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Capítulo. 31


Paola

—Volviste temprano —dice mi abuela cuando abro la puerta. Trato de ocultar mi sonrisa al verla escondida tras la cortina de la ventana, vigilando la calle con teléfono en mano.

—Algo me distrajo —me justifico—. ¿Qué pasó?

Ella vuelve a concentrarse sólo en el teléfono y me hace una señal que indica "Dame un momento".

—No, Celia, no han vuelto —murmura al aparato consiguiendo que me pregunte qué pasa.

—¿Estás en línea con doña Celia? —le pregunto.

—Celia, Rosa, Mayra, Bertita...

Arrugo mi entrecejo, el "chisme" realmente debe ser bueno. —¿Y a quién...?

—Ahí vienen, ahí vienen —avisa mi abuela a sus amigas y me acerco a otra ventana a ver a quién espían. Pronto en mi campo de visión aparecen Armando y su novia corriendo uno al lado del otro.

—Ah —gimo, alejándome de la ventana y acomodando de mejor manera las cosas en mis manos. Mejor me voy—. Abuela, voy para...

—¡PECADOR! —escucho que le grita ella a Armando y salto, volviendo en el acto a la ventana. Dios santo. Pero no, Armando ni se da por enterado—. ¡Esclavo del sexo! ¡Lacayo de satán! ¡Amante de ese demonio ssssssssúcubo!

—Abuela, ya —la calmo, pero ella cuadra aún más sus hombros.

—La metió a su casa así como si nada —explica, molesta.

Pero deja que se entere el Padrecito Bernardo —escucho que exclama doña Bertita desde el teléfono.

—Armando ni va a misa —les recuerdo a todas las que me estén escuchando.

Ay, es cierto, Delia, no va a misa —escucho que dice doña Mayra, también desde el teléfono. Todas están en línea.

—¡Pues llevamos al padre a su casa! —continua Bertita.

—Ni tiene quince años —continuo—. No va a estar sólo de mano sudada con esa chica...

—¡Pero este barrio de buenos principios lo respeta! —sentencia mi abuela, levantando a la altura de su hombro su dedo índice. Esto es De-ya, no la libertina Ontiva.

¿Y qué ejemplo le da a su hermano?

—En parte estoy de acuerdo con eso —aclaro, dirigiéndome a mi abuela y al teléfono en su mano—, pero Benjamín es un chico avispado. No se preocupen por él.

No muy convencida, mi abuela entorna sus ojos y regresa a la ventana con la misma actitud de espionaje:

—Sí, Bertita, están entrando —dice, volviendo al cotilleo. Después se vuelve a mí—. ¿Sabías que tiene un consolador?

—Ese consolador, Pina, en paz descanse, se lo decomisó a doña Celia —les recuerdo a todas—. No es de Armando.

Deja de defenderlo...

—Solamente estoy a favor de la verdad.

—A veces pienso que, en parte, sólo visitabas a Pina para saber de él.

—No-no voy a negar ni a afirmar eso —balbuceo y esta vez sí me dirijo a mi habitación. No quiero saber detalles de algo que no me concierne.

Al llegar a mi habitación cierro la puerta, coloco mi libro y bolso de mano sobre una cómoda, me saco los zapatos, los tomo para acomodarlos en la parte baja de mi armario y después abro un cajón para sacar de este mi teléfono y un álbum de fotos.

Regreso a mi cama buscando una canción en mi teléfono, escojo a Enya, dejo caer a un lado el teléfono y después me dejo caer yo...

"La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida." —Viktor Frankl.

Cierro mis ojos pensando en esa frase de Viktor Frankl mientras escucho May it be de Enya y permito dejar salir una lágrima. Días como hoy me gustaría no tener miedo. ¿Cuántas veces he creído que tengo otra oportunidad cuando, en realidad, es sólo otro tren que me toca ver pasar?

Estar solo está bien, hay que aprender a estar solo. Es solo que a veces extraño sentir mariposas en mi estómago. Extraño la aflicción que conlleva estar enamorado. Me hace falta ese tipo de ilusión que rejuvenece el alma.

Me acomodo mejor en mi cama, acaricio con las yemas de mis dedos la portada del álbum y los recuerdos me invaden pronto.

Las primeras fotografías son mías: primeros cumpleaños, mis padres, mi hermano, clases de ballet, la escuela... Todo es muy personal hasta que llego a la época en la que cursé secundaria. A partir de ahí estuvo él. Armando.

Él y su hermano, cuanto este todavía era un bebé, se mudaron a la casa de su abuela después de morir su mamá en un accidente. Yo acaba de pasar por algo similar con mi papá, y por lo mismo, intuyo, me sentí conectada a él desde el inicio. Empezó a asistir al mismo instituto que yo, el mismo horario, el mismo salón de clases... pero no me habló. Yo tampoco intenté acercarme. Me dio miedo, era la niña obesa del salón y temí lidiar con su rechazo. Y eso no era prejuicio, aclaro, era condicionamiento... había pasado muchas veces por lo mismo.

Una vez si intercambiamos una frase. Era fin de curso y una profesora nos reconoció ser lo más aplicados, por lo que estuvimos de pie frente a la clase unos minutos, juntos... solos... los dos...

—Felicidades —me dijo él, ofreciéndome su mano para estrecharla.

Fue... un golpe en el estómago. Fue una desestabilización total de mi sistema. Total. Armando Calaschi mirándome. Recuerdo que esperó una respuesta, pero al no poder contestar yo algo, me sonrió una última vez y volvió su vista al resto de la clase.

A partir de ese día algo cambió. Ansiaba volver a sentir la electricidad que me invadió al tocarle, esa emoción que casi me puso de rodillas cuando me miró. Pasaría el resto de mi vida buscando a alguien que me hiciera sentir lo mismo. Ese impacto tiene el primer amor, marca un precedente, te despierta a un mundo de emociones nuevas.

Escuchaba a mis amigas hablar del amor y yo, por fin, lo estaba sintiendo. En la Preparatoria procuré estar cerca de él para que me notara, sin embargo el problema paradójicamente fue que era absurdo no notarme...

Paola es tan obesa que su baño es del tamaño de un estadio de fútbol —se burló de mí una vez uno de sus amigos. Un grupo de diez chicos sentados en una banca.

Todos rieron excepto Armando y otros dos chicos, los tres estaban entretenidos con un juego Game Boy. Fingí no escuchar nada, pues era más fácil lidiar con ese tipo de burlas sí únicamente las ignoraba, por lo que sin pronunciarme continúe comiendo mi sándwich, masticándolo muy despacio. Con culpa.

Esperé un tiempo prudencial y me alejé para encerrarme en un baño. Me habían avergonzado frente a Armando. Por ese motivo, contrario a mi plan inicial, a partir de ese traté de alejarme de él.

Cada chica con la que le vi salir fue una punzada a mi corazón. Dolía pensar que no sería una de ellas. En cualquier caso, no culpo a Armando ni a ningún otro chico de la Preparatoria por no querer salir conmigo. Ni yo misma me veía como opción. El miedo a no ser querida tal como era pesó mucho. ¡Más que yo! No obstante, en la universidad comprendí que a una persona no solo la limita su cuerpo.

Por ser alumnos destacados, Armando, otros dos compañeros y yo ganamos una beca para estudiar en la UVO, Universidad del Valle de Ontiva, la más prestigiosa de la región. Cada uno eligió un reto distinto, pero lo que más llamó mi atención fue ver lo cohibido que se sintió Armando en medio de los que nacieron con privilegios. No lo estoy señalando. A mí también me abrumó, pero el caso es que a él lo limitó.

La mayoría de mujeres preferían salir con sus iguales, tipos con dinero que trataron desde la secundaria o Prepa, y aunque Armando procuró concentrarse únicamente en lo académico, la presión social le perjudicó. A pesar de ser inteligente, sincero y atractivo pasó a ser la segunda, tercera y hasta cuarta opción de muchas. Y es que, ¿por qué salir con él si en su lugar podías escoger a otro que lo tiene todo?

Armando se excluyó a si mismo de la misma forma que lo hice yo años antes. Ambos éramos coprotagonistas de nuestra propia historia, limitándonos a únicamente ser el amigo de alguien mejor posicionado. En el caso de Armando, los hermanos Saviñon, que hasta le dieron trabajo.

Con dolor vi cómo el chico que me robó el corazón en Deya pasó de ser estrella a una simple vela que sirve para alumbrar mejor a otros. No obstante, eso me inspiró. Ver el error en él me ayudó a reconocer el mío y decidí cambiar. Ya no iba a soportar apodos como "la Big Mac". Iba a bajar de peso.

Pasé por una dieta, dos, tres, cuatro... cuarenta... Ninguna funcionó.

Dieta de la luna.

No cenar.

Dieta de la manzana.

Beber mucha agua.

Dieta del té verde.

Comer rábano por las mañanas.

Batidos...

Lo hice todo.

De cualquier manera, un día conocí a un hombre que me aceptó así, con sobrepeso. Salimos un año y vivimos juntos otro hasta finalmente nos casamos. Todo iba bien hasta que...

Primero un aborto, después otro... Él, compresivo como era, me acompañó al médico que buscando respuestas sugirió que el problema podía estar ligado a mi peso. No nos resignamos, mi ex esposo me animó a anotarme en un gimnasio, a hacer más dietas...

Nada funcionó.

La ansiedad jugó en mi contra. No comía por hambre, comía por miedo, por tristeza, por frustración... comía para llenar vacíos dentro.

"¿Otra vez comiendo a escondidas, Paola?"

Él se empezó a quejar de mí con todos: compañeros de oficina, vecinos, su familia, mi familia; y su frustración, por no poder bajar yo de peso, se volvió resentimiento. Fue entonces cuando me volví víctima de interminables descargas de ira reprimida.

"Eres psicóloga y no puedes ayudarte ni a ti misma."

"Nuestros vecinos van por el segundo hijo."

Era lo mismo estando solos en casa o con conocidos:

"Baja de peso, Paola, querer es poder, caray."

"Lo tuyo es dejadez."

Todo terminó conmigo comiendo más, no arreglándome, no queriendo salir de casa... Hasta que finalmente ese hombre que un día esperó mucho de mí, dejó caer sobre nuestra cama los papeles del divorcio.

La mayoría de nuestros conocidos asegura que fue mi culpa, otros que fue él quien no supo manejar la situación. El caso es que mi vida se derrumbó por completo. Pasé de tener muchos planes en pareja a sentirme sola, muy sola.

En este caso mi hermano fue mi ángel guardián. Cansado de verme sin rumbo, me animó a ir a terapia, lo que al inicio me hizo reír un poco. "Una psicóloga a terapia". Sin embargo, tras verme en un espejo humildemente reconocí que no tenía opciones. Tenía el corazón roto. Muy roto. Era hacer algo o morir.

La terapia la comparo a una liberación, e ir, paulatinamente, por consejo de mi psicólogo con un nutriólogo, conllevó un nuevo comienzo. Volví a ser yo. Aun así, cansada de Ontiva y queriendo dejar todo atrás, tal como hice al morir mi padre, me despedí de mamá y mi hermano y me marché de vuelta a Deya a casa de mi abuela. Siempre he pensado que funciono mejor en ciudades chicas.

Me empecé a involucrar en actividades varias, tomé liderazgo como parte del comité de vecinos y así fue como terminé apoyando en diversas tareas al director del instituto, que posteriormente me ofreció trabajo fijo como Consejera estudiantil. Algo que amo hacer. Es gratificante ayudar a que otros no pasen por lo mismo que yo pasé. Es bueno poner al servicio de mentes jóvenes mi experiencia. No obstante, reconozco que la vida es una cadena interminable de procesos que nos van forjando un escudo protector por cada daño acumulado.

Las amigas de mi abuela siempre han formado parte de mi círculo social inmediato, entre ellas Pina, la abuela de Armando, quien tristemente un día fue diagnosticada con cáncer terminal.

Ay, Pina...

No quiso preocupar a nadie y calló. No fue hasta que ese mal le derribó y empezó a consumir, que todos nos alarmamos y la obligamos a visitar a un médico. Era tarde.

Una de las cosas más difíciles que hice fue darle la noticia a Benjamín. Me rompió el corazón verlo llorar y, progresivamente, cambiar tanto. Para Benja, Pina lo era todo.

—¿Dónde está Armando? —le preguntaba yo a Pina.

Trabaja en un bufete importante —sonreía ella, conteniendo su dolor—. No quiero molestarlo con mis tonterías, Pao.

—Pina, usted está muy mal. Armando tiene que saberlo.

—No es para tanto.

—Si no es por usted hágalo por Benja —exigí y escuchar eso, por fortuna, le hizo entrar en razón.

Para Pina, Benjamín también lo era todo.

Armando vino a verla morir...

Reclamó a muchos no haberle avisado antes, pero no había más para hacer. En ese momento me mantuve lejos. Me sentía molesta con él y no era el momento para confrontarle. Admito que con el tiempo me di cuenta de que lo juzgué severamente. En todo caso, en ese momento, el colmo de los colmos fue cuando, al enterarse de que su novia estaba desaparecida, regresó a Ontiva dejando solo a Benja en Deya. Quería matarlo. Lo que nos lleva a esa primera llamada que le hice, justo el día que regresó a Deya.

Ay, Armando.

Pina me hablaba maravillas de él. Por lo mismo, escucharla despertó mi interés en averiguar si realmente valía la pena. ¿Es Armando tan espectacular como lo imaginé años atrás? ¿Lo es? ¿Vale la pena? La respuesta está en las esperanzas que murieron en mí al verle con otra.

—Pao, te buscan —avisa mi abuela, dando golpecitos suaves a mi puerta. ¿Quién podrá ser?

—Voy...

Dejo a un lado el álbum, me pongo de vuelta mis zapatos y salgo a ver. No espero a nadie. Mi sorpresa es palpable al instante que abro la puerta.

—¿Aylin?

Ella aún viste el uniforme del instituto.

—Señorita Durán, disculpe que la venga a buscar a su casa —Luce avergonzada. Mitad desesperada, mitad avergonzada—, es que hoy no fue al instituto y... —Mira el piso y enrosca sus manos mientras habla.

—Pasa —la animo, abriendo por completo mi puerta y ella me mira con gratitud.

Nos sentamos una frente a la otra en mi sala. —Cuéntame.

—Calaschi —empieza. Lo dice como si le doliera—. No lo comprendo, señorita Durán. No lo comprendo.

Me remuevo en mi asiento. ¿Cómo dia... —¿Ca-calaschi? —No puedo creerlo—. ¿Armando Calaschi?

Ella abre mucho sus ojos y se apresura a sacudir su cabeza. —Benja.

—Claro —Ahora me siento estúpida. No seas tonta, Paola—. Benjamín.

—Es tan incompresible, señorita Durán —continua Aylin, suspirando con dramatismo—. Todo un enigma. Descifrar una operación matemática es más fácil que entenderlo a él.

Le viene de familia.

—¿Qué pasó ahora? —pregunto, tomando una actitud profesional.

Aylin deja caer sus hombros.

—Eso, que no lo entiendo. Verá, me dejó de hablar desde que Seco y sus amigos se burlaron de él por unos poemas que me escribió...

—¿Cómo? —Para mí eso es nuevo.

—Me escribió unos poemas —repite Aylin.

—¿Benjamín?

—Es mucho más dulce de lo que usted o cualquiera creen —lo defiende ella alzando con orgullo su barbilla.

—Sin duda alguna —digo, de acuerdo.

—Pero de la misma forma es orgulloso —continúa Aylin, mostrándose frustrada—. No me habla, señorita Durán —solloza—. No. Me. Habla.

—¿Has intentado hablarle tú?

—Hoy lo hice y me dejó llorando en el salón. Yo bajé la guardia, perdí mi dignidad por él y... ¿Ya le dije que no lo comprendo?

—Tienes razón al sugerir que puede ser orgullo. O puede ser —Aylin me mira confiando en que yo le daré una solución— que teme volverte a mostrar sus sentimientos. ¿Los poemas eran claros respecto a lo que siente por ti? —Ella asiente—. Bien, toma en cuenta de que ya lo ridiculizaron por hacerlo. Es más, lo obligaron a hacerlo. Debe estarle costando volver a bajar la guardia.

—Eso suena tan... —Esta vez Aylin se comporta como si de pronto todas las respuestas del universo llegaran a ella. Es tan tierno verla—. Tan... ¡Cierto! —salta, feliz—. ¿Qué debería de hacer? —Una vez más me mira como cachorro esperando comida.

—Primero, no descuidar tu buen record en el instituto por él —sentencio y ella asiente—. Segundo, sugiero que le ayudes a entrar otra vez en confianza. Si él aún te quiere...

La mirada de Aylin es de alarma. —¿Podría ya no quererme?

—Es una posibilidad.

Ahora su labio inferior está temblando y sus ojos, a la vez, se cristalizan. Me apresuro a sentarme junto a ella.

—Solamente es una posibilidad —le repito, consolándola—. Nada está dicho aún. Habla con Benja poco a poco, despaaaacio... como quien intenta cazar a una presa.

—Una presa —repite Aylin, asintiendo.

—Esa es sólo una metáfora —aclaro—. Lo que trato de decir es que deben ir lento, limando asperezas. No corran, Aylin. Los dos todavía son jóvenes.

—No correr —repite ella, incorporándose. Me da las gracias, se despide y tan rápido como vino, se marcha.

Y cuando lo hace me quedo pensando en lo cierto que es que muchos tenemos más claro cómo funcionan las relaciones de pareja cuando se trata de otros y no de nosotros. Porque si a Aylin desde su perspectiva le cuesta entender a los Calaschi, desde la mía la confusión es mucho más.


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Esto cada vez se pone más interesante :O  ¿Qué creen que va a pasar? 

DOS COSAS: 

1. Había dicho que no, pero tras analizar todo y dejar fluir libremente la creatividad, encontré la forma de unir a todos los personajes principales de Secretos y Papeles aquí en Armando entre faldas, y será pronto c: Ya verán de qué forma.

2. Tengo una actividad especial para todxs lxs que tenga cuenta de Instagram, sigan a christian.calaschi y quieran aparecer en las entradas de la novela con su nombre de usuario. Más tarde colocaré en el grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros qué deben hacer.

Continuamos pronto ♥

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