Reto triple: "El armario" | Ciencia ficción. (II)
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El armario ya había sido abierto. Cassandra sentía alivio, su ropa no tenía pretexto para pasar por la plancha. Aunque sintió algo de pena al ver al candado separado de la cadena. La joven había separado a un matrimonio muy feliz.
Se agachó para recoger al candado, lo tomó en sus manos como algo delicado. A pesar de que era todo lo contrario, el candado era tosco y pesado.
—Espero que no me guardes rencor, celoso guardián —, le habló en voz baja, de forma susurrante. Se podía sentir en ella algo de tristeza al implorar perdón.
Se acercó a la mesita de noche y puso al candado ahí. Lo mismo hizo con la cadena, era lo máximo que podía hacer por ellos.
Sonrió al verlos juntos. Cassandra amaba ver a las parejas de paseo tomadas de las manos. La cadena y el candado le recordaba eso.
Mientras tanto, Sybil que se había levantado por sus propios medios, la miraba y rezaba dentro de ello por la salud mental de la muchacha, y también por la de su tía. Aunque de Margaret ya había pedido mucho y no veía solución del Señor, ¿el Señor había abandonado a la señora? Sólo él lo sabe.
Desde hace mucho, Sybil había sentido curiosidad por lo que había dentro del armario. Margaret tenía algún tipo de misterio con el mueble, en diferentes horarios ella entraba a esta habitación y se encerraba por largos ratos. Una que otra vez que se había acercado a escuchar detrás de la puerta, podía asegurar escuchar sonidos como de un reloj.
Para saciar su curiosidad fue a echarle un vistazo. Apartó una de las puertas del mueble que le impedía la vista desde donde estaba. Las bizarras volvieron a sonar de forma incómoda, estaban ausentes de aceite.
—Tengo que decirle a Harry que haga algo con esto, es molesto—soltó su queja con respecto al molesto sonido de las bizarras. Su cara engurruñada parecía la de los perritos peludos que eran traídos de China, pekinés sino me equivoco.
Cuando ya podía ver, se quedó perpleja. Su cara había pasado a ser la de un fantasma, hasta blanca se había puesto.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó haciendo que Cassadra dejará de atender a la pareja reunida.
Y sin más Sybil se desmayó. De forma dramática.
—¡Oh no, Sybil! —la joven va a socorrerla rápidamente.
Para que se despertará comenzó a agitarla de forma brusca.
—¡Despierta, no es hora de siesta!
Ella no despertaba aunque la agitara más.
—Vaga —la miró con desagrado y le escupió. La escupida había caído en la mejilla de la muchacha desmayada, no dormida. Retoma su posición mientras se arregla el vestido, había visto unas arrugas —. Que vagos y malos son los sirvientes que contrata mi tía. Pésimo servicio.
Después de arreglado su vestido que era muy importante, más que hacer despertar a la joven, le comentó a la pareja.
—¿Vieron eso? Se puso a dormir. Lo bueno es que fue en el piso. Después tenía que cambiar las sábanas y no, esas que están puesta me gustan.
Se quedó en silencio esperando la respuesta de la pareja. Sonrió sin razón, o tal vez si la tenía.
—No debería estar mortificándolos con esto, pero me agrada que estén acuerdo conmigo.
Sonrió.
—Ahora, guardemos la ropa en el armario —puso su mano en el —. Te voy a llenar con mi ropa. Está olorosa, hace poco fue lavada.
Claro, seguro que le encantaría oler la ropa.
Cassandra subió su maleta a la cama y lo abrió. Tomó la primera muda de ropa y la estiró un poco. Ahora tocaba colocarla en el armario.
Realizó un giro en el lugar parecido a los que hacían las bailarinas, Cassandra se había sentido una de ellas.
Abrió los ojos bien y se fijó que había un niño sentado y una caja. Le tomó más importancia al niño. Parecía estar moribundo, su piel se veía muy mal, estaba de color gris y no tenía pelo.
Soltó el vestido y se puso las manos en la boca para no gritar.
—¡Comes niños! —llamó así al mueble.
Tomó un poco de aire y siguió. Se había alegrado bastante con la atrocidad que había cometido.
—¡Eres un armario muy malo, a saber a cuántos más te has comido! —tomó al chico en sus brazos, pero lo hizo rápido no quería que se la comieran.
Le tiró otra escupida al armario por lo malo que había echo. Y por si acaso, se alejó y salió de la habitación.
Ya a salvo, suspiró de alivio. Pero Margaret estaba más como en shock. La señora había salido de la habitación ya que había escuchado el escándalo. Lo que menos se esperaba era encontrase con esto.
—¡Tía! Que bueno que te encuentro. Te digo que tienes que cambiar a Sybil realiza un pésimo servicio, y tienes que quemar al armario ¡come niños! Por suerte o creo que no, pude salvar a este.
Margaret siguió en shock. Maldijo por lo bajo sin que su sobrina se fuera cuenta.
—Espero que hagas eso, lo que me buscas otros armario que no coma niños. ¿Qué hacemos con este?
—Ese no es un niño, es un autómata —dijo Margaret en voz baja.
Cassandra no había entendido lo que había dicho, así que lo soltó como si de algo malo se tratase.
—¡No! —exclamó corriendo al suelo, recogiendo las piezas. El niño se había desarmado.
—Ay, el niño se ha roto, pobre niño. Espero que sea huérfano, así nadie llora por él.
Margaret que estaba con los ojos aguados, se quedó mirando a su sobrina incrédula a su cometario. Se levantó y fue enfadada.
—¿Qué le pasó? ¿El niño era de ella, pero con quién? —se detuvo y se puso a pensar —. Seguro que mi tía tenía un amorío con Harry y de ahí salió este niño. Bien feo, por cierto. No se podía esperar mucho del padre.
Golpeó una las extremidades del niño que estaban en su pie.
—Pobre tío Alfre, mira lo que hace tú ausencia.
Golpeando otra parte del niño fue a buscar a su tía. Ella esperaba no encontrarse con su pariente y alguna escena con su amante. Se asqueó con sólo pensarlo.
Bajó las escaleras con elegancia y airosa. Se sentía bien de que el armario se había comido al fruto del amor de su tía y Harry.
—No va a ver más Harry Junior —comentó cuando bajo las escaleras por completo.
Pasos fuertes y seguros se escuchaban chocar con el suelo, la puerta principal había sido abierta.
Antes de salir como tal de la casa, miró como estaba el suelo. Seguía con lodo.
—Perfecto, cuando Sybil despierte de si siesta tendrá trabajo.
Con paso de gigante piso el charco de lodo más próximo.
Oficialmente ella estaba fuera de la mansión mal pintada, todavía se veía los rastros de verde. La señora de la casa no estaba muy atenta a la presencia de la casa, la tenía algo descuidada. Por donde más te podías fijar era en el jardín. A penas tenía un rosal de rosas roja florecidas de forma silvestre.
Empezó a llamar por su nombre y caminar sin dejar de pisar un solo charco de lodo. Ella no contestó a pesar de estar a pasos de su sobrina.
—Tía, ¿quieres jugar en el lodo conmigo? Es divertido, te lo aseguro.
Margaret se giró con mala cara a ver a su sobrina.
—Ya estás muy grande para eso.
—Y tú muy vieja para tener hijos con tus amantes.
Margaret se sintió muy ofendida. Había sido una acusación muy grave.
—¿Te imaginas si tío Alfre se enterara? Que escándalo. La suerte es que ya está muerto.
Alfredo John Whichester era el marido de Margaret. Nada del otro mundo, otro rico morboso, obtuso y nacionalista parte de la sociedad británica que había muerto hace dos años, por alguna enfermedad que le había dejado su amante, Lauren. Sí, Margaret la había conocido, hasta se conocían y habían tomado el té juntas. Y no le molestaba en lo absoluto, lo mantenía entretenido y ella podía aprovechar en hacer sus cosas.
—¿Qué diablos dices? Lo que tenías en brazos era una máquina que había construido.
Ahora, le tocaba a Cassandra estar en shock.
—¿Tú, máquinas, grasa, tornillos? Imposible —dijo burlándose, era el mejor chiste que había escuchado —. Tú no soportas estar sucia.
—No, Cassandra la sociedad es la que no soporta que yo este sucia —se quita los guantes y los deja caer al suelo, enseñando sus manos llenas de cortadas —. Está sociedad juzga a las mujeres cuando no son finas ni delicadas. Trabajar con herramientas no lo es.
Abrió los ojos y comenzó a gritar.
—¡Esos guantes te los regaló mi mamá por tu cumpleaños, y mirálos en lodo!
La señora Barret, el apellido de soltera de Margaret tomó mucho aire y no pudo dejar de cubrirse la cara para poder maldecirla. Ella hablando de algo serio y su sobrina pendiente a los guantes, que vanidad.
—Esto es serio. Me gustan las máquinas, me gusta hacer cosas con las manos aparte de sostener una taza de té o un libro. Yo quiero crear cosas útiles. Los autómatas y otras máquinas que he creado serán útiles para el futuro. El futuro estará lleno de ellas.
—A mi me gusta más hacer barquitos de papel. Son lindos —aclaró la joven de ojos azules.
Margaret le pidió al Señor paciencia, la necesitaba.
—Cassandra somos víctimas de una sociedad machista que nos trata como seres delicados impotentes. Pero, no lo somos.
—Cierto, yo me pongo impotente al ver las planchas.
¿Por qué Dios no le daba paciencia suficiente? Estaba a punto de estallar como tetera de té. Perdón, ya había estallado.
Casi cayéndose en una charco de fango y molesta fue para arriba de su joven parienta a darle una bofetada. Perdón, dos.
—Una por no tomarte esto enserio y la otra por romper y descubrir a Robin. ¡Te dije que no abrieras ese armario, qué te costaba dejar la ropa en la maleta!
A la muchacha le dolía mucho su mejilla, su tía le había dado una buena bofetada. Hace tanto que no le daban una.
—¿Robin? Yo pensé que se llamaba Harry Junior.
—¿Harry junior? Serás falta de respeto.
A punto de darle otra bofetada, se entromete alguien.
—¿Dando un sermón a está chica, señora Winchester? —intervino de forma soberbia y elegante, la señora Jus.
La señora Jus era la vecina más cercana de Margaret. Una mujer muy chismosa y pendiente a la vida de esta. Siempre estaba mirando por la ventana a ver que veía. Es por esta razón que Margaret evitaba formar escándalos.
—Sí, porque se lo merece.
—Pobre muchacha —dijo con lástima la señora Jus.
Rodó los ojos, ya fastidiada. La llegada de su sobrina había sido todo un desastre. Después de esta, más nunca la invitaba.
Estoy hablando algo serio con ella, por favor señora Jus —le pidió intentando no ser grosera, a pesar que en su tono de voz sonaba así.
—Nos vemos, Margaret.
La miró con soberbia y con la cabeza en alto siguió recto.
Margaret después de esta, se acordó que estaba Sybil.
—¿Y Sybil? —preguntó preocupada.
Cassandra estaba sobando su mejilla, estaba colorado Margaret le había pegado duro.
—Está durmiendo —balbuceó haciendo un puchero.
—Perfecto. Cassandra, vamos a jugar con tierra.
Puso cara de desagrado, a ella no le gustaba eso. Lo anterior había sido para hacer trabajar a la joven.
Margaret tomó a su sobrina de la mano para llevarla a la casa casi corriendo. Tenía algo que hacer con urgencia.
Al entrar a la casa de nuevo, la señora ordenó a la joven que la esperara en el patio, específicamente al lado del antiguo establo. La joven obedeció sino antes de formar una perreta, algo que Margaret controló con una mirada intimidante.
Sólo acató y fue quejándose de ello.
—Soy su pariente, no su perro —balbuceó cuando ya iba por la cocina.
Camino un poco más y se puso al lado del establo, miró su alrededor con precaución. La chica no quería ver al desvergonzado de Harry, coquetaba con ella y con su tía. Se merecía el título.
—Dentro de un rato le haré un telegrama a mamá para que sepa lo sucedido. Le diré que su regalo lo despreció.
Cassandra siempre tenía la razón, que la regañaran lo veía por gusto. Ella hacía todo bien y correcto, y por eso se alegraba.
Para relajar tensiones vino el fresco acompañado del olor a campo. Más relajante que el sándalo.
Nuestra protagonista, que se cree de todo comenzó a cantar como cantante que se cree. Tenía una gran voz, desde su perspectiva. No iba a los palcos a cantar porque eso era de rameras, y ella era joven fina y delicada.
Que el puente de Londres se va a caer, se va a caer cantaba a todo lo alto. Esperemos que no pase.
La cantó varias veces hasta llegar a cansarse. Así que comenzó a mirar las nubes. Después de llover el cielo se había vuelto hermoso, lleno de nubes con formas conocidas.
—La que está pasando parece algo. Sí, a algo.
Vaya forma tenía la nube. Y después de decir que esa nube se parecía a algo, se aburrió. No era fácil de entretener a la joven.
—¡Tía me aburró! —gritó sin esperar respuestas.
Ella no esperaba respuestas pero le respondieron.
—Ahora vas a tener algo con que entretenerte —respondió Margaret con dificultad, arrastraba a Sybil por los brazos.
Se quedó mirando el esfuerzo innecesario de la tía. Ella tenía pies para irse de la mansión.
—Ella tiene pies para irse de esta casa, ¿por qué la arrastras?
Margaret había logrado pasar ya a Sybil para el patio. La acerco un poco a donde estaba su sobrina y la tiró como si fuera un saco de papas traído de América.
—Cuando llegué a la habitación Sybil estaba despierta y restrigando mis cosas. Descubrió el plano de el arma letal que estoy en proceso. Así que le di un golpe con un martillo que había ahí , ahora la vamos a enterrar. Bueno, tú.
Parpadeó unas cuantas veces intentando captar por qué ella era la que tenía que enterrarla.
—Hazlo tú —ordenó con descaro.
—¿A sí? —levantó la ceja, y del fajin de su vestido sacó como un tubo. La apunta.
Cassandra se rió de ella y su tubo.
—¿Eso qué me puede hacer? —la desafío.
Estiró el brazo con que tenía el extraño tubo y le disparó a Sybil por la cabeza. De eso había salido como un haz de luz roja.
—Eso es lo que te pasará. Después me invento la escusa para tú mamá —como un cowboy americano, sopló el humo rojizo que salía de la entrada.
Cassandra tragó en seco mirando como salía sangre de la cabeza de Sybil. Sin duda alguna ella no quería terminar como ella, ¿quién después le lava el vestido?
Tarde pero seguro. 0 puntos.
Qué puedo decir de esto, pues que me ha gustado. Metí algo de Star Wars, creo. No soy muy fan de la saga. Y pues, normal la verdadera forma de Margaret se ha mostrado. Margaret es toda una contrasistema, desafiando al machismo. Dando a ver que las mujeres lo pueden hacer también. Construir máquinas no es sólo de hombres.
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