Capítulo 11. La pregunta
Jen
Me aupó a él y no tardó en llevarme a la recámara sin dejar de besarnos, sus labios sabían a menta con toques discretos de cereza, seguía comiendo de esas paletas que llevaba al instituto y esos fragmentos de recuerdos me hacían volar a una época donde a pesar de las circunstancias oscuras, él fue mi luz.
Me acomodó en medio de la cama y se desprendió de mí para quitarse la playera, con una mierda, su cuerpo había evolucionado, se miraba más ancho, más grande y marcado. Esa ropa floja que llevaba en la tarde no dejaba apreciar la figura enorme que Dim poseía.
Su brazo derecho lleno de tatuajes fue lo que más me asombró de su cambio físico, se miraba más sexi.
— ¿Te gusta lo que ves, pequeña bestia?
El tono burlón que usó me hizo volver a la realidad, me había perdido entre la piel marcada y la tinta negra que mezcladas en Dim Kelly formaban una combinación excitante y difícil de no sentirse atraída.
—Carajo, Dim, estás más grande.
Sonrió como el engreído que era, descendió arriba de mí para apoyarse de sus antebrazos sobre el colchón.
—Dices las palabras correctas ¿Puedes imaginarte las cosas que podríamos hacer?
Su voz había bajado dos octavas para sonar más ronca, casi susurrante.
—Después de cuatro años lejos.
Asintió con una ceja enarcada.
—Voy a desquitarme por estos años sin ti.
Lo deseaba.
—La luz, apágala.
Eso hizo que frunciera sus cejas.
— ¿Por qué?
Tragué saliva.
—Es que... no quiero que veas mis estrías.
La grisácea mirada de Dim me heló. No parecía gustarle lo que le pedía.
—Ya las he visto, cariño. Y quiero verlas.
Mis mejillas se incendiaron. Si había algo que me causaba mucha inseguridad a la hora de quitarme la ropa eran las estrías que marcaban algunas partes de mi cuerpo. No me gustaban y las prefería mantener ocultas.
—Han... aumentado, no quiero que las veas.
Dim permaneció inmóvil, sus ojos seguían clavados en mí, como si estuviera debatiéndose si hacerme caso o hacer lo que sus instintos le decían. Noté como separaba sus labios ligeramente y relamía muy despacio. Intenté moverme y él ejerció presión para evitar que saliera de su jaula.
—Te lo diré las veces que sean necesarias, Jenedith, para que te quites ese pensamiento absurdo —me besó lento y suave, cada parte de sus labios rozó los míos con paciencia y con ese cariño que seguía intacto, me miró—. Amo todo de ti, me vuelven loco tus estrías, me gusta sentirlas, son parte de ti y no voy a permitir que te hagas menos por tenerlas. Eres hermosa, Jenedith Roux, te amo.
El nudo en mi garganta se fue extendiendo al punto que estallé en llanto. Lo extrañaba como no lo había imaginado.
—Joder, Jenedith ¿Por qué lloras?
Se acomodó a mi lado y lo volví a atraer a mí para abrazarlo. El largo de su cabello ondulado se le acomodaba bien. Me hacía feliz saber que Dim se encontraba mejor que nunca y que había salido adelante con su problema de drogas, luchó y ha conseguido volverse mejor que antes. Todo el mundo lo quería y se había ganado el amor de una infinidad de gente por el ejemplo que se convirtió para muchos.
No merecía a esta persona, yo fui todo lo contrario a él, una mierda egoísta.
—Es que te amo, Dim, te he amado desde hace cuatro años y verte aquí, conmigo, después de lo que te hice... —intenté controlar mi voz trémula—, es algo que me pesa.
Negó con la cabeza sin quitar esa sonrisa cariñosa.
—Deja de pensar en el pasado, estamos aquí ahora y es lo que importa.
—No me dejes.
Dim me besó de nuevo.
—Aquí estoy, Jenedith, no pienso dejar que huyas de mí.
—No pienso ir a ningún lado.
Nuestros labios volvieron al ritmo salvaje, era una necesidad monstruosa por estar juntos. Fue quitándome la ropa—sin haber apagado la luz—, me costaba estar desnuda frente a una figura masculina, pero Dim se había encargado de sembrar esa seguridad en mí, sus ojos no juzgaban mis marcas, las admiraban. Me besó el cuello y fue descendiendo a mi clavícula. Me deshizo de mi ropa interior hasta tenerme completamente desnuda.
No dejaba de repasarme con la mirada, tocando cada rincón de mi piel. Era delirante el toque de las yemas de sus dedos. Encontró mis pezones y se inclinó para apoderarse de uno con su boca.
Me arqueé por instinto y me sujetó de mis caderas para seguir besando con maestría cada parte de mí.
—La luz, Dim —jadeé.
—A la mierda con la luz —gruñó.
Se quitó lo que le quedaba de ropa, volvió a colocarse frente a mí para separar mis piernas.
— ¡Carajo! —prorrumpió—, no creí que fuera tan pronto, creo que no traje condones.
Mierda...
—No piensas dejarme así ¿O sí? —pregunté, reprimiendo toda las pulsaciones que rogaban porque Dim entrara en mí.
Se cruzó de brazos y arqueó una ceja al verme.
—Claro que no, no es mi estilo dejar con las ganas a las chicas. Iré a comprar condones.
No, no podía esperar más.
—Dim, cógeme así.
Me miró con los ojos a punto de salirse de orbitas.
— ¿Acaso quieres que te embarace? Que sucio, Jenedith.
Por su sonrisa, sabía que jugaba con eso. Incluso después de haber perdido un hijo se miraba con mejor semblante, de verdad sus heridas lograron sanar luego de toda esa mierda que tuvo que pasar.
—Nos ocupáramos de eso después.
—Jene...
—Dimitri, haz lo que te estoy pidiendo. Te prometo que me tomaré una pastilla, pero por favor, no te vayas.
Dim ensombreció su mirada a una que emanaba deseo y lujuria, lo había convencido sin necesidad de mover un solo dedo para detenerlo. Volvió a tomar ese ritmo violento que me acaloraba más que mil soles juntos, lamió y besó mi cuello hasta llegar a mis pechos los cuales saboreaba con intensidad, como si hubiese permanecido enjaulado sin ningún tipo de alimento durante días.
Mordí su hombro con suavidad y mis manos siguieron el camino de tinta de su brazo, sus venas podían verse resaltadas a pesar de estar ocultas entre tanto diseño en color negro. Y cuando menos lo esperé fue acercándose a mí, introduciéndose muy despacio, gimiendo por debajo para llegar hasta el fondo de todo mi ser.
Joder, me arqueé al sentir como me llenaba por su presencia. Nos conectamos.
—Te extrañé —susurró.
Respiré profundo, aún no se movía, parecía que esperaba a que yo me acostumbrara a tenerlo dentro de mí y se lo agradecí.
—También te extrañé —contesté, inconscientemente separando más mis piernas.
Una de sus manos se posó en mi nuca para atenazarme mientras comenzaba con movimientos lentos. Gemí en cada entrada y me sujeté de sus brazos como pude cuando el ritmo de sus caderas fue aumentando la velocidad.
La delicadeza se quedó atrás, Dim me embestía con toda su fuerza al punto de hacerme gritar de placer. Tanto tiempo pasó para volver a ser follada de esta forma y por él, ese fue mi karma por no haberlo apoyado cuando me necesitaba y lo pagué caro.
Dim no bromeaba cuando dijo que se desquitaría conmigo por estos cuatro años de estar separados.
Me permitió colocarme arriba de él y montarlo a mi gusto, en algún momento—del cual no fui consciente—me sujetó de las caderas para él moverme a su placer, me apoyé del maldito respaldo de la cama y dejé que me hiciera lo que quería. Dim era el único chico al que dejaría que tomara el control incluso sobre mí.
—Quiero terminar adentro de ti ¿Puedo?
Su voz jadeante me tomó por sorpresa, esa petición sonó a la súplica más desesperada que pude escuchar viniendo de él; todo su orgullo y su arrogancia habían desaparecido para ser yo quien lo dominara por completo. Sus ojos refulgían expectantes.
—Termina en mí —concedí.
—Carajo... —dijo en un tono gutural.
De un movimiento me giró para estrellarme en el colchón y moverse a su antojo. No pude más y estallé como una bomba nuclear, esparciendo todo mi orgasmo por mi cuerpo, dejándome llevar por la sensación. Dim se aferró a mi cuerpo sin dejar los movimientos de lado hasta que empezó a estremecerse sobre mí. Gruñó unas palabras golpeadas por debajo y terminó.
Nuestro sudor se mezclaba como una perfecta reacción a nuestro apasionado encuentro. Las respiraciones aceleradas nos hacían sonreír.
Me besó, dejando escapar un gemido entre besos, lo saboreé muy lento sin dejar que se alejara todavía de mí.
—Tengo que regresar a mi estancia, se supone que no tengo muchas salidas por los entrenamientos.
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Dim había encargado cena para dos a la habitación y por más vergonzoso que me pareció, Mary Ellen me trajo la pastilla que ocupaba para evitar un embarazo. No sabía que tanto ella como Tristan habían acompañado a Dim hasta Ámsterdam, y cuando la vi entrar a la habitación con una bolsita de farmacia me puse de todos los colores mientras ambos hermanos se burlaban de mí hasta que estallaron.
—Me cambio de ropa y yo mismo te llevo.
—No es necesario, puedo regresar sin problema. Y así no levantamos sospechas.
Kelly me miraba con unas ganas grandes de asesinarme, alcancé un último pedazo de carne de mi plato.
—No me interesa que el mundo sepa de lo nuestro, por mí mejor.
Sonreí.
— ¿Lo nuestro? ¿En qué momento me pediste que fuera tu novia?
Dim dejó de masticar un segundo y me clavó su mirada, sorprendido era poco para el rostro pálido que había agarrado.
Entrecerró sus ojos y tragó.
—Pues después de darte la cogida de reencuentro creí que se sobreentendía nuestra ahora relación.
Amaba molestarlo, igual que él a mí.
—No fuiste específico, puedo tomarlo como una cogida de una noche y adiós.
Dim no se miraba divertido, pero yo sí, masticó lentamente su bocado y dejó el plato a un lado con gracia y se recargó en el respaldo de la cama, tal vez elaborando algún plan maquiavélico para hacerme pagar por mi último comentario.
Tragó y hasta tomó su tiempo para beber un sorbo de vino. Noté como sin abrir su boca pasaba la lengua por sus dientes sin dejar de lado esa lucha de miradas provocativas en la que nos encontrábamos. Sus pómulos se marcaron en una línea seria—era muy atractivo—y su cabello se miraba más sexi y alborotado después del sexo.
Traté de no soltar la risa.
—Déjate de tonterías, Jenedith, eres mi novia.
—Qué extraño...
—Joder, no soy un puberto para hacerte esa pregunta que está de más.
Lo desafié.
—Fue gratificante coger contigo —le guiñé el ojo antes de salir triunfal por la habitación.
Dim no dudó si quiera un segundo en seguirme hasta envolverme con sus brazos desde atrás. Posó su barbilla sobre uno de mis hombros y nos quedamos unos instantes ahí, de pie, entre las suaves penumbras de la habitación, los rayos de la luna traspasaban por la fina cortina de seda para pintar rayas rectas y verticales en el azulejo negro.
—No puedo creer que alguien de tu estatura me haga hacer esto.
Le di un codazo y eso lo hizo reír.
—Pues ya ves que sí.
Me apretó más a él.
—Tú ganas. Jenedith... ¿Quieres casarte conmigo?
Esa... no era la... pregunta que esperaba.
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