Capítulo 22
Iara
La puerta principal de la casa está abierta cuando salgo al corredor. Tuve una buena noche. Bostezo y estiro un poco mis brazos antes de avanzar hacia la cocina. Al llegar me percato de que, pese a que no se le ve por ningún lado, Armando puso café y colocó dos platos y dos juegos de cubiertos sobre la mesa. ¿Preparó desayuno? No obstante, lo que llama mi atención es un paquete de Amazon que al parecer llegó y fue abierto hace poco.
Tengo que ver qué hay dentro.
Regreso sobre mis pasos preguntándome dónde se metió Armando. La puerta principal está abierta, debe estar afuera. Me aproximo a una ventana y aparto un poco las cortinas para ver la calle. En efecto, Armando está afuera ayudando a su vecina a bajar bolsas de compras. Camino de vuelta a la cocina y busco dentro del paquete.
¿Qué pidió Armando Calaschi en Amazon?
—Mal-di-ci-ón —musito al sacar de la caja un dildo de veinte centimetros. Un dildo con forma de pene—. Y vibra... —deduzco, al curiosearle de cerca.
No es broma.
Es un pene.
Y es gigante, joder.
El paquete incluye aceites, incienso y velas. No puedo cerrar mi boca. ¿Un dildo? ¿No podía esconder pornografía lesbica o drogas? ¿Tenía que ser... UN DILDO?
—Oh, mierda —le escucho maldecir al encontrarme infaganti con tal objeto en mis manos. No le escuché venir. Me giro para verle. Se ve entre aterrorizado y avergonzado—. Juro que no es lo parece —empieza, apareciendo muchos colores en su rostro.
Carraspeo. No voy a negar que también me siento avergonzada. No debí husmear entre sus cosas, pero mi objetivo es conocerle.
—Yo... —intento decir, devolviéndole el pene de plástico. ¿Su pene de plástico?
—No. No. No. No es mío —dice él, viendo al dildo con renovada verguenza—. Es del chihuahua.
Abro mucho mis ojos. —¿El... Chihuahua?
Que me hubiera dicho que es de Benjamín me habría sorprendido menos.
—Verá, tenía uno antes —trata de explicar él frotando su cara. Claramente quiere ser tragado por la tierra—. Se lo quité y se deprimió. Por eso le encargué otro —Al terminar de decir eso se apresura a volver sobre sus pasos y empieza a llamar al chihuahua. Yo le observo expectante—. ¡Capitán Pantaletas! ¡Capitáaaaan! —le escucho llamar y regresa a la cocina sosteniendo en sus brazos al chihuahua color canela.
La frente de Armando brilla y sus manos son torpes. Se siente abochornado. Aún así, se las arregla para pedirme el pene y acto seguido ponerlo frente a Capitán Pantaletas. Yo me quedo de pie... esperando.
—Anda, juega con él —le pide, colocando a ambos sobre el piso de la cocina. Sin embargo, el chihuahua ignora al pene y, sin tener más qué hacer, se acomoda mejor y empieza a lamer su pelaje—. No puede ser... —se queja Armando—. Vamos. ¡Vamos, Capitán! —insiste, apretando esta vez el interruptor que hace vibrar al dildo—. Anda, es tu nuevo juguete.
Pese a todo el chihuahua continúa ignorando al dildo vibrante. Sin saber qué más hacer me cruzo de brazos y espero alguna otra reacción del chihuahua o de Armando.
Armando se incorpora y me mira apenado.
—Yo... —empieza.
—No lo estoy juzgando —prometo.
—¡Es que ese juguete no es mío, es del... —Busca con la mirada al perrito pero este se ha marchado— perro! ¡Diablos! —espeta, cogiendo el dildo—. Debe ser porque no es igual. El otro era más pequeño.
—¿Había otro? —pregunto, atónita. No puedo cerrar mi boca. ¿Pues cuántos tiene?
—Sí —dice Armando, apenas comprendiendo la rareza de lo que ha dicho. Cuando por fin la compresión llega a sus ojos empieza a disculparse—. ¡Dios, me refiero a otro que se encontró por ahí previamente!
Sigo sin salir de mi asombro. —¿Hay muchos dildos por aquí?
—No. No. El anterior lo tenía mi abuela —intenta aclarar y escuchar eso no relaja ni un poco mi cara—. ¡Pero tampoco era de ella! Pertenecía a una de sus amigas del grupo de rezo de la Iglesia.
—¿Cómo?
Necesito aire.
—¿Sabe qué? —Armando está apretujando su cuello—. Mejor explico todo mientras desayunamos.
Porque claro, a mí me encanta hablar de dildos mientras desayuno.
...
De vuelta a mi habitación, con Armando en la de a la par duchándose, busco mi teléfono móvil y le marco a Felicia.
—Dildo —digo cuando contesta, bajando lo más que puedo mi voz.
Ella ríe. —¿Qué? ¿Quieres uno?
—No, Armando Calaschi tiene uno —enfatizo.
—¿CÓMO?
—Lo sé. Lo sé... Lo encontré en la mesa envuelto en un paquete de Amazon.
—Por supuesto, no quiere que alguien lo vea comprar algo así.
—Y es de veinte centímetros, Felicia... Veinte.
—Wow.
—Y todavía se quejó de que el anterior era demasiado pequeño.
—Doble Wow. Si que sabe lo que quiere el tal Calaschi.
—Justificó que es de su perro chihuahua.
—Es la peor excusa que he escuchado en toda mi jodida vida.
—Lo sé. Y es tan estúpida que puede que sea verdad.
—¿Tú crees?
—En el desayuno me explicó que lo encontró entre las cosas de su hermano...
—Ajá.
—Que lo encontró entre las cosas de su abuela, que antes se lo quitó a una de las ancianas de su grupo de la iglesia. No sé qué de cada cosa es cierta.
—Cualquiera suena igual de perturbadora.
—Lo sé. Cayó en las garras del chihuahua por último, que lo cogió de juguete. Armando se lo quitó y devolvió a su dueña original. El que me encontré yo, supuestamente, es la reposición, pues el chihuahua está enojado y quiere su juguete de regreso.
—¿Y lo viste jugar con el dildo? Al chihuahua, claro.
Entorno mis ojos. —No hacía falta la aclaración. Y no. El chihuahua ignoró al dildo.
—Raro.
—¿Armando?
—Toda la situación.
—¡Lo sé! —insisto, recordando que debo bajar mi voz.
—Este tipo no es nada de lo que finge ser, Iara.
—Ni remotamente parecido, Felicia. Ni remotamente parecido.
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¿Qué tal? ¿Qué va a pasar ahora? jajaja
Los y las espero en el grupo Tatiana M. Alonzo - Libros
Seguimos pronto y no olviden que hoy fueron 4 actualizaciones, que ya vi que alguien por ahí ya se confundió :p Y Gracias por votar y comentar todos los capítulos c:
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