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thirteen » jungle







capítulo trece
( jungla )












BETTY HABÍA INTENTADO RESISTIR LA TENTACIÓN, pero las calles nocturnas de Nueva York y los bares solitarios habían sido más fuertes que ella.

Había regresado a su apartamento por primera vez en una semana y llevaba con ella una botella de vodka y otra de ginebra. De perdidos al río.

No era capaz de afrontar aquello sobria. Si su padre iba a buscarla por la mañana para enviarla a casa, se la iba a encontrar hecha un asco.

En el estado que estaba, aquello le alegró. Estaba enfadada, con él, con todos. Con ella misma, sobre todo. Estaba harta, harta de seis meses tratando de mejorar solo para caer una y otra vez, harta de haber pensado en serio que podría salir de aquello solo para que su pasado la recibiera con una sonora bofetada en la cara.

Harta de todo. Menos del alcohol.

Y por mucho que Natasha fuera a seguir muerta y su vida fuera a seguir siendo un desastre cuando aquella botella estuviera acabada, era lo único a lo que podía recurrir en ese momento.

El sonido del teléfono le interrumpió en mitad de la madrugada, cuando ya llevaba una botella terminada, y le irritó considerablemente. Descolgó sin siquiera mirar quién era quien llamaba.

—¿Qué coño quieres? —espetó.

El silencio al otro lado de la línea duró varios segundos.

¿Betty? —Ella trató de identificar la voz, sin éxito—. ¿Estás borracha?

—¿Quién eres? —bufó ella—. ¿Eres Kate?

Le pareció escuchar que el otro se golpeaba la cara con la mano, en gesto de frustración.

¿No sa...? Betty, soy Bucky.

La rubia frunció el ceño. ¿Bucky? Aquel nombre le resultaba familiar.

—¿Bucky? —repitió, arrastrando las palabras—. Ah, ya sé. ¡Eres el medio robot!

Oh, por Dios, estás muy borracha, ¿verdad? —suspiró el hombre—. ¿No estabas intentando dejarlo?

—Sí, pero la vida no es una mierda, mi padre me manda a casa, mis tíos o lo que sean intentan matarme, una mafia va tras de mí y he ahuyentado a la chica que me gusta. —Betty dio otro sorbo a la botella—. Y mi madre está muerta por mi culpa. Tú también necesitarías beber. ¿Estás en Nueva York? Puedes venir a mi casa, te invito.

Estoy en Delacroix, Betty —suspiró Bucky—. En casa de Sam.

—¡Sam! —exclamó Betty, animándose de golpe—. ¡El Capipájaro! ¿Tú eres el que estaba casado con él, entonces? Ya me acuerdo de ti.

Oh, por Dios —gimió Bucky—. No, no estamos casados.

—Mejor por ti. Dicen que el amor es una mierda, ¿no? ¡Y yo ni siquiera he podido decirle a Kate que me gusta!

Silencio.

¿No hay nadie contigo en tu casa, Betty?

—Nadie en absoluto, me gusta estar sola —dijo Betty alegremente—. ¿Y a ti?

Betty, deja de beber.

—Vale.

¡Te estoy escuchando beber ahora mismo!

Eh, ¿qué pasa? ¡Es de madrugada, anciano!

Una nueva voz se había unido a la conversación, por el otro lado de a línea. Betty escuchó atentamente, mientras daba un nuevo trago a la botella.

Estoy hablando con la mocosa, Sam, al parecer...

—¿Sam? —se alegró Betty—. ¡Sam, hola, Sam! ¿Cómo estás? Tú eras el Capipájaro, ¿verdad? ¿No suena gracioso? Capipájaro.

Las risas de Betty fueron lo único que se escucharon durante al menos diez segundos.

Vale, lo pillo, está borracha —suspiró Sam.

Mucho —asintió Bucky.

—Muuuuuuuuucho —rio Betty—. ¿No es gracioso? Parezco una vaca.

Betty, ¿qué te ha pasado? —preguntó la voz de Sam—. ¿Estás bien?

La risa de Betty se cortó al instante.

—Estoy en la mierda —dijo, franca—. Pero no me hagas hablar de ello o me echaré a llorar.

Más silencio.

¿Betty?

—¿Sí?

¿Podrías dejar la botella, por favor?

La rubia suspiró y la dejó sobre la mesa.

—Lo que sea, ya estaba vacía.

¿Cuánto has bebido? —Esta vez, fue Bucky quien preguntó.

Betty se encogió de hombros.

—¿Dos botellas? Bueno, y lo del bar. —Intentó contarlo con los dedos, pero se rindió pronto—. No sé. No me paro a contar, ¿sabes? Solo bebo. Es más fácil.

Se puso en pie y trató de ir a la cocina, donde puede que tuviera guardado algo más de alcohol, pero casi —bueno, sin el casi—, se cayó al suelo con un grito y se quedó ahí, gimiendo de dolor y con el teléfono aún en la mano.

¡¿BETTY?! —escuchó gritar a dos voces al mismo tiempo.

Ella se echó a reír.

—Me acabo de pegar la caída de mi vida, ¿no es gracioso?

A los otros dos no parecía hacerles gracia.

Por Dios, Betty, podemos estar en Nueva York en menos de un día, ¿necesitas que vayamos? —dijo Bucky, ya harto del tema—. Simplemente, dilo y nos tienes ahí. Vas a matarte tú solita.

—¡No! —se apresuró a decir Betty, enfadada súbitamente—. ¡No quiero que vengáis! Quedaos en Francia o donde sea que estéis y olvidaos de mí. Es lo más fácil al final. Soy un puto problema para todos.

Betty, sabes que eso no es verdad —protestó Sam—. Avisa a tu padre y pídele que vaya contigo. Le llamaremos. Si luego estás mejor, no tenemos por qué ir, pero...

—¡Que no vengáis! —gritó Betty, que se encontró llorando de un momento a otro—. No perdáis el tiempo conmigo, joder. Ocupaos de lo que sea, Sam puede volar, Bucky hacer cosas de robots... Estoy bien.

Has dicho hace nada que estabas en la mierda —recordó Bucky.

—Apuesto a que has mentido alguna vez en tu vida —gruñó Betty—. Cállate. Callaos los dos. Estoy harta. Solo quiero... ¡EH! ¿QUIÉN COÑO ERES? ¡LÁRGATE!

¿Betty? —preguntaron dos voces al mismo tiempo, preocupadas. Escucharon un forcejeo—. ¡Betty!

No obtuvieron respuesta.

Se acabó, ahora mismo salimos para Nueva York —gruñó Bucky—. Sea lo que sea, necesitas ayuda y...

—Hey, Buck —saludó una voz de hombre, dejando completamente en silencio tanto a Bucky como a Sam. No esperaban aquello—. Imagino que Sam está también por ahí.

Pyotr, ¿qué haces con Betty? —preguntó Sam, tras recobrarse de la sorpresa—. Mejor dicho, ¿qué haces...? ¿Dónde has estado? ¡Desapareciste después del lío con Walker y no has dado ni una noticia en un año! Te prometo que, cuando te atrape...

—Lo entiendo, Sam, y siento ofenderte, pero ahora mismo me preocupa más Betty que tu enfado —interrumpió el ruso—. ¿Te importa si te llamo mañana y te dejo gritarme todo lo que quieras? De hecho, si quieres, puedes gritar también a Tine.

Ella al menls tuvo la decencia de avisar —comenzó un enojado Sam, pero Bucky le interrumpió.

¿Tine está ahí?

—No exactamente aquí, pero he ido a visitarla antes —asintió Pyotr—. Le va bien, Bucky, pero, en serio, tengo que encargarme de Betty. ¿Os puedo llamar mañana o lo que sea?

¿No es necesario que vayamos a Nueva York? —preguntó Sam, tras un momento de duda.

Pyotr sonrió para sí.

—No, pajarraco, no hace falta. Puede que me pase un día de estos a saludar, después de Navidad. Ha sido una locura de año. Pero todo va bien, dentro de lo que cabe. ¿Puedo colgar ya?

Ve y ocúpate de la mocosa —asintió Bucky—. Si crees que puedes necesitar ayuda...

—Aquí tengo de sobra, pero os tendré en cuenta por si acaso —aceptó Pyotr—. Nos vemos.

Y, sin más, colgó y dejó el teléfono de Betty sobre la mesa del salón. La chica estaba entre brazos de Yelena, diciendo incoherencias sobre que ella quería matarla y que le había visto saltar de una azotea.

—Fue más impresionante cuando caíste de la Sala Roja —comentó, arrastrando las palabras. Luego, rio, como si aquello le hiciera gracia—. Vaya mierda de día. Nat estaba ahí. ¿Tienes algo de beber?

—La llevaré a la cama —suspiró Yelena, echando la cabeza hacia atrás cuando Betty trató de tocarle la cara—. Dios, nunca me imaginé a Liza borracha. No me gusta. Tendremos que esperar a mañana a hablar con ella.

Pyotr asintió.

—Eh, tú eres Pete —exclamó Betty, riendo—. ¿Tú también quieres matarme? Supongo que me lo merezco, pero los rusos podéis dar miedo.

—Llévala a la cama cuanto antes, sí —suspiró Pyotr—. Mañana tendrá un dolor de cabeza horrible. Será mejor que mire si tiene algo para la resaca.

—¿Crees que Kate se pondrá triste si me matáis? —se preguntó Betty—. Yo me pondría triste si ella muriera, como cuando casi se cae de la azotea, pero luego le he dicho que no me volviera a ver. Igual está enfadada conmigo. Es una mierda.

Los dos hermanos fruncieron el ceño.

—Creo que lo mejor será darle un sedante —propuso Yelena—. Tengo un par en el bolsillo. Está bastante borracha. No me va a hacer caso si le digo que se duerma.

—Será lo mejor —asintió Pyotr—. Intenta que no se caiga al suelo mientras la llevas a la habitación, por el amor de Dios.

—No soy tan torpe —gruñó Yelena, pasando el brazo de Betty por encima de sus hombros—. Vamos, Liza, es hora de dormir.

Se la llevó del salón entre protestas.

EL DESPERTAR DE BETTY FUE PÉSIMO. No solo porque tenía una resaca horrible y a una espía rusa vigilándola, sino también porque había vuelto a tener su pesadilla habitual.

Ver a Yelena en su dormitorio justo después de haber soñado con la muerte de Natasha le sentó peor de lo que hubiera imaginado.

—¿Qué haces...? —empezó, pero Yelena le interrumpió.

—Bébete esto, desayuna lo que tienes en la mesita de noche y tómate la pastilla, en ese orden. Cámbiate si quieres. Pyotr y yo te esperamos en el salón.

—Pero...

—Nada de peros, Liza. No estás en posición de protestar —interrumpió Yelena, cruzándose de brazos—. Haz lo que te he dicho. Has tardado siglos en despertarte. Hemos tenido que comer sin ti. Además, apuesto a que el dolor de cabeza te está matando. Hazme caso.

Y abandonó la habitación como si de un sargento se tratara.

Betty se quedó algo cortada. ¿Iban a envenenarla? Tal vez. Pero la hubieran matado mientras dormía si la hubieran querido muerta. O igual fueran a interrogarla.

No podían ser amistosos, no después de la pelea en la azotea la noche anterior. Betty había llegado a considerar a Yelena y Pyotr familia, pero no sabía qué pensaban de ella en ese momento.

Si la culpaban por la muerte de Nat, lo entendería.

No le quedaban muchas opciones: Yelena tenía razón, el dolor de cabeza la mataba y también el ardor de estómago y su aliento, que apestaba a vodka. Los recuerdos de la noche estaban difusos, lo que daba a entender que se había pasado y por mucho.

Obedeció y se bebió la taza que Yelena le había dado, luego se comió el desayuno/comida/merienda y se tomó la pastilla con una mueca de asco. Odiaba las pastillas.

Se quitó el traje de combate, que era el mismo que llevaba desde la noche anterior, y se peinó un poco, para parecer al menos presentable.

Encontró a Pyotr y Yelena en el salón, tal y como la segunda le había dicho que estarían. No parecían especialmente interesados en hacerle algo malo, al menos por lo que aparentaba: Pyotr examinaba uno de los tantos libros que Betty tenía en la casa y Yelena pasaba los canales de la televisión a toda velocidad, sin tiempo apenas de ver qué emitían.

La chica se quedó de pie, algo cortada, hasta que Pyotr levantó la vista hacia ella.

—¿No vas a sentarte? —preguntó—. Se supone que es tu casa. No sé por qué estás esperando permiso.

—No sé, ¿invitáis a la gente a sentarse con vosotros antes de asesinarlos?

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Yelena, ofendida—. Kate Bishop es una mala influencia. ¿Por qué crees que íbamos a matarte? Si fuéramos a hacerlo...

—Lo sé, estaría bien muerta desde hace rato —interrumpió Betty—. Pero en la azotea...

—Queremos matar a tu padre, no a ti —aclaró Pyotr—. No es que vayamos a pedirte permiso ni nada, pero queríamos informarte.

Betty se quedó en silencio durante diez segundos completos, antes de reaccionar.

—¿Qué? —casi gritó. Había hecho ademán de sentarse, pero saltó de inmediato al decir aquello.

—Relájate, Liza —protestó Yelena, apagando la televisión.

—Acabáis de decirme que vas a matar a mi padre, ¿¡Y QUIERES QUE ME RELAJE!? —Betty negó con la cabeza, sin dar crédito—. Joder, Yelena. No podéis...

—¿Matarlo? —preguntó Pyotr, con voz glacial—. ¿Igual que él mató a Nat?

Betty hizo un esfuerzo por tratar de mantener la calma. La cabeza le dolía horrores y aquello no iba a ayudarle.

—Pete, le conoces desde hace siglos, ¿en serio crees que él pudo...?

—Creía conocerle —interrumpió él—. Pero parece que esos cinco años que estuvimos fuera cambiaron mucho a la gente. Ronin es una prueba de ello, ¿no?

Betty negó.

—No fue culpa suya, Nat no... —La voz se le quebró—. Es culpa mía. Si queréis matar a alguien para vengar a Nat, es a mí. Fue culpa mía. Fue todo culpa mía.

Yelena se volvió hacia ella, con los labios apretados.

—Liza, puede que intentes cargar con la culpa, pero sabemos quién es el verdadero responsable. Lo siento, pero es así.

—No, Yelena, no...

La rusa se levantó y se colocó frente a ella, muy seria.

—Yelizabeta —dijo, y Betty calló al escuchar su nombre completo en ruso. Solo Yelena le llamaba así—. Solo queríamos pedirte que no te metieras en medio. No vas a decirnos si podemos matarle o no. Nuestra hermana está muerta por él y todos le consideran un héroe. Queremos justicia para Natasha y vamos a conseguirla.

—Yelena —empezó Betty, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas—. No lo hagáis, por favor. Él no la mató. Si es culpa de alguien, es mía.

Pyotr, que también se había acercado, le puso la mano en el hombro.

Amabas a Natasha como a una madre —dijo en ruso—. Anoche lo dijiste. No hubieras sido capaz de esto, Betty. Me duele que haya sido tu padre, pero...

Además, eres familia —interrumpió Yelena—. Natasha te introdujo así y así te aceptamos. No te haríamos nada nunca. Pero vengaremos a Natasha.

Es mi padre —dijo Betty, con voz débil—. Ya perdí a Nat. No puedo perderle a él. Por favor...

—Lo siento, Betty —respondió Pyotr, regresando al inglés—. Haz caso a lo que Barton dijo. Ve con tus hermanos, o con quien quieras. Ve con Sam y Bucky. Ve con Pepper y Morgan. Ve con la chica Bishop. Pero no te metas en medio. No te haremos daño, pero tendremos que apartarte de un modo u otro.

—No lo entiendes —insistió Betty—. Nat no hubiera querido nada de esto, ella no hubiera...

—¡ELLA HUBIERA QUERIDO SEGUIR VIVA! —interrumpió Yelena, a voz de grito—. ¡ASÍ QUE NO EMPIECES CON LOS NATASHA HUBIERA QUERIDO QUE, PORQUE APUESTO A QUE ESTÁS HARTA DE ESCUCHARLOS! —La miró fijamente, sus ojos casi echando chispas de furia—. Si nos ponemos a hablar de lo que Natasha hubiera querido, ambas sabemos que no hubiera querido que tú estuvieras como ayer te encontramos. No uses ese argumento, Liza, ni por muy desesperada que estés. Vamos a hacer lo que hemos dicho. Siento el dolor que pueda traerte, pero vamos a hacerlo igual. No hay más que decir.

Betty la miró, con los ojos llenos de lágrimas. Yelena apretó los labios.

—Espero volver a verte en algún momento, Liza —dijo, y abandonó el salón con paso firme.

Betty se quedó mirando al suelo, con los puños cerrados. No podría razonar con Yelena, pero igual con Pyotr...

—Ni lo intentes, Betty —se adelantó él, viendo que le miraba—. Lo siento de veras. Pero Natasha era nuestra hermana y está muerta por Clint.

—Clint es mi padre —murmuró Betty—. Y Natasha era mi madre porque yo la elegí así. Perdí a uno de ellos, Pete. No puedo perder al otro.

El hombre negó con la cabeza.

—Siento que todo esto haya terminado siendo así, Betty —se limitó a decir.

Tras aquellas palabras, siguió los pasos de su hermana.

—Espera —pidió Betty, yendo tras ellos—. Por favor, no...

La puerta de su apartamento estaba abierta, pero el pasillo ya estaba desierto. Betty odiaba lo rápido que esos eran capaces de desaparecer. Cerró la puerta sin preocuparse por las llaves —se arrepentiría de aquello más tarde— y corrió hacia las escaleras, esperando alcanzarles antes de llegar a la calle.

Fracasó. En cuanto salió del edificio, se vio envuelta por la habitual masa de personas que siempre había en Nueva York, pero ya no había ni rastro de Pyotr ni de Yelena.

( ADVERTENCIA: SPOILERS NWH )

Buscarlos en la calle era una misión destinada al fracaso. Betty suspiró y, tras avanzar unos metros, dio media vuelta para regresar al edificio, chocando de bruces con alguien al girarse bruscamente.

—¡Oh, mierda! —exclamó, antes de siquiera poder pensar en qué decía—. Perdón, no pretendía...

—¿Betty?

El chico frente a ella debía de tener dieciocho años. Se le había quedado mirando, boquiabierto. Ella frunció el ceño.

—¿Nos conocemos?

El chico se apresuró a cambiar la expresión.

—Eres Betty Barton, ¿no? —preguntó, tratando de sonar tranquilo—. Todos te conocen, creo.

Betty asintió. Aquello era lógico.

—Solo es que... suelen llamarme Artemis —se limitó a decir—. Por eso me pareció raro.

El chico titubeó.

—Bueno, éramos compañeros en Midtown, pero no creo que te acuerdes de mí —se limitó a decir. Le tendió la mano—. Peter Parker. Ese es mi nombre, quiero decir.

Betty dudó, pero terminó por sonreír y estrecharle la mano.

—Encantada, Peter Parker. Ya veo que sabes mi nombre, así que no tiene sentido que me presente.

—No, no hace falta —rio Peter.

Betty no se lo pensó mucho. No quería estar sola y seguía con resaca. Era el momento idóneo para tomar una mala decisión.

—¿Te apetece subir a mi casa a tomar algo? Tengo batido de chocolate.

Había algo en Peter Parker que le animaba a confiar en él.

La respuesta del chico tardó unos segundos en llegar.

—Sí, vale.














que llevo planeando esto último desde que vi nwh? obvio

btw, ya vieron la película? imagino que la mayoría ya la vio después de un mes, pero aún así puse la alerta de spoiler por si acaso a

also, yelena y pyotr son mis niños preciosos, los amo bai

ale.

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