16: La última flor
Ningún personaje me pertenece, todos sus derechos a los respectivos creadores.
"Las flores no se preocupan de cómo van a florecer. Simplemente se abren y se vuelven hacia la luz y eso las hace hermosas"- Jim Carrey.
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Meses después.
Y los cambios en la Sociedad de Almas fueron indelebles, la estructura de poder no era la misma y hubo renovaciones. Lo único que no cambió fue el paso del tiempo, que siguió siendo igual de impío.
Para Byakuya, el tiempo no se detenía por mucho que lo deseara, al contrario, parecía ir tan rápido que no se permitía parpadear para no perderse nada.
¡Zas!
Era el quinto muñeco de entrenamiento que rompía, a pesar de que sólo utilizaba un bokken.
-Tsk.
Decidió tomarse un descanso, fue a un lugar a la sombra y cogió una toalla para secarse el sudor y luego bebió un poco de agua, o eso iba a hacer porque al final decidió mojarse la cabeza.
A su abuelo le daría un infarto si lo viera tan desaliñado, lo contrario de un noble y más cercano a un plebeyo, pero eso a él le importa poco.
Es muy diferente al que llegó hace meses de la academia, entró por influencias y no por méritos pero con ese afán de demostrar que era superior a todos, lo sigue creyendo pero también mira las cosas de una manera menos cuadrada, se deja llevar más por su instinto, tiene amigos de verdad y no halagos, todo lo que quizás nunca conseguiría entre la nobleza.
Y ese cambio interior también repercutía en su exterior, ya no era un flacucho pálido. Había ganado resistencia y fuerza, todo gracias a sus camaradas y a que podía resistir los golpes de Kenpachi y eso era un logro del que pocos podían presumir.
Pero a pesar de todos estos cambios, una cosa permaneció constante: la relación con su padre. El padre de Byakuya era un hombre severo y frío, y sus interacciones eran siempre formales y distantes. No recordaba la última vez que su padre le había elogiado o mostrado algún tipo de afecto hacia él.
Byakuya a menudo se preguntaba si su padre siquiera se preocupaba por él. Siempre había estado más centrado en la reputación y el estatus de la familia Kuchiki que en el bienestar de su propio hijo. Pero a pesar de esto, Byakuya no podía evitar sentir un sentido del deber hacia su padre y el nombre de la familia.
Era este deber lo que le impulsaba a seguir entrenando, incluso cuando estaba agotado y quería rendirse. Sabía que su padre esperaba de él nada menos que la perfección, y estaba decidido a estar a la altura de esas expectativas.
Pero a veces no podía evitar sentir que estaba viviendo su vida según las expectativas de otra persona. Quería encontrar su propio camino, descubrir lo que realmente quería en la vida. Pero no sabía por dónde empezar, ni siquiera si era posible.
Sentado a la sombra, sorbiendo agua, no podía evitar un sentimiento de frustración y confusión. Había llegado tan lejos, pero seguía sintiéndose perdido.
Pero entonces recordó las palabras que unos días atrás le había dicho Son Goku, su rival y amigo: "No se trata de estar a la altura de las expectativas de los demás, Byakuya. Se trata de encontrar tu propio camino y ser fiel a ti mismo".
Esas palabras resonaron en él, y se dio cuenta de que tenía que empezar a vivir su vida para sí mismo y no sólo para su familia o las expectativas de su padre.
Con renovada determinación, Byakuya se levantó, cogió su bokken y empezó a entrenar de nuevo. Pero esta vez entrenaba para sí mismo, no para nadie más. Estaba decidido a encontrar su propio camino y convertirse en la persona que realmente quería ser.
Lástima que en esta historia el destino sea tan egoísta y cruel como el tiempo.
-Byakuya-sama- un mensajero apareció a su lado tenía el sello de su familia en el antebrazo.
Byakuya le miró-, ¿qué ocurre?
-Su padre solicita su presencia.
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Byakuya se abrió paso por los grandes salones de la mansión Kuchiki, sus pasos resonando en los pulidos suelos de mármol. Había venido a visitar a su padre, Sōjun Kuchiki, o más bien a responder a su llamada. Habían pasado meses desde la última vez que hablaron, y Byakuya estaba ansioso por ponerse al día.
Al acercarse a los aposentos de su padre, Byakuya se dio cuenta de que el guardia habitual estaba ausente. Dudó un momento antes de empujar la puerta.
-Sōjun-sama- llamó quizá con demasiada formalidad, pero fue lo primero que se le ocurrió decir, esperando encontrar a su padre leyendo en su sillón favorito.
Pero la habitación estaba vacía, salvo por la cama de su padre. Byakuya sintió que se le hundía el corazón al acercarse, viendo a su padre tendido allí, con un aspecto mucho más frágil del que recordaba.
-Sōjun-sama- repitió, con la voz apenas por encima de un susurro.
Los ojos de su padre se abrieron de par en par, y Byakuya se sorprendió de su aspecto hundido.
-Byakuya- dijo su padre, con voz débil pero aún autoritaria- ¿Qué te trae por aquí?"
-He venido de visita, me llamaste- respondió Byakuya, tratando de mantener la voz uniforme.
-Cierto, lo hice- murmuró su padre, con una pizca de amargura en el tono.
Byakuya frunció el ceño, sintiendo que algo iba mal-. ¿Qué pasa, padre, por qué te escondes aquí?.
Hubo una larga pausa antes de que Sōjun finalmente hablara-. Desde hace algún tiempo padezco una enfermedad degenerativa- dijo, con la voz desprovista de emoción.
Byakuya sintió que una oleada de ira brotaba de su interior. ¿Cómo podía su padre ocultarle algo así?
-¿Por qué no me lo has dicho?- preguntó alzando la voz.
-No quería agobiarte- respondió su padre, cerrando de nuevo los ojos.
-Eres mi padre- dijo Byakuya, su voz más suave ahora-. Quiero ayudarte.
Sōjun volvió a abrir los ojos, mirando a su hijo con una mezcla de frialdad y arrepentimiento.
-Me recuerdas a mí mismo cuando tenía tu edad- dijo, con la voz apenas por encima de un susurro-. Fuerte y sano, con toda la vida por delante.
Byakuya se miró a sí mismo, consciente de repente de su propia salud juvenil y ejercitada. Pensó en los cerezos de las afueras, donde solía jugar de niño, y en cómo habían florecido todos los años sin falta.
Pero ahora, mirando a su padre, no podía evitar sentir que todo se le escapaba.
-Tienes la misma enfermedad que mi....madre, ¿es así?- pregunta mirando hacia otro lado.
-No sueles preguntarme mucho por ella- sonrió su padre pero incluso con ese gesto un gran dolor cayó sobre él.
Byakuya resopla-: Yo lo hacía siempre cuando era pequeño, pero nadie me contestaba.
Hubo unos instantes de silencio, Sōjun suspiró y habló-. Ella era como el verano, con una sonrisa que derretiría el invierno, solía bailar descalza en el jardín, yo nunca había sido el más flexible para esas cosas pero varias veces me arrastró a bailar a espaldas de mi padre, sólo la luna y los cerezos lo sabían- hizo una pausa-. Luego naciste tú y me dijo que te enseñaría a bailar también, sólo eras un bebé pero ella te cogía en brazos y movías los pies y te llevaba.
El joven noble se llevó las manos a las piernas para disimular la emoción que recorría su cuerpo, su padre hablaba con una nostalgia y un sentimiento que nunca antes había imaginado poder experimentar.
-Cuando cayó enferma y la vi marchitarse, el verano dejó de ser cálido para mí y me quedé sólo con un hijo al que sólo supe criar para que fuera un noble recto, pero nunca te permití bailar y florecer, Byakuya- su voz vaciló.
-Nunca te guardé rencor- se apresuró a decir.
-Pero sí me lo guardaba- replicó-. Cuando te vi aquella tarde, frustrado por haber perdido, pero con un fuego sólo igualado por el verano que fue tu madre. Pensé entonces que si te enviaba a esa división, tal vez, podrías florecer aunque sólo fuera por un tiempo y lo hiciste.
Byakuya no dice nada, por primera vez en su vida ve en su padre un atisbo de amor y justo tuvo que ser cuando peor estaba.
-Perdóname, Byakuya.
-Ya te dije que no te guardo rencor- le dice frunciendo el ceño.
Sōjun niega-. Te pido perdón por lo que voy a pedirte. Nuestra casa necesita un heredero, al no estar ese título pasará directamente a ti y con él todas las responsabilidades. Estaría mal visto que siguieras perteneciendo a una división como el undécimo escuadrón.
-¿Cuánto tiempo te queda?- pregunta más alarmado.
Sōjun no responde, ante esa negativa Byakuya se marcha rompiendo todo protocolo de comportamiento. Su padre intenta llamarlo pero comienza a toser, cuando se mira la mano se da cuenta que es sangre.
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Byakuya se sentó con las piernas cruzadas en su habitación, con el familiar aroma del incienso llenándole las fosas nasales. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, intentando despejar su mente de toda distracción. Pero por más que lo intentaba, sus pensamientos volvían una y otra vez a la enfermedad de su padre.
Sabía que el tiempo de su padre se estaba acabando, su abuelo también moriría tarde o temprano, eso le dejaría como cabeza del clan Kuchiki. Era un puesto que siempre había deseado, pero ahora que estaba a su alcance, no podía evitar una sensación de temor. No estaba seguro de estar preparado para la responsabilidad que conllevaba.
Mientras meditaba, pensó en los cerezos en flor de su ventana. Estaban en plena floración y sus delicados pétalos bailaban con la brisa. Byakuya sabía que pronto caerían, al igual que su padre. Así eran las cosas, el orden natural de la vida y la muerte. Pero eso no lo hacía más fácil de aceptar.
Y luego estaba el Escuadrón Once. A Byakuya le encantaba formar parte de él, le encantaba la emoción de la batalla y la camaradería de sus compañeros de escuadrón. Pero no podía evitar sentirse culpable por querer continuar con él, sabiendo que su deber con el clan debía ser lo primero....
De repente, llamaron a su puerta. Byakuya suspiró-:Adelante- dijo, sin molestarse en darse la vuelta.
La puerta se abrió y su abuelo, Ginrei Kuchiki, entró en la habitación, podía sentir la formidable presencia que desprendía. Se levantó e hizo una profunda reverencia.
-Ginrei-sama, es un honor tenerle aquí- dijo con voz formal y respetuosa.
El capitán seguía en el pasillo, pero desde allí echó un vistazo a todo el lugar. Byakuya empezó a sentirse inquieto, su abuelo no es de los que hacen visitas salvo si el asunto es importante.
Segundos después, el anciano correspondió al saludo haciendo una leve inclinación de cabeza-. Byakuya, dejémonos de formalidades por un momento- su voz era grave-, he venido a hablarte de tu padre.
Byakuya sintió que se le hacía un nudo en la garganta-¿De qué se trata, abuelo?-preguntó, con la voz apenas por encima de un susurro.
Ginrei hizo un gesto a Byakuya para que le siguiera fuera. Caminaron en silencio hasta el jardín, donde se sentaron en un banco con vistas a un estanque koi. El corazón de Byakuya latía con fuerza en su pecho mientras esperaba a que su abuelo hablara.
-La salud de tu padre se deteriora rápidamente y los médicos ya no pueden hacer más que rezar- dijo Ginrei, con la voz cargada de una emoción que el joven no podía descifrar-. Si somos optimistas, vivirá un par de días más.
Los ojos de Byakuya se abrieron de golpe. Se había estado preparando para la noticia, pero la frialdad de su abuelo fue cortante. Sintió que le invadía una oleada de tristeza, pero la apartó rápidamente. Tenía que ser fuerte.
-Soy consciente de mi deber y de lo que significa para mí- dijo con voz temblorosa.
-¿Estás seguro de lo que significa?- Ginrei se volvió hacia él, con ojos penetrantes-. Significa que debes asumir las responsabilidades cómo heredero- dijo.
-Estoy dispuesto a asumir esa responsabilidad, abuelo- su tono era contradictorio a sus palabras.
El patriarca le dirigió una mirada severa-. ¿De verdad? Significa renunciar a tu puesto actual en el undécimo escuadrón y dedicarte por entero al clan. ¿Estás dispuesto a renunciar a tus propios deseos y caprichos en aras del deber?
Byakuya sintió surgir en su interior una oleada de ira y resentimiento. Había trabajado duro para convertirse en miembro del undécimo escuadrón, y estaba orgulloso de sus logros. No quería renunciar a todo eso sólo porque su padre se estaba muriendo. Qué mal hijo era por ser tan egoísta, pero el egoísmo sólo le hacía parecer un Kuchiki más.
Ginrei podía sentir sus dudas-. Tu deber para con tu clan y tu familia está por encima de tus deseos personales- dijo con severidad-. Debes dejar de lado tus propios deseos y hacer lo mejor para tu familia.
Lo que el joven no sabía era que el propio capitán había tenido esa conversación con su propio padre y estar con su padre. Al final todos llegaron a la conclusión de que el deber estaba por encima de todo.
Ginrei se levantó y palmeó el hombro de Byakuya, el último gesto que un hombre de su posición podía permitirse-. Tienes una gran carga que soportar, nieto mío- dijo-. Pero tengo fe en que harás lo que sea necesario. Recuerda, el deber es la base de nuestra existencia.
Byakuya sintió que la frustración sustituía a la ira. Siempre le habían enseñado a anteponer el deber a sus propios caprichos, pero nunca había entendido realmente lo que eso significaba hasta ahora. Se preguntó si su vida siempre iba a estar dictada por el deber y la responsabilidad.
Tragó saliva y dijo-: Sí, abuelo. Entiendo el sacrificio que hay que hacer.
El rostro de Ginrei se suavizó ligeramente-. Bien. Tu padre estaría orgulloso de ti.
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Había dicho que debía regresar a su división antes del anochecer, pero insistieron en que se quedara para acompañar a su padre. Sin embargo, la actividad en el exterior y los golpes en su puerta le hicieron despertarse de madrugada.
-¿Qué ocurre? -preguntó a un criado medio dormido.
-Es su padre, señor... está muy mal -dijo las últimas palabras que Byakuya quería oír.
Mientras corría por los pasillos de la finca Kuchiki, los ojos de Byakuya se posaron en los cerezos en flor que bordeaban el camino que conducía a los aposentos de su padre. Estaban en plena floración, y sus delicados pétalos rosados flotaban suavemente en la brisa. Byakuya se detuvo un momento y alargó la mano para tocar una de las flores.
"Eres la última flor", susurró una voz en su interior, "la última en florecer, la última en marchitarse".
Se sacudió para salir de su ensoñación y siguió adelante, con sus pasos resonando en los pasillos vacíos. Cuando por fin llegó, Byakuya irrumpió en la habitación de su padre, las lágrimas ya corrían por su rostro. Sōjun yacía allí, débil y frágil, con la respiración agitada. Byakuya sintió que su corazón se encogía a medida que se acercaba, y las lágrimas empezaron a gotear por las comisuras de sus ojos.
-Padre- dijo Byakuya, con la voz entrecortada-. No te vayas. Eres el cerezo que ha dado fuerza y belleza a nuestro clan. Yo no soy más que la última flor, la que se marchitará sin ti.
Sōjun sonrió débilmente-. No te vas a marchitar, hijo mío. Eres el que continuará nuestro legado, el que se asegurará de que nuestro clan siga prosperando, incluso cuando yo ya no esté.
Byakuya ahogó un sollozo mientras permanecía sentado junto a su padre, viéndole alejarse. Los cerezos en flor junto a la ventana crujían al viento, sus pétalos caían como lágrimas.
-Padre- dijo en voz baja, tomando su mano entre las suyas-, por favor, no te marchites. Por favor, no me dejes.
Sōjun lo miró, con los ojos llenos de amor y orgullo-. Hijo mío- susurró-, eres la última flor, la última en florecer, la última en marchitarse. Recuérdalo siempre.
Byakuya no pudo evitar que las lágrimas cayeran. Sintió que el calor que desprendía su padre se desvanecía dando paso a la frialdad de la muerte.
"Los cerezos en flor.
Sólo por un momento fugaz
Pero su belleza perdura
Para siempre en la memoria
Que el legado de nuestro clan haga lo mismo".
Byakuya susurró el poema, una lágrima cayó sobre la mano de su padre.
Sōjun cerró los ojos y dio su último suspiro, dejando a Byakuya solo en la habitación con su dolor. Permaneció allí durante mucho tiempo, sosteniendo la mano de su padre y llorando hasta que no le quedaron lágrimas.
-Adiós, padre- susurró Byakuya, con la voz cargada de emoción-. Que tu alma encuentre la paz bajo los cerezos en flor.
Fin del capítulo 16.
¿Qué les pareció?
Sé que aún no se ha alcanzado el número de votos que pedí, pero esto llevaba tanto tiempo en borradores que me cansé de tenerlo en pausa.
Byakuya fue el gran protagonista de este capítulo, quizás haya más dinamismo en el fic y Goku no sea el centro de atención, aunque la historia sigue girando en torno a él. El arco de Byakuya como subordinado de Kenpachi ha terminado, pero se llevó parte de su aprendizaje.
Voten, compartan y todo eso.
Adiós!
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