La música resonaba en el recinto, mientras mi cuerpo no dejaba de moverse. Siempre había sido mi debilidad, pero ahora más que nunca me envenenaba, sobre todo cuando conmigo estaba aquella hermosa damisela. Aquella noche era especial, pues nunca he sido fanático de estar entre multitudes, sin embargo, su ser no quería alejarse del mío, y yo no quería perder su sonrisa. Mientras pasaban las canciones nuestra cercanía se cerraba, su mano buscaba la mía y yo no me negaba en cortesía, aunque sabía que significaba más que eso para ella.

Después de un rato decidimos salir de esa multitud, lo cual agradecí pues si bien era entretenido, empezaba a sentirme agotado. Por mucho tiempo platicamos mientras admirábamos el show de luces que se desplegaba sobre la pista de baile. Por minutos el instinto me dominaba y los versos escapaban de mi boca, y en ocasiones el silencio caía cuando mi brazo envolvía su cintura, mientras recargaba su cabeza en mi hombro. La tensión aumentaba y no podía dejar de sentir mi corazón correr.

Sabía que era tarde y estaba preparado para dejarla ir, mejor dicho, quería evitar ser responsable de cualquier cosa que me llenara de culpa después. Baje las escaleras acompañándola hacia la salida, cuando en la base de estas se detuvo. Me tomó de un brazo y me acercó hacia ella, hacia aquella esquina donde la luz no estaba. Mi mente no dejaba de decirme que estaba mal, sin embargo, no podía dejar de ver a tan bello ser. Su cabello, de un profundo oscuro como el cielo nocturno, y sin embargo tan radiante como las estrellas que en él se extienden. Su rostro sumamente fino y blanquecino, con la apariencia de una niña, especialmente por aquellos ojos, que llenos de un deseo inocente buscaban los míos. Fue esa mirada la que me atrapó, la que me volvió ladrón de esa inocencia al unir alientos piel con piel. Todas mis dudas, todo mi temor y toda mi razón se desvanecieron entre la melodía que dominaba el momento, dejándome con un solo pensamiento, su nombre