Capítulo 1
Estoy concentrado esperando el momento en el que pasará mi equipaje sobre la banda transportadora cuando mi teléfono móvil vibra. ¿Quién puede ser?
Contesto.
—¿Señor Calaschi? —pregunta la voz de una mujer—. ¿Armando Calaschi?
Cambio mi teléfono de una mano a otra para escuchar mejor. —Sí... él habla.
—Le saluda Paola Durán —dice la voz, sonando segura y demandante—, consejera estudiantil de su hermano.
—¿De mi hermano Benjamín?
—¿Tiene otro hermano?
Azorado, tuerzo mi boca en una mueca de molestia. Claro que no. —No, pero pudo ser un error, yo...
Ella me interrumpe:
—Le llamo porque su hermano tiene problemas de conducta en el instituto —dice—, y al preguntarle sobre el adulto responsable a su cargo, me dio su nombre y su número telefónico.
—Sí... —dudo. Primera vez que recibo una llamada de este tipo—, yo soy el adulto responsable, supongo.
—¿Supone?
A tiempo veo venir mis maletas.
—Sí, sí —salto, abriéndome paso entre más gente que también espera su equipaje—. Lo que pasa es que la abuela murió hace un par de días y Benja estaba a cargo de ella —balbuceo y como puedo saco mi maleta de la banda transportadora—. Y ahora estoy a cargo yo... supongo.
—¿Supone? —insiste ella, con voz de molestia.
Ruedo mis ojos. —Es una forma de decirlo —trato de aclarar—. Ya le dije que yo...
—Señor Calaschi —Suena como si estuviese perdiendo la paciencia—. ¿Es o no es usted el adulto responsable a cargo de Benjamín Calaschi?
—Sí, pero le explicaba que...
—Su hermano no tiene amigos —dice, interrumpiéndome una vez más—, no pone atención en clase y no rinde adecuadamente por estar atento a su teléfono móvil o tablet.
Ah, mocoso este. Con mi teléfono en una mano y mi equipaje en la otra, busco la salida.
—Ya veo —digo.
—En el instituto no estamos molestos —continua ella—, estamos preocupados.
—Comprendo.
—Y tenemos claro que entre más tiempo esperemos, más afectará esta situación a Benjamín.
—Por supuesto.
La abuela nunca me habló de esto, o quizá, debido a su enfermedad, ella tampoco estuvo pendiente de Benja.
—Si le parece bien hoy mismo le iré a visitar para coordinar nuestro plan —dice Paola.
—¿Hoy? —pregunto, deteniéndome. No recuerdo dónde está la salida del aeropuerto.
—Llegaré a las seis de la tarde.
—Pero estoy lleg...
Ella cuelga.
Miro mi teléfono con molestia. Lo que me faltaba. No me he casado y una mujer ya me está dando ordenes. Bufo y sigo caminando. ¿A quién engaño?, pienso, desanimado. Hace meses que ninguna mujer quiere verme. Me siento... patético.
Salgo del aeropuerto y agito mi mano para detener un taxi. Tengo que llegar a casa de la abuela cuanto antes y hablar con Benja.
En el camino pienso en Vanesa y en lo que sentí al leer su correo electrónico. Me dolió que me terminara... y que encima me terminara por correo. Antes de ella fue Heydi, que fue mi novia por años hasta que me dejó por no ser "suficiente". Pero bueno, por un momento pensé que Vanesa... que ella... Me ilusioné con Vanesa. Pensé que esta vez todo sería diferente, que estaba con la mujer adecuada, y que tal vez...
Tengo que olvidar. Ella encontró al hombre adecuado para ella y les deseo lo mejor.
Le sonrío a mi reflejo en la ventana del taxi. Me veo cansado. Sin embargo, el avión ya aterrizó y la oportunidad para dedicarme tiempo yo me está esperando.
...
—¡Benjaaa! —llamó en cuanto abro la puerta—. ¡Benjamín, será mejor que vengas a la buena!
Aunque no sé qué es venir "a la mala". Yo venía "a la buena" cuando me llamaba mi abuela.
—¿Qué quieres, cuidador de hipódromo? —pregunta Benja desde un sofá de la sala.
—¿Perdón? —pregunto, molesto, dejando caer mi maleta a un lado.
—No digas que no lo pillaste porque me llevó días pensar el apodo adecuado —dice, sin dejar de ver la pantalla de su teléfono.
Así que la consejera tiene razón y este taradito es adicto a ese aparato.
—Pues no lo pillé —digo, pensando en cómo empezar a regañarle. Nunca lo he regañado.
—Cuidador de hipódromo —repite, como si fuera obvio—. Ya sabes, ese lugar donde corren los caballos.
—Ajá, ¿y por qué yo...
—Luego te explico —se queja, en apariencia aburrido de mí cuando recién estoy llegando y se pone de pie—. Pide pizza, ¿quieres? Ya se acabo la que me dejaste para dos días.
Definitivamente no soporto a los adolescentes.
—Lamento haberte dejado solo —intento disculparme en caso de que ese sea el problema—. Una amiga me necesitaba.
—¿Qué no era tu novia? —ríe él.
—¿Vanesa? —Luzco avergonzado—. Sí, pero... ya no.
Benja se echa a reír con más fuerza. —¿Lo ves?
—¿Qué cosa?
—Cuidador de hipódromo —aclara—. Cuidas a las yeguas pero no las montas.
Hijo de su... Mierda, tenemos la misma mamá.
Me cruzo de brazos. —No es gracioso.
—Sí lo es.
—Que no.
—Que sí.
—Que no.
Él empieza a caminar hacia su habitación. —Que si —dice, con voz de bulleador experto.
¿Ya dije que odio a los adolescentes?
—Oye, no te vayas a ningún lado porque necesito hablar contigo —advierto, intentando sonar autoritario.
—Y lava la ropa —continua mi hermano, sin dejar de ver su teléfono e ignorando mi tono "autoritario"—. Lleva semanas acumulada.
Y se va.
¿Cómo diablos me voy a hacer cargo de este crío?
Benjamín y yo no tenemos padres. Crecimos con mi abuela, a quien toda mi vida llamé mamá. No obstante, ella murió hace poco. Yo vivo en Ontiva, una ciudad alejada de Deya, sin embargo pedí un mes de permiso en el bufete de abogados para el que trabajo y vine a Deya a reorganizar mi vida y la de Benjamín.
Ahora que la abuela no está yo debo cuidarlo. Pero cómo, pienso. No vivo con él desde que empecé la universidad y de eso ya diez años. Hasta hoy, yo únicamente vine de visita.
La casa de la abuela no es lujosa, pero es cómoda. Ella era una anciana testaruda y abnegada. Anteponía el bienestar de cualquiera al de ella. Por eso, imagino, calló que estaba enferma. Cuando yo lo supe era tarde. Ahora está muerta.
Entro a la habitación que ocupo cuando vengo de visita y descargo mi maleta. Toda mi ropa está sucia, hasta la interior. El mocoso tiene razón, tengo que lavar. Cargo con todo y lo llevo al cuarto donde está la lavadora.
También tengo que lavar la ropa de Benja...
—¡Benjamín, tu ropa! —digo, tocando su puerta. Y como no hay respuesta, entro—. ¡Ah, mierda! —exclamo, al verlo con las manos "ocupadas".
—¡Toca antes, idiota! —me grita él, sacándose los auriculares y acomodando su pantalón.
—Lo hice, moco —me defiendo, evitando mirarlo—. Pero no escuchaste. No creas que quería verte... ¡Aj! ¡Echa llave a tu puerta cuando te masturbes! —lo amenazo, con cara de asco.
—No estoy acostumbrado a tenerte aquí —se excusa el moco, avergonzado—. ¡La abuela no entraba a mi habitación!
Se hubiera muerto de un paro cardíaco.
Niego con la cabeza. —Vine por tu ropa sucia —aclaro, y cojo el cesto donde él la guarda—. Oye, préstame algo limpio —le pido, viendo de reojo mi camisa—, así también meto a la lavadora lo que yo traigo puesto.
Benja no dice nada. Una vez más está ocupado con su teléfono. Enano idiota. Dejo escapar un poco de aire y camino hasta su armario para abrirlo y buscar algo que ponerme. Reviso cajón por cajón y lo primero que encuentro es un consolador con forma de pene. Ay, maldito escuincle..
Ahora soy yo quien tiene las orejas rojas.
—¿En en serio? —pregunto, sacando el consolador para que lo vea.
—¡Oye, qué haces! —grita, saltando de su cama—. Primero, eso no es mío —se defiende, jadeando como si hubiera corrido una maratón. Yo hago una mueca de "A mi no me engañes"—. Yo... yo lo encontré en los cajones de la abuela —aclara. Maldita sea, eso suena peor. Siento escalofríos—. Pero no es lo que piensas, eh. Yo estaba... Es que estaba en uno de los cajones que usa tía Nineth cuando viene.
¿Tía Nineth? Hoy tendré pesadillas.
—Mira, moco —digo, confrontándolo—. Si eres gay no me importa, pero...
—¡Que no es mío! —insiste él, abochornado.
Y la verdad no quiero tratar ese tema ahora. De mala gana dejo caer el consolador en el cesto de ropa sucia y prosigo a buscar ropa limpia en su armario.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Te pedí que me prestaras algo limpio para así lavar lo que traigo puesto —repito—.Me hubieras escuchado de no estar tan atento a ese aparato. Por cierto, tenemos que hablar sobre eso.
Lo miro. Una vez más no me está poniendo atención por estar ocupado con su teléfono. El problema es peor de lo que pensé. Molesto, reviso qué más hay dentro del armario. Benjamín es más pequeño que yo, aclaro. La única camiseta adecuada para mi es una color negro que tiene impresa al frente la leyenda "Chúpame el pito".
—¿Esto también lo dejó tía Nineth? —pregunto, serio, y extendiendo delante de él la camiseta.
Benjamín levanta la vista de su teléfono. —Eh... No. Eso lo dejó aquí un amigo que se quedó a dormir la otra noche.
—Sí, claro —digo, sacando también unos calzoncillos limpios.
Los únicos que tiene disponibles parecen no ser usados desde hace años. Eso es seguro, porque tienen dibujitos de Cars. El moco los habrá usado a los doce años. Y como continua entretenido con su teléfono, me saco ahí mismo mi ropa y me meto la camiseta y los calzoncillos. Genial... tengo a Rayo McQueen en la punta del pito gritando Ka chow! Y me quedan muy ajustados. Pero... sólo será un rato.
De regreso al cuarto de lavado, llamo a la pizzería. Muero de hambre.
Cuando ya todo está en la lavadora, en el cesto queda únicamente dentro el consolador. Lo cojo con la punta de mis dedos. Tendré pesadillas por el resto de mi vida con sólo imaginar a tía Nineth utilizando esto. ¿Qué hace este botón? Presiono el botón y la maldita cosa empieza a moverse como si estuviese poseída. Que golosa, tía...
Dejo caer el consolador al piso y limpio mis dedos con el borde de mi hilarante camiseta. Asco total. Y así, cansado por el viaje, dejo la lavadora funcionando y regreso a la sala dispuesto a ver un poco de televisión. Ojalá estén dando Cazadores de tesoros.
Me dejo caer sobre un sofá y escucho algo aullar de dolor. —¿Qué rayos? —pregunto, mirando debajo de mí. Ahí está un perro chihuahua color canela—. Ah, Capitán pantaletas —saludo—. No te vi.
Es el perro de mi hermano.
Capitán pantaletas me ladra y lo dejo sentarse sobre mi regazo.
Suspiro y miro hacia todos lados buscando el control remoto.
—¿Dónde está el control, Benja? —grito y el moco no responde—. Hijo de... mi santa madre. ¡Benja, el control! —insisto, poniéndome de pie y dejando caer a Capitán pantaletas. Este corre por la sala.
Busco por todos lados. Encuentro el control de la televisión a la par de la DVD.
—¡NO, NO LA ENCIENDAS! —escucho que grita el moco detrás de mi, pero ya es tarde. Ya encendí la televisión.
Ahora ruidos de gemidos inundan nuestra casa. ¿Qué rayos? Miro boquiabierto la pantalla de nuestro televisor. Una película porno. Me vuelvo lentamente hacia Benjamín.
—Puedo explicarlo —dice.
—Tengo claro que tienes quince años —le advierto, molesto—. Pero esto es el colmo, Benja.
Sostengo el control remoto frente a la televisión para apagarla. Nada.
—Eso te iba a decir —dice Benja, balbuceando—. Cuando presionas el botón de encendido este se atasca.
Los ruidos de gemidos son cada vez más fuertes. ¡Métela! ¡Métela!, se oye por toda la sala.
—¿Y no puedes ver esto en silencio? —gruño, elevando mi voz. El volumen de la porno está al límite.
—Eso es algo que también te iba a decir —escucho que dice Benja, avergonzado—. Es que... es que...
Miro los botones del control. El de encendido está atascado y los de volumen desaparecieron. El colmo.
¡Oh sí, papi!
A mí tampoco me dejes con ganas.
Y para empeorar, la película es de un trío entre dos mujeres pechugonas y un hombre con planta de macho alfa.
—Te voy a matar, Benja —digo, pensando qué hacer. Desconectar la televisión, claro.
En eso, suena el timbre. Ya llegó la pizza. Dejo escapar una bocanada de aire y miro con recelo mi camiseta de "Chúpame el pito" y mis calzoncillos de Cars. Ka-chow! Vamos, es sólo el repartidos de pizzas. Confiado, camino hacia la puerta dándole una mirada de advertencia a Benja para que se encargue del televisor.
—Si no resuelves eso, te dejaré sin comer —lo amenazo y abro la puerta.
Miro sorprendido a la mujer delante de mí. Ella viste formal. Quizá tendrá veinticinco años. Su cabello es castaño y...
Me mira de pies a cabeza.
Mierda.
—Buenas tardes, señor Calaschi —dice, tartamudeando—. Soy Paola Durán, la consejera estudiantil de su hermano.
Estoy sin habla.
¡Echamelo todo en los senos, papi! ¡Sí!, se escucha al fondo.
¡Más duro!
¡MÁS DURO!
Es la porno.
Trago saliva. Paola no deja de mirarme. Y... da miedo. Ni siquiera está parpadeando.
—¿Consejera estudiantil? —pregunto, intentando recuperar mi voz.
¡OH, SÍ! ¡SÍ!, sigue la película.
—Sí, consejera estudiantil —dice ella, seria, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro—. Dije que vendría a las seis, pero pasaba por aquí y...
¡AHHHHHHHHHHHH!
Ella abre mucho sus ojos. Sin embargo no luce más incómoda que yo. ¡Apaga ya eso Benjamín!
—Es una película porno —aclaro, señalando dentro.
—Ya me di cuenta —dice ella, con tono amenazante—. Mire, señor Calaschi, únicamente venía a...
¡AH! ¡AH! ¡AH!
—Mejor me voy —dice, gruñendo.
—Lo lamento —me apresuro a decir—. Es que yo...
—Me preocupa, Benjamín —me interrumpe, elevando su voz para hacerse escuchar más alto que la porno—. Y usted dijo que es el adulto responsable. Yo...
—Lo soy...
En eso, aparece Capitán pantaletas a mis pies... sosteniendo en su hocico el consolador que todavía está vibrando. ¿Dios, yo qué te hice?
Preocupado, miro del consolador a Paola Durán. Benjamín ya consiguió apagar el televisor, pero ahora un RRRRRRRRRRRRRRRRRRRR se escucha a todo lo que da. El vibrador.
—Le juro que esto tiene una explicación lógica —intento justificar, pero la señorita Durán se limita a hacer un par de anotaciones en su agenda mientras mira mi camiseta de "Chúpame el pito".
—¿Sabe qué, señor Calaschi? —dice, con voz de advertencia—. Lo espero mañana a primera hora en el instituto...
—Pero...
—Vestido adecuadamente —enfatiza, mirándome de arriba abajo.
Maldición.
Y se va.
Regaño a Capitán pantaletas y cierro la puerta sintiéndome un completo idiota, y pensando "¿Por qué, Dios? ¿Acaso heredé la mala suerte de Vanesa?"
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Y así empieza Armando xD
No olviden la advertencia del prólogo de sentir el humor demasiado pesado, por favor.
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