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Capítulo 16


Desde la distancia, las muchachas observaron al vehículo abrir sus puertas traseras, revelando packs de bebidas variadas, desde gaseosas económicas hasta vinos lujosos.

Mientras el conductor intercambiaba palabras con un hombre de traje, cuatro meseros aguardaban de pie con los brazos cruzados a la espalda.

Ellas se acercaron por detrás y les tocaron los hombros a dos de ellos. Luego, les hicieron señas para que las siguieran.

Los muchachos dudaron pero debieron deducir que no habría peligro con dos damiselas indefensas.

—Vamos directo al grano —expuso Mía cuando estuvieron ocultos por la furgoneta de Eira—. Necesitamos alquilar la ropa que llevan puesta.

—Pero no trajimos otras... —comenzó uno, preocupado.

—¿Cuánto? —interrumpió el otro, su sonrisa astuta.

—Solo serán dos horas. —Mía sacó un billete y lo sujetó entre sus dedos índice y cordial—. No trates de negociar conmigo. Tómalo o déjalo.

—Trato. —Le arrebató el dinero al instante—. Pero en serio no tenemos un juego de ropa extra. Y prefiero ahorrarnos el arresto por exhibicionismo.

—Yo tengo dos vestidos en la furgoneta. —Eira se asomó por detrás de su socia, sonriendo con timidez.

Los hombres intercambiaron una mirada. Silenciosos. Bajaron la vista al billete. Se encogieron de hombros.

—Qué más da si igual nos vamos a morir —respondieron al unísono.

Usando la caja de la furgoneta como vestidor, les tomó cinco minutos cambiarse.

Eira ajustó el cinturón de sus pantalones de vestir. La camisa gris con el logo del restaurante le quedaba bien, ya que el hombre más joven era casi de su talla.

Mía bajó la vista a su generoso busto. Los botones de la camisa, un talle más pequeña, apenas lo contenían. Trató de aflojar los primeros pero su apariencia profesional se iba al diablo.

—Odio este tipo de camisa —gruñó, frustrada.

—Mira el lado positivo, conseguirás excelentes propinas —comentó Eira mientras recogía su largo cabello en una trenza— y una que otra oferta halagadora.

—No ayudas.

—Los pantalones de vestir también son incómodos. —Hizo una torsión para mirar su propio trasero—. Me hacen parecer más plana de lo que soy.

Por su parte, los dos hombres admiraban sus cuerpos en el espejo retrovisor derecho. Poco les faltaba para lanzarse besos.

—¿Crees que esta ropa me hace ver el trasero muy grande? —preguntó el menor, quien había elegido el vestido de noche con flores púrpuras.

—Gigante —respondió su amigo, estirando la falda de su propio vestido casual con estampado de frutas—. La falda es muy cómoda y fresca.

—¿Verdad que sí?

—Mi novia siempre quiso un vestido de fresas, pero no los ha visto en Villamores. —Miró a Eira—. ¿Dónde lo compraste?

—Lo pedí online —explicó ella mientras ajustaba su propia corbata—. Te paso el link cuando nos reunamos para devolverles el uniforme.

—Estaremos matando el tiempo en el bar Perdí una apuesta. —Señaló con su pulgar hacia el sur—. Está a dos calles, cruzando el bulevar.

Tras intercambiar toda la información de contacto, las jóvenes regresaron a la zona de descarga y se infiltraron entre los otros meseros.

Se disculparon por llegar tarde, improvisando una excusa que a nadie le interesó.

Algunos le dirigieron miradas extrañas, pero no hicieron preguntas cuando las vieron levantar los six packs sin problemas.

El aire acondicionado y el perfume importado inundaron sus sentidos al poner un pie dentro del restaurante. Con los paquetes al hombro, ambas siguieron a los empleados a través de los pasillos. Cuando llegaron al depósito, dejaron las gaseosas y se alejaron del grupo disimuladamente.

—¿Te dijo en qué mesa estaría? —susurró Eira mientras caminaban a gran velocidad a través de la sección para empleados.

Había mucha actividad a esa hora. Meseros, cocineros y personal de limpieza corrían de un lado a otro. Era el caos tras bambalinas que los clientes nunca presenciaban.

—No. —Sacó su teléfono del bolsillo y le dio una rápida ojeada—. Tampoco ha respondido mi mensaje.

Finalmente, llegaron a las puertas dobles que las llevarían a las mesas. Sonrieron al saber que realmente habían conseguido su objetivo. La cita de negocios se llevaría a cabo.

Cuando estaban a punto de dar un paso, una voz gruesa las sobresaltó.

—¡¿Qué diablos creen que están haciendo?!

Quedaron heladas. Se volvieron despacio, como dos condenadas esperando ser sacadas a patadas.

De pie en medio del pasillo, descubrieron a un hombre con uniforme blanco y gorro de chef. Medía apenas un metro y medio. Tenía una bandeja repleta en cada mano, su ceño fruncido.

—Puedo explicarlo. Nosotras... —comenzó Mía.

—No quiero excusas. No nos sobra el personal —interrumpió, depositando con brusquedad una bandeja en los brazos de cada una—. Dense prisa y lleven esto a la mesa diez y once. ¡Ahora!

—¡Sí, señor!

Conteniendo suspiros de alivio al saber que no habían sido reconocidas, las jóvenes se adentraron a la zona de los comensales.

"Todo estará bien. Pasaremos desapercibidas. En este país, nadie gana suficiente dinero como para vigilar que cada empleado haga bien su trabajo", pensó Eira.

Mentiría si dijera que no estaba aterrada. Sin embargo, mantenía la espalda erguida y un caminar suave. La bandeja en una mano no tambaleaba en absoluto. Sabía cómo sonreír, no sin cierta timidez, a los clientes y acomodar cada cubierto al llegar a la mesa.

En los inicios de Eventos Venus, no tenían presupuesto para contratar a otros empleados, así que todo dependía de ellas. Desde la organización y la cocina hasta servir cada plato y realizar la limpieza.

Mientras recogían los cubiertos usados de las mesas vecinas, escaneaban el restaurante en busca de Bárbara. El tiempo se agotaba, ya debía haber llegado.

Los ojos de la artista captaron algo en un rincón del local. Una joven de labios gruesos y manicura perfecta sostenía un teléfono contra su oreja. Su blusa de diseñador hacía juego con el bolso lujoso que colgaba de su silla.

—¿Mesa veintiséis? —susurró Eira al pasar junto a Mía.

Esta última la observó por el rabillo del ojo, mientras acomodaba media docena de copas sucias en su bandeja.

—¡Es ella!

Llevaron sus bandejas llenas para lavar a las cocinas. Mía aprovechó de sacar la carpeta que habían ocultado en su espalda, bajo la ropa. Entonces regresaron, dirigiéndose en línea recta a la mesa de su potencial socia.

Cuando las vio llegar, la mujer hizo silencio un momento y las miró, parpadeando.

—Voy a querer otro Chardonnay —les dijo antes de apartar la vista con naturalidad, como si cerrara la puerta en los rostros de quienes venían a predicar la palabra de Dios.

—Buenos días. Somos Mía Luna y Eira Dulce —comenzó Mía con una autoridad que ningún traje de mesera disminuiría—. ¿Eres Bárbara?

La mujer compuso una inmensa sonrisa. Bajó el teléfono un momento.

—Sí, lo soy. Aguarda un momento, Mora.

—Mía.

Bárbara levantó una mano con su dedo índice en alto. Entonces continuó su llamada telefónica.

—No me estás entendiendo, Betty. Se casaron y al poco tiempo se vino a vivir la suegra, o sea, la madre de ella. ¿Puedes creerlo? ¿Acaso no podían pagarle un buen asilo? —Soltó una risita aturdidora. Enrollaba un mechón de cabello en su dedo. Su voz aguda podría resultar irritante tras oírla más de cinco minutos—. Se divorciaron al año, pero siguieron viviendo juntos... No sé, ¿porque son pobres? —Soltó otra risita exasperante—. Escucha esto: La suegra siempre lo defendía más a él que a su propia hija. Todos pensamos que lo quería como a un hijo...

—Disculpa, somos de Eventos Venus... —Mía trató de llamar su atención, pero Bárbara volvió a detenerla con una mano levantada.

—Todo se volvió turbio cuando los descubrieron en la cama. ¡Sí, al exyerno y la suegra tóxica! —continuó al teléfono, su voz agudizándose por la sorpresa ante su propia historia—. Imagina los gritos... Te juro que lo vi con mis propios ojos. Tenían la ventana abierta. Fue tan... vulgar.

—Me está costando seguir el hilo del chisme —susurró Eira a su socia, las dos sentadas a la mesa— pero suena interesante.

—Sí, sí, estaban divorciados pero a otro con ese cuento. Ya había algo entre suegra y yerno antes de eso... —insistió Bárbara, mirando a su derecha mientras escuchaba a su interlocutora—. No, eso es todo lo que sé...

Mía y Eira se relajaron. Al fin terminaría su viboreo y podrían empezar los negocios. Entonces, las siguientes palabras de Bárbara las hicieron levantar la vista al techo, rogando paciencia.

—¡Betty! ¿Te conté que mi vecina religiosa engaña a su esposo con un empresario europeo? —chilló, emocionada al celular.

Mía saltó de su silla y aplastó las palmas contra la mesa. Los comensales alrededor se sobresaltaron y clavaron sus ojos en ella, pero los ignoró. Esperó a que Bárbara levantara la vista.

—Señorita Novas —pronunció muy lento, su voz destilando hielo—, ¿podemos hablar de negocios o no está interesada?

—Betty, voy a tener que dejarte... —se lamentó al teléfono, una mueca en sus labios gruesos—. Sí, sí, después te cuento qué pasó cuando la modista tuvo que ir a cobrarle el vestido a la novia en plena boda. Qué desubicada... Abrazo.

Finalmente, dejó el celular sobre la mesa y le dedicó toda su atención.

—Oh, señorita Dubai y Dócil. Es un placer...

—Luna y Dulce —corrigió Mía con cortesía, abriendo la carpeta con su plan de negocios.

—¡Me encantó tu oferta de intercambiar consejos! —continuó con una sonrisa animada—. La verdad es que no entiendo qué hago mal, si me presento a los clientes con mi cara bonita y les describo la boda de mis sueños.

—¿No es más importante la boda de los sueños de los clientes? —sugirió Eira por lo bajo.

—Ay, pero es que todos tienen ideas horribles. —Sopló su propio flequillo—. Una novia quería todo con temática apocalíptica, ¿puedes creerlo? Ni que fuera Halloween. Y un día vino un novio fanático de los deportes... ¿Qué te puedo decir? Miraba con más amor la foto de su futbolista favorito que a su prometida...

—Este es el plan de negocios que te envié —insistió Mía, extendiendo la carpeta—. Hice un resumen de las fortalezas de nuestra agencia, las estadísticas de los eventos más solicitados en cada temporada, las empresas con las que tenemos un convenio... —Su voz se apagó al verla soltar un bostezo—. ¿Tuviste oportunidad de leerlo?

—¡Me encanta que seas tan organizada, Morita! Serás una excelente asistente para Bodas Bárbaras.

Mía quedó estática. Eira contuvo la respiración.

—¿Asistente? —repitió con suavidad, su sonrisa vacía.

—¡Sí! ¡Eres perfecta como mi asistente exclusiva! Claro que primero necesitaríamos un periodo de prueba de seis meses...

—No buscamos ser empleadas. Ya somos líderes de nuestra propia agencia.

—Ay, ¿esperas que crea eso? —Las recorrió de arriba abajo. Hizo una mueca burlona ante sus uniformes de meseras—. Si eres mi asistente, ya no tendrás que trabajar sirviendo platos en lugares como este.

—No trabajamos aquí. Este uniforme... es una larga historia. Tenemos experiencia dirigiendo eventos desde cero.

—Tú podrías dar el perfil de líder. Si te esfuerzas como mi asistente, en unos años podría ascenderte a gerente. Pero... —Dirigió su atención a Eira— ella no. Mírala, ni siquiera habla. ¿Acaso es la amiga desempleada que contrataste por lástima?

Las jóvenes se tensaron ante ese puñal.

—Eira se especializa en la parte artística de los eventos. El lado humano es igual de importante que la organización técnica.

—¿Ves? Ni siquiera puede defenderse por sí misma. —Bárbara negó con la cabeza, decepcionada—. Las princesas dóciles terminan siendo aplastadas en este negocio. Te falta carácter, Erica.

La temperatura pareció descender varios grados en esa mesa. El color abandonó el rostro de Eira ante el origen del bullying que había recibido toda su infancia y adolescencia.

"Tu personalidad es tan pálida como tu piel. Te falta maldad, Eira", hizo eco en su cabeza. Como si fuera un pecado ser amable en un mundo hostil. Como si la única forma de abrirse paso en la vida fuera empujando y escupiendo sobre otros.

—¿Qué mier...?

—Mía. —La artista le sujetó el brazo para detenerla. Su sonrisa había desaparecido—. Mi nombre es Eira, no Erica —corrigió. Aunque su voz temblaba, se esforzó en mirar a Bárbara directo a los ojos—. Creí que esta sería una reunión de negocios, pero veo que solo es una pérdida de tiempo. —Se levantó muy lento, preguntándose si las demás podrían oír los latidos de su agitado corazón—. ¿Dijo que le interesaba recibir consejos? —Se inclinó hacia la mesa y habló en un susurro—. Aquí va uno: cierre la boca y aprenda a escuchar. El mundo gira alrededor del sol, no de usted. Le deseo una bonita tarde.

Con una sonrisa de labios unidos, se marchó del restaurante. Mía la siguió en silencio.

Pasaron por al lado de un sorprendido recepcionista. Al menos no necesitaban reserva para escapar.

Una vez en la calle, Eira soltó el aire en un jadeo tembloroso. Aleteó nerviosa con los brazos.

—¡¿Qué hice?! —chilló, cubriendo su rostro—. Arruiné todo, ¡no sé qué me pasó! Lo siento mucho, Miaw...

—Eso fue increíble, nena. —Mía le dio una palmadita en la espalda. Siempre tan afectuosa. Si hubiera tenido una rama cerca habría podido acariciarla con ella—. Mi polluelo sanguinario está creciendo —agregó con orgullo, sus ojos cálidos.

—Habría sido divertido tenerla como socia —murmuró, resignada—. Tenía buenos chismes.

Mía chasqueó la lengua, negando con la cabeza.

—Si estás de humor para viborear, podemos llamar a Aitana. No me vendría mal embriagarme para ahogar penas...

Nada más verlas desaparecer, Bárbara soltó un largo suspiro. Su rostro sorprendido recuperó su serenidad. Enderezó la espalda.

—El gatito rubio tiene uñas, me agrada. Es una pena renunciar a dos socias con tanto potencial —se lamentó. Entonces, sus pupilas se clavaron en el centro de mesa—. Todo pasa por algo, supongo que están destinadas a un proyecto mucho más satisfactorio. ¿Aprobé mi primera intervención, jefa?

La minicámara panorámica instalada en el pequeño jarrón soltó un destello. Del otro lado de la pantalla, desde las oficinas de Dulce Casualidad, la respuesta de Celestine fue una sonrisa enigmática.

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