Capítulo VII: Mi destino
—Entonces creíste que no vendría a por ti. Simplemente supusiste que ignoraría todas tus fechorías luego de unirte a mí —reí por lo bajo.
—No es así... —su voz se notaba cansada y ronca.
Habían pasado cinco días desde que fue encerrado en el sótano. Arrodillado, con apenas sus pantalones, encadenado de los brazos a la pared, sin aire natural, sin luz solar, sin comida y a duras penas agua cuando los guardias recordaban hidratarlo. Verlo así era un placer inmenso, pero no me sentía satisfecha.
—Te cuidé por muchos años, te abrí las puertas a mi familia, te deje encargado de cosas muy importantes, te confié mis secretos —titubee al decir lo último— Se acabó la ingenuidad. Pagaras caro por tus pecados —amenace levantando el látigo en mi mano para golpearlo.
—Espera —gritó y me detuve justo a tiempo— Te diré la verdad.
—Ya era hora —dije y uno de los guardias buscó una silla para que yo pudiera acomodarme— Te escucho.
—No mentí al decir que al principio no estaba comunicado con ellos, no mentí —enfatizo lo último— Pero, cuando mi jefe volvió a contactarme en persona, volvieron los viejos recuerdos, como me salvo, a mí, un niño huérfano, muerto de hambre, un sucio esclavo... Me convirtió en alguien con poder, con habilidades, capaz de defenderme por mí mismo. Me devolvió la vida.
—¿Y yo no hice eso? —cuestioné enojada— Si no hubiera sido por mi ahora estarías muerto. Tu jefe te abandono y ordenó tu muerte, aun así, mi padre te llevo a casa y curaron tus heridas.
—¡Para ser torturado! —declaró gritando.
—Sin mi ayuda no habrías sobrevivido un solo día. No tienes idea de lo que era capaz mi padre.
—Esos eran métodos de tortura ordinarios, estaría perfectamente bien sin ti —gritó y ya me estaba hartando de tantos gritos.
—Busca eso —le indique al guardia que me acompañaba, el cual solo asintió y se retiró.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Su ubicación? —preguntó— Ni siquiera yo la tengo, el jefe nunca me la dio, creía que aún estaba inmerso en mis pensamientos sobre ti, creyó que me había encariñado con una estúpida niña llorona.
No le contestaria, ya que sería rebajarme a su obvia provocación. Esperé pacientemente la máquina que el guardia traería. Espere en un absoluto silencio, el cual se volvía cada vez más perturbador para Ryan, el cual temblaba mientras continuaba insultándome.
Cómo podía llamarme una niña llorona. Después de todo lo que hice por él, le di una nueva vida, la cual desaprovechó por completo. Liam ya me había informado de sus fechorías, pero no quería admitir que aquel hombre tan valiente y recto que tuvo compasión por mi vida se hubiera convertido en un asqueroso mujeriego sin cerebro.
—Aquí esta, señora —habló el guardia dejando el artefacto en la mesa frente a mí, se encontraba cubierto con un manto, pero la forma se moldeaba perfectamente, sabía que Ryan no tardaría en recordar aquella divina y única estructura. Mi padre nunca pudo usarla con él, pero le mostró lo que hacía con otro prisionero.
—¿Qué eso? ¿Qué es esa máquina? ¿Qué es lo que quieres hacer conmigo? —dijo temblando, sus piernas se movían frenéticamente, como si quisiera salir corriendo. Una pequeña mosca atrapada en pegamento, una trampa tan obvia que daba absoluta pena.
—Es solo un juguete —respondí tranquila y me levante de mi asiento, dando pequeños pasos alrededor de la mesa, deseando que Ryan sintiera el verdadero temor antes de siquiera empezar con lo que sería una tortura que nunca olvidaría.
—No, no, no —empezó a gritar— No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas —repetía constantemente con la cabeza agachada.
—Acaso... sabes que hace este juguete. Mi padre me lo dejo como regalo, pero nunca lo he usado, qué opinas de probarlo contigo —sonreí y le hice señas al guardia, el cual salió de la habitación en busca de otros— Acomódenlo —le ordené a los guardias cuando entraron, pero Ryan se resistió bastante y antes de que pudieran ponerle la máquina, Liam bajo a buscarme.
—Hay algunas cosas de las que debe encargarse —dijo y miro con asco a Ryan.
—Es una pena, tendremos que dejar la tarde de juegos para otro día. Chicos, cuídenlo bien —dije antes de salir. Hacia bastante que Ryan no recibía una paliza, pude notar que su cuerpo ya no estaba tan tonificado como antes y tampoco se estaba cuidando o entrenando, así que su fuerza física había disminuido considerablemente, a excepción de sus inigualables técnicas, sabía que ya no tenía nada que me asombrara.
—¿Podrías dejar de relacionarte con ese tipejo? —pidió Liam y no pude evitar sorprenderme. Si bien era cierto que no lograría nada involucrándome con Ryan, él nunca había cuestionado mi entretenimiento.
—¿Por qué debería? Quiero hacerlo pagar, no es justo que me haya traicionado.
—Ninguna traición es justa, tienes que entender eso —declaró y dejó escapar un suspiro. Sabía que Liam estaba cansado de cubrir mis cosas, de mantener todo bajo control y sobre todo de preocuparse por mí. Toda su vida dedicaba a una niña que podría morir en cualquier momento, debía ser algo pesado de sobrellevar.
—Sabes que no importa lo que digas, continuare con lo que estaba haciendo —procedí y el solo negó con la cabeza. Continuamos caminando hacia la oficina, en donde me esperaban Dylan y Jackson.
—Hasta que por fin llegan —soltó Jackson— Me moría de aburrimiento aquí.
—¿Qué pasa con esta fiesta de putas? —cuestioné sarcástica y Jackson no pudo evitar reírse a carcajadas, moviéndose de un lado a otro en el sofá.
—Oye, ya fue suficiente —se quejó Liam.
—Aguafiestas —murmuró Jackson, pero pude escucharlo a la perfección y por la mirada fulminante que le lanzo Liam, supongo que el también.
—Bien, que es lo que tienen que informar —dije mientras me acomodaba.
—Queremos planear su boda —soltaron todos de repente.
—¿Se volvieron locos acaso? —los regañé— ¿Planear mi boda? Ni siquiera he tenido oportunidad de hablar con el jefe de los Moretti, cuando menos planearemos una boda.
—Pero... —empezó a hablar Dylan y no pude evitar interrumpirlo.
—Pero nada, Liam, ¿Por qué te uniste a este ridículo complot? —le pregunté conociendo la respuesta.
—Sabes mejor que nadie, que estoy velando porque ese matrimonio sea consumado en su máximo esplendor. Necesitas un heredero —recalcó lo último.
—Lo entiendo, lo entiendo. Seguiré pensando en ello —insistí esperando haber podido clamar las aguas. No podía evitar una reunión, pero tal vez una boda sí.
O eso creí.
...
—Le dijimos que planearíamos su boda —dijo Dylan orgulloso mostrándome fotos de enormes decoraciones que estaban haciendo el y los chicos.
—Liam, ¿qué coño es esto? —le pregunté algo impactada. Apenas habían pasado unos días desde que vinieron a mí con esa loca idea, no creí que fueran a hacer algo tan rápido.
—No pude detenerlos, lo lamento —dijo cabizbajo, pero sabía que por dentro estaba sonriendo.
—Esto tiene que ser una broma, ¿dónde está Jackson? Estoy segura de que él también está involucrado. Los castigare a todos juntos.
—Nunca me atraparas —gritó saliendo detrás de una esquina y empezó a correr frenético.
—Claro que lo hare, idiota —le grité y corrí detrás de él.
Jackson era bastante atlético y encima de eso, muy inteligente y calculador. Se empeñaba en tener una actitud despreocupada, pero por dentro evaluaba cada uno de sus movimientos. Si bien era rápido, sabia como hacer quedar bien a su líder.
—Auch! —se quejó cuando de una patada lo envié al suelo— Eso dolió. No es justo, eres demasiado rápida.
Mentiras, lo veía en su rostro, lo notaba en su voz. Me carcomía saber que después de años de confianza, mi primo aun no pudiera expresarse a su voluntad. Si bien había miradas a su alrededor en caso de que se aliara con su padre y me traicionara, yo lo conocía y por eso no me atrevía a desconfiar de él, por más que las señales lo dictaban todo.
—No seas gallina, ni siquiera huiste tan lejos —bromee.
—Supongo que necesito ejercitarme más —respondió sarcástico.
—Probablemente si —dije y lo vi arrugar la nariz— No te pongas así, estas flacucho, debes moverte más. Es más, tengo una idea.
—Ay no... —murmuró.
—Mañana tu darás el entrenamiento, tengo mucho trabajo, así que debes ayudarme con esto —sonreí victoriosa. Si había algo que Jackson odiaba más que a su padre, era tener que dar los entrenamientos. Eran prácticamente doce horas de puro ejercicio, estiramiento y boxeo a su cargo.
—No creo que sea una buena idea —dijo tratando de huir.
—Sí, sí, sí. Es una idea fenomenal. Mañana a las cuatro de la mañana esta perfecto —insistí antes de irme y lo escuché suspirar y hacer un berrinche en el suelo.
Actitudes como esa me impedían desconfiar de Jackson. Como era posible que fingiera hasta el mínimo de sus movimientos, lo consideraba prácticamente imposible, pero si no quería perder cosas más grandes que un familiar, debía empezar a cuestionarme sus acciones y palabras.
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