
PRÓLOGO
«12 AÑOS ANTES...»
—Necesito que cuides a Missy por un par de horas, mientras resuelvo el problema en el servidor de la compañía —dijo la señora Graham —te pagaré extra, solo por esta noche —suplicó.
Ante la negativa de su niñera, cogió su bolso y sacó su agenda, ubicando el número de su reemplazo, marcó.
—Gigi, soy la señora Graham, necesito que me hagas un enorme favor y cuides de Missy esta noche, te pagaré treinta dólares extras... sí, sé que estamos en vísperas de navidad, pero me ha surgido un problema, ¿podrías...?, oh, genial, te espero entonces —terminó la llamada y colgó.
Helen Graham se encontraba sola en Nueva York, su esposo e hija mayor habían salido con urgencia al recital de esta última en San Francisco, llegarían por la mañana, así que ella y Artemisa o Missy como solía llamarle, se encontraban solas en casa.
Arrulló a su pequeña y se quedó con ella en su habitación, esperando a la niñera. Quince minutos después el timbre sonó. Helen depositó un beso en la frente de su pequeña y bajó a toda prisa las escaleras.
—Buenas noches señora Graham, lamento llegar tarde, pero había tráfico —se disculpó la niñera de diecinueve años.
—Dejé todo dispuesto en la nevera, los jugos y las leches de sabores por si Missy se despierta, ahora está profundamente dormida.
—Pierda el cuidado, estaré al pendiente de ella.
Con eso, Helen salió de su casa y se subió a su auto, dirigiéndose a la empresa para la que trabajaba.
La niñera puso el seguro en la puerta, tecleó el código de seguridad y prendió el televisor, ubicando el canal de moda subió las escaleras y se adentró en la habitación de la pequeña, la observó dormir y bajó nuevamente a la sala de estar.
Cinco minutos después su teléfono sonó.
—Marcus, cariño... lo siento, pero estoy trabajando —dijo al responder—. Sí, la señora Graham me pidió cuidar a su hija, estoy en su casa. ¿Qué?, ¿vas a venir? Por supuesto que me encantaría.
Así fue como su novio terminó en casa de los Graham, la televisión y la música a todo volumen.
—Tienes que bajarle —dijo la chica—. La niña se puede despertar.
—No lo escucha —respondió el muchacho—. Ven, déjame demostrarte mi amor incondicional.
Ambos se besaron y cayeron sobre el sofá de piel.
Artemisa se removió en su cama, abrió sus ojitos y se los restregó con evidente sueño, apartó las sábanas y salió de su cama.
—¿Mami? —murmuró mientras atravesaba la puerta de su habitación.
La música retumbó en sus oídos e hizo una mueca, llevando sus pequeñas manos a sus orejas.
—¡Mami! —gritó.
La niñera se apartó inmediatamente de su novio. —¿Oíste eso? —preguntó—. Creo que Missy se ha despertado.
—Claro que no, la niña está durmiendo —respondió el chico, y volvió a lo que había estado haciendo.
La niña terminó de bajar los escalones y miró a todos lados, su estómago gruñó, así que se metió a la cocina y abrió la nevera. Alzó la vista y vio la caja de cereal que estaba sobre la alacena.
Se puso de puntillas, pero no logró alcanzar la caja, empujó una de las sillas de la mesa que se encontraba en la cocina y se subió, aun así, no conseguía llegarle a la caja, se empinó un poco más hasta que sus pequeños dedos tocaron la caja, sus pies se alejaron del borde de la silla y cayó al suelo de mármol, golpeando su cabeza contra él y perdiendo el conocimiento casi inmediatamente.
—¡Demonios! —exclamó la niñera, empujó a su novio por los hombros y salió de debajo de él, reacomodó su blusa y subió el cierre de su pantalón.
—Nena, la niña está bien, déjala estar.
—Solo déjame ir a checar que esté dormida todavía, y baja un poco el volumen a la música —le advirtió antes de salir en dirección a las escaleras.
Algo la hizo detenerse y mirar hacia la cocina. Dio un grito en cuanto vio a la pequeña tirada en el piso.
—Gigi, ¿qué pasa? —su novio apareció a su lado—. Mierda —exclamó—, llama al 911, diles que necesitas una ambulancia —dijo mientras se arrodillaba al lado de la pequeña.
La niñera se congeló en cuanto vio la sangre que brotaba de la cabeza de Missy.
—¡Gigi! —gritó el chico, intentando detener la hemorragia.
La chica corrió a la sala y marcó a emergencias con manos temblorosas.
—911, ¿cuál es su emergencia? —preguntó la operadora.
—Necesito... yo... la niña... —balbuceó.
—Señorita, trate de calmarse y dígame qué fue lo que sucedió.
—La niña... una ambulancia... —pidió.
—¿Hay una niña herida? —preguntó la operadora—. Dígame su dirección, enviaré la ambulancia ya mismo.
Gigi balbuceó la dirección y regresó a la cocina, Marcus, su novio, había puesto una de las toallas de cocina en la parte trasera de la cabeza de Artemisa.
—¿Llamaste a emergencias? —preguntó en cuanto la vio.
—Si... ya llamé... la ambulancia... llegará pronto...
—Bien.
—¿Ella está...? —no pudo terminar la pregunta, temía la respuesta de Marcus.
—No... Tranquilízate —dijo—, ella solo está inconsciente. Me preocupa que esté perdiendo mucha sangre —murmuró.
La ambulancia llegó diez minutos después y se marcharon llevándose a Missy y a Gigi con ellos, mientras que Marcus la siguió en su motocicleta.
Una vez en el hospital, Gigi llamó a la señora Graham, la mujer se quedó muda al teléfono mientras que la niñera le explicaba lo que había sucedido.
Una hora y media después, Helen Graham se paseaba en el pasillo del hospital, esperando recibir noticias del doctor que estaba atendiendo a su hija, había tratado de localizar a su esposo, pero en el hotel le habían dicho que se encontraba fuera. Lo llamó a su teléfono, pero la llamada se desviaba al correo de voz, estaba nerviosa, le sudaban las manos y sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.
—Señora Graham —la llamó Gigi—. Le he traído un vaso de café...
La mujer lo tomó y luego miró fijamente a la chica. —Explícame de nuevo, ¿cómo ocurrió el accidente? —preguntó por décimo quinta vez.
—Yo... lo lamento señora Graham, lo lamento tanto —sollozó la joven.
—¡Señora Graham! —gritó una voz femenina desde el pasillo.
La mujer giró en sus tacones y se encontró con el rostro familiar de la chica rubia y ojos marrones. Joanna Arcos atravesó el corto pasillo de entrada y miró a Helen Graham con ojos tristes y preocupados.
—¿Cómo está Artemisa?, vine en cuanto me enteré —dijo.
—Aún no sé nada cariño, no me dicen nada —murmuró la mujer.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó, esta vez mirando a Gigi.
—Yo... no la escuché... no me di cuenta que se había despertado... luego solo, solo la encontré en el... desangrándose —tartamudeó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—¡¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?! —atacó Joanna—. ¿Cómo pudiste no darte cuenta de que Artemisa se había despertado?
—Lo siento —sollozó la chica, presa del llanto.
—Familiares de la niña Artemisa Graham —dijo el doctor.
—Soy su madre, ¿cómo está mi hija? —preguntó.
—Ella está estable por el momento, logramos detener la hemorragia... tuvimos que aplicarle un sedante así que por el momento se encuentra descansando.
—¿Puedo verla?
—Por supuesto. La enfermera la acompañará.
—Dele un beso de mi parte —pidió Joanna.
La habitación era de un blanco inmaculado, la cama era demasiado grande para el pequeño cuerpo de su hija. Helen se acercó a ella y depositó un beso sobre su frente.
—¿Mami? —murmuró la pequeña.
—Estoy aquí cariño... estoy aquí.
—Tolo ta ocuro —murmuró la pequeña—. Plende la ampara —pidió a su modo usual de omitir algunas letras en las palabras.
Helen se levantó de pronto de la camilla, miró a su pequeña. —Missy cariño, las luces están encendidas.
—Ta ocuro tolo —repitió la niña.
Asustada, Helen salió a toda prisa de la habitación y llamó al médico, quién revisó minuciosamente a su hija.
Por la mirada que él le dio, Helen supo entonces que algo terrible pasaba con su hija.
—Lo lamento mucho, señora Graham, pero Mía presenta un cuadro de ceguera debido a la conmoción que sufrió.
—Eso no puede ser posible... dígame que eso no... Es posible...
—Lo siento mucho, señora, pero... le pediré al oftalmólogo que la revise, estoy seguro que solo se trata de algo temporal. Su hija va estar bien.
Helen asintió y rezó en silencio para que así fuera, para que su hija estuviese bien.
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