocultos.
—¿Vas a cargarme a tu espalda si colapso al subir el primer tramo?
—Seguro. He llevado mochilas más pesadas.
—Dicen que si ella florece después del divorcio, más que pareja tenía una plaga —comentó una voz seca a su espalda.
Eira se dio vuelta. Reconoció esa expresión aburrida. No la miraba. Los dedos se movían sobre el celular a toda velocidad.
—¡Dale pausa a ese juego y saluda a tu tía! —Su primo paterno reprendió a su hijo mayor.
—Papá, ¡ya te dije que no puedo pausar un juego online!
—¡Tía Eira! —Dos pequeños se lanzaron a abrazar sus piernas.
La muchacha soltó una risita y les acarició el cabello. Levantó la vista al ver Hernán Dulce bajando las parrillas de la camioneta.
—Papá, ¿trajiste a todo el clan?
—¿Por qué solo me miras a mí, bebé? Tu madre también contactó a las ramas de su árbol.
—Todos tenían curiosidad por el nuevo hogar de mi princesa. Aunque los más jóvenes pusieron el grito en el cielo cuando les dijimos que aún no tenías internet.
Su madre apareció por un lado de su propio vehículo. Le dio un beso en la mejilla y extendió la mano. Con un suspiro, la muchacha le entregó las llaves de su casa para que pudieran cargar la comida y cajas de regalos.
—¡Lo que nos lleva a nuestro regalo de mudanza! —Su tía Rebeca la sobresaltó al salir de la nada y poner una mano llena de anillos y brazaletes en su hombro—. Felicitaciones por tu independencia, Eira.
Dejó una cajita en sus manos. Luego desprendió a los pequeños adheridos a sus piernas.
—Ay, tía... no debías molestarte. Te lo agradezco.
Eira reconocía que su familia estaba en una buena posición económica. Sus tíos crecieron en una época donde comprar abundantes terrenos y construir alquileres era una oportunidad frecuente. Por eso no escatimaban en regalos cuando asistían a algún cumpleaños o aniversario.
La muchacha quitó la cinta del paquete con curiosidad. Había un cuadrado de papel con un código QR impreso.
—¿Es un cupón? —preguntó, con una sonrisa confundida.
—Lola me dijo que necesitabas internet. —Dio un sonoro beso a la mejilla de la joven, dejando un rastro de su labial borgoña—. Ahí tienes la instalación pagada. Tienes suerte, tu vecina hizo que instalaran una antena hace media década, así que el servicio estaba disponible sin drama para esta zona.
Los ojos de Eira se humedecieron. Sus números habían quedado tan rojos que esos servicios eran lujos que había pospuesto por unos meses o años. Aunque lo necesitara para el trabajo y se estuviera gastando una fortuna en datos móviles.
—Me encanta —consiguió decir con un hilo de voz.
Sin darle tiempo a una bienvenida, su familia lo invadió todo.
Dos horas después el aroma ahumado de la comida sobre la parrilla flotaba por los rincones. Las risas se entrelazaban a la música de un parlante gigante que alguien había traído y los más pequeños correteaban por su casa.
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