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Capítulo 12


El mismo aroma a pintura flotaba en la nueva casa de Eira. Los marcos de las ventanas, recién lijados y limpiados a fondo, ahora brillaban en color crema.

Le había tomado toda la mañana abarcar las ventanas de la planta baja. Ahora subía al piso superior.

Sus auriculares estaban al máximo. Ella tarareaba una nueva canción sobre dos almas gemelas despistadas y un cupido estresado tratando de unirlas. A la preciosa voz soprano de la cantante la acompañaban el violín y la flauta.

La banda se llamaba Indirectas, y la había descubierto días atrás por pura casualidad. Desde entonces pasaba horas reproduciendo sus canciones mientras restauraba su casa. Durante su escaso tiempo libre, claro.

Había sido una semana ajetreada para Eventos Venus, reflexionó.

La noche anterior se llevaron a cabo dos eventos simultáneos. Una cena de negocios para considerar una inversión internacional y una fiesta de pizza en un parque acuático.

Como aún no inventaban la tecnología para clonarse, ambas jóvenes tuvieron que separarse.

Decidieron que Mía, mucho más hábil para eventos formales, se haría cargo de la cena. Sería en una exclusiva hacienda en las afueras de Villamores.

El segundo, siendo el aniversario de un club deportivo, fue asignado a una asustada Eira.

Se dejaron suficientes indicaciones mutuas para compensar sus debilidades.

Eira preparó una lista con los platillos ideales para cada invitado, luego de investigar si había algún alérgico, diabético o vegetariano. Incluso dibujó el interior de la hacienda, con flechas donde su socia debería colocar la decoración. También le entregó un pendrive con sinfonías que aligerarían el ambiente.

Por su parte, Mía la ayudó a organizar su lista de tareas. También le explicó cómo arrastrar al DJ si continuaba sufriendo mal de amores, y dónde localizar meseros y lavaplatos disponibles a último momento.

Al mediodía, ambas partieron rumbo a su dramático destino.

Eira mentiría si negaba estar aterrada. La independencia era espeluznante. Pero el tiempo no perdonaba a quienes lo desperdiciaban.

El día anterior había comprado los ingredientes y los mantuvo en su heladera hasta el traslado. Comprobó también el número de bancos y cubiertos alquilados.

César, su joven y nuevo chef, se aseguró de preparar la masa durante la mañana. Los hornos del parque contaban con leña y bandejas suficientes.

Todo estaba saliendo perfecto. Cuando llegó el momento de estirar la masa... el chef se dio cuenta de que había olvidado el palo de amasar. No había tiempo de ir a buscarlo a su casa. Ni una sola tienda cercana.

Así fue como Eira terminó pidiendo una botella de cerveza vacía a unos veraneantes que cenaban en la parcela vecina.

La mejor parte fue que resolvieron el percance a espaldas de Mía, quien le habría saltado a la yugular a un asustado César si se hubiera enterado.

Eran problemas pequeños y casi insignificantes, pero la llenaba de orgullo saber que podía solucionarlos sin correr a pedir auxilio a su socia. Había crecido como persona y como profesional desde la fundación de Eventos Venus. A sus veintiséis años, se estaba convirtiendo en una verdadera líder.

Hizo una pausa en lo que pintaba la ventana de su futuro dormitorio y dejó escapar un suspiro.

Sus ojos ambarinos se perdieron en las ramas que obstaculizaban su vista a las montañas. Extendió una mano y arrancó con cuidado una hoja.

Necesitaba podarlo un poco. El árbol de mora tenía brazos lo suficientemente largos como para noquearla nada más abrir la ventana en una tarde ventosa.

—Hablando de noquear —murmuró para sí misma—, espero que ese vagabundo haya encontrado un buen hogar.

Aunque había pasado casi una semana, todavía recordaba esos ojos del mismo tono que la hoja en sus manos, con destellos dorados en los bordes. Demasiado cálidos y soñadores para ser alguien que vivía en las calles.

Su encuentro había causado un pequeño cortocircuito en su corazón. Esa mirada y los latidos bajo sus manos la hicieron sentir en casa.

Fue una sacudida similar a la que experimentó cuando encontró a su mejor amiga Mía. La certeza de que se habían conocido en otra vida y era momento de forjar nuevamente ese lazo.

O quizá todo fue una ilusión producto del golpe en su cabeza. Definitivamente su frente chocó con fuerza contra el pecho del vagabundo.

Distraída, presionó el botón de sus auriculares para cambiar de canción.

—Eso fue rápido.

Eira soltó un chillido. Se dio vuelta y levantó el pincel húmedo cual cuchillo ensangrentado. La habitación estaba vacía. Gotas de pintura cayeron del pincel al papel que protegía el suelo.

—¿Qué fue eso? Si encontraste una cucaracha voladora, puedes pasar la noche en mi departamento —continuó Mía. Se oían voces de fondo—. Pero asegúrate de que no te siga o tendremos que incendiarlo todo.

Le tomó tres latidos darse cuenta de que venía de sus auriculares. Al presionar el botón, había contestado una llamada de Mía incluso antes de oír el tono.

—No es nada —Soltó una risita avergonzada—. ¿Qué se te ofrece, Miaw?

Quisiera el poder para eliminar nuestras fotos de internet. ¿Ya viste los memes?

—Mi favorito es ese de: Cuando juras empezar la dieta pero tu helado favorito te derriba.

—Gracias al cielo no se ven nuestros rostros. Volviendo al tema actual, ¿qué necesitas tú, nena?

—Ganar dinero suficiente para cancelar el préstamo de mi casa, encontrar socios poderosos para Eventos Venus y descubrir al amor de mi vida. De preferencia, que este último no lleve a su ex ni se la pase hablando de su deportista favorito en la primera cita.

"Requisitos basados en experiencias reales", se abstuvo de agregar.

—Lo primero tomará tiempo, pero lo conseguirás. Trabajando en lo segundo, ya agendé una reunión con una mujer que está emprendiendo un negocio de bodas. Después te envío los detalles. Respecto al tercer deseo, mi hermano trabaja en una cafetería de gatos.

—¿Me estás entregando a Exequiel?

—No. Te estoy ofreciendo adoptar un gato para saciar tu sed de amor. Exe consiguió salir de la friendzone después de siete años, dudo que vuelva a estar soltero.

—Qué bonitos son los friends to lovers —suspiró. Se pasó el dorso enguantado por la frente, dejando un rastro de pintura salmón a su paso—. La única amiga cercana que tengo eres tú, pero prefiero que sigas en la sisterzone.

—El sentimiento es mutuo. No te tocaría ni con una escoba. —Soltó un murmullo de impaciencia—. Bueno, ¿ya vienes en camino o qué?

—¿A dónde?

—Ay, no olvidas tu cabeza solo porque la tienes puesta. El recital de Indirectas. Estoy haciendo la fila.

—¡¿Era hoy?!

Tapó el tarro de pintura y buscó un recipiente con disolvente líquido. Dejó el pincel reposando dentro para que se limpiara. Luego se arrancó los guantes de látex.

Desde que descubrió que su nueva banda favorita venía a Villamores, no tardó en convencer a Mía de acompañarla. Los tiempos eran perfectos. Su agenda estaba libre ese día. Ni siquiera necesitarían gastar dinero porque la entrada era un alimento no perecedero.

"Ya me parecía que algo se me olvidaba. Era raro tener el día libre", pensó.

—Ya estoy en el anfiteatro, esperando las entradas. Hay tanta gente que tendré tiempo de conocer a mi alma gemela, casarme, descubrirlo con el vecino y fugarme con el abogado que llevará nuestro divorcio.

—¡Me doy una ducha rápida y vuelo para allá!

Buscó alguna toalla entre la mochila con ropa que trajo. Por suerte, ayer había habilitado el baño.

—Tómate tu tiempo. Estoy con mi agenda en mano y aprovecharé de organizar... ¡Ni siquiera pienses en colarte! —gruñó de repente. El tono de amiga comprensiva desapareció en favor de su piel de serpiente—. ¡Vuelve a tu lugar si no quieres que te meta este paquete de arroz por donde no te da el sol!

—¿Qué demonios? —replicó una voz masculina, furiosa—. ¡Llegué antes que tú, cuervo con curvas!

—¡¿Cómo me llamaste?! Repítelo otra vez si eres más que un árbol de Navidad con las bolas de adorno.

—¡No toques mis croquetas!

La llamada se cortó tras lo que pareció un forcejeo. Eira se quitó los auriculares y los observó, desconcertada.

Mía era autoritaria por naturaleza. Pero iniciar una pelea en público con un desconocido no iba con su estilo.

***

Sentada ante su escritorio de Dulce Casualidad, Celestine estudiaba la pantalla. Dos jóvenes se gruñían como perro y gato en medio de la fila. No llegaban a los puños pero estaban agitando el ambiente a su alrededor.

En cualquier momento se lanzarían los alimentos que habían llevado como pago por las entradas. Una guerra de legumbres y croquetas de gato no entraba en sus planes.

—Desháganse de ambos —decidió, implacable.

—Pero ellos iban a comprar las entradas para Valentín y Eira —advirtió Rafael—. Con tantas personas, puede que se agoten si vuelven a empezar la fila.

—Descuida, tengo un plan B.

Dos agentes vestidos de civiles habían adquirido entradas por anticipado. Como aquellos compradores que cedían su turno cuando debían irse antes, bastaba con inventar una excusa convincente para regalarlas a los objetivos.

—Hecho —respondió Elay, enviando un mensaje rápido.

Dos minutos necesitó un guardia de seguridad para aparecer ante los alborotadores y arrastrarlos fuera de la fila.

—¿Por qué hay tanta gente? —La líder miró a Rafael, su encargado de investigación—. ¿Nuestra publicidad de Indirectas tuvo más repercusión de la esperada?

—No sabría decirte...

—Oh, es por la nueva boyband, querida —interrumpió Ofelia mientras apoyaba su lima de uñas contra sus labios—. Se llaman: Ni en tus sueños. Mi nieta mayor, Cordelia, ha estado hablando de ellos toda la semana. Es una gran fan... y parece que no es la única. ¡Pero no te preocupes! No hay tanta gente, mira qué ordenadas están las filas.

Justo en ese instante, la pantalla mostró un grupo de adolescentes salvajes irrumpiendo en el anfiteatro. Reían a carcajadas y hablaban a voz de grito, emocionados por ver a sus ídolos.

Perdido en medio de la multitud, un joven de cabello despeinado y mirada gentil conversaba con la naturalidad de quien se adaptaba fácilmente.

Les tomó un momento reconocer a Valentín.

***

"Ser de complexión pequeña tiene sus ventajas", pensaba Eira una hora después. Cuando se trataba de infiltrarse en espacios reducidos, podía zigzaguear con la libertad de un roedor.

En el lado negativo, las multitudes tendían a arrastrarla cual hoja caída.

—Así que esto se siente el apocalipsis zombi —musitó al sentir sus brazos atrapados a los costados, siendo empujada por desconocidos.

Mientras la marea humana la llevaba, se concentró en el techo para mantener a raya su claustrofobia. Era alto, en forma cónica y decorado con lágrimas de cristal, como una catedral. Los ventanales proporcionaban suficiente luz, lo que daba sensación de libertad.

—Disculpe —habló a una mujer de hombros anchos que aferraba un bolsón de fideos contra su pecho—, ¿podría...?

—¡Son mis fideos! —exclamó, a la defensiva—. Los traje de mi casa. ¡Compra los tuyos!

—No pretendo robárselos. Solo quiero saber si esta es la fila para las entradas de Indirectas.

La desconocida no respondió. Quizá no la había oído a través de tantas voces.

"¿Dónde estás, Miaw?", pensó. Eira ni siquiera había pretendido hacer fila. Solo estaba buscando a su amiga entre el gentío cuando terminó atascada.

Los grupos grandes en espacios pequeños la estresaban. No sabía hacer respetar su puesto. Si alguien intentaba adelantarse, terminaría siendo ella misma quien le pidiera disculpas.

Frustrada, sopló un mechón de su frente y probó dar un salto. Tenía al menos treinta personas adelante. No encontraba el cabello oscuro de su socia.

Buscó el teléfono en su cartera. Intentaría llamarla otra vez.

Justo al momento de marcar, la multitud empezó a avanzar. Un codo se clavó en su espalda y el aparato salió volando.

Soltó un chillido. Abrió los ojos con horror.

Extendió un brazo para intentar atraparlo, pero perdió el equilibrio y acabó arañando los jeans de un desconocido.

El hombre dio un respingo del susto y giró el rostro. Con las mejillas ardiendo, Eira se apresuró a ocultarse tras la mujer de hombros anchos.

—¡¿Quién rayos acaba de tocarme el trasero?! —preguntó el hombre con incredulidad—. Oigan, respeten.

"Trágame tierra", pensó Eira, haciendo una mueca de dolor. Pudo haberse quedado escondida, ahogándose en vergüenza, pero su sentido de la decencia la obligaba a confesar.

—Fue un accidente —admitió, mordiendo su labio inferior—. Lo siento... ¿Aceptas cupones de pasteles como disculpa?

Escuchó una risa masculina, cristalina como el correr de un río. El sonido relajó sus hombros.

—Estás perdonada solo porque tu voz es preciosa y la oferta irresistible.

Ella bajó la vista, sin saber cómo responder. Era la primera vez que alguien decía un halago sobre su voz. Normalmente le exigían que hablara más fuerte y con mayor autoridad.

Los presentes empezaron a impacientarse. Las filas estaban tardando.

"¡El teléfono!", recordó sus prioridades.

Buscó su celular en el suelo, entre los pies. Las posibilidades de que se hubiera roto eran escasas. Tenía funda reforzada y protector de pantalla hidrogel. El combo a prueba de torpes.

Lo localizó dos personas más adelante, frente a unas zapatillas deportivas. Su corazón empezó a latir más rápido. Si la fila avanzaba, alguien lo pisaría.

Se agachó y extendió su brazo. La mujer de los fideos la miró con desconfianza y murmuró un reproche, algo sobre los jóvenes y sus fetiches con los pies.

Eira apenas esquivó el mar de piernas y consiguió rozar los jeans del dueño de las zapatillas.

Este dio un salto y estuvo cerca de pisar su mano. Ella consiguió apartarse a tiempo, jadeando.

—Pero qué... —soltó el mismo hombre de hacía un rato. Su mano recogió el celular— método más literal de darme un teléfono. Con anotar el número en un papel bastaba. —Levantó la voz—. ¿¡Alguien perdió un celular!?

—¡Es mío!

—Hola de nuevo, voz bonita. —Se agachó para estar a su altura. La muralla humana les impedía verse—. ¿Cómo sé que es tuyo?

—Tiene un webcómic en el fondo de pantalla.

Cinco latidos pasaron. Eira no tenía un bloqueo de seguridad, así que en ese momento el chismoso podría estar revisando todo.

Desesperada, se preguntó si tenía alguna imagen comprometedora en su galería. ¿Cómo explicarle que las fotos de pasteles con forma de genitales fueron tomadas a pedido de un cliente?

"¡Ya quita tus manos de mi teléfono!", deseó chillar.

—Vaya... —habló él finalmente—. ¿Te gusta Devlin Holmes y Ángel Watson?

—¿Los conoces? —Sus ojos de fangirl se iluminaron. Agachada en cuclillas, descansó los codos en las rodillas—. Es de mis favoritos.

—¿De... verdad?

—Me encanta el humor y los dibujos son tan lindos... Siempre me han gustado las aventuras de detectives, más cuando sé que tendrán un final alegre con los protagonistas vivos y su estabilidad emocional más o menos intacta. —No podía cerrar la boca, nunca tenía oportunidad de hablar de sus libros preferidos—. ¡Amo a Ángel! Es tan dulce e inocente...

—Es el esclavo de Devlin.

—Amigo —corrigió ella, dispuesta a meterse de lleno en una discusión de su personaje preferido—. Lo veo como su complemento. Devlin es un genio detective, pero un poco psicópata y con nulo tacto. Necesita un compañero con humanidad y empatía, alguien que evite traumatizar a los clientes.

—¿También los shippeas?

—¡No! —Se aclaró la garganta—. Bueno, un poco. Pero solo necesito que dos personajes se miren durante tres segundos para poder imaginarlos casados y con descendencia.

—De verdad eres seguidora del cómic —murmuró, soltando una risa baja—. Aquí tienes.

Descubrió una mano masculina entre el océano de tobillos. Sujetaba el teléfono en su palma abierta.

Sus dedos se rozaron durante el intercambio. Eran cálidos, gentiles. Fue apenas un instante, pero se sintió como una larga caricia y dejó cosquilleando sus yemas.

—Amo todas las obras de Valengel —agregó ella, tímida en todos los sentidos menos cuando alguien la hacía hablar de arte—. Deberías ver sus cuadros surrealistas. Tiene una colección de pesadillas que dan escalofríos pero no te dejarán apartar la vista.

Antes de oír su respuesta, un zumbido resonó por el salón. Todos levantaron la vista. Los parlantes anunciaron que las entradas para Ni en tus sueños acababan de agotarse.

Fue como lanzar gasolina a un incendio. Una horda de adolescentes salvajes se les vino encima, gritando enfurecidos.

Eira consiguió levantarse justo a tiempo para evitar ser aplastada. No tuvo la fuerza para nadar lejos del gentío y acabó siendo arrastrada sin piedad. Sus gritos se ahogaron en la marea humana.

Entre disculpas y empujones accidentales, Valentín se abrió camino hasta una esquina del salón. Descansó la espalda contra una columna, sin aliento.

Sus ojos buscaron a su compañera de conversación, pero resultaría más fácil encontrar una aguja en un pajar. Adolescentes iracundos confrontaban a los guardias y cajeros. Algunos lloraban desconsolados al saber que no podrían ver a sus ídolos.

Bajó la vista a sus manos. Tenían un imperceptible temblor, pero la causa no era el miedo. También sentía un intenso calor en su rostro. Había comenzado en su cuello, y fue subiendo a medida que oía a la joven.

Sabía reaccionar a los halagos por escrito en sus redes sociales. Detrás de una pantalla, podía fingir un descaro que jamás se atrevería a demostrar en persona.

Sin embargo, no tenía idea de cómo responder cuando alguien le decía, en su rostro, palabras tan bonitas sobre su arte. Volvía a sentirse como un adolescente torpe. Escuchar a esa muchacha había trabado su lengua y acelerado sus latidos.

Completamente avergonzado, dejó escapar una risa baja y resistió el impulso de ocultar su rostro en sus manos.

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