Capítulo uno: Arte.
El cable se agitaba en su lugar, pero eso no parecía afectar a la madre avecilla y a su cría en lo más mínimo. Esa madre protectora alimentaba a su bebé con precisión.
La luz de la mañana hacía ver a las aves más bellas a comparación con el resto de la jornada. No sé, a mi parecer era así, puesto que siempre me entretenía observándolas entre las siete y ocho de la mañana, que era cuando tenía clases con la maestra Susan, de Arte. Y sí, esto era una guerra que la misma profesora había empezado, una de las típicas disputas de poder; yo reclamando mi derecho a una segunda oportunidad, y la mujer siempre reprobandome. Siempre poniéndome los pelos de punta con su: "Espero mejores resultados para la próxima, Lizbeth." ¡Lizbeth! ¡Se atrevía a llamarme por mi nombre de pila! Y para peor, odiarla me hacía sentir mal conmigo misma. Jamás usó un tono despectivo, ni una ceja alzada y siempre trataba de darme una buena explicación de su clase. Era yo la que no entendía, la que se dormía siempre que ponía música de ambiete para "concentrarnos mejor". Podíamos decir que Arte no era mi mejor asignatura, ni siquiera con una maestra como Susan. Tendría mucho más sentido que odiara el arte, antes que la profesora. Pero no, yo no odiaba el arte, simplemente no le entendía.
No entendía por qué el retrato de una mujer a penas sonriendo (La Monalisa) era tan aclamado, es decir, existen montones de personas que podrían imitarle sin que nadie se diera cuenta, entoneces, ¿por qué tanto privilegio? Tampoco entendía por qué unas pinturas que parecían hechas por niños de preescolar eran analizadas como si fueran una cifra matemática, ¡es sólo un elefante deforme! ¡Haré un bollo de papel y lo pondré en un altar para que periodistas vengan por montones!
Básicamente, yo de el arte, no entendía nada. Por eso me iba tan mal en esa materia, a parte de que la técnica del puntillismo me erizaba la piel y me ponía muy ansiosa.
En fin, esa mañana me encontraba admirando el... ¿arte de la naturaleza urbana? ¡Ja! Y pensar que tengo un menos tres en ésta materia... Como sea, las aves se habían marchado del cable, y ya no tenía más que mirar que los aburridos y básicos edificios de enfrente, tampoco es que se podía ver tanto desde un segundo piso. No había más opciones, debía mirar al frente y tratar de adivinar de qué estaba hablando la profesora Susan.
—Y ahora una pregunta al azar... ¿Quién puede nombrarme el autor de la famosa obra "La Noche Estrellada"?
Varios levantaron su mano ansiosos, pocos éramos los que nos mantuvimos en nuestro lugar.
—Ah~, definitivamente son unos estudiantes muy disciplinados. Elegiré al azar. ¿Qué tal tú, Lizbeth?
De repente, tuve ganas de ser esa cría de paloma lejos de esta clase. Me encogí en mi lugar y traté de fingir que las miradas no me ponían ansiosa mientras buscaba en mi mente la respuesta a esa pregunta.
—¿Picasso? —vacilé.
Y tras mi respuesta, varios comenzaron a reírse. Una señal de que mi respuesta fue fallida.
—No... Esa no es la respuesta —dijo cruzándose de brazos—. Pero no nos rendiremos, a ver, ¡tú! —la maestra había señalado a la parte trasera del aula, donde se ubicaban los últimos asientos. Yo estaba adelante—. Scalert, ¿me dirías el nombre del autor de "La Noche Estrellada"?
Todos (me incluyo) volteamos hacia la alumna señalada, o bien, a Scarlet. No sabía mucho de ella más que su nombre y que sus ojos se veían como miel bajo el sol mañanero.
—El autor de la pintura "La Noche Estrellada" fue Vincent van Gogh.
—¡Exactamente! —Susan dió unos cuantos aplausos con sus manos mientras sonreía. No era la gran cosa, pensé. Parecía que felicitaba a un bebé por dar sus primeros pasos—Ahora bien, estoy segura de que muchos de ustedes están emocionados por el campamento de este fin de semana.
Sí, era tema principal en nuestra clase. Todos ansiosos y principalmente aliviados de que sea la profesora Susan quien nos cuide, seguro porque era algo permisiva y demasiado ingenua para su propio bien y estando entre adolescentes. Personalmente, también me emocionaba un poco, no por la parte de compartir con tus amigos un buen tiempo, sino por el paisaje. Algo bueno de la profesora Susan, era que elegía los mejores sitios para acampar, apostaba a que ella vivía en una cabaña en medio del bosque y que sus mejores amigos eran animales silvestres. Y bueno, yo no tenía nada en contra de eso.
El viaje duraba desde el sábado hasta el domingo, y hoy era viernes. Por supuesto que yo tenía mi mochila y cámara listas para tomar mil fotografías. Aunque bueno, toda mi emoción no radicaba en que pasaría grandes momentos con mis amistades más íntimas, porque siendo sincera, no tenía ni un solo amigo en toda la clase. No era por nada en particular, simplete era así; nadie se me acercaba y yo tampoco mostraba interés por acercarme a los demás, me gustaba mi soledad, la gozaba cuando podía. Mi única amiga era mi vecina y ella iba a otra institución, así que en este viaje estaba sola y eso me entusiasmó.
[...]
—Llegaré tarde, definitivamente llegaré tarde.
—Lo siento, lo siento. Juré que ese reloj decía seis treinta en vez de siete treita, tu madre debe aprender a leer los relojes de aguja.
Suspiré frustrada. Estaba llegando tarde al viaje y tenía miedo de que se marcharan sin mí, que la profesora Susan no me tenga la paciencia de siempre y esta vez decida que un alunmo menos es restar una responsabilidad. Además, ¡¿quién no sabía leer un reloj de aguja?! Mi madre nació con un doctorado pero le ganaba un reloj con tres palillos. Ush.
—Sólo no hagas que me dejen —pedí.
Pasados unos momentos, mi madre estacionó el auto con la energía de un personaje en la película de Rapidos y Furiosos. Admito que me hizo saltar del asiento, pero dejé los sustos e infartos para otra ocasión y bajé del vehículo con prisa. Cuando llegué, la profesora Susan estaba, por lo que veía, ordenando a todos por filas.
—¡Lizbeth! —exclamó alzando su mano—Señorita, creí que no llegaría.
No supe qué decir, sólo alcé mis hombros mientras forzaba una sonrisa. La mujer frente a mí rio y se concentró en la libreta en su mano.
—Llegas tarde —señaló. ¿Algo que no sepamos?—. Ya hice el listado y armé las parejas... Jum... —llevó su pluma a su cabello mientras fruncía el ceño. Yo sólo quería subir al autobús de una vez—Bien, iremos juntas, señorita Williams —finalmente me miró sonriente.
El viaje había empezado, y como no imaginé pero era de esperarse debido a mi llegada tardía, terminé al frente del autobús con la profesora de Arte a mi lado. Estaba siendo muy aburrido, quise levantar mi celular y sumirme en él la siguiente media hora, pero los ojos verdes de Susan se me hacían muy chismosos. Tampoco ocultaba el sentido de la vida en mi móvil, pero a nadie le gusta ser vigilado mientras hace scrolling por las redes. Y como ni siquiera podía mirar por la ventana (la profesora se puso en ese asiento), volteé al resto del autobús.
Yo nunca fui muy interesada en mis compañeros, no se trataba de algún complejo de superioridad, más bien, de supervivencia. Yo no era muy querida, y siempre estaban esas personas que por simple aburrimiento se burlaban de mí y mi apariencia y ya no quería nada de eso. Aunque... Bueno, sabía que no todo el mundo era basura, pero mi desconfianza allí estaba y era más fuerte que yo. Entonces coloqué una barrera a mi alrededor, con el tiempo, dejaron de fijarse en mí y yo lo agradecí. Pero bueno, como mencioné, había volteado hacia el resto del autobús. No había nadie que no conociera, mis ojos pasearon por cada ilera y al final, en los últimos asientos, estaba ella. Scarlet me miró y me sentí algo intimidada, al instante bajé la vista junto con un suspiro.
Me negaba a aceptar que alguien de mi clase me llamaba la atención, que ella lo hacía.
No sabía qué tenía, o por qué a veces mi cabeza giraba en dirección a su banca para saber si asistió a clase, o por qué comparaba sus ojos con las hojas de otoño. No entendía por qué a veces daba tantas vueltas en mi cabeza...
Y, en ese instante, llegué a una conclusión.
Scarlet era como el arte.
A ninguno le entendía, pero ambos de alguna manera estaban dentro de mis pensamientos.
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