Weiss, W. (1904). Demonio (En el café) [pintura].

El camarero frotaba con esmero un vaso ya reluciente desde hacía un rato con su trapo blanco. Era ya tarde y una pareja entró justo antes de cerrar, el hombre solo pagaba su frustración con la cristalería.

La pareja, un hombre y una mujer, habían pedido una copa de coñac y un café solo, respectivamente. Él les sirvió tan rápido cómo le fue posible, con la esperanza de poder volver a casa pronto y no encontrarse a su mujer ya dormida. Dejó el vaso y en su lugar agarró una copa de vino que, según él, no estaba bien limpia.

Concentrado en eliminar una mancha inexistente sobre el impoluto cristal, el camarero no se fijó en como la conversación de la pareja se iba tornando una acalorada discusión unilateral: ella gesticulaba con grandes movimientos de brazos, y él bebía tranquilo. El camarero levantó la copa en dirección a la lámpara de techo para admirar su buen trabajo, cerrando un ojo en busca de la más diminuta imperfección.

El sonido de un disparo le hizo soltar la copa, que se estrelló contra la barra haciéndose añicos. El hombre se llevó las manos a la cabeza, en un intento inútil por protegerse del fuego. Miró en dirección a la pareja y vio a la mujer tirada sobre la mesa redonda mientras el hombre, con el codo sobre el respaldo en actitud relajada, sonreía satisfecho. No podía creer lo que estaba viendo. El café, aún más oscuro al mesclarse con la sangre de la mujer, corría por las baldosas de su pequeño local. Entonces el hombre le miró, torció el gesto en una media sonrisa deforme y, antes de que pudiera reaccionar, le puso una bala entre las cejas. Esperaba que su mujer no le esperara despierta esa noche.