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33 | Dominar

Parpadeo un par de veces, pensando que tal vez, estoy viendo una jodida alucinación, pero no es así.

—Doc... doctor, Donovan —exhalo, con los ojos abiertos de par en par, totalmente asombrada.

—Hola, Artemisa —saluda.

—¿Qué... cómo supo... qué está haciendo aquí? —balbuceo.

—No sabía que estabas aquí, yo he venido a dar unas conferencias de salud.

—Oh —mascullo.

—Por cierto, veo que estás recuperada... es decir, te ves bien.

—Gracias —digo en respuesta—. La verdad es que no pensé encontrarlo de nuevo.

—No tengo la misma suerte con mis demás pacientes, pero creo que usted es la excepción —dice, sonriendo y dirigiéndose al portón de entrada—. ¿Está estudiando aquí?

—Sí. Conseguí una beca.

—Oh, vaya.

—Necesito terminar el último año para, posteriormente, presentar el examen de ingreso a la universidad.

—¿En qué va a especializarse? —pregunta, mientras ambos entramos al colegio.

Hago ademán de sostener mi mochila cuando él intenta tomarla. —Me fascina la literatura.

—¿Escritora? —inquiere.

—Es el plan.

—Entonces supongo que es bueno tener de amigo a alguien como el señor Airlie —comenta.

Niego con la cabeza, esbozando una sonrisa. —El señor Airlie, no es sólo un amigo.

Ante mis palabras, el ceño del doctor Donovan se frunce y cuando está por preguntar algo más, el director del colegio llega hasta nosotros; me disculpo con ambos y me dirijo al dormitorio.

Claro que, no es que intente llegar a toda prisa, porque, aunque la compañera que tengo es una chica bastante amable, no termina de gustarme el hecho de que traiga visitantes a cada minuto.

🌈💐

Dos semanas. Dos jodidas semanas han pasado desde que Braxton se fue y desde que cumplí los dieciocho años.

Todos estos días han sido fatales, no solo por el hecho de que Braxton no se ha comunicado conmigo, sino que, he tenido que soportar a mis compañeros de clases, no me llevo bien con absolutamente nadie, porque todos ellos me miran como si fuese un bicho raro, más específicamente, como poca cosa.

—Señorita Graham —llama la profesora de álgebra, atrayendo mi atención por décima vez.

Dejo escapar un suspiro y me reacomodo en mi asiento, poniendo toda mi concentración en lo que está en la pizarra, preguntándome qué tan importante será el álgebra para mis planes de convertirme en una escritora.

—Señorita Graham —repite la profesora—. Tome sus cosas y vaya a la oficina del director, ya le he llamado la atención varias veces y usted continúa con la mente en otro lado.

Palidezco ante sus palabras, recordando la amenaza de mi padre.

—No, profesora, por favor, le prometo que pondré más atención —digo, suplicante.

El miedo me llena por completo, porque no quiero ser la causante de que mi padre nos lleve de regreso a Carolina del Norte.

Ante los ojos furiosos de la profesora, no me queda de otra más que tomar mi bolso y salir del aula; estar nuevamente frente al director del colegio no hace más que provocarme un nudo en el estómago y un mal sabor de boca, porque el hombre de casi sesenta años es un pervertido de lo peor, de hecho, todavía me sorprende cómo es que continúa al frente de un colegio privado.

En cuanto el timbre suena, tomo mis cosas y salgo a toda prisa de la dirección, evitando el contacto con el señor Williams; él intenta detenerme, pero lo ignoro, ya llevando en mis manos la boleta de faltas y desacatos, la cual, debe ser entregada a mi tutor para que la firme.

No es que piense que puedo ser intocable o que nadie se atreverá a molestarme porque más que nada, he intentado ser invisible para todos a mi alrededor, pero eso no evita que ellos sí me vean; antes de que pueda darme cuenta, alguien me jala del cabello y me empuja, mi hombro choca contra la pared del edificio de ciencias y trastabillo un poco cayendo de rodillas sobre el asfalto.

Un gemido de dolor escapa de entre mis labios y observo las palmas de mis manos y rodillas raspadas, la sangre brota y mientras permanezco sentada en el suelo, Amina Jillingsong hace su gran aparición, riéndose a carcajadas por lo que acaba de sucederme.

Con una mueca de dolor cruzando mi rostro, me pongo de pie e intento caminar hacia los dormitorios, pero no consigo hacerlo, ya que Amina me bloquea el paso junto con sus amigas.

—Por favor, ya basta —pido, recargándome contra la pared.

—Te dije que no voy a descansar hasta hacer que te vayas de aquí —rechina, volviendo a empujarme.

Ésta vez, hago el enorme esfuerzo de defenderme, pero mi brazo y puño van más allá del jodido rostro de Amina y nuevamente, trastabillo, pero antes de que pueda estampar mi cara contra el concreto, unos brazos me sostienen e impiden que la vergüenza me tome por completo.

Me quedo estática viendo la expresión en el rostro de Amina y sus seguidores, porque todos ellos lucen como si estuviesen viendo un jodido fantasma y eso despierta la curiosidad en mí; giro la cabeza lentamente y levanto la mirada encontrándome con un par de ojos azules cual mar mediterráneo, el único par de ojos que me vuelven una temblorosa gelatina.

—Brax, ¿qué estás... —ni siquiera puedo terminar la pregunta, porque él me carga sobre su hombro como un jodido costal de papas.

Toma mi bolso y gira sobre sus pies caminando hacia la salida, pero entonces, se detiene.

—Que no se les ocurra volver a ponerle una mano encima o las empresas de sus preciados padres, se irán a la ruina en cuestión de segundos —brama, sin voltear a mirar a los chicos.

Conmigo echada a su hombro, Braxton camina con pasos seguros y rápidos hacia el estacionamiento del colegio.

—Señor Airlie, ¿a dónde va con esa estudiante? Me temo que no puede... —escucho la voz del señor Williams.

—Quítese de mi jodido camino o va a lamentarlo —gruñe, sin detener sus pasos.

Cuando mis pies vuelven a tocar suelo firme, mi cabeza da vueltas y veo todo borroso, pero no tengo tiempo de enfocarme y mucho menos de preguntar, porque él me empuja al interior de su auto y me coloca el cinturón de seguridad.

—Braxton, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunto, una vez que él está a mi lado en el asiento del conductor.

Un silencio sepulcral nos envuelve a ambos y él mantiene su vista fija al frente, encendiendo el motor del auto. Cinco minutos después, estamos mezclados con el tráfico de la ciudad y tengo que aferrarme al cinturón de seguridad cuando él pisa el acelerador y salimos disparados hacia adelante, pasando a varios vehículos y dejándolos atrás.

—¿A dónde vamos exactamente? —tartamudeo.

—A un jodido hospital —rechina, con los dientes apretados y sin mirarme.

—¿Un hospital? ¿Para qué?

Sus increíbles ojos azules vuelan a mí y me mira con un ceño adornando su frente.

—Quiero que un médico te revise esas heridas —ruge, con obvia molestia—. No quiero que se infecten...

—Eso no es necesario, estoy bien... me puedo curar yo misma con un poco de alcohol y pomada.

—No me jodas, Artemisa —gruñe, con un toque de exasperación.

—¿Puedes por favor, bajar la velocidad?

Por fin puedo dejar salir el aire que he estado conteniendo cuando él reduce la velocidad, ni siquiera me había dado cuenta que ya habíamos llegado al hospital, pero él estaciona el auto en un lugar libre y la sirena de una ambulancia llega hasta mis oídos y mis ojos se enfocan en el sinfín de personal médico que transita a nuestro alrededor.

—Braxton, estoy bien —repito, pero él continúa ignorando mis palabras y baja del auto, dirigiéndose a mi lado para abrirme la puerta.

—No estaré tranquilo hasta que un médico te revise, así que deja de hablar y obedece.

—Bien, señor Airlie, haré lo que usted ordene —digo, esbozando una sonrisa.

A pesar de lo sucedido y de lo que aún está sucediendo, no puedo evitar sentirme inmensamente feliz por tenerlo de vuelta; mi corazón está festejando a su propia manera, dejándome sin la capacidad de razonamiento y sintiéndome como una gelatina.

👓💑💼


«Meses atrás...»


Todo ha sido un completo desastre; el mundo de mis amigos y el mío propio, parece estar balanceándose en la cuerda floja, no sé cuánto tiempo más pueda aguantar en éste jodido vaivén de emociones y cosas sin sentido.

—¿Qué jodidos es lo que estás haciendo, Adam? —gruño, mirando a mi amigo.

—¿A qué te refieres?

Maldita sea, hombre, tienes a esa mujer a punto de darle el jodido a otro hombre y estás aquí, sin hacer absolutamente nada.

—¿Y qué mierdas quieres que haga? —exclama, con enfado.

—Ya estamos aquí... volamos hasta aquí, siguiéndote y tú estás comportándote como un cobarde de primera...

—No puedo ser tan imbécil cómo tú e ignorar los sentimientos de ella —dice, con los ojos repentinamente acuosos—. Grecia lo ama. Ella está enamorada de él y no puedo hacer nada al respecto, no puedo obligarla a que me ame a mí.

—Adam...

—Basta —gruñe—. Entraré a esa jodida iglesia, me sentaré en la banca y le daré mi apoyo como su amigo, así que ya no digas nada más.

Jamás, en todos lo años que llevo conociendo a Adam Taylor, lo había visto así de destruido, así de aniquilado, pero esa mujer, sea quién sea, lo tiene profundamente jodido y enamorado, porque no puedo hacerme de la vista gorda y negar que uno de mis mejores amigos se ha enamorado profundamente... bueno, tengo que sumar a Adam a la lista, porque el primero en caer en las garras de una mujer, fue Darren.

«Actualidad...»

Sonrío al ver a la feliz pareja que está delante de mí; en todos los años que llevo conociendo a Adam Taylor, lo había visto ser así. Sí, él ha cambiado mucho, pero con el cambio, también llegaron muchas otras cosas que desconocíamos completamente de él, porque no había sido así de aprehensivo con alguien, jamás había tenido ese temperamento que destila tanta tranquilidad por cada poro de su piel, de hecho, podría apostar que ésta versión de él, es la mejor.

La razón de tal cambio en uno de mis mejores amigos está caminando hacia a mí, observándome con los ojos entrecerrados como si tratara de descifrar algunos de mis más grandes secretos. El jodido mundo fue bendecido con un ser humano tan maravilloso como lo es Grecia Martinelli y, aunque no soy muy religioso, sí que le agradezco a Dios por haber traído a Grecia no solo a la vida de Adam, si no también a la de nosotros, sus amigos.

—¿Por qué te ves tan apagado? —pregunta, fijando sus ojos avellanas en los míos.

—¿De qué hablas? —inquiero—. Yo estoy maravillosamente feliz.

Ella deja escapar una exhalación y se sienta a mi lado. —Si vamos a ser sinceros, debemos decir que, quien debe tener esa expresión de desolación es Darren, no tú.

—Realmente cometió una estupidez, ¿cierto?

—Creo que ambos, él y Ember son demasiados tercos y orgullosos.

Dejo escapar un suspiro, echando la cabeza atrás. —Esto es una mierda, Grecia.

—Lo es —concuerda, sonriéndome calidamente.

La verdad es que, si me hubiesen dicho antes que la amistad entre un hombre y una mujer es verdadera, no lo habría creído, pero, sin embargo, ahora puedo asegurar que sí existe, porque Grecia Martinelli se ha convertido en el punto central de todos nosotros. Ninguno de los chicos puede negar que le tenemos un enorme respeto y admiración a la mujer de Adam, ella es especial para todos nosotros.

—¿Qué están haciendo aquí? —espeta mi amigo, fijando sus ojos azules en mí—. ¿Podrías devolverme a mi mujer?

—Es toda tuya —digo, levantando las manos.

—Tranquilo, cariño —murmura ella—. Brax y yo solo estábamos conversando sobre la dolorosa situación entre Ember y Darren.

—Oh —musita mi amigo—. Bueno, dejemos ese tema por la paz —dice, entrelazando sus manos con las de ella y llevándosela.

Sonrío ante tal escena de celos departe de mi amigo, pero también por el hecho de que sé que solo se trata de un juego, porque él sabe perfectamente bien que yo nunca sería capaz de hacer algo tan estúpido como arrebatarle a la mujer que ama.

Suspirando, me pongo de pie y me acerco a donde se encuentran mis hermanas y el propio Darren; tan pronto cómo miro hacia el otro extremo del jardín, mis ojos se fijan en la presencia de una bruja.

Jodida Lauren Roth y su desvergüenza.

📕🌇

Regresar a Atlanta después de una estadía larga en Houston, no está siendo tal y cómo lo planeé, porque a penas puse un pie en el estado, las cosas se me salieron de control y por si eso no fuese suficiente, me tocó ver cómo Artemisa era victima de las burlas y actos violentos de sus compañeros de escuela.

—Braxton, estoy bien, trata de calmarte —dice, estirando el brazo para brindarme su mano.

Puedo decir que, sí, pude haberme calmado, pero entonces, mis ojos se fijan el raspón de su brazo y mi furia vuelve a encenderse.

—Artemisa, ¿por qué no me dijiste que estabas pasándola mal en ese colegio?

Ella parpadea y desvía la mirada, soltando un suspiro.

—Artemisa —llamo, haciendo que vuelva a mirarme.

—¿Por qué te interesa tanto?

—Lo creas o no, todo lo que tiene que ver contigo, me interesa.

—Cuando dices cosas así, me confundes por completo, Braxton.

—No deberías confundirte, ya te dije que eres especial para mí y que es precisamente por eso que quiero que te alejes de mí.

—¿Volvemos a lo mismo? —inquiere, con una ceja alzada—. Es increíble que después de todo lo que ha sucedido entre tú y yo, sigas en la misma posición.

—Artemisa, te he tomado cariño, de hecho, creo que eres una chica asombrosa y fascinante, pero de eso a que yo entregue mi corazón por completo hay una gigantesca barrera.

Está a punto de replicar, pero entonces, una enfermera llama y nos lleva hasta el consultorio del médico.

Dos horas más tarde, tengo a Artemisa completamente desnuda, mirándome con expresión desencajada, la boca abierta formando una circular y honesta "O", sus ojos recorren todo el lugar, deteniéndose en cada artículo y cosa que adorna la habitación.

Me acerco a ella por detrás y deslizo mi brazo por su cintura.

—¿Lista para ser mía en todos los aspectos? —susurro en su oído, mordisqueando el lóbulo de su oreja.

—Cre... creí que ya era tuya en todos los aspectos —tartamudea.

—Aún no —murmuro, apartando su cabello y pasando mi lengua por su cuello—. Todavía tienes mucho qué darme.

Antes de que ella pueda decir algo, coloco la mordaza de bola en su boca y la empujo a la cama, esposándola a cada esquina, totalmente expuesta ante mí.

Me alejo de ella, sentándome en el sofá de dos plazas, desabrochando mi saco y tomando la copa de coñac que estaba sobre la mesita de centro.

Con mis ojos fijos en los suyos, tomo el teléfono y marco el número del registro.

—Puedes enviarlas —digo y cuelgo casi al instante.

Un par de bellezas despampanantes hacen su aparición y se acercan a mí, sentándose cada una, a mi lado.

Sonrío mientras observo a Artemisa retorcerse y emitir quejidos cuando ambas mujeres comienzan a desvestirme y besarme.

Un extraño quejido/grito sale de ella cuando una de ellas baja la cremallera de mi pantalón y toma mi miembro entre sus manos expertas.

Justo cuando las invitadas se agachan para pasar sus lenguas por mi dura longitud, Artemisa tira de sus ataduras, intentando zafarse de ellas.

¡Quédate quieta! —exclamo, apuntándola con el dedo.

Ella hace caso omiso y sacude la cabeza de lado a lado, todavía peleando contra sus ataduras.

¡Obedece, maldita sea! —gruño, enredando mis dedos en el cabello de la mujer que me tiene dentro de su boca.

Echo la cabeza atrás, dejando salir un gemido de satisfacción, luego, les doy la señal a ambas para que se acerquen a la cama y hagan el resto de su trabajo.

Los ojos de Artemisa se abren de par en par, cuando las ve acercarse a ella y de repente, cada una toma sus pezones, lamiéndolos, mordisqueándolos y chupándolos.

Tira de sus ataduras, pero esta vez, ya no lucha contra ellas, si no es todo lo contrario; para cuando me encuentro con la cara entre sus piernas, ella se retuerce y sus gemidos salen estrangulados a través de la mordaza.

Inclinándome, apoyo mi boca en su exuberante botón, dándole una suave mordida y escucho como deja salir un chillido. Intenta alejarse de mí, pero mis manos se traban alrededor de la parte interior de sus muslos, manteniéndola en el lugar para mí.

—No te muevas de nuevo —ordeno—. Cada vez que lo haces, te lastimas a ti misma y no quiero eso. No puedes luchar contra mí, así que no lo intentes. Ahora, se una niña buena y quédate quieta hasta que termine.

Con sus ojos, me da la respuesta que quiero y solo entonces, me lanzo de lleno al lugar oculto entre sus piernas.

Mordisqueo su clítoris en mi boca y chupo más rápido sintiendo como se tensa cada vez más. Mi propio orgasmo golpea mis bolas y mi pene se dispara cuando su coño empieza a estallar contra mi boca. Ella está corriéndose en mi cara mientras mi semen sale en corrientes de espesor.

Sigo lamiendo su coño apretado mucho después de que me corro, simplemente disfrutando del sabor de sus jugos en mi lengua y labios. Dándole un último beso, miro hacia arriba para como ver cómo echa la cabeza atrás y cierra los ojos, obviamente perdida en el orgasmo y el placer; ambas mujeres todavía continúan chupando sus pezones y besándose entre ellas.

De repente, abre los ojos de par en par y los enfoca en mis invitadas y en mí cuando siente que nos alejamos de ella.

Vuelvo a sentarme en el sofá frente a ella; me coloco el látex y mientras una de las mujeres se coloca sobre mi cara, con su sexo expuesto y servido para mí, la otra se sienta a horcajadas en mis piernas, llevándome al interior de su coño húmedo.

Con furia, Artemisa se sacude y trata de gritar a través de la mordaza, negando con la cabeza una y otra vez.

—Si realmente intentas ser mía —digo, apartando mi cara y atención del coño que tengo ante mí—. Debes aprender a dominar esa boca tuya.

Se trata de eso. De dominar sus emociones y acciones; y si ella no puede hacer eso, entonces, todo lazo entre nosotros deberá romperse.

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