Reto triple: "El armario" | Humor. (I)
━━━━━━━ ● ━━━━━━━
Cassandra a penas acababa de instalarse en la mansión de los Winchester cuando su tía abuela Margaret llamó a la puerta de la que iba a ser su nueva habitación. Cassandra, sentada sobre la cama matrimonial levantó la vista de su maleta para ver la cabeza de la mujer asomarse por la puerta de roble macizo.
—Cielo, ¿necesitas ayuda con algo?
—No — respondió ella, en tono árido.
—Está bien. Si necesitas cualquier cosa sólo tienes que llamarme...
Cassandra asintió despacio. Mientras veía la puerta cerrarse, la vista de Cassandra reparó en el candado y la cadena que decoraban las puertas de un enorme armario de madera desgastada.
—Tía Margaret.
Su tía abuela volvió a estirar el cuello para asomarse por la puerta.
—¿Si?
—¿Podrías abrirme el armario para que pueda guardar mis cosas?
Margaret puso una sonrisa enigmática, mostrando sus dientes imperfectos y amarillentos.
—No, cariño —respondió con dulzura —. Lo siento pero ese armario no se puede abrir.
La mujer cerró la puerta ante el desconcierto de Cassandra, que miró el armario llena de curiosidad.
Después de quedarse emternecida mirando el mueble, se asomó a su cabeza una queja muy complicada.
—Ahora, ¿qué hago yo con mi ropa? — se preguntó a ella misma—. Todavía está en la maleta, y si la dejo en la maleta se estrujará.
Miró al mueble con molestia e incomodidad.
—Al estrujarse tendrán que plancharla... —dijo susurrante.
Cassandra entró en pánico.
—¡Qué acabo de decir! —exclamó muy exaltada.
En su mente volvió a escucharse. Se maldijo a ella misma al escuchar la barbaridad que había pronunciado.
Así que para calmar su molestia, cerró los ojos y contó hasta diez. No le fue suficiente, contó diez más. Una barbaridad de este tamaño merecía ser contada hasta diez mil o más. Pero le llevaría mucho tiempo y su ropa corría más peligro que un explorador inglés en la selva amazónica. Muchos no regresaban, eso también pasaba con su ropa. Prefería que alguna joven sin muchas posibilidades lo usara.
Cuando llegó al veinte, tomó todo el aire que podían acumular sus pulmones por segundos. Abrió sus azulados ojos, y lo primero que vió fue el armario de nuevo. No había experimentado ningún cambió.
Aclaró su garganta para seguir con lo que aparentaba ser un sermón hacia el mueble. Parecían un matrimonio discutiendo por el futuro de su hijo. ¿Médico como el abuelo o abogado como el padre?
—Y sabes, —se levantó, colocó sus brazos al lado de su cuerpo con los puños cerrados con fuerza. Parecía que estaba a punto de estallar. Ni que la joven fuera una tetera hirviendo—. ¡Odio las planchas, qué horribles pedazos de metal! ¡Lo único que hacen es arruinar hermosos vestidos para salir con jóvenes oficiales valientes de la infantería inglesa!
Al gritar la razón por la que odiaba a las planchas, se sentió aliviada.
—Entiendes el por qué, ¿cierto?
Dejó una brecha de silencio, como si estuviera esperando una respuesta. Pero un armario no puede hablar.
—Sí, lo entendiste —respondió por el armario —. Con eso me basta.
Cansada de estar de pie, se sentó de nuevo en el borde de la cama matrimonial de sábanas blancas.
—No te quiero coger odio, ya me basta con la susodicha mencionada. Odiar es feo, que no se te olvide.
Se volvió a quedar en silencio. Se había concentrado en mirar la cadena que acompañaba al candado candado.
—Sabes, las cadenas son infieles. A veces las ves con los grilletes o con los candados—, hace un leve movimiento de su cuello para mirar al espejo de pie que había en el dormitorio. —¿Con quién crees que le guste estar más? Yo pienso que con los grilletes, es con quien más yo las veo.
En el espejo, miró su cara con una leve sonrisa. Tener está conversación con el armario estaba siendo agradable.
Se pudiera decir que lo estaba disfrutando.
—Nuestra conversación es bastante agradable, pero, si alguien me ve hablando contigo, pensarán que estoy loca y me mandarán a Bethlem. Y yo, no quiero ir allí. —se vuelve a levantar y se acerca a revisar la cerradura.
—Candado, lo siento mucho pero te voy a separar de la cadena. Yo sé que eres feliz con ella, pero yo necesito abrir ese armario para no tener que hacer lo que dije, tú escuchaste. Y así yo ser feliz, también.
El candado escuchó fuerte y claro.
Cassandra soltó el candado y se dispuso a salir de la habitación, estaba muy decidida a romper el candado, ya que era una necesidad.
Pero, si rompía el candado y abría el armario iba a desobedecer a la tía Margaret. A ver si le daba un infarto y ya se moría.
—Diablos —maldijo en voz baja, tapándose la boca —. Si hago eso, la desobedecería y ella se molestaría conmigo.
Se giró a ver el armario con sus otros acompañantes para seguir la charla. Tenía que contarles lo que había pasado una vez con la señora.
—La otra vez se molestó y no me habló. Aunque, la otra vez fue por algo razonable, le había roto ese jarrón traído de China lleno de dibujos y colores. Estaba hermoso, que pena que no lo pudieron conocer.
Llevó a su boca su dedo pulgar, comenzando a mordisquear su uña. Se quedó mirando a un punto fijo, sin dejar de mordisquear.
—Si se molesta conmigo y me deja de hablar durante toda mi estancia aquí, le escribiré una carta explicando las razones del por qué lo hice. Eso es algo convincente —propuso en voz alta.
Y después de tomar esa decisión, giró el manubrio de la puerta y salió.
Miró a sus alrededores y tomó el mismo camino que había utilizado para llegar a su habitación.
Tenía que recorrer por todo el iluminado pasillo, lleno de cuadros, jarrones y un reloj suizo. Su tía le gustaban mucho llenar la casa de adornos.
Muchos de los cuadros, a la joven Cassandra le daban miedo. Casi todos eran de hombres de pelucas blancas, de los cuales no tenía ni la más menuda idea de quiénes eran. Tal vez sean familiares.
A lo lejos, vio a una de las sirvientas de la casa que estaba sacudiendo el polvo de los muebles. Había comenzando por una mesa llena de ellos que venía acompañada de una silla.
—Diablos —volvió a maldecir en voz baja tapando su boca con la mano —. Tendré que saludarla.
Se acercó con pisadas fuertes.
La chica que a pesar de estar atareada se percató de su presencia. El sonido que hacía sus zapatos contra el refinado suelo la habían avisado.
—Buenos días, señorita —saludó realizando una reverencia.
—Buenos días.
—¿Necesita que la ayude en algo?
—Ehm... —Cassandra se quedó pensando en lo de ayudar. La joven sirvienta de unos veinticinco años por lo menos, le iba a servir para algo —. Sí, necesito que se quede por aquí cerca, es que tendrá que ayudarme con el equipaje.
Asintió con la cabeza, la sirvienta.
—¿Cómo se llama? —preguntó Cassandra.
—Sybil Foster.
—Perfecto, Sybil dentro de un momento la llamaré. Ahora si me disculpa, voy a dar un vuelta por la casa.
Sybil asintió y esperó a que Cassandra se fuera para seguir sacudiendo el polvo de los finos adornos de porcelana que habían en esa mesa. En ellos se acumulaba mucho polvo, la joven se pasaba fácilmente el día limpiando los adornos.
Cassandra tenía pensando utilizar a Sybil para abrir el armario. Se le había ocurrido que le podía echar la culpa a ella. En el fondo le daba un poco de pena con la chica, pero le daba más pena mirarla planchando sus vestidos.
Bajó a la planta baja de la casa. La planta baja de la casa era más oscura y llena de adornos al igual que en la planta de arriba.
Recorrió una gran parte de la casa para poder llegar al jardín trasero. Tuvo que atravesar el amplio comedor y cocina.
El jardín trasero tenía un pequeño establo sin terminar de pintar que ya no tenía caballos. Los caballos habían sido vendido cuando Margaret pasaba por una pequeña crisis. Así que ahora era utilizado para guardar herramientas y otras cosas.
Se acercó al pequeño establo que estaba regado, nadie se preocupada por colocar cado cosa en su lugar. A pesar de eso, Cassandra no lo iba hacer. Ella sólo pensaba lo que deberían hacer.
—Un día vi a papá romper un candado con un martillo. Le dio unos golpes y se abrió. Creo que eso servirá — se dijo a ella misma.
Comenzó a buscar con la vista el martillo. No quería tocar las herramientas que estaban sucias con sus manos, ya le bastaba que tenía que tomar el martillo.
Después de tanto buscarlo, lo encontró al lado de la una lata de pintura roja.
—Parece que tía ahora es que se viene aburrir del verde París —, se agachó y tomó el martillo con dos dedos —. Que bueno, ese color es asesino.
Se levantó y se arregló un poco el vestido. Al darse la vuelta se encontró al cochero de su tía.
—Harry —masculló fríamente al verlo, Cassandra odiaba a ese hombre. Su odio era semejante al de la plancha.
El hombre al verla inmediatamente se quitó su sombrero, y lo colocó en su pecho. La miraba embobecido.
—Señorita Casteel, ¿cómo está?
—Muy bien, gracias.
Harry sonrió al escucharla.
—Me alegra eso. Y, ¿qué hace por aquí? En este establo ya sin caballos y abandonado por el tiempo. No es lugar para usted.
Le sonrió forzosamente al intento de piropo.
Cassandra consideraba a Harry como un ser molesto. Ella no sabía que él hacia aquí. Tenía entendido que el joven se había ido a Australia hacerse rico. Pero parece que no fue así, que pena.
—Sólo buscaba una cosa y la encontré por suerte.
Harry que tenía un lunar con un vello, algo que incomodaba mucho a la vista de Cassandra. Le miro sus manos y se percató que llevaba un martillo. Cassandra lo había intentado esconder, pero fue en vano.
—¿Qué va hacer con el martillo?
La chica se quedó pensando lo que le iba a responder. Se mordió el labio para no maldecir de nuevo. Ya eran varias veces que lo repetía y, no quería ir a la Iglesia a confesarse.
—Abrir una cosa, así que si me disculpa.
Y así fue como salió rápidamente de la conversación. Ese hombre ya le había tomando mucho tiempo. Si ya había sido bastante el que se había tomando durante la encantadora charla con el mueble.
Corrió hacia la puerta de la cocina. Entró a la casa con los zapatos un poco enfangados, que sin darse cuenta había dejado una huella en el tapete rojo con flores doradas que estaba en el comedor. Cuando la tía Margaret viera eso, se iba a desmayar. Le tenía pánico al fango.
Ascendió las escaleras velozmente, quería estar en la habitación ya. Su ropa corría peligro.
Mientras subía las escaleras, vió a Sybil todavía sacudiendo el polvo de los adornos. Una tarea ardua comparable al de los esclavos en América cortando la azúcar para el té.
—Sybil —la llamó ya en el mismo piso que ella.
La chica atendió su llamado sin demora.
Sybil se había fijado que el vestido de Cassandra había un poco de paja en ella y unos rastros de fangos. Cuando alzó su vista se topó con el martilo. Se sorprendió.
—Señorita, perdone mi indiscreción pero tiene sucio el vestido. ¿Y para qué es el martillo?
—¡Qué mi vestido está sucio! ¡Oh Dios mío! —dejó caer el martillo al piso de elegantes tablones de madera—. ¡Si mi vestido está sucio, tendrás que lavarlo y después usar ese horrible pedazo de hierro! ¡Qué he hecho para merecerme esto!
Sybil se aguantaba la risa, Cassandra hacía las mismas escenas que Margaret. Sin duda alguna las dos eran familia.
—Señorita, calmase.
Cassandra respiró y contó de nuevo, pero hasta cuarenta.
—Tienes razón, después de abrir el armario, desapareces este vestido.
La sirvienta asintió.
Cassandra recogió el martillo igual que en el establo y le alentó a la joven que la siguiera.
Entraron a la habitación.
—Volví con ayuda, cadena hoy será tu divorcio con candado. Esa es la única manera de que el armario sea libre y disponible para mi ropa —dijo mientras se ponía al frente del mueble desgastado.
Sybil la miró raro cuando se puso hablar con él mueble. No le parecía normal.
—Toma —, Cassandra estiró su mano para que Sybil tomara la herramienta.
Ella lo agarró con desconcierto.
—¿Qué tengo que hacer?
—Golpear ese candado para poder abrir el armario —señaló con la punta de su dedo índice.
Sybil miró varias veces la herramienta y el objetivo a golpear. Dudó un poco antes de golpear por primera vez.
Tuvo que hacer varios golpes para poder romper el candado. Cassandra casi se quedaba dormida.
Cuando Sybil logró romperlo, el candado y las cadenas hicieron un estrondoso sonido al caer.
—Ya señorita.
Cassandra estaba llena de felicidad al ver que ya no estaban esos empedimentos. Podía guardar su ropa, sin temor a lo otro.
—¡Qué feliz soy! —expresó con voz cantarina.
Apartó a Sybil con fuerza, haciendo que se cayera al suelo.
Las bizarras viejas del mueble se escucharon chillar. El armario estaba siendo abierto.
Bueno, hasta aquí mi relato.
jumanjigonzalez 0 puntos.
Para este relato yo seleccione humor, por si no se percataron. Aunque, bueno lo dice en el título. Si no da gracia, discúlpenme. El humor inglés no suele hacerlo.
A mi opinión, mi relato es en Inglaterra durante 1890. En ese año fue que Oscar Wilde publica "El retrato de Dorian Gray", libro que ando leyendo. El nombre de la sirvienta y el cochero es de dos personajes del libro.
Creo que mi Cassandra es como una niña mimada, arrogante y toda una dramática. Así me encanta. Tenerle miedo a una plancha es algo estúpido. No le tengan miedo a las planchas, ellas sólo estiran tu ropa para que no se vea estrujada.
Espero que les haya gustado.
━━━━━━━ ● ━━━━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro