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» Parte única

El cielo se estaba ocultando cuando Zhelan entró en un pequeño puesto de comida, mientras repetía en su memoria cada detalle de la búsqueda ordenada por el imperio.

El Emperador había demostrado el amor que le tenía a su esposa, y estaba dispuesto a todo por ella. Incluso a creer en la existencia de un ave que la cazadora solo había visto en pinturas y estatuas.

«Todo, menos buscarla él mismo», pensó con molestia.

Aunque era capaz de cazar un faisán dorado y entregárselo a su majestad —y huir en el mismo instante con su ganancia—, su mente no paraba de trazar caminos y puntos donde podía encontrar a la verdadera ave, por imposible que pareciera.

—¿Va a buscarla, señorita Long? —inquirió el niño que entregó su plato de fideos, impulsándose sobre el mesón para mirar a Zhelan.

Long. No sabía si aquel era realmente su apellido, pero en cuanto acumuló cazas exitosas, entre la gente se rumoreó que la mujer era tan feroz y atemorizante como un dragón. Fueran bandidos de la peor calaña, o animales salvajes, Long Zhelan les había derrotado.

Ella intentó contener su risa.

—Solo los tontos lo harían.

—Mi abuela dice que el fenghuang se encontraría en la montaña del sur, protegida por la mismísima ave bermellón, Zhu Que —relató el niño con entusiasmo, y la cazadora se guardó sus palabras.

Sabía que no engañaba a nadie, y mucho menos a sí misma. Aunque no sería la única en una búsqueda tan peligrosa, se consideraba lo suficientemente tonta y obstinada para animarse.

Soltó una pequeña risa a modo de rendición. Iba a hacerlo.

Dejó la paga, y se aseguró de que su espada Tao estuviera bien amarrada a su cinto. Ansiaba llevar la delantera, y tenía una idea de en dónde empezar.

Salió en dirección al muelle del pueblo, y pidió al barquero que la llevara en dirección a una pequeña isla del extremo sur.

Lo único que sabía Zhelan de sí misma, es que había nacido en el norte, pero se movía alrededor de todo el imperio, según donde encontrara alguna recompensa valiosa. Era su trabajo, después de todo.

Durmió arrullada por el sonido del mar y una noche apenas iluminada por las estrellas, y las lámparas de las casas flotantes del pueblo que estaba abandonando.

***

Zhelan dio por iniciada su búsqueda en cuanto llegó a la isla en la madrugada.

Atravesar la aldea con discreción había sido su plan inicial, pero al apenas salir del bosque, se detuvo en posición de guardia, sosteniendo el mango de su espada. Se aseguró de ni siquiera respirar, y cuanto más prestaba atención a su entorno, más eran audibles los gritos por ayuda.

Ingresó a la aldea, y al encontrar varias cestas de pesca y cerámicas destrozadas, podía intuir que el lugar había sido saqueado. Los gritos eran más audibles cuanto más se acercaba, y temía que pudiera tratarse de una trampa, pero no tardó en encontrar a la dueña de la voz suplicante, atrapada entre redes de las que no encontraba salida.

Aunque dudó ante su rostro cubierto de lágrimas, terminó desenvainando su espada, y cortó las redes mientras la joven no dejaba de agradecerle.

—¡Cuidado! —exclamó ella, y Zhelan rápidamente se dio vuelta, sujetando su espada y apoyando su mano en el lado sin filo para bloquear el ataque de su enemigo, y empujó con fuerza hasta poder arremeter.

El hombre retrocedió un par de pasos, manteniéndose a la defensiva.

—¡Largo de aquí! Encontré al ave primero —espetó, a lo que Zhelan se dio vuelta por un instante, y regresó a mirarlo con sorna.

—Me parece que necesitas corregir tu visión...

No tuvo tiempo para burlarse, pues el hombre regresó a atacarla, y apenas Zhelan pudo reaccionar esquivándolo, aprovechando ese instante para intentar golpearlo con su espada.

Apenas rasgó su hanfu, y él se volvió contra ella con una fuerza que apenas la cazadora podía bloquear. Su oponente era muchísimo más grande y pesado que ella, lo sabía, pero sus propios movimientos eran mucho más ágiles, por lo que al intentar atraparla, el hombre perdía el equilibrio.

Zhelan tomó el instante en que el tipo casi había caído sobre ella para esquivarlo una vez más y golpearlo con el mango de su espada, dejándolo en el suelo.

El hombre se dio vuelta para ver a la cazadora apuntando con su arma sobre su cuello, y podía reconocer en su mirada que aquel sería el único intento de piedad que tendría.

Se negó a aceptarlo, pues recuperó su propia espada aún dispuesto a volver a pelear con ella desde el suelo, pero Zhelan se la arrebató con un golpe, y acto seguido, cortó su cuello.

Tratando de recuperar la calma, volvió hacia la chica que cubría su propio hombro, el cual había sido herido por una flecha. Terminó de quitar las redes sobre ella, y la ayudó a ponerse de pie, aproximándose a hacia la herida en su brazo.

—Debemos limpiar eso pronto —sugirió en un murmullo, adelantándose hacia la orilla del mar, y dolorida, la joven asintió, siguiéndola con prisa y sosteniendo su brazo.

La cazadora parecía tener experiencia con las heridas, pues trató muy rápido la de aquella chica, y la vendó rasgando su propio hanfu. Ninguna de las dos dijo una sola palabra, pero ambas pensaban que podía deberse a la conmoción.

Al terminar su trabajo, Zhelan solo bajó la cabeza en señal de despedida y dio la vuelta.

—¡Señorita, espere! —exclamó la joven, deteniéndola, y recibiendo en respuesta la mirada confundida de la cazadora—. No sé si volverán más...

Zhelan resopló. Era un temor razonable.

—Toma un bote y rema hacia el norte —le sugirió—. Estarás a salvo.

—Sé que buscas al fenghuang, ¡por favor, llévame contigo y prometo ayudar!

«Ah, no...», pensó Zhelan en el instante. Solo se metería en más problemas si llevaba a alguien más.

—Mi nombre es Weiming... —musitó, bajando la mirada mientras sus mejillas se sonrojaban—. Vendrán muchos más bandidos y no podrás contra ellos sola...

Zhelan dejó escapar una risa de ironía. Según recordaba, esa chica había sido atrapada por bandidos, sin oportunidad de escapar.

—No me interesa la recompensa, pero no quiero estar sola. —Weiming hizo un puchero, y Zhelan se odió por acceder con tanta facilidad, al tiempo en que hundía sus cejas.

—Supongo que tendré que seguir revisando esa herida... —suspiró, impaciente.

—¡Sí! —exclamó la joven, casi saltando de emoción. Por un segundo, la cazadora dudó de su lesión, pero decidió quitarle importancia.

Cruzaron hacia una zona rocosa que era el nacimiento de la montaña donde esperaban poder encontrar al dichoso fenghuang.

Con cada paso, el cielo se tornaba del color de aquella ave de la que solo había escuchado de los niños y abuelas en las aldeas que recorría, y Zhelan se preguntaba si alguna vez tuvo una familia que le hablara de aquellas historias. Poco a poco se hacía más oscuro, hasta que empezaron a caer las primeras gotas sobre ella, y recordó la razón por la que se había ido de la aldea del norte.

Muchos susurraban que el lugar había sido maldecido. Luego de una gran inundación, los lagos cercanos comenzaron a secarse, y dejó de caer la lluvia. Si querían sobrevivir, debían irse.

—Debemos buscar refugio. —Se detuvo, queriendo deshacerse de los pocos recuerdos que conservaba al no verle uso.

Ambas entraron a una pequeña cueva, donde Zhelan consiguió hacer una fogata, y revisó nuevamente la herida de Weiming, notando que apenas quedaba una tenue cicatriz.

Prefirió no preguntar, y movió su cabeza en dirección a la fogata.

—Acércate más al fuego o te congelarás —indicó, y Weiming apenas acercó sus manos para calentarse un poquito, mientras miraba a la cazadora.

—Supongo que nos quedaremos a dormir aquí... —murmuró ella, soltando un largo bostezo.

Zhelan se encogió de hombros, aceptando la idea.

—Ya no debe estar muy lejos la cima.

—¿Crees que allí se encuentre el fenghuang? —preguntó la joven con curiosidad y emoción.

—Espero que sí... —rio su acompañante, relajándose más con la compañía de Weiming.

—¿Y si me cuentas una historia para dormir? —inquirió de repente ella, batiendo sus pestañas mientras Zhelan no sabía qué responderle—. No me digas que no conoces ninguna...

—En realidad, no —admitió la cazadora—. Sonará extraño, pero no recuerdo nada de mi familia o mi niñez...

—¿Huh? —inquirió Weiming, incrédula—. Pero debes haber tenido alguna aventura increíble como cazarrecompensas, ¿no es así?

La mayor se encogió de hombros. Tal vez lo más extraño que le había sucedido, era haber salvado a una aldeana que no se despegaba de ella y le insistía por un cuento para dormir.

—Está bien, te contaré yo una historia —decidió la chica, sin darle oportunidad a Zhelan de negarse—. ¿Has escuchado del dragón del lago del norte? Se dice que una vez, influenciado por Gong Gong, creó una inundación devastadora que acabó con muchas vidas.

»Ante esto, los dioses le castigaron obligándole a reencarnar y vivir como una mujer entre el resto de las personas. Dicen que el alma gemela de un dragón es un fenghuang, ¿lo sabías? Seguro debe sentirse muy solitario, esperando a que su dragón se arrepienta de su error y pueda volver a su lado... —suspiró con nostalgia al terminar su historia, y regresó a ver a Zhelan, quien en cambio la miraba escéptica.

Incluso cuando buscaba una leyenda viviente, estaba claro que los mitos no eran lo suyo.

—Sería un gran problema si el fenghuang estuviera custodiado por un dragón. —Empezó a reír—. ¿Pero de qué manera ser una mujer podría considerarse un castigo? —inquirió ofendida. Incluso si las cosas no fueron fáciles para ella como cazarrecompensas, no veía el ser mujer como una maldición.

Los dioses no podían ser más idiotas.

Weiming dejó escapar una risita.

—Seguramente el dragón aprendería a ser más sensato —bostezó, acurrucándose sobre el hombro de Zhelan—. Buenas noches, señorita cazadora...

Y con el deseo de encontrar pronto al fenghuang, Zhelan descansó también.

***

Weiming despertó muy temprano, yendo a llenar la cantimplora de calabaza de Zhelan con agua de la lluvia, y recolectando frutos para desayunar. Distraída, ni siquiera alcanzó a gritar cuando unos sofocantes brazos la tomaron por detrás, y la arrastraron.

Solo cuando el hombre se dio vuelta, al encontrarse con la espada de Zhelan, tan filosa como su mirada, la soltó, dejándola caer.

Seguro era compañero del anterior bandido, y la cazadora se aseguraría de que tuviera el mismo destino.

En un instante, el hombre golpeó el brazo de Zhelan y se apartó para desenvainar su propia espada y defenderse del ataque de la veloz mujer.

No obstante, ella continuó asestando con todas sus fuerzas, una y otra vez, y podía notar en sus ojos y movimientos que estaba realmente enojada, y él, muy perdido.

Solo podía defenderse y retroceder sus pasos hasta que la mujer se detuviera, pero al mirar atrás, se percató de que estaba por caer algunos metros del risco de la montaña. Su cuerpo temblaba, y Zhelan golpeó su espada para quitársela y lo apuntó una vez más.

—Largo de aquí, ¡ahora! —vociferó, y el hombre no tardó en esfumarse con las manos en alto.

Zhelan dio vuelta para buscar a Weiming, que aún sobre el suelo, miraba al sol del alba con temor.

—¿Estás bien? —inquirió preocupada, revisando que no estuviera herida.

—Esperaba que tuviéramos más tiempo... —confesó Weiming, sosteniendo las manos de Zhelan como si temiera ser separada de ella, y dejó un suave beso sobre sus labios—. Has demostrado que puedes volver a proteger al mundo, Long Zhelan. Pronto volveremos a estar juntas...

Ante los ojos perplejos de la cazadora, el cuerpo de Weiming se desintegraba, como si fuera consumido por el fuego, y se transformaba en una mezcla de varias aves, mostrando un hermoso plumaje de colores cálidos.

Weiming dejó sobre sus manos dos plumas doradas: una para el Emperador Qing, y otra para que no pudiera olvidarle.

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