ten » right where you left me
capítulo diez
( justo donde me dejaste )
CUANDO KATE REGRESÓ AL APARTAMENTO, cargada de lo que ella consideraba imprescindible para celebrar la mejor Navidad posible, encontró a Betty sentada en suelo del pasillo, junto a la puerta del apartamento.
Sostenía un cigarrillo en la mano. Kate la miró, intrigada.
—¿Fumas?
—Fumaba —replicó Betty, haciendo una mueca. El perro fue junto a ella y Betty le acarició distraídamente—. O eso es lo que intento. Llevo meses sin hacerlo, pero a veces la tentación es más fuerte. Así que recuerdo todas las cosas que me llevaron a fumar y luego... —Lo tiró al suelo y lo pisoteó—. Fin. Es terapéutico, creo. He decidido comenzar a superar mis traumas, pero no va a ser precisamente fácil. Tengo que reflexionar antes. —Sonrió, como si tal cosa, se levantó y miró a Kate—. ¿Alguna vez has fumado?
—¿Yo? No —dijo la chica, sorprendida por la pregunta—. Nunca me llamó la atención.
—Buena chica. Créeme, no te conviene empezar. —Echó un vistazo a la caja de pizza que llevaba Kate y al sombrero que tenía en la cabeza—. Así que ¿quieres revivir el espíritu navideño?
—Es Navidad y vamos a celebrarlo —declaró Kate—. ¿De acuerdo?
Betty rio al notar su decisión.
—De acuerdo. —La última Navidad fue un fracaso. No iba a estropear aquella—. Pásame uno de esos gorros. Tine llegó hace rato, podemos celebrarlo los cinco juntos.
Abrió la puerta del piso y dejó pasar a Kate y al perro primero.
—¿Hola? —saludó Kate al entrar.
—Hola —respondió Clint.
—¿Qué hay? —dijo Tine.
—¿Una ayudita? —probó Kate.
Clint estaba tumbado en una butaca, con lo primero que había encontrado en el congelador sobre los golpes: packs para hacer granizado que Betty pensaba usar más tarde. Tine descansaba sobre el sofá, dentro de una chaqueta de cuero gastada.
—¡Eh, deja eso! —protestó Clint, cuando el perro trató de comerse sus patatas fritas.
—Deja que te coja esto, anda —dijo Betty, quitando la caja del árbol de Navidad de brazos de Kate.
—Vale, ese es el uniforme de Ojo de Halcón que te hacía falta —comentó Kate, echándole un vistazo a Clint.
Betty y Tine rieron por lo bajo.
—¿Y todo eso? —preguntó Clint.
—Mi forma de salvar las Navidades —declaró Kate, dejando un par de bolsas sobre el sofá o, mejor dicho, sobre Tine, que dejó escapar un ruido de protesta.
—No me digas —respondió Clint.
—Venga, papá, será divertido —protestó Betty—. Y hay pizza.
—Llegaréis a casa para el gran día —declaró Kate—, pero no quiero que os perdáis las tradiciones. Hoy tocaba maratón de pelis, ¿no?
—No me digas que has traído pelis de Navidad —dijo Tine, incorporándose. Kate asintió—. Esta chica sí que sabe. ¿Qué tienes por ahí?
—He traído mogollón —se limitó a decir ella, sacándolas todas de una bolsa. Betty soltó un silbido, admirada.
—Sí que lo has preparado bien, bonita.
—Es un bonito detalle —comentó Clint—. Gracias.
Kate sonrió. Betty la imitó.
—Pero ¿podemos dejarlo y hablar del tío de la espada? Estaba esperando a que llegases para contároslo a Tine y a ti a la vez.
La sonrisa de Betty se desvaneció. Su padre le había dicho lo que había descubierto Laura.
—Tienes buen olfato, niña —comentó Clint.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Kate, que también había perdido la sonrisa.
—He investigado y... Sloan es una empresa fantasma que los chandaleros usan como tapadera. Y Jack Duquesne es el CEO.
Tine apretó los labios. Kate no parecía tan emocionada como Betty creyó que estaría.
—¿Seguro?
—Ajá —respondió Clint, dando un sorbo a su taza.
—Y yo que creía que yo era la única de la familia que se metía en asuntos turbios —suspiró Tine—. Aunque él lo hace desde el lado malo, yo por lo menos tengo mis principios. Maldito hijo de perra, ¿él mató a mi padre?
—Eso parece —asintió Betty.
—Lo subestimé, entonces —comentó Tine, encogiéndose de hombros—. Tenía el beneficio de la familia. Pero si eso es verdad, pienso ser yo quien lo meta en la cárcel mañana mismo.
—Vale, entonces, hay que trazar un plan para desmantelar la organización criminal del novio de mi madre y, al mismo tiempo, seguir celebrando tradiciones navideñas —declaró Kate, decidida.
Le tiró a Betty un jersey morado directamente a la cara. La rubia rio.
—¿Te he dicho ya que me encantas? —preguntó.
—Nunca viene mal escucharlo —replicó Kate, sonriendo ampliamente. Le tiró otro jersey más, esta vez verde, a Clint y luego otro, de color rojo, a Tine—. ¿Tenéis para hacer más granizados?
—En la cocina —respondió Clint.
—Bien.
—Vamos a ello —comentó Betty, siguiendo a la otra chica, con un nuevo jersey recién puesto.
Clint le echó un vistazo a Tine mientras los dos escuchaban a las dos jóvenes riendo desde la cocina, mientras preparaban los granizados.
—No sabía que seguías teniendo esa chaqueta —observó Clint.
Tine sonrió.
—Me la suelo poner en casa.
—Aún no he podido hablar contigo sobre lo que pasó.
—Créeme, no es algo que necesite —suspiró la mujer, poniéndose en pie—. Ponte el jersey, Ojo de Granizado, y ven a ayudar a la cocina.
—No ha sido tu mejor mote —observó Clint, divertido.
—Pero aún así te ha hecho gracia —replicó Tine. Se detuvo antes de ir a la cocina—. O, mejor, dejemos a esas dos solas y montemos el árbol nosotros.
—Esto parece cuando Pete y yo hacíamos lo posible por dejaros a solas a ti y a...
—Estamos en Navidad, no es momento de recordar el pasado, Barton —le recriminó Tine, sonriendo—. Ponte de pie y ayuda, viejo. ¿Tal mal te ha ido la jubilación?
Con sus granizados de fresas en una taza y los jerséis navideños puestos, Betty, Tine y Clint veían a Kate dibujando con un rotulador sobre el cristal de uno de los cuadros de su tía, donde había trazado una especie de esquema con nombres en el interior.
—Vale, la poli —decía Kate, señalando en el dibujo—. ¿Qué hacemos con la poli? —preguntó, para luego tachar el nombre—. Quitárnosla de encima. ¿Con los del chándal? —También tachados—. Tres cuartos de lo mismo.
—Toma chico —dijo Clint, dándole de comer al perro cuando éste empezó a gimotear.
—Y solo falta averiguar cómo y por qué Jack está en medio de todo —finalizó Kate, tachando también el nombre de Jack.
—Podemos interrogarle nosotros antes de dárselo a la policía —comentó Betty—. No será para tanto, ¿no?
—Sí, ya —dijo Clint, no demasiado atento.
—Ahora viene cuando rematas todo con un plan —protestó Kate—. ¿Tine? Tú también sirves. La idea de Betty no ha sido mala, pero necesitamos más si vamos a ser un equipo.
—No, los planes no son lo mío. Ni de Tine, hazme caso.
—Cierto —admitió la mujer.
—¿Seguro que eso se borra? —preguntó Clint.
Betty estalló en carcajadas cuando Kate trató de borrar, sin éxito, la tinta del rotulador sobre el cristal.
—Buen chico —dijo Clint, volviendo a darle comida al perro.
—¿Vemos una peli? —propuso Tine—. Es el único buen plan que se me ocurre.
Dicho y hecho. Los cuatro se acomodaron en el sofá, algo apretujados, con las cajas de pizza y algunas cosas de comer más que encontraron en la mesa frente a ellos. Betty se acomodó entre Kate y Tine.
—¿Y las flechas especiales? —quiso saber Kate, en medio de la película.
—Me temo que ya no quedan más —suspiró Clint—. ¿A ti, Betts?
—Nada de nada —respondió ésta—. ¿Tine?
—Con suerte encontré mi viejo arco, no queda ninguna.
—¿En todo el mundo? —preguntó Kate, decepcionada.
—Básicamente —asintió Clint—. Tengo algunas puntas especiales, pero no valen para cualquier astil.
—Pues habrá que recuperarlos —decidió Kate.
—No creo que sea tan fácil como eso, bonita —suspiró Betty—. Te sorprendería lo fácil que los astiles desaparecen.
—Recuerdo que rompiste uno cuando eras pequeña y tu padre se puso como loco —comentó Tine, divertida.
—¿Me conociste de pequeña? —se sorprendió Betty.
Tine sonrió.
—Tendrías seis o siete años y fui una vez a tu casa, pero aún me acuerdo.
Betty miró a su padre. Él y Tine debieron ser verdaderamente cercanos si la llevó a su casa, aunque solo fuera una vez.
—Me acuerdo de esas Navidades en las que Betts, cuando era pequeña... —empezó Clint, mirándole con burla.
—Ah, no, ¡ni se te ocurra! —saltó ella al instante—. ¡Kate, no escuches!
—¿Que no escuche qué? ¿Una vergonzosa anécdota infantil? —Kate sonrió casi diabólicamente—. Soy toda oídos, Clint.
—¡No!
—¿QUÉ HACES?
—Así tapo lo que no puedo borrar —declaró Kate, junto al árbol de Navidad que había movido hasta cubrir el cuadro pintarrajeado.
—Chica de recursos —comentó Betty, divertida.
—Qué resolutiva eres —ironizó Clint.
—No seas sarcástico, viejo gruñón —se burló Tine.
—¿Y UNAS FLECHAS BOOMERANG?
Betty miró a Kate como si se hubiera vuelto loca.
—¿Por qué iba a querer usar una flecha boomerang? —replicó Clint.
—Porque vuelven —respondió Kate, obvia.
Tine soltó una carcajada.
—Ese es el problema.
—Exacto —asintió Clint.
—Ya, pero si vuestras flechas volviesen, las tendríamos todas —replicó Kate.
—Clavadas en el cuerpo —dijo Clint.
—Habría que... que esquivarlas —repuso Kate.
Betty se echó a reír.
—No inventes flechas nunca, no es una de tus habilidades —declaró, dándole un codazo.
—NO, NO ES IMPOSIBLE.
—Nada es imposible desde que hubo aliens en Nueva York en 2012 —añadió Betty.
—Pero la primera tiene que ser de madera para que la segunda la parta por el centro —continuó Clint.
—Aún recuerdo cuando me enseñaste eso —comentó Tine, colocando la estrella sobre el árbol—. Parece que han pasado siglos.
—Mentira cochina —dijo Kate—. Lo he intentado.
—Yo dije lo mismo. —Tine rio—. Y luego él me enseñó que me equivocaba.
—Yo lo he hecho varias veces —asintió Clint—. Incluso Betts lo ha conseguido.
—¿Algún truquito más? —quiso saber Kate.
—Enséñale el que me gustaba de pequeña, papá —pidió Betty, riendo.
—¿Cuál es ese? —preguntó Tine.
—Bueno, puedo tumbar a alguien con una moneda a seis metros —explicó Clint.
—¡Ah, me acuerdo de ese! —exclamó Tine.
—Venga ya —dijo Kate.
—De cinco o de veinticinco —añadió Clint—. Las de diez pesan poco.
—Demuéstralo —le retó Kate.
—¿Quieres que te deje K.O.? —preguntó Clint.
—No. Puedes dejar K.O. a Tine —respondió la chica—. O darle a algo. O, si no, no me lo creeré y luego iré pregonando por ahí que Ojo de Halcón es un trolero de...
La moneda voló, pasando a centímetros de la mejilla de Betty, y dando justo en el botón de la televisión, que se apagó al instante. La chica soltó un grito.
—¡Podrías haberme dado!
—Sabes que no te iba a dar —replicó su padre.
—Hala —exclamó Kate—. Tienes que enseñarme a hacerlo.
Unos cuantos granizados preparados después, Kate estaba lista para aprender. Se situó en el pasillo, junto a Clint, mientras Betty y Tine se sentaban en el salón con sus tazas llenas de granizado. Se aseguraron de no sentarse en medio de las posibles trayectorias que la moneda podía tomar.
—¿Desde cuándo conoces a mi padre? —preguntó Betty, intrigada.
—Doce años para mí, diecisiete para él —respondió Tine—. Entré a S.H.I.E.L.D. siendo novata pero con talento, en palabras de Fury, y me lo asignaron como entrenador. Así conocí a Nat y a Pete.
—Pete... —suspiró Betty—. No sabrás nada de él por casualidad, ¿no?
Tine negó con la cabeza.
—Ni una palabra. Lo siento, Betty.
—¿Conocías mucho a Nat? —quiso saber la joven, tras unos segundos.
Tine sonrió, nostálgica.
—Digamos que... éramos algo parecido a vosotras dos. A Kate y a ti —aclaró, al ver la expresión de Betty—. Yo estuve en Wakanda cuando Thanos chasqueó.
—Yo estaba en el espacio por aquel tiempo —comentó Betty—. Vaya, no tenía ni idea.
Tine se dedicó a sonreír.
—A la próxima te sale —escucharon decir a Clint.
Ambas se giraron, esperando ver la moneda volar de un momento a otro.
—Vale —asintió Kate.
—¡Suerte! —deseó Betty.
Segundos después, la moneda atravesó el aire rápidamente, tal y como la de Clint antes, y dio en el mismo punto. La televisión se encendió.
—¡La leche! —escucharon exclamar a Kate—. ¡Le he dado!
La chica se sentó en el sofá, junto a Betty. La rubia reía.
—Nada mal, bonita.
—Es una pasada —declaró Kate.
—Nada mal, jovencita —rio Clint—. Has tardado menos que Tine en aprender.
—Me llevó casi un día completo —admitió la mujer.
—Nada mal —repitió Kate, riendo.
Los cuatro chocaron las tazas con granizado, entre risas.
—Vale, Clint —dijo Kate—, el mejor disparo de tu vida.
La sonrisa de Betty se desvaneció. Ella le había hecho esa pregunta a su padre, años atrás. Sabía la respuesta.
Clint miró primero a Tine y luego a Betty, antes de responder.
—El que no hice.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Kate, sin entender.
—Ah, pues... —Tine agachaba la cabeza. Betty se abrazaba a sí misma. No parecía el mejor momento para abrir heridas, menos cuando su hija se había sincerado con él antes—. Da igual. Olvídalo.
—¡Eso no se hace! —protestó Kate.
—Déjalo, da igual —dijo Clint, riendo algo forzadamente.
—¿Qué? Venga, será mi regalo de Navidad —insistió Kate.
—No, no insistas, no es un buen momento.
—Sí, será una historia buenísima, seguro —dijo Kate, ajena a todo—. ¿No creéis, chicas?
—Puedo pasar sin escucharla —masculló Betty.
—Yo estoy bien como estoy —aportó Tine.
Kate no entendía nada.
—No es tan buena —insistió Clint, en tono más cortante—. ¿Vale?
Kate se quedó algo cortada. Betty suspiró y se echó hacia atrás. La diversión se había esfumado.
—No te preocupes por mí, papá —dijo, tras un momento de duda—. Cuéntala si quieres.
Clint no estaba tan seguro.
—¿Tine? —preguntó.
La mujer suspiró, como Betty había hecho segundos atrás.
—Como veas, Barton. Ahogaré mis penas en granizado.
Clint asintió.
—Verás —empezó, mirando a Kate—, conocí a cierta... persona. Me enviaron a eliminarla, con Tine. Y cuando llegó el momento... No pude hacerlo. Ninguno de los dos. No sé. Presentí que ella quería dejarlo. Y no me equivoqué.
—Fue la mejor decisión que pudimos tomar —murmuró Tine.
Betty parpadeó furiosamente, en un intento por ahuyentar las lágrimas. Estaba deseando salir corriendo de aquel lugar y refugiarse en quién sabía dónde.
No lo hizo. Permaneció allí, sentada y en silencio, recordando la promesa que se había hecho días atrás.
—Te refieres a Natasha —dijo Kate, en voz baja.
—Sí. —Guardó silencio durante unos segundos, dudando—. Era la mejor de todos.
—Era mejor aún que eso —comentó Betty, sonriendo levemente.
—Lo siento —dijo Kate, notando su expresión.
Clint sonrió.
—Tranquila, cuando uno se dedica a esto, hay que... aprender a asumir la muerte, ¿no?
—Por difícil que sea —murmuró Betty.
—En fin —suspiró Clint, girándose hacia la televisión.
Betty la estaba mirando fijamente, para no dejar escapar las lágrimas. Tine forzó una sonrisa.
—¿Vosotros dos perdisteis a vuestra familia en el Lapso? —preguntó Kate, en voz baja.
Otro tema del que Betty no necesitaba hablar. Guardó silencio absoluto, dejando a su padre responder primero por ella.
—Sí —asintió Clint—. Como medio mundo.
—Y ni siquiera supimos nada del otro por cinco años, a pesar de que nosotros no desaparecimos —añadió Betty, en voz baja.
—Tuvo que ser horrible —murmuró Kate.
—No hay palabras —se limitó a decir Clint.
—¿Fue cuando conociste a Ronin? —preguntó Kate.
El silencio resultó ser una respuesta bastante elocuente. Tine apartó la vista de la televisión y miró a Clint, sorprendida.
—Debería habérmelo imaginado —comentó, en un susurro.
Kate parecía haber llegado a la misma conclusión que ella.
—Eras tú, ¿verdad?
—Cada uno lo afrontó a su manera. Creí que también había perdido a Betty y pensé que me volvería loco. No supe nada de ella durante las dos semanas después de que aquel infierno empezara. No sabía dónde había estado durante el Chasquido. No sabía que ella estaba bien. Creí que estaba solo. Así que seguí haciendo lo que sabía hacer.
Habían pasado tres semanas hasta que Betty había vuelto de Titán con Tony y Nébula. Para entonces, su padre era inlocalizable. Natasha y ella habían buscado sin descanso durante cinco años hasta conseguir dar con él.
—Proteger a la gente —dijo Kate.
—Hacerles daño —corrigió Clint—. Los investigaba antes, pero mi verdadero trabajo era hacerles daño.
—Eras un héroe —protestó Kate.
—Era un arma —replicó Clint—. Y aunque estaba en el bando de los buenos y contra los objetivos correctos...
—Cometiste errores, pero eso es el pasado —dijo Kate.
—No, los llevo conmigo —negó Clint—. Y lo está pagando mi familia. —Su mirada fue hasta Betty, que agachó la cabeza—. Por eso me he quedado. Y no volveré hasta que lo arregle.
Por primera vez, Kate no supo qué responder. Betty se quedó en silencio, como se había mantenido toda la conversación. Tine no decía una palabra.
—Te agradezco lo que has hecho esta noche, Kate —continuó Clint—. De corazón. Pero deberías descansar. Las tres deberíais. Mañana es un día importante.
Kate asintió y se puso en pie.
—Sí, lo haré. Buenas noches.
—Buenas noches —se despidió Clint.
—Yo debería volver a casa —suspiró Tine, también levantándose.
—¿No prefieres quedarte? Tenemos espacio —dijo Clint, frunciendo el ceño.
Tine negó con la cabeza.
—Me sentará bien un poco de aire —suspiró—. Y tengo allí el uniforme y el equipo. Prefiero reunirme con vosotros mañana ya lista, en vez de tener que ir a recogerlo antes.
Clint no insistió.
—Te acompaño a la puerta —se limitó a decir, también poniéndose en pie.
Betty fue la última en levantarse.
—También me voy a la cama —decidió, despidiéndose de Tine con un abrazo—. Buenas noches.
Betty se encerró en su dormitorio. Aquella conversación le había dejado todas las emociones al límite.
Se tapó la boca con la mano al notar que un sollozo luchaba por escapar. Mierda, mierda, mierda. No iba a llorar. No iba a llorar. No iba a...
El sollozo escapó y, con él, las lágrimas. Betty se sentó en la cama, abrazándose con fuerza.
No pasa nada, fue lo último que Natasha le dijo. Los flashbacks aparecieron y ella no los necesitaba porque solo empeorarían la situación.
Apenas escuchó los suaves, casi tímidos, toques en su puerta. Betty se secó las lágrimas como pudo todo lo rápido posible, aunque sabía que no engañaría a nadie.
—Pasa, papá —suspiró.
Pero fue Kate quien apareció en el umbral, con aspecto de no estar demasiado segura de qué hacía.
Betty forzó una sonrisa que terminó quedando como una mueca.
—Esto... ¿Estás bien? —titubeó Kate.
Betty bufó.
—Es evidente que no —dijo, en tono más cortante del que pretendía.
Kate se quedó algo pillada.
—Estoy intentando ser amable.
—No lo seas —replicó Betty.
—Wow, eso fue grosero —comentó Kate.
Betty quiso responder a ello, pero en cambio otro sollozo salió de su garganta y agachó la cabeza para que Kate no la viera llorar.
Escuchó cómo la otra cerraba la puerta con suavidad y pensó que se había marchado. Eso solo le hizo sentir peor.
En cambio, notó el peso de Kate al sentarse a su lado, en la cama. Betty ni siquiera pensó: escondió la cabeza en el hombro de Kate y dejó que las lágrimas cayeran. Necesitaba a alguien que la abrazara y Kate lo hizo: la rodeó con sus brazos y la dejó llorar.
Betty estaba harta de llorar.
—La echas mucho de menos, ¿no? —susurró Kate.
—Cada día —asintió Betty—. Ella... Ella era prácticamente mi madre. La quería como si fuera una. Y nunca... Nunca pude llegar a decírselo, no hasta antes de que...
Un nuevo sollozo la interrumpió.
—Ni siquiera sé por qué aún no he podido seguir adelante. Es como si mis pesadillas hicieran que todo se sintiera reciente y así no pudiera avanzar —confesó Betty, en voz baja.
—Eventualmente, lo conseguirás —prometió Kate—. Todos pensamos que es imposible, y no digo que lo mío fuera como lo que a ti te pasó, pero hay un momento en el que todo cambia. Tú misma notas que cambia. A partir de ahí, hay bajadas y subidas. Pero terminas consiguiéndolo. Te lo prometo.
—No quiero olvidarla. Me aterra hacerlo —susurró Betty—. Quiero llevarla conmigo, pero no sé cómo hacerlo si cada vez que pienso en ella, solo quiero llorar y desaparecer.
Betty levantó la cabeza y se secó las lágrimas como pudo. Kate le sujetó la mano, con completa seguridad en el rostro.
—Sé que podrás hacerlo, Betty —aseguró—. No importa lo difícil que parezca.
—No sabes cuánto desearía que hubiera sido yo la que muriera —dijo la rubia, tan bajo que apenas se escuchó—. Quiero vivir por las dos, pero no creo ser lo bastante fuerte para conseguirlo. Quiero serlo, pero... No puedo sola.
Kate le apretó la mano.
—Si quieres —susurró, no demasiado segura—, yo puedo ayudarte.
Los ojos azules de Kate brillaban bajo la luz que entraba a través de la ventana. Betty apretó los labios, formando algo parecido a una sonrisa.
—Eres increíble, Kate Bishop —susurró. La otra chica no parecía esperar aquella reacción—. Yo... Gracias.
—No es nada —aseguró ella, sonriendo levemente. Se puso en pie, aún sosteniendo la mano de Betty—. ¿Prefieres que me quede un poco o...?
Betty se mordió el labio.
—¿Puedes quedarte? —preguntó, con voz temblorosa—. No quiero dormir. No quiero volver a verlo.
Kate volvió a sentarse.
—Pero tienes que dormir, Betty —susurró—. Tu padre tiene razón, mañana es un día importante.
Betty agachó la cabeza. La morena dudó, debatiendo internamente durante un minuto completo.
—¿Quieres que me quede contigo esta noche? —preguntó, atropelladamente y sonrojándose, sin mirar a Betty a los ojos.
Le preocupaba que aquello pudiera entenderse como algo diferente.
Betty la miró, sus ojos verdes, enrojecidos y muy abiertos.
—¿Lo dices en serio?
Kate asintió. Betty sonrió.
—Sería... genial. Gracias, Kate.
—Cuando me necesites, princesa.
Betty rio por lo bajo. Ambas se dejaron caer hacia atrás, tumbándose. Se taparon con las mantas que Betty tenía arrugadas a los pies de la cama —no la había hecho aquella mañana— y cada una colocó la cabeza sobre una almohada.
Frente a frente, a tan solo centímetros una de la otra. Ambas se sonrieron una a la otra.
—¿Kate?
—¿Sí?
—Gracias, de corazón.
Kate buscó su mano y se la apretó.
—No hay de qué, Betty.
Por primera vez en bastante tiempo, Betty no tuvo la pesadilla de siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro