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twelve » i knew you were trouble







capítulo doce
( sabía que eras un problema )












NUEVA YORK DE NOCHE TENÍA ALGO ESPECIAL. Una misión nocturna en la gran ciudad, generalmente significaba problemas.

—¿Vas a contarnos qué hacemos aquí? —preguntó Kate.

Se habían apostado en una azotea, en una de las tantas calles secundarias de Nueva York, para vigilar un bloque de apartamentos aparentemente normal. Clint no dejaba de mirar a través de los prismáticos a uno de los pisos.

—Dentro de ese piso hay algo muy importante para mí —explicó Clint—. Lo robaron en la subasta ilegal y quiero recuperarlo. No hay luces, ni movimiento. Es nuestra oportunidad.

—Sería más fácil desde una azotea más alta —opinó Kate.

—Eso crees tú —replicó Clint.

—Sí —dijo Kate—, por eso lo he dicho.

—Todos creímos eso en algún momento —opinó Tine—. Luego, nos enteramos de que no es así.

Betty rio.

—Se nota que eres aún novata —comentó—. Ya aprenderás, no te preocupes.

—Siempre es preferible tener una vía de escape rápida a una entrada rápida —explicó Clint—. Así, si la cosa se tuerce, como suele pasar, hay un plan de huida. Por eso lo he elegido. Las salidas están a la vista. Entrar será fácil. Tardaré, más o menos, unos tres minutos en colarme. Si veis algo aquí fuera, hacedme una señal, ¿vale? —Clint miró a su izquierda, solo para ver que ya no había nadie allí—. ¿Kate? ¿Betts?

—Tanto vigilar y qué poco te das cuenta de qué pasa a tu alrededor —comentó Tine, distraídamente.

—¿Le has dejado irse? —se indignó Clint.

—Ajá. No es nada que yo no haya hecho antes, no iba a regañarlas por repetir algo mío, eso es de hipócritas. Y pueden hacerlo.

Los sonidos del claxon les hicieron mirar hacia abajo.

—¡Pero qué hacéis! —gritó un conductor, enfadado.

Ninguna de las dos se detuvo, mientras atravesaban la carretera tranquilamente.

Betts, Kate —las llamó Clint, a través del comunicador.

—Ah, hola —saludó Kate.

—¿Todo bien ahí arriba? —preguntó Betty, burlona.

Os he dicho que teníais que vigilar.

—Ya, pero ¿cuál de los cuatro es menos probable que se distraiga?

—Tiene un punto —apoyó Betty—. Lo siento, papá, Kate es una mala influencia. ¿Qué le voy a hacer?

Apuesto a que fue idea tuya —le recriminó su padre.

—Por una vez en mi vida, no —admitió Betty.

Oíd, no es justo que os salgáis con la vuestra porque no sepáis comportaros como unas adultas —protestó su padre.

—No, no lo es, pero es lo que hay —replicó Kate, divertida.

Déjalas, las chicas solo quieren divertirse. ¿No dice eso la canción? —se burló Tine—. Déjalas, sé que lo harán bien. No las hubiera dejado marchar de no haber estado segura de ello.

Clint suspiró al otro lado de la línea.

Vale, escuchad, tenéis que usar la flecha gancho para anclaros. Betty sabe cómo hacerlo bien, lo hemos hecho muchas veces. Os dejáis caer por la fachada hasta la ventana, si está cerrada, la rompéis sin alboroto.

—Sí, ya lo pillo —asintió Kate—. Es un planazo, pero voy a cambiarlo un poco. Ven, Betty. —La cogió de la muñeca para arrastrarla tras ella. Un anciano entraba en el edificio en ese preciso instante—. Buenas noches, señor. ¿Le ayudamos con las bolsas?

—Oh, gracias —dijo el hombre, sonriendo.

—De nada —respondió Kate.

—No es molestia —aseguró Betty, tomando una de las bolsas, mientras Kate cargaba la otra.

Me gusta su estilo —comentó Tine.

Pero, ¿qué? No, no, no, no, no.

Betty aguantó la risa.

—Uh, cuántas cosas, ha comprado apio, cereales, tomates, ¡y hasta unos pretzel!

—No interactuéis —insistió Clint, que estaba siendo demasiado ignorado—. Kate, Betty.

—Ha hecho una buena compra, sin duda —comentó Betty, riendo para sus adentros.

Habían entrado al edificio exitosamente.

¿Dónde estáis? —preguntó Clint.

No creo que las hayan matado tan rápido, Clint —protestó Tine—. Dales un respiro, lo están haciendo bien. Conmigo no eras tan así.

—No os agobiéis, estamos en el ascensor —explicó Kate.

—Todo va bien —aseguró Betty.

—Perdonad, ¿qué habéis dicho? —preguntó el anciano.

—Oh, vaya —dijo Kate, sonriendo nerviosamente—. Lo siento, no hablábamos con usted. —Tras un segundo en silencio, añadió—: ¿Puedo contarle un secreto?

El hombre asintió, preguntándose con qué saldría la chica.

Por favor, no lo hagas —pidió Clint.

—Hablábamos con un Vengador y una agente secreta —explicó Kate, en un susurro—. Por un pinganillo.

Sería mejor que te callases —dijo Clint.

Betty temblaba por las carcajadas contenidas.

—Sí, eh, somos un equipo. De hecho, ella es una Vengadora también, ¿sabe usted?

—Qué bien —dijo el anciano. El ascensor se había detenido—. Ya cojo yo las bolsas.

—Podemos llevársela, no es molestia —se apresuró a decir Kate.

—No, dejadlo, ya las llevo yo.

Betty estaba demasiado ocupada intentando no llorar de la risa para decir nada. El anciano les quitó a ambas las bolsas y salió del ascensor.

—¿De verdad? ¿Está seguro? No es molestia. —La puerta del ascensor comenzó a cerrarse—. Pues nada, ¡cuídese! ¿Y tú de qué te ríes?

—Oh, Kate —dijo Betty, tratando de respirar entre risas—. No cambies nunca, por favor.

—Eh, ¿vale? ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho tanta gracia?

Betty no fue capaz de responder.

Poco después, tras haberse serenado un poco, Betty y Kate caminaban por los pasillos del piso que Clint les había indicado, buscando la puerta del apartamento.

—¿No os resulta incómodo llevar un arco gigante? —preguntó Kate.

Yo tengo uno plegable, igual que Betty y Tine —explicó Clint.

Es mucho más cómodo —aportó Tine.

—Así cualquiera —opinó Kate. Las dos se detuvieron frente a la puerta que buscaban—. Vale, estamos en la puerta.

Despejado —indicó Clint.

—Déjame a mí, me gusta hacer esto —pidió Betty, inclinándose para forzar la cerradura.

La puerta quedó abierta en segundos. Tan pronto como eso pasó, unas luces parpadeantes iluminaron el interior del apartamento por un segundo, aunque ellas no llegaron a advertirlo. Las dos entraron, con precaución, llevando las linternas por delante.

—Vale, salón despejado —anunció Kate. Las luces volvieron a parpadear—. ¡Ostras!

Las dos dispararon al mismo tiempo, dando cada una en una de las luces.

¿Qué ha sido eso? —preguntó Clint.

—No lo sé —respondió Kate.

—Me da la sensación de que debería saberlo, pero no tengo ni idea —comentó Betty.

—Hay luces estroboscópicas en la pared —explicó Kate.

¿Estroboscópicas? —repitió Clint—. ¿Cómo que estroboscópicas?

—Yo qué sé —protestó Kate.

No me gusta cómo suena eso —opinó Tine—. Será mejor que os deis prisa, chicas.

—Estamos en ello —aseguró Betty.

¿Y qué más veis? —preguntó Clint.

—Todo normal —dijo Betty, mirando a su alrededor—. Fuera de las luces, no veo nada sospechoso.

—Vale, ¿qué estamos buscando? —quiso saber Kate.

Un reloj —explicó Clint—. Un Rolex antiguo. Era de alguien con quien trabajaba.

—No me jodas —exclamó Betty—. ¿Estamos hablando de 19?

—¿Quién es 19? —protestó Kate.

—Alguien que trabajó con mi padre —se limitó a decir Betty, apretando los labios.

—¿Esa es toda la historia? —preguntó Kate.

También trabajó conmigo —aportó Tine.

Lleva mucho tiempo fuera de servicio —explicó Clint—. Pero su identidad está ligada a ese reloj.

—¿Y si los chandaleros lo descubren? —preguntó Kate.

Adiós tapadera —respondió Clint, tras un momento en silencio—. Y a su cabeza.

Betty apretó los labios.

—En resumen, nada bueno —dijo, buscando con precaución—. Tenemos que encontrarlo.

—Tengo el reloj —anunció Kate, segundos después.

Betty se giró bruscamente. Kate había ido en dirección opuesta a la suya. Sostenía el Rolex en la mano derecha.

Bien —dijo Clint, su voz cargada de alivio—.

Salid de ahí —ordenó Tine—. Ya.

—Esperad un segundo —respondió Kate, atrayendo la atención de Betty.

La morena había tomado un cuaderno de entre las cosas que allí había.

—Clint, hay unas notas sobre tu familia —dijo la chica. Betty se inclinó sobre ella al instante. No podía ser. ¿Cómo sabían de sus hermanos?

¿Qué?

—Clint Barton. Mujer, Laura. Hija, Betty aka Artemis, edad veintitrés. Hija, Lila, edad catorce. Hijo, Cooper, edad dieciséis. Hijo, Nate. ¿Qué?

—Esto no es bueno —dijo Betty, mirando la librera con horror—. Papá, ¿quién vive aquí?

Betts, Kate, salid en seguida.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Kate.

Las luces. Son de la alarma. Una alarma silenciosa para personas sordas.

—Kate, mira esto —llamó Betty, señalando una foto. Maya Lopez y un hombre salían en ella.

—Madre mía —exclamó Kate.

Es el piso de Maya —avisó Clint—. Vale, vamos para allá, eh... —La voz de Clint fue sustituida por el sonido de golpes.

¿Qué co...? —empezó Tine, pero su voz se cortó bruscamente. Debía habérsele caído el pinganillo.

—Clint, Tine, ¿qué pasa? —preguntó Kate. Más ruido—. ¿Clint?

—Tenemos que ir a ver qué... —dijo Betty, pero una fuerte patada por la espalda la hizo caer al suelo, doblándose de dolor y luchando los respirar.

—¡Betty! —exclamó Kate, girándose de inmediato.

El golpe de Maya también la lanzó al suelo.

—¡Maya está aquí! —avisó Kate, poniéndose de pie.

Betty se levantó, apretando los dientes. Aquel golpe había sido fuerte.

Sí, ya lo vemos —bufó Clint.

—¿Y por qué no nos lo habéis dicho? —protestó Kate.

Betty se lanzó contra Maya, saltando sobre ella y rodeando su cuello con las piernas y tratando de derribarla, hasta hacerla caer al suelo, quedando Betty sobre ella.

Uno de los viejos movimientos de Nat.

Lo he hecho —protestó Clint—. Ella y Kazi están con nosotros en la azotea.

La otra chica se recobró rápido. Cambió las posiciones y trató de golpear a Betty en la cara, pero la rubia paró su ataque y le dobló el brazo, haciéndola caer a un lado y quedando libre.

Maya se puso en pie y fue hacia Kate, que se defendió lanzándole un plato.

—¡No! Seguro que está aquí —respondió Kate.

¿Y con quiénes estamos pegándonos? —preguntó Clint.

Maya le asestó un puñetazo a Kate. Betty se metió en medio y paró el siguiente golpe con su arco, pero la chica la empujó hacia atrás y tanto ella como Kate cayeron al suelo.

—¿Una ayudita? —probó Kate.

Dame un segundo.

Betty paró con las manos una patada de Maya y la echó hacia atrás, para luego derribarla golpeando sus pies.

Maya saltó para esquivar el golpe y trató de darle una patada a Betty, pero Kate la empujó por el lado y la hizo fallar. Aquello terminó con Kate siendo derribada y sobrevolando el sofá, hasta caer a la alfombra.

¡Ahí va! —avisó Clint—. Usad la tirolina.

Maya lanzó un cuchillo hacia Kate, fallando por centímetros. Betty chilló.

—¡Tú primero! —ordenó—. ¡La tirolina, venga!

Kate obedeció. Tomó su arco y salió al balcón, mientras Betty entretenía a Maya.

No tienes por qué ser nuestra enemiga, dijo mediante ASL a Maya.

Tú me has convertido en la vuestra, replicó Maya.

No quiero matarte, respondió Betty, apretando la mandíbula, pero lo haré si me obligas a ello.

Ya veremos quién mata a quién antes, fue la respuesta de Maya.

Maya saltó hacia ella y la sujetó por el cuello. Betty la golpeó con el puño en la cara y luego con el codo, dobló su brazo y la hizo caer de nuevo, para luego rodear su cuello con las piernas y tirar de su brazo, dejándola completamente inmovilizada.

Usar los viejos movimientos de Nat no dolía tanto como antes.

¡Betty! ¿Dónde estás? —llamó Kate.

—Yendo —respondió Betty.

Soltó a Maya, asegurándose de que tardaría al menos un par de minutos de recobrarse de aquello y corrió al balcón. Kate colgaba del medio del cable.

Betty pasó su arco por encima del alambre y saltó con suficiente impulso para lanzarlas a ella y Kate hasta la azotea donde Clint y Tine luchaban contra dos siluetas desconocidas.

Kate trató de derribar a la más baja de ellas, que peleaba contra Tine, pero fue derribada con facilidad.

—¡Qué daño! —exclamó.

La figura apuntó a Kate. Betty se interpuso, lista para atacar.

La inesperada llegada de Maya, que derribó a la figura encapuchada, fue de gran ayuda.

—¡Ayuda a Tine! —ordenó Clint.

Betty le echó un vistazo a la mujer. Peleaba contra una persona más alta y fornida que su acompañante. Ambos eran buenos, pero el desconocido paraba los golpes y tiraba a Tine una y otra vez al suelo. Trataba de dejarla fuera de combate.

Betty le atacó por detrás, propinándole una patada por detrás. Saltó sobre él y le golpeó en la cabeza repetidas veces. Él se la sacó de encima y la inmovilizó contra el suelo. El arco se le escapó de la mano.

Tine se lo quitó de encima. Maya cayó sobre Betty al ser derribada por la otra figura. Betty se quedó de piedra.

Aquello parecía la mordedura de Nat. Miró a su atacante. Soltó una exclamación ahogada. Tenía el mismo estilo de pelea que Natasha, el mismo que Yelena, el mismo que Melina, el mismo que ella misma había aprendido de Nat. Su atacante había recibido el mismo entrenamiento.

Tenía que ser una Viuda Negra de la Sala Roja. La otra figura bien podía ser un Guardián Rojo. Peleaba del mismo modo que Pyotr.

Un pensamiento que le dio escalofríos apareció en su mente. No podía ser él, ¿no? Tenían que ser desconocidos. Alguna de las Viudas que Yelena trataba de liberar, alguno de los Guardianes que Pyotr había ido a salvar y que habían escapado de ellos.

Tenían que ser desconocidos.

—¡Betts, muévete! —gritó Clint.

Betty reaccionó demasiado lento. La patada de Maya la alcanzó en pleno rostro y la hizo escupir sangre.

Betty le propinó un puñetazo en el estómago y la derribó. Kate peleaba con la Viuda. Aquello podía terminar muy mal.

Betty corrió hacia la chica al ver que se aproximaban peligrosamente al borde de la azotea. Adivinó los planes de la Viuda y chilló. No. No podía tirarla por el borde.

Saltó sin pensar demasiado, tratando de llegar hasta Kate, mientras la Viuda la hacía pasar por encima de ella y la tiraba por el borde de la azotea.

Todo pareció pasar a cámara lenta. Betty encontró la mano de Kate y trató de sujetarla, pero se le escurrió entre los dedos. La chica cayó de la azotea con un grito y Betty se quedó aferrando el aire, con la respiración entrecortada y los ojos llenos de lágrimas.

Se hubiera derrumbado ahí mismo si Clint no hubiera llegado hasta ella y la hubiera sujetado por los hombros, llamándola por su hombre.

Sonaba muy lejano, casi inaudible. Betty solo podía escuchar el latido de su propio corazón y las últimas palabras que Natasha le dirigió.

Al ver que no reaccionaba, Clint la hizo asomarse por el borde y pudo ver que Kate colgaba de una soga, sobre la calle, sana y salva.

Betty trató de respirar a duras penas. Está bien. Kate está bien. No ha pasado nada.

Entonces, ¿por qué no dejaba de ver a Nat caer? ¿Por qué no dejaba de sentir cómo la mano de Nat se separaba de la suya? ¿Por qué seguía sintiendo el viento de Vormir?

Maldita sea, se suponía que iba a empezar a llevar mejor el asunto.

—¡Venga, subidme! —gritó Kate.

Betty comenzó a negar, lentamente. Una lágrima se le escapó.

Clint comenzó a cortar la soga.

—¡Márchate! —ordenó.

—Por favor —suplicó Betty, apenas en un susurro.

Kate la miró sin comprender. Cayó sobre las luces que decoraban la calle, que frenaron la caída y la ayudaron a llegar sana y salvo al suelo.

—Quédate aquí —dijo Clint, regresando a la pelea.

Betty se quedó mirando a la calle, las manos fuertemente apretadas contra el murete, las lágrimas luchando por salir de sus ojos. Todo su cuerpo temblaba.

Se volvió hacia su padre y vio que entre la Viuda y Maya le tenían atrapado. Apretó los labios. No podía quedarse allí parada e inútil por un maldito flashback. Buscó su arco y recordó que el Guardián Rojo, que aún peleaba con Tine, se lo había quitado. Estaba demasiado lejos para recuperarlo.

Saltó contra la Viuda, dejando a Maya para su padre. Le inmovilizó contra el suelo, pero no tardaron en intercambiar posiciones: su atacante era más experta y Betty no estaba pasando por un buen momento en ese preciso instante.

Kate había regresado a la azotea a pesar de la orden de Clint. Al presenciar la escena, disparó una flecha sónica contra el suelo.

La Viuda salió disparada hacia atrás y Betty se cubrió los oídos con la manos, ahogando un grito. Nunca antes había experimentado los efectos de aquella flecha. Era peor de lo que se había imaginado.

Desorientada, se puso de rodillas y trató de levantarse, tambaleándose. Tine había caído junto a su lado, los dos desconocidos estaban el uno contra el otro, tratando de levantarse. El Guardián sostenía a la Viuda con cuidado.

Betty buscó a los demás con la mirada, desorientada aún.

Maya le propinó tal patada a Kate que casi la tiró por el hueco del patio interior del edificio. Kate respondió levantándose tan rápido como pudo y disparándole una flecha que le alcanzó en el brazo.

Kate apuntó otra flecha. Maya se arrancó la que había recibido y, por algún motivo, decidió retirarse, saliendo por la puerta que comunicaba la azotea con el edificio.

Betty miró a Tine. Una menos, pero quedaban todavía dos y de los peligrosos. La Viuda volvió a lanzarse contra Clint, que recuperó su arco y se defendió.

Tine le indicó con un gesto que ayudara a Clint.

—Yo puedo con ese —aseguró.

Betty asintió. Recogió su arco y corrió hacia su padre y la Viuda, alcanzándolos en el preciso momento en que Clint le quitaba la máscara.

La Viuda le atacó con su mordedura, derribándole, pero su rostro había quedado destapado.

Betty se quedó inmóvil. Había buscado una flecha para disparar, pero bajó los brazos sin ni siquiera llegar a tocarla.

—¿Qué...? —empezó, sin dar crédito—. T-tú no...

—¡Betty! —escuchó decir a Kate.

La chica apuntaba con su arco a la Viuda. Ésta se giró hacia ella, dándole la espalda a Betty, que seguía en shock.

—No... —empezó Betty, dando cuenta que Kate estaba lista para disparar—. ¡Kate, no!

Betty se puso delante de la Viuda, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

Yelena Belova le observó, sin decir palabra. Betty tragó saliva.

A su lado, el Guardián había tirado a Tine y, al ver a su compañera y su situación, se colocó junto a ella en cuestión de segundos.

Betty no necesitaba verle el rostro para saber quién se encontraba debajo. Pyotr Andreyev.

—¿Por qué? —preguntó, con voz temblorosa.

Yelena negó casi imperceptiblemente. Kate había bajado el arco y avanzado, quedándose solo unos pasos por detrás de Betty.

Yelena tiró contra el suelo un agarre, unido a una cuerda. Su hermano le imitó.

Sin más, ambos saltaron de la azotea.

Betty cayó al suelo de rodillas. Aquello era imposible.

Se llevó la mano a la boca para ahogar el sollozo que trataba de escapar. Yelena y Pyotr. Había pasado más de un año buscándolos y habían aparecido de la nada y con intención de matarles.

—¿Quiénes eran esos? —exclamó Kate, que se había arrodillado junto a ella y le había puesto la mano en el hombro.

Betty no podía responder. Tine se había levantado y se acercaba a ellas, cojeando. Clint tardó unos segundos en responder.

—Mejor que no lo sepas —dijo, con voz grave.

—No podemos ser un equipo si no me cuentas lo que pasa —dijo Kate, poniéndose de pie y encarándose con Clint.

—No somos un equipo —declaró el hombre. Betty sollozaba silenciosamente en el suelo, aún sin dar crédito a lo que había pasado—. ¿No lo entiendes? Nunca lo hemos sido.

Kate guardó silencio, herida. Tine se detuvo junto a Clint.

—Eso no es cierto —dijo, en voz baja.

—Aunque no fuera cierto, si lo había, termina ahora —respondió Clint, en tono que no dejaba margen para discusión—. Alguien ha contratado a una Viuda Negra y a un Guardián Rojo. Esto se ha puesto muy serio muy rápido. Tengo que seguir yo solo.

—De eso nada —declaró Kate.

—No puedes hablar en serio —protestó Tine—. Nos hemos enfrentado a cosas peores. Y hemos podido con ello. Saldremos de esta. Vas a necesitar nuestra ayuda si tan seria se ha vuelto la cosa, Clint.

—Mira, sé que la noche se ha torcido, pero fui yo quién decidió venir, fuimos nosotras. Oye, comprendo los riesgos y todo lo demás.

—¡Yo trabajo solo! —replicó Clint—. ¿Me habéis oído? ¿Me habéis oído?

Betty se levantó y se colocó junto a Kate, con la cabeza gacha. Clint fue hasta ellas y le quitó el arco a la morena.

—Vete a casa, Kate —pidió—. Se acabó.

—Papá... —empezó Betty, con voz ahogada.

—Tú también te vas a casa, Betts —la interrumpió él—. No me importa si es con los chicos y Laura o si vas con Pepper y Morgan o con quien te apetezca. Pero estás fuera de esto.

—No puedes decirlo de verdad —dijo ella, casi en un susurro.

—Tú también puedes volver, Tine —continuó Clint—. Tenías una vida normal. Fue por eso que te marchaste. Puedes recuperarla. —Y al notar las expresiones de las tres, añadió—: Esto se ha acabado.

Tine fue la primera en abandonar la azotea, cojeando y sin decir ni una palabra. Betty fue tras ella, con Kate detrás.

La primera todavía sintiéndose perdida, la segunda herida. Aquello había terminado de la peor manera posible.

Yelena. Pyotr.

Ella debería haberlos encontrado antes. Si lo hubiera hecho, aquello podría haber no sucedido. Lo había dejado demasiado a un lado. Y ahora...

—¿Betty? —preguntó Kate, tomándole la mano. La rubia se detuvo y la miró a los ojos—. ¿Qué ha pasado?

Betty negó con la cabeza y dio un paso atrás, soltando la mano de Kate.

—Ahora no puedo, Kate —dijo, en voz baja—. No puedo hablar de ello.

La morena la miró, herida.

—¿Y cuándo podrás?

Betty se encogió de hombros.

—Puede que nunca —susurró—. Lo siento, Kate.

Echó a andar, dejando a la chica atrás, sin comprender y sin saber cómo ayudar. Betty agachó la cabeza.

—Puede que sea mejor si no volvamos a vernos. De todos modos, creo que siempre supiste que yo era un problema.

—Betty...

Pero ella negó.

—Adiós, Kate. Lo siento.

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