I
ATENCIÓN:
Si este es el primer fanfic de mi autoría que lees, te recomiendo que primero comiences con "TRABAJO PARA EL DIABLO" (disponible en mi cuenta) puesto que esta historia HunHan está ESTRECHAMENTE RELACIONADA con aquella otra ChanBaek. Si decides ignorar esta advertencia, me temo que habrá cosas que no llegarás a comprender del todo.
Gracias.
Luhan se mantenía viajando a lugares remotos e irreales.
Irreales porque aquel viaje no era más que algo imaginario. La gente solía irse lejos mentalmente cuando su realidad no era todo lo deseable que querían, él no era una excepción. Intentó con todas sus fuerzas recordar algo bonito, revivir alguna situación o tan sólo idear historias locas para distraerse, pero es difícil hacer algo de eso cuando tus padres te están hablando sin parar de asuntos sobre los cuales no quieres saber nada, pero que aun así debes oír.
-Las cosas están así, Han, ya has terminado la escuela, así que lo más indicado ahora sería que te encargues de la empresa.- Argumentó su padre con los anteojos colgando de la punta de su nariz, observaba varios papeles con expresión indiferente.
Ya era bastante desalentador que ni siquiera lo mirara a la cara.
-Así es, cariño.- Asintió su madre al lado con una sonrisa llena de forzada simpatía. -Esto es lo mejor para ti.- Tomó del brazo a su marido. -Por eso te enviamos a Yoksei.
-Todos estos años en Corea te habrán servido para entender varios aspectos comerciales de la cultura. Será fácil ponerte a dirigir alguna sucursal en Seúl.
¿Quién demonios viajaba a un país y se sentaba a observar los aspectos comerciales de su cultura?
-¡Lo teníamos todo planeado!- Exclamó su madre con elocuencia.
Se sentía una rata de laboratorio, aunque nunca había pensado como una buena acción el que sus padres lo tiraran en otro país y se fueran sin más. Claro, con miles de niñeras y un buen servicio... Luego les agradecería el gesto.
-Dentro de unas cuantas semanas abriremos un nuevo restaurante en la ciudad.- Siguió su padre con voz monótona. -Te quedarás a cargo como gerente. Pondremos a un ayudante para ti que pueda ir guiándote mientras aprendes a llevar el negocio.
-¿No estás feliz, cariño?- Cuestionó su madre, cosa que hizo que su padre le dirigiese la mirada por primera vez en todo el rato.
Luhan estaba incómodo. Se removió un poco y desvió la mirada, lo intentó, pero no pudo decir nada.
-¡Claro que lo está!- Contestó ella por él.
No, no lo estaba.
-Tengo entendido que has comenzado a codearte con gente importante.- Siguió el otro, volviéndose hacia sus asuntos.
-¿G-gente importante?- Esas dos únicas palabras eran todo lo que había hablado desde que sus padres habían llegado de improviso desde China.
-Kwon Baek, por ejemplo.- Hizo una mueca. -Aunque su imagen no es la mejor últimamente, supongo que servirá de algo en un futuro. Como sea, intenta volverte cercano a él, ya sabes.- Lo miró sólo para guiñarle un ojo.
Se le revolvió el estómago. ¿Estaba hablando en serio? Mejor ni comentarle que tenía más amigos de otras familias distinguidas.
-Bien, nos iremos pasado mañana, así que descansaremos un poco antes del viaje.- Se puso de pie y se fue sin más.
Su esposa lo siguió.
Se quedó solo y en silencio. Una taza de té apareció frente a él como por acto de magia.
-No piense demasiado.
La taza de té no fue un acto de magia, pero la persona que la había traído sí lo era.
-Como si pudiera.- Resopló.
-Creo que en su situación lo normal sería ignorar todo esto.
Luhan acercó la infusión a su rostro y con los párpados caídos, inhaló el aroma del té verde. Mucho más relajado procedió a darle un sorbo, sólo después se giró hacia su niñera de toda la vida o como a él le gustaba llamarla: lao lao.
-¿Por qué los asiáticos solucionamos todo con una taza de té, lao lao?
La anciana chasqueó la lengua, con pasos lentos y movimientos poco agraciados debido a la edad, se sentó con un suspiro a su lado. Estiró una mano y le pellizcó la mejilla.
-No intente comprarme y haga caso.
Luhan sonrió nostálgico. -Hacía tiempo que no oía tu frase de oro, me siento como un niño otra vez... Las cosas eran más fáciles entonces.
Nakano Haru lo vio con una mueca poco convencida. Bueno, entendía sus dudas, después de todo, ella había presenciado todas las facetas de su vida y visto cosas que nadie más sabía.
-Yo sólo recuerdo a un chiquillo inocente llegando de la escuela con el rostro empapado de lágrimas.
Hizo un mohín. -Pero era menos consciente, supongo.
-Aun así dolía, ¿no?
Dejó la taza sobre la mesa. -Nunca dejó de hacerlo.
La anciana sonrió y le propinó unas cortas caricias en el cabello. -Los asuntos con esas dos personas siempre han sido así, Han, ellos nunca cambiarán.
-Eso ya lo sé, pero... Lao lao, me han visto por primera vez en meses y lo único que pudieron decirme fue...- Trató de encontrar alguna palabra que calificara lo que acababa de pasar, pero no tuvo éxito. Se cruzó de brazos. -¿Cómo pueden ser tan insensibles?
-¿Y qué más esperaba?- La otra se encogió de hombros con liviandad. -¿Que vinieran, le cogieran en brazos, besaran sus mejillas y le dijeran todo lo que le aman?
Infló las mejillas. -A veces eres muy cruel, Haru-san.
Haru se puso de pie con dificultad. -Para todo eso y más hace años que estoy yo, hijo.
Destensó los hombros y vio por arriba los papeles que su padre había dejado. -Tendré que resignarme, todos estos años no me han enseñado nada.
-No, no.- Llamó la atención su lao lao, se agachó un poco para verlo a los ojos. -No es resignación, Han, es aceptación. Cosas muy diferentes. Y estos años le han enseñado bastante, sólo tiene que ver un poquito más allá.
Ella también se retiró, dejándole la cabeza hecha un lío, pero más tranquilo de alguna manera. Era una sensación extraña, pero le servía. Tomó otro trago de té y cogió los papeles. Ahora se encargaría de la empresa o al menos comenzaría con algo relacionado. Sintió el cuaderno de diseños que había escondido debajo de su trasero cuando oyó a sus padres llegar.
Su presencia era pesada, como si no tuviera que estar allí.
Pero lo estaba.
******
Hacía frío. El invierno en Seúl era de los más difíciles de enfrentar si eras una persona tan friolenta como él. Así y todo se encontraba fuera de su cálido hogar (cálido en el sentido más literal de la palabra) porque había tenido el impulso de salir por un momento.
Las hojas que había leído eran un informe detallado sobre el proyecto del nuevo restaurante que inaugurarían. Había pedido a uno de los tantos chóferes con los cuales contaba que lo llevara a la dirección que rezaba en aquellas líneas. Se encontró con el imponente edificio remodelado del cual se haría cargo. Se quedó frente a él un buen rato, observándolo con detenimiento, sintiendo la nariz helada y los dedos adormecidos dentro de los bolsillos.
Lamentarse parecía ser una buena opción... Una de cobardes, pero siempre había sido de esos, así que no importaba, ¿verdad?
Varias gotas cayeron y se las secó con las manos enfundadas en guantes. Miró hacia el cielo y notó que estaba a punto de llover, las nubes espesas y de un gris oscuro aseguraban una fuerte tormenta. De repente sintió todo el frío que había estado ignorando y corrió hacia el auto cuando comenzó la llovizna. Le pidió al chófer que encendiera la calefacción con urgencia y le hizo dar varias vueltas por ahí. No quería volver a casa, no cuando esas personas rondaban por allí todavía. Esa reducida mansión que había sido habitada sólo por él y Haru durante tantos años se había convertido en un fuerte de soledad.
Sus padres solían visitarlo cada varios meses, aunque estas visitas no eran más que actos responsables para mantener sus consciencias limpias. No les interesaba en absoluto, siempre había sido de esa manera.
Mientras las ruedas del auto avanzaban sobre la grava de las calles desoladas y grises, se arrebujó en su abrigo. Recostado en el asiento, vagó la mirada a través de la ventana con desinterés hasta que divisó a alguien caminando con normalidad por el cordón de la acera como si el cielo no estuviera cayéndose sobre su cabeza. Se sentó derecho, ligeramente preocupado por ese desconocido, estaba comenzando a ponerse oscuro y el clima no era nada propicio para pasear.
Pidió al chófer andar más lento y con la manga del abrigo limpió el vidrio empañado. Se sorprendió de encontrarse con alguien conocido: era el dongsaeng de Baekhyun, aquel niño que vivía en el mismo complejo de apartamentos.
¿Cómo era su nombre?
Bajó la ventanilla. -O-oye...- El sonido de la lluvia era atronador, así que se obligó a gritar. -¡Oye!
El chico parecía completamente ido, como si no estuviera allí. Sus pasos eran lentos y arrastrados, lejos de andar paseando, parecía afectado por algo serio. El auto continuó andando pegado a la acera.
-¡Oye, niño!
El otro se giró con un profundo ceño fruncido. Su expresión era tan fiera que Luhan se hizo un poco hacia atrás, asustado.
-¿Q-qué haces ahí?- Intentó incursionar, pero él sólo se lo quedó viendo. -Te enfermarás.
El otro negó con la cabeza y siguió caminando como si no hubiera visto ni oído nada. Su inquietud aumentó.
-¡Aguarda! ¡Ven!- Se frenó de nuevo. -S-soy amigo de tu hyung, de Baek, ¿recuerdas?
-¿Qué quieres?- Escuchó su sombría contestación.
Luhan titubeó, pero aun así le sonrió. -Sube, te llevaré.- Viendo que parecía no reaccionar a nada de lo que dijera, directamente abrió la puerta. -Anda, no puedes estar mucho más tiempo bajo la lluvia.
El joven no se movió para nada durante varios segundos, entonces se acercó y con la misma lentitud, se adentró en el auto. Luhan se sintió feliz de haber logrado algo bueno. No eran amigos, pero no hubiera estado bien dejarlo a su suerte.
Tocó la ventanilla polarizada que separaba la cabina de la parte trasera y esta bajó.
-Prenda la calefacción otra vez, por favor, y al máximo.
Miró al chico abrazándose a sí mismo mientras temblaba.
Mordió su labio inferior con pena. -¿Vas a tu casa?- Preguntó suavemente. -¿Al lugar donde Baek vivía?
No le contestó y estaba comenzando a ponerse nervioso. ¿Cuán mal podía llegar a estar? Pidió al chófer que los llevara a aquella dirección.
El resto del camino fue silencioso. El joven se la pasó rodeando su cuerpo, intentando darse calor de alguna manera aunque ya había dejado de temblar gracias a la calefacción. Luhan quería intentar dialogar con él, pero su rostro era tan estoico y a la vez tan arisco que no podía. Había que sumarle a eso sus para nada buenas habilidades sociales, casi inexistentes de hecho. Su ansiedad estaba al tope.
-Ah, n-no deberías andar... por ahí con este clima.- Su voz era apenas audible y estaba diciendo algo tonto e innecesario. -Estás empapado.- Más obviedades. -¿Por qué no te quitas la chaqueta y te pones mi abrigo?- Procedió a sacárselo y se lo extendió. -Está seco.
-No lo quiero.- Fue la única y más cortante respuesta alguna vez dada.
Luhan se removió aún más lejos. Abrazó el abrigo y se quedó hecho una bola en el rincón, apenado a morir y sin saber qué más hacer. No pudo evitar quedárselo viendo con fijeza antes de darse cuenta. No era algo propio, pero su rostro era hipnótico de alguna extraña y loca manera. Era liso y perfecto, infantil y a la vez adulto, con cejas oscuras que transmitían un carácter fuerte. La primera y última vez que lo había visto le había parecido raro por el simple hecho de ser inexpresivo.
Le entristecía que la primera reacción que había visto en él fueran un par de ojos molestos y vacíos.
-Tienes... allí...- Se atrevió a estirar una mano para quitar una pequeña hoja seca que tenía atrapada entre sus cabellos color chocolate.
-No me toques.
Eso podría haber sido rudo al punto de arrinconarlo por completo y volver mudo para siempre, pero el chico se había encogido en sí mismo como un niño pequeño cuando le susurro suplicante. En lugar de apabullarse, se quedó estático. Cuando llegaron al complejo, el chico abrió la puerta y sin una palabra salió huyendo.
El chófer preguntó a dónde debían ir ahora, pero no pudo responderle.
No supo por qué incluso cuando estaba seco, abrigado y con la calefacción encendida, sentía muchísimo más frío que en toda su vida.
Mucho frío...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro