seven » fight song
capítulo siete
( canción de lucha )
A BETTY LE HABÍAN ENCANTADO LOS CABALLOS MECÁNICOS CUANDO ERA NIÑA. En aquel momento, no conseguía recordar por qué: después de haber estado lo que parecían ser horas atada —o eso creían los miembros de la mafia— a uno mientras este se movía para delante y atrás una y otra vez, estaba dispuesta a destruir todas las máquinas de ese tipo que hubiera en el mundo.
Tine murmuraba por lo bajo que no volvería a montar a ninguno de sus sobrinos en uno de aquellos juguetes en su vida. Betty estaba dispuesta a hacer lo mismo con Nathaniel.
Las risas de sus captores solo la irritaban más y más.
—¿Te gusta el poni, Ojo de Halcón? —preguntaba uno, entre carcajadas.
—¡Artemis tiene que estar divirtiéndose mucho! —añadió otro.
Si las miradas mataran, Betty hubiera asesinado tres veces a cada uno de esos tipos, como mínimo. Saber que podía soltarse en segundos pero no podía hacerlo porque planeaban interrogar al que estaba a cargo solo la irritaba más.
—Mira, y sigue, sigue, sigue. Me encanta.
—Tío, mirad a Ojo de Halcón y Artemis.
—¿Dónde están vuestras flechas?
—El gran Ojo de Halcón montando un poni. Sonreíd un poco, esto es muy divertido.
—Divertido va a ser cuando te meta este trasto por... —empezó Betty, harta.
—¡Betty! —la paró su padre, entre las carcajadas de los hombres.
—¡Miradla, cómo se enfada! ¿No es divertido?
Pero las carcajadas terminaron cuando los ponis se detuvieron, entre las protestas de los hombres.
—Enrique, Enrique, dale.
—Genial —suspiró Kate.
—Fantástico —corroboró Tine.
—Trae más monedas.
—Sí —asintió Clint.
—Si no llega nadie en los próximos cinco minutos, me suelto y me ocupo de todos —prometió Betty.
Ninguno de sus compañeros objetó nada.
—Esto es un rollo —comentó el que parecía estar al mando—. Dimitri, juguemos a las cartas.
Los hombres se agruparon a un lado, dejando a los prisioneros algo de tranquilidad.
—Estáis enfadados conmigo —adivinó Kate.
—Nah, lo están conmigo —suspiró Betty.
Clint no respondió. Tine hizo un gesto que podía significar cualquier cosa.
—Ya sé que ahora no lo parece, pero sin mí estaríais perdidos —insistió Kate—. Sin nosotras. Betty y yo hacemos un gran equipo, ¿verdad?
—Por supuesto, bonita —dijo ella, sonriendo un poco, aunque realmente no estaba tan segura de ello.
Si estaban atrapadas, tan buenas no podían ser.
—Casi les convencemos de que no eras Ronin —replicó Clint—. También de que Betty no tenía nada que ver. Y vas tú y te caes por el tragaluz, con mi hija saltando detrás y aterrizando con esa... pose de ninja.
—Sabes que no es de ninja —masculló Betty—. Me hubiera encargado de ellos si no me hubieras parado.
—Tenemos que intentar hablar con la que está al mando —comentó Tine—. Estos de aquí apenas juntan una neurona entre ellos, habrá que ver si ella es más inteligente.
—Oh —murmuró Kate.
—Sí —suspiró Clint.
Un ruido les sobresaltó: uno de los mafiosos —Betty no sabía si era el término correcto para ellos— se había levantado bruscamente y gritaba algo por el teléfono.
Sus compañeros le gritaron que se calmara, molesto.
—¿Todo bien? —le preguntó Kate cuando el hombre colgó el teléfono.
Éste miró un momento a los demás, que habían vuelto al juego, y luego se acercó a Kate, con aspecto confidencial.
—Compré entradas para Imagine Dragons para novia —explicó—. Era como regalo anticipado de Navidad, ¿vale?
—Oh, qué detalle —observó Kate.
—Esto no puede estar pasando —bufó Tine.
—¿Crees que detalle? —preguntó el hombre, casi aliviado—. Pero tenemos pelea y ¿sabes qué dice? Dice que entradas regalo y que mejor va con su hermana.
—¡No! —exclamó Betty, horrorizada—. Eso es maldad pura y dura.
—Mira el lado bueno, no tendrás que ver a Imagine Dragons —trató de ayudarle Kate.
Betty soltó un grito de indignación.
—¿Cómo puedes decir eso, Katherine? —protestó, sin dar crédito—. ¿No te gusta Imagine Dragons? Se acabó, me quedo con la custodia del perro. No pienso tolerar que lo críe alguien con tan mal gusto musical.
—Yo gusta Imagine Dragons —añadió el hombre, casi tan ofendido como Betty.
—¿Ves? —exclamó la rubia—. ¡Él es una persona con gusto musical!
El hombre asintió, contento porque le entendiera, y se movió hacia ella, dejando a un lado a Kate.
—Ella no le gustan un pelo, ¿sabes? —dijo, indignado—. Ella hace esto para tocar mis pelotas.
—¡Será...! —murmuró Betty, por lo bajo.
—Creo que los dos deberíais disculparos —comentó Kate—. Dile que te ha hecho daño y discúlpate por colarle un regalo que era para ti.
—Espera, ¡súper! Necesito un boli, yo vuelvo. ¡Vuelvo!
Tras eso, se marchó corriendo. Betty se las arregló para darle un codazo a Kate, a pesar de sus manos atadas.
—Has dicho que no te gustaba Imagine Dragons, no tenías derecho a hablar —protestó, molesta.
—Oh, venga ya, ni que hubiera dicho que me gusta Kanye —se defendió Kate—. Solo ha sido un poco de confianza y ha salido bien. Comunicación, atención, escuchando... —añadió, mirando directamente a Clint, que se había dejado caer sobre el poni.
—¿Qué? —preguntó él, en tono cansado.
—Empatía básica, sencillo.
—Empatía no es algo que se suela mostrar con los que te atan a un poni —objetó Tine.
—¿Sabes lo que creo? —continuó Kate.
—¿Sabes qué creo yo? —intervino el aparente líder del grupo de chandaleros, levantándose de su silla y acercándose a ellos—. Yo creo que hablas demasiado. Bla, bla, bla, bla. —Se giró hacia Betty—. Controla un poco a tu novia, ¿es siempre así?
La expresión de Kate en ese momento valió oro.
—Si quieres, ¿te corto el cuello? —ofreció el hombre.
—¡Eh, no le hables así, grosero! —protestó Betty—. Córtale el cuello y yo te cortaré algo más doloroso.
—Tío, no hagas eso, no puedes amenazar a la novia de una Vengadora —le indicó uno de sus compañeros, casi asustado.
—¡No es mi novia! —protestó Kate.
—Aw, son adorables —dijo Tine, divertida.
Un ruido les sorprendió a todos e interrumpió la discusión. Los chandaleros se giraron rápidamente.
—A lo mejor —comentó el hombre que había amenazado a Kate—, lo hace ella.
Una figura bajaba por las escaleras. Betty se puso en guardia. Sabía quién era ella.
Maya Lopez, importante miembro de la mafia chandalera, cercana a la cúpula y gran luchadora. Betty aún no había peleado contra ella, pero tenía la sensación de que aquello iba a cambiar pronto.
Tras Maya, iba Kazi, su perrito faldero y ex perrito faldero del padre de Lopez.
Kate se inclinó hacia ella para preguntar:
—¿Quién es?
Ninguno de los tres le respondió. Maya fue directa a Clint y le cortó las cintas que le ataban al poni.
—Gracias —suspiró el hombre.
Betty alzó una ceja al notar que Maya signaba algo.
—Ya, perdón —dijo su padre—. Soy duro de oído, no sordo.
Acompañó sus palabras de la traducción en ASL.
Maya signó algo más y Betty rio porque sabía lo que se venía: su padre no sabía más que algunas frases en lenguaje de signos.
—Madre mía —murmuró Clint—. ¿Más galletas, porfa, gracias? —Maya no pareció divertida por eso—. Betts, ¿una ayudita?
—Te dije que te apuntaras a algún curso, papá —recordó la joven.
Maya se echó hacia atrás y Kazi volvió a atar las manos de Clint.
—Vale, un placer hablar contigo —dijo él—. ¿Betts?
—Muy bien, voy —suspiró ella, soltándose. Al instante, media docena de pistolas le apuntaron. Betty no se preocupó demasiado—. Te ha preguntado qué haces aquí, papá.
No te preocupes, signó, en dirección a Maya, sé ASL. Yo traduzco.
La chica la miró, dudando, por unos segundos. Finalmente, asintió y le hizo un gesto a Kazi y a los demás para que bajaran el arma.
Gracias, signó Betty.
Miró a su padre, esperando una respuesta.
—¿Montar en unicornio? —probó Clint.
—Aprender a confiar —añadió Kate.
—Preguntarme qué decisiones de vida tomé para terminar así —suspiró Tine.
—Chicos, respuestas serias, por favor —protestó Betty. Maya signó algo y ella se apresuró a traducirlo—. Dependes demasiado de la tecnología.
—Bueno, mi arma habitual son dos palos y una cuerda, así que...
Betty lo tradujo rápidamente. Maya señaló a la oreja de Clint.
—Se refiere al audífono —aclaró Betty—. Era obvio, papá. Quizás estarías mejor sin él.
—Sí, a veces pienso lo mismo —admitió Clint—. Lo del traje. Se lo puso por accidente. Es un poco inconsciente. Pero no es Ronin. Miradla, es una cría. Una niña de papá.
—Es ofensivo para mí traducir esto —masculló Betty, pero lo hizo de todas maneras—. Golpeó a mis muchachos y vino corriendo con tu hija cuando vosotros dos estabais en problemas. Parece que ella tiene algo que ver con eso. Y que ella no sea Ronin no significa que Ronin no haya vuelto.
—Solo es un rumor —dijo Clint.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque está muerto —replicó Clint.
—¿Y quién se lo cargó?
Betty no necesitó que su padre hablara para responder a Maya. Colocó la mano derecha abierta sobre su pecho y luego la cerró en un puño.
La Viuda Negra.
—Así que Ronin está muerto y quien lo mató también. —Betty hizo un esfuerzo por mantener el rostro sereno al decir aquello—. Qué oportuno, ¿cómo lo sabes?
—Estaba allí —respondió su padre.
—Mentira.
Kazi avanzó hacia Maya.
—Vale, así no vamos a ningún sitio. —Hizo a la chica a un lado y se colocó frente a Kate—. Si no tienes nada que ver con esto, ¿por qué decidiste ponerte el traje?
Betty asintió y Kate comenzó a hablar. Betty iba traduciendo para Maya lo que ella decía, pero paró bruscamente cuando la líder se abalanzó sobre Kate y rodeó su cuello con las manos, con intención de estrangularla.
—¡Maya, no! —gritó Kazi.
Betty se le adelantó: con las manos liberadas, nada le impidió lanzarse contra Maya y apartarla de Kate con brusquedad.
Echó a Maya hacia atrás y se colocó frente a Kate, lista para pelear y con expresión de estar dispuesta a matar a cualquiera que se le acercara.
—¿Estás bien, bonita? —preguntó, en tono bajo.
—¡Sí! Sí —se apresuró a decir Kate, algo confundida—. Ay, Dios. Me puse el traje para que nadie supiera que estaba en la subasta. No tenía ni idea de lo que era, lo juro. Lo juro.
Betty lo tradujo rápidamente, añadiendo al final una amenaza personal. Kate tosió y tomó aire tras ella.
Kazi y Maya mantenían una discusión silenciosa, pero Betty ya se había cansado: iban a huir. Clint y Tine parecían haber pensado en lo mismo.
—Escuchadme —susurró Clint—. Escuchad. No es momento de tener miedo. Saldremos de esta. Tú, Kate, podrás seguir con tu vida, Betty y yo volveremos con nuestra familia y Tine podrá seguir haciendo lo que fuera que hiciera. Vamos a aprovechar ese exceso de confianza de Kate. Esa arrogancia tan cargante, ¿podrás hacerlo?
Se lo preguntaba solo a Kate, sabiendo que tanto Betty como Tine estaban listas para ello. Kate asintió.
—Vale. Esperad a mi señal. Betts, te encargas de cuidarla, ¿vale? Parece que se te da bastante bien. Tine, haz lo que mejor se te da.
—¿Causar problemas? Cuenta con ello.
Ambos se liberaron al mismo tiempo. Betty, sabiendo que Kate estaría bien si ellos atraían la atención, le guiñó un ojo y corrió tras su padre y Tine.
—¿Cómo habéis hecho eso? ¡Betty, Clint, Tine...!
Los chandaleros, con Maya a la cabeza, echaron a correr tras ellos.
—¡Ayudad a Maya! ¿Me oís? ¡Y traedlos vivos! —escuchó gritar a Kazi.
—Bueno —susurró Betty, sonriendo para sí misma—, ahora, empieza lo divertido.
Y se subió de un salto a una de las estanterías entre las que se había ocultado: la mejor manera de atraer la atención.
Miró a los chandaleros, con burla.
—Venga, venid a por mí... si es que podéis.
LA ADRENALINA RECORRÍA EL CUERPO DE BETTY. Adoraba aquella sensación que tenía durante una pelea, cuando todos sus sentidos parecían agudizarse y se volvía tres veces mejor de lo que ya era en combate.
Había dejado a varios chandaleros en el suelo tras ella y, aunque no había tenido oportunidad de pelear contra Maya, había comprobado que su padre había quedado bastante sordo tras luchar con ella.
Betty recogió el audífono roto del suelo y corrió de vuelta con Kate, a quien había dejado algo tirada.
La chica parecía habérselo pasado bien sin ellos: casi había roto la cinta que la ataba a base de morderla y había conseguido que Kazi la estuviera apuntando directamente a la cara con la pistola.
—Creo que recuerdo haber dejado a claro que no os acercarais a ella —comentó Betty, en tono jovial, situándose detrás del hombre.
Él se giró rápidamente y Betty le dio un rodillazo en el estómago, haciendo que se doblara de dolor. A su espalda, el ruido de cristales rotos le hizo mirar: su padre y Maya peleaban y él parecía haberse hecho con un arco.
Segundos después, una flecha pasaba justo al lado de Betty y se clavaba en el poni de Kate, justo en medio de la cinta que aprisionaba a la chica, liberándola.
Clint cayó en una piscina de bolas de plástico de colores, como las que había en los parques infantiles. Lo que Betty no entendía era por qué tenían eso allí, aunque no era buen momento para preguntarlo.
Kate saltó del poni de un salto y golpeó de nuevo a Kazi, que se había levantado y amenazaba con disparar a Betty. La rubia sonrió.
—Gracias, bonita.
—Cuando quieras, princesa.
—¿Nos ocupamos de él?
—Suena bien.
Betty golpeó de nuevo a Kazi, que parecía saber devolver golpes cuando no le pillaban tan por sorpresa como el de antes. Esquivó sus puñetazos —casi todos— y devolvió varios, con ayuda de Kate.
—Puede que sí seamos un buen equipo, ¿sabes? —comentó, derribando a Kazi.
Él la tiró también al suelo, lo que no le hizo demasiada gracia. Ambos se levantaron, dispuestos a retomar la pelea, pero Kate embistió a Kazi con un carrito de la compra —en aquel sitio había cosas demasiado raras— y le echó hacia atrás.
Betty derribó a otro de los hombres y Kate se encargó de uno más con la ayuda del carrito. Mientras tanto, Tine y Clint se habían hecho ambos con arcos y flechas y estaban despachando al resto de los chandaleros.
Betty admitió llevarse una buena sorpresa cuando Kate se deslizó por el suelo y, agarrándose a una columna, se las arregló para girar y derribar a uno.
Kazi se lanzó contra ella, pero Betty, que ya se había hecho con un arco —Tine se lo había lanzado—, se colocó en medio y golpeó al hombre en la cara con él, lanzándolo directo al suelo.
—Lo tenía controlado —comentó Kate.
—Sin duda, bonita, pero me gusta salvarte. Se ha convertido en una costumbre casi —bromeó Betty—. Vamos, hay que largarse.
—Vale —asintió Kate.
Las dos corrieron tras Clint y Tine, que se dirigían ya a la salida.
—¡Me han roto el audífono! —gritó Clint—. Venga, hay que largarse.
—¡Pero esa chica me ha quitado el arco! —protestó Kate.
—Te dejo el mío si hace falta —masculló Tine—. Pero salgamos de aquí.
—Necesitamos un coche —dijo Clint, ajeno a la conversación, mientras abría la puerta de salid y corría hacia un vehículo.
—¿Podemos llevarnos este? —preguntó Kate, deteniéndose junto a un deportivo rojo—. Hala, es una preciosidad.
—¿Eres consciente de que no te escucha? —inquirió Betty, divertida.
El sonido de cristales rotos las alertó: Clint había escogido un viejo modelo, ni de lejos tan bonito como el rojo que quería Kate.
—¿Destrozar un Challenger del 72? Ni hablar. Jóvenes... —masculló, abriendo la puerta e inclinándose para encender el motor sin llaves—. Tine, ayuda por aquí, esto siempre se te dio bien. Vámonos.
—Sí, jefe —murmuró Kate, corriendo hacia él.
—Ya voy, papá —gruñó Betty—. Es más divertido cuando me escuchas y podemos discutir.
—Tine, aquí, tienes que conducir.
—¿Qué? —se sorprendió ella—. ¿No recuerdas Budapest? ¡No sé conducir!
—¿Estuviste en Budapest? —se sorprendió Betty.
—No, espera, no sabías conducir —dijo Clint, recordando—. Betts tampoco.
—¿No? —dijo Kate, extrañada.
—Un coche es más complicado que un quinjet —se defendió Betty.
—Doy fe —asintió Tine.
A Clint parecía estar frustrándole el no poder oír.
—Por Dios... Kate, siéntate aquí.
—¡Tampoco sé! —exclamó ella—. No, conduces tú, yo... nosotras disparamos.
—Ya os he dicho que no os oigo —recordó Clint—. Conduces tú, Kate, ¿vale?
Las puertas se abrieron y los chandaleros salieron corriendo. Betty maldijo y se apresuró a entrar en el coche, dándose cuenta demasiado tarde de que eso significaba estar en el asiento trasero.
Al ver que Tine terminaba a su lado, maldijo de nuevo. Kate delante... No es que no confiara en ella, pero Tine y ella tenían bastante más experiencia.
Era tarde para cambios, sin embargo.
—Venga, ¡arranca! —gritó Clint, dando golpes al coche.
Milagrosamente, éste obedeció. El motor sonó y la música clásica proveniente de la radio también.
—¡Pisa a fondo! —exclamó Betty, incluso sabiendo que su padre no la escucharía.
Los chandaleros ya se habían acercado a ellos. Uno saltó sobre el capó, el otro trató de entrar por la ventana de Kate, rota tras recibir un disparo.
—Qué desastre —masculló Tine.
El coche se movió y dos ventanas más sufrieron disparos, pero consiguieron abandonar el aparcamiento, afortunadamente.
Desafortunadamente, dos coches salieron en su persecución.
—¿Cuántos vienen? —preguntó Clint.
—¡Cuatro! —respondió Kate, indicando el número con los dedos.
Una camioneta negra y un camión de transporte. Genial.
La camioneta los golpeó por detrás y el camión les pasó por el lado y se colocó frente a ellos.
—Oh, tiene que ser una broma —bufó Betty, al ver que la parte trasera se abría y mostraba a tres chandaleros—. Tine, ¿dónde tienes el carcaj?
—¡Yo no tenía, lo cogió Clint!
Disparos, esquivazos y una calle en caos. Por no olvidar el estómago sensible a giros bruscos de Betty.
—Esto va a ser horrible —se lamentó la rubia.
Kate miró hacia atrás, arreglándoselas para sonreír.
—No te preocupes, princesa, yo me ocupo.
UN ATASCO EN EL PUENTE LOS OBLIGÓ A FRENAR. Betty cerró los ojos, tratando de mantener todo lo que había en su estómago allí.
Haberse asomado por la ventanilla varias veces, colocándose de espaldas y disparando flechas no había sido ninguna ayuda para su mareo.
Habían destrozado quién sabía cuántos coches —tanto de civiles como de sus perseguidores— en la huida, Kate había averiguado para qué servían todas las flechas no normales de Clint y Betty y estaban atrapados en un puente, con Maya y sus hombres a punto de atraparlos.
Y habían terminado destrozando el Challenger del 72 que a Kate tanto le había gustado. Maya lo había usado para ir tras ellos.
Fantástico.
—Podríamos haber escuchado Getaway Car mientras huíamos —gimió Betty, haciendo una mueca—. Oh, Dios, Kate, déjame salir o Tine va a ponerse de mal humor.
Con el coche parado en perpendicular a la carretera, no había tiempo para volver a enderezarlo y seguir huyendo.
Betty tomó su arco y salió al asfalto, con Kate imitándola. Su padre y Tine también salieron.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Kate.
—Va a arrollarnos —anunció Clint.
Betty y Kate se subieron al capó del vehículo. Clint les pasó una flecha a cada una.
—Toma, Kate . Es para la camioneta. Apunta alto. Para que caiga desde arriba.
—No entiendo el plan, es una flecha normal y corriente.
—No estoy oyendo nada, así que asumo que lo harás. Betty, coge esta, sé que estás deseando usarla. Sabes qué hacer.
—Oh, Dios mío, ¡pensaba que no me ibas a dejar nunca! —exclamó ella, recibiendo con emoción la flecha que Clint le pasaba.
—¿Qué hace esa? —preguntó Tine, desconfiada.
Betty sonrió.
—Vas a flipar.
—A mi señal —indicó Clint, ajeno a todo—. ¿Listas?
La camioneta y el camión iban directos a ellos. Betty tragó saliva, totalmente concentrada en el tiro.
—Dispara, Kate —ordenó Clint.
Ella lo hizo. Hacia arriba, tal y como Clint le había ordenado. Betty aguardó hasta que el arco descrito por la flecha de Kate llegaba a su punto más alto y comenzaba a caer.
Entonces, disparó la flecha que contenía partículas Pym.
Cuando ambas flechas se encontraron en el aire, la flecha de Kate se volvió gigantesca —más grande que Scott en el aeropuerto, si Betty no recordaba mal— y atravesó la parte trasera de la camioneta haciéndola estallar en llamas.
—¡Qué pasada! —exclamó Kate.
—Lo admito, estoy impresionada —dijo Tine, sonriendo—. Betty, la próxima de esas, la disparo yo.
Clint le pasó a Tine otra flecha.
—Cógela, cúbreme.
—¿Una flecha USB? ¿Pero qué hago con ella? —se sorprendió Tine.
Clint ya había echado a correr, dejándolas atrás. Betty se encogió de hombros.
—¿Disparar?
—Espero que haya una flecha adaptador, para que sirva de algo —comentó Kate, mientras Tine se preparaba para disparar.
Clint recuperó una flecha ventosa que había en el capó del Challenger, entre los disparos de los chandaleros. Tine avanzó varios pasos.
—Una parte de este trabajo es aparentar, ¿no? —murmuró, divertida—. ¡No os mováis! ¡No os conviene descubrir lo que hace esta flecha! Creedme.
Maya detuvo a sus hombres, dándole oportunidad a Clint de correr de vuelta hacia ellas. Tine disparó la flecha, que acertó de lleno en uno de los chandaleros.
—¡Ay! —exclamó.
—¡Seguidme! —ordenó Clint—. ¡Betts, coge esta!
La chica atrapó una flecha gancho al vuelo, mientras echaba a correr. Había adivinado las intenciones de su padre.
No era la primera vez que saltaba de un puente, después de todo.
Con el sonido de los disparos como acompañamiento, Tine se aferró al arco de Betty mientras caían y, tal y como su padre le había enseñado, ella disparó.
El gancho se sujetó al metal del puente y la cuerda que salió de la flecha las arrastró bajo el puente.
Salieron disparadas con más fuerza de la esperada, se deslizaron sobre el techo del tren que justo pasaba por allí —tremendamente oportuno— y Betty hubiera caído si Tine, que aún conservaba una flecha ventosa y se las había arreglado para pegarla al tren, no la hubiera sujetado con fuerza.
Miró a Kate, a pocos metros de ella, en la misma posición, pero siendo sujetada por Clint. Con cierto esfuerzo, Betty le mostró un pulgar hacia arriba.
Subió al techo con agilidad y se sujetó a la flecha ventosa, quedando tumbada sobre el tren. Los demás la imitaron.
—¡Ahora entiendo lo de la flecha ventosa! —gritó Kate.
Minutos después, Betty, su padre y Kate se dejaban caer en uno de los asientos del metro. Habían bajado en la primera parada en la que pararon y prefirieron ir dentro del tren, en lugar de encima.
Era bastante más cómodo así. Tine se había despedido de ellos al notar que estaban cerca de su casa.
—Os escribiré luego —prometió—. Avisadme con lo que sea.
Betty no tenía fuerzas para decirle nada. Asintió y la dejó ir.
El asiento era más cómodo de lo que recordaba, pero tal vez solo se lo parecía porque era mejor que un poni mecánico.
—Hay que sacar al perro —recordó Kate, tras unos segundos de silencio.
—Oh, mierda —suspiró Betty—. Olvida lo de que me lo quedaba yo. Estoy demasiado cansada. Sácalo tú.
—Tienes razón... —empezó Clint. Betty le miró, preguntándose si había escuchado algo o estaba pensando en sus cosas.
—Lleva encerrado todo el día —continuó Kate—. No sé cuánto puede aguantar un perro sin...
—Eres una de las mejores arqueras del mundo, Kate —añadió Clint.
Betty rio al ver la expresión en el rostro de la chica.
—No miente, bonita —comentó—. Aunque no mejor que yo... Aún.
—No creas que tú no lo eres también, Betts —continuó Clint.
—Qué fuerte, ¿va en serio? —preguntó Kate, impresionada—. La verdad, no sabía si aguantaría la presión...
—Habría que sacar al perro —la interrumpió Clint, sin darse cuenta de ello—. ¿No creéis? Lleva todo el día encerrado.
—Sí.
—Tienes razón —asintió Betty. Miró a Kate y sonrió—. Iba a susurrar, pero realmente no se va a enterar de nada, así que da igual. Lo has hecho genial, bonita. Lo dije antes, pero puede que sí que hagamos buen equipo.
La sonrisa en la cara de Kate podría deslumbrarla.
—Estoy de acuerdo, princesa. —Ambas chocaron los cinco—. No se nos da nada mal, ¿eh?
—En absoluto —rio Betty—. ¿Sabes? Me alegro de que estés aquí, Kate, incluso después de todo este lío.
La otra también rio.
—Supongo que sí, ¿no crees? Al menos, nos hemos conocido.
—Oye —intervino Clint—, antes, cuando estábamos en esos ponis, ¿ese tipo dijo que Kate era tu novia? ¿Me he perdido algo?
Betty rio con ganas. Negó con la cabeza, asegurándose de que su padre la veía. Le mostró un pulgar hacia arriba para indicarle que todo estaba bien. Luego, se prometió que le enseñaría ASL en cuanto aquel lío se terminara.
—Así que, creen que eres mi novia —comentó Betty, mirando a Kate, divertida.
—O creen que tú eres mi novia —replicó Kate, aunque se le veía algo nerviosa.
Betty sonrió.
—Bueno, eso tampoco tendría nada de malo, ¿no?
Las mejillas sonrojadas de Kate fueron toda la respuesta que recibió.
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